La Paz, un hospital en lucha
La Paz se ha convertido en un 'hospital Covid'. Un centro madrile?o dedicado casi al completo a la lucha contra el virus que tiene paralizado el mundo. Aqu¨ª se multiplican los espacios para urgencias y camas de cr¨ªticos. Ya no hay especialistas, solo m¨¦dicos. Todos a una para atender a los pacientes. En mitad de la crisis, pasamos tres d¨ªas en este emblema de la sanidad p¨²blica.
D¨ªa 1
Juan Jos¨¦ R¨ªos, director m¨¦dico del hospital universitario La Paz, camina a buen ritmo por corredores laber¨ªnticos. ¡°Est¨¢ siendo duro, pero hay que mantener la moral alta¡±, dice. ¡°Es como si cada d¨ªa se cayeran tres aviones. Hemos llegado a tener 800 pacientes y m¨¢s de 250 pendientes de ingreso en urgencias¡±. R¨ªos deja atr¨¢s una zona de consultas diarias, normalmente saturadas. No hay nadie. Est¨¢n clausuradas. Otra zona de consultas se ha transformado en ¨¢rea de pruebas para empleados con sospecha de coronavirus. Se sientan a esperar personas con rostro demacrado que tosen de forma seca y repetida, un golpe de pecho reconocible y altamente contagioso.
La pandemia ha convertido al hospital mejor valorado de Espa?a, un emblema de la sanidad p¨²blica, en una inmensa maquinaria dedicada a la Covid-19. Hicieron planes, pero la realidad los hizo saltar por los aires. Comenzaron con un var¨®n de 24 a?os ingresado el 25 de febrero: el primer positivo en Madrid. Ingres¨® en el hospital Carlos III (que forma parte de La Paz) y aquello parece que sucedi¨® hace un siglo: hoy cerca del 90% del complejo hospitalario est¨¢ dedicado al coronavirus. En palabras de Rafael P¨¦rez Santamarina, el gerente del centro, ¡°La Paz es un hospital en guerra¡±. Han transformado espacios. Sacado unidades de cuidados intensivos de ¡°debajo de las piedras¡±. Pasado del sistema de guardias al sistema de turnos. Tirado metros y metros de tuber¨ªas de ox¨ªgeno (su consumo se ha multiplicado por siete). Celebran gabinetes de crisis cada ma?ana. Se toman decisiones al d¨ªa. Y casi se podr¨ªa decir que han desaparecido las especialidades: m¨¢s de 30 servicios aportan doctores a la causa. ¡°Ha sido una revoluci¨®n¡±, define R¨ªos, el director m¨¦dico. Y sigue caminando hasta llegar al ¡°bloque quir¨²rgico¡±, donde quiere mostrar las salas de reanimaci¨®n convertidas en unidades de cr¨ªticos.
Fotogaler¨ªa: Escenas de un hospital "Covid"
El pasillo es estrecho. Hay mesas con medicamentos y utensilios. Toca esquivar una zona de residuos. Pasa mucha gente. Unos con bolsas. Otros con caras de circunstancias. Agobia el ajetreo. Unas enfermeras desinfectan la salida de la UCI. Friegan el suelo. Y se roc¨ªan con un l¨ªquido rosado llamado Virkon que aqu¨ª est¨¢ presente por todas partes: es un potente virucida que espolvorean como si fuese agua sobre las manos enguantadas, el traje, las m¨¢scaras, los zapatos. Este virus ha dejado a unos 750 sanitarios fuera de juego. Un 10% de la plantilla. Tras las enfermeras se ven las camas. Una docena de pacientes yacen sobre ellas, tumbados, inertes, rodeados de cables y tubos, conectados a m¨¢quinas de respiraci¨®n asistida, con la vida colgando de un hilo. Se oye el pitido de su mecanismo. De pronto alguien grita: ¡°?Hay una parada!¡±. Un sanitario vuela por el pasillo y entra a la carrera en la sala de cr¨ªticos. Siete personas se abalanzan sobre el paciente. Transcurren segundos de p¨¢nico.
¡°Le acaban de salvar la vida¡±, dice el director m¨¦dico poco despu¨¦s. ¡°En esta enfermedad, la gente empieza con poca cl¨ªnica. Pero a los 7 o 10 d¨ªas desarrollan neumon¨ªas que pueden ser muy graves y provocar una insuficiencia respiratoria¡±. Luego, R¨ªos gu¨ªa de nuevo entre pasillos hasta unos quir¨®fanos reconvertidos en una UCI. Como en los batallones de las pel¨ªculas b¨¦licas, cada una de estas unidades transmite una filosof¨ªa distinta. Esta queda bajo el mando de un anestesista del hospital infantil, Luis Castro, que explica: ¡°Estamos un poquito saturados. En cada quir¨®fano hay tres pacientes con m¨¢quinas de ventilaci¨®n mec¨¢nica pensadas para estar funcionando unas horas en los quir¨®fanos¡±. Tienen a 11 pacientes cr¨ªticos con neumon¨ªa bilateral severa. Algunos de ellos, que vemos tras el ojo de pez, se encuentran boca abajo. ¡°Es una maniobra que mejora a los pacientes, la pronaci¨®n¡±, explica el director m¨¦dico. ¡°As¨ª consigues que partes del pulm¨®n poco ventiladas mejoren la oxigenaci¨®n¡±. Otro de los anestesistas muestra una m¨¢scara de buceo que han empezado a probar con algunos enfermos. El equipo de talleres ha estado trabajando en su adaptaci¨®n. ¡°Aqu¨ª todo el mundo aporta¡±, dice. No hay tiempo para m¨¢s: el director m¨¦dico enfila ya hacia otro rinc¨®n del hospital mientas reflexiona: ¡°Hemos reconvertido veintitantas plantas. Y todas llenas de gente con neumon¨ªa¡¡±. De camino, surca una galer¨ªa donde se acumula el material sacado de los quir¨®fanos. Mientras una enfermera rebusca en unos cajones con medicamentos, fuera una niebla emana de los inmensos tanques de ox¨ªgeno. ¡°El consumo es bestial¡±, dice el director m¨¦dico. Los pulmones?de La Paz, funcionando a todo trapo.
Poco despu¨¦s alcanzamos la unidad de cuidados intensivos. La original. La que ya exist¨ªa antes de la pandemia. Eva Flores, intensivista de 49 a?os, muestra el rostro extenuado en la entrada de una sala repleta de personas intubadas. Acaba de fallecer una paciente embarazada. ¡°?C¨®mo estamos? Mal. Con much¨ªsimos problemas de camas. Valorando unos 50 pacientes al d¨ªa¡¡±. Juan Carlos Figueira, de 53 a?os, jefe de secci¨®n de medicina intensiva, a?ade en la sala de facultativos: ¡°Tenemos mucho trabajo. Parece ser que ya hemos pasado la fase de pico. En urgencias se ha notado una mejor¨ªa esta semana¡±. El cub¨ªculo acristalado tiene vistas a la UCI. Mientras habla, un paciente entra en parada cardiorrespiratoria. ¡°Esperamos que lo de urgencias sea una tendencia¡±, prosigue. ¡°Y que se refleje en los pacientes cr¨ªticos. La Paz ha hecho un esfuerzo descomunal. Tenemos ahora 149 camas de cr¨ªticos¡±. Ah¨ª fuera logran reanimar al paciente en parada y una enfermera deja la estancia emocionada.
El servicio de microbiolog¨ªa analiza unas 500 o 600 muestras diarias, aunque han tenido picos de 770. Se encuentra tras una puerta en la que se advierte: ¡°Atenci¨®n. Riesgo biol¨®gico¡±. Su responsable, Julio Garc¨ªa, lo llama ¡°la sala de m¨¢quinas¡±. Es portador de buenas noticias: ¡°Ha habido momentos en que todas las muestras que ven¨ªan de urgencias eran positivas¡±, dice. Pero hoy, que es 1 de abril, detectan en torno a un 40% menos de positivos que hace 10 d¨ªas.
D¨ªa 2
El gabinete de crisis comienza a primera hora en una sala de congresos. Los responsables de los distintos departamentos se sientan dejando butacas libres. Todos con bata. Y mascarilla. Abre la sesi¨®n el director m¨¦dico. Repasan las cifras: 822 ingresados, 63 camas libres, 12 huecos en las UCI. Comentan las dificultades que est¨¢n teniendo para recibir equipos, por problemas en aduanas. Valoran abrir y transformar un nuevo espacio: ¡°La cuarta diagonal del hospital de d¨ªa¡±. ?En urgencias? ¡°Vamos bien¡±. Hay risas. ¡°Seguimos en una tendencia a menor n¨²mero de pacientes¡±. El director m¨¦dico resume la sensaci¨®n: ¡°Es la primera ma?ana que tenemos buenas noticias¡±. El responsable de microbiolog¨ªa contribuye a ello: sigue bajando el porcentaje de positivos. El intensivista Manuel Quintana, que coordina los equipos de apoyo (los facultativos de los distintos servicios que se han ofrecido voluntarios; m¨¢s de 120), cierra la sesi¨®n. Y todos regresan a sus puestos.
Poco despu¨¦s, el director m¨¦dico remonta en ascensor hasta el piso 12?, donde se encuentra el servicio de neumolog¨ªa. Esta planta, explica, es un paso previo a las ¨¢reas de cr¨ªticos, el lugar donde los pacientes reciben diferentes grados de ayuda a sus pulmones maltrechos: desde unas gafas nasales hasta las mascarillas de doble presi¨®n. ¡°Tratamos de mantenerlos aqu¨ª todo lo posible y as¨ª posponer el momento de ir a la UVI¡±, explica la neum¨®loga Ana Santiago. En el pasillos, entre varios empujan una m¨¢quina de Rayos X con la que sacan radiograf¨ªas tor¨¢cicas. En las habitaciones se ve a pacientes con distintos tipos de ventilaci¨®n. Los que tienen fuerzas miran el m¨®vil. Otros est¨¢n desva¨ªdos o desaparecidos tras una m¨¢scara.
Una planta m¨¢s arriba se ubica el servicio de medicina interna. En la sala de adjuntos se encuentra Cristina Marcelo, residente de quinto a?o, reci¨¦n recuperada de Covid tras casi 20 d¨ªas de baja. Regres¨® hace dos. Ha encontrado un hospital que apenas reconoce, interdisciplinar, en el que los compa?eros han dejado las especialidades para hacer frente com¨²n, ¡°codo con codo¡±. Entra un compa?ero con gesto serio. Se sienta a rellenar unos papeles. ¡°Certificados de defunci¨®n¡±, dice. Han muerto dos en cinco minutos. ¡°La oxigenaci¨®n baja tanto por la neumon¨ªa que el cuerpo deja de vivir¡±, explica.
Fuera, a ambos lados del pasillo se abren habitaciones. En una de ellas se ve la espalda de una anciana sentada en el borde de la cama. Tiene el pelo blanco, revuelto y aplastado. Se suena la nariz. Se recoloca la mascarilla. Su figura es recortada a contraluz por el enorme ventanal con vistas hacia los montes del norte de Madrid. Es un d¨ªa luminoso. Dice el director m¨¦dico desde el quicio: ¡°Aqu¨ª se ve la soledad de los enfermos. Est¨¢n sin familiares, y es dif¨ªcil que te puedan acompa?ar en el ¨²ltimo momento¡±.
En esta planta tiene su despacho Francisco Arnalich, jefe de servicio de medicina interna. Entre ¨¦l y su colega de neumolog¨ªa coordinan 14 plantas dedicadas al coronavirus. Arnalich tiene la ventana abierta y el aire inunda la estancia como una bocanada, mientras explica los silbidos que emiten los alv¨¦olos endurecidos por la inflamaci¨®n. Los ¡°estertores¡±, se denominan. ¡°Quien dijo que era un gripe¡ se equivoc¨®. Hay que tenerle mucho respeto a la enfermedad¡±. A los pacientes, explica, se les trata con oxigenoterapia. Con antibi¨®ticos. Con un antiinflamatorio llamado hidroxicloroquina que se usa contra la malaria y el lupus. En ocasiones, con un ¡°agente biol¨®gico¡±, un anticuerpo monoclonal. Y tambi¨¦n se est¨¢ aplicando un tratamiento antiviral experimental: remdesivir. Entre las dos y las tres de la tarde, a?ade, se informa telef¨®nicamente a las familias. ¡°A veces se les permite que vengan¡±. ?De ¨¢nimo? ¡°Bien, pero empezamos a estar cansados¡±.
¡°Resistiremos, sobreviviremos¡±, dice un cartel en la planta cero. El director m¨¦dico lo atraviesa de camino a una ¨²ltima estancia que quiere mostrar. Estaba abandonada. Y han montado una UCI ¡°en cuatro d¨ªas¡±. Alejada y aislada, la han bautizado ¡°unidad Perejil¡±, como el islote. Un pu?ado de facultativos se apretuja frente a los ordenadores. A su espalda hay una vieja cristalera. Tras el vidrio se ve a los cr¨ªticos. Uno de ellos rechaza la intubaci¨®n, por lo que se disponen a practicarle una traqueotom¨ªa. Una enfermera se apoya en el cristal y observa la operaci¨®n, por si le toca hacerla en cualquier momento. ¡°Este es un sitio duro¡±, dice. Se llama Marta Mart¨ªnez, tiene 28 a?os y la marca enrojecida de las gafas de protecci¨®n acent¨²a el cansancio de su mirada. A su espalda, otra sanitaria comienza a vestirse con el traje aislante.
Para muchos en el hospital el tiempo se ha vuelto un continuo y los d¨ªas se diluyen. Jos¨¦ Ram¨®n Arribas, jefe de secci¨®n de enfermedades infecciosas de medicina interna y coordinador de la unidad de aislamiento de alto nivel, no sabe si es mi¨¦rcoles o jueves, 2 o 4 de abril; solo tiene claro que estamos en el d¨ªa 37 de la epidemia: ¨¦l vio al primer paciente positivo de Madrid y solo ha descansado un d¨ªa desde entonces. ¡°Es un virus capaz de destruir el sistema sanitario¡±, describe. ¡°Altamente contagioso, impredecible sobre qui¨¦n va a evolucionar bien o mal y capacidad para infectar al personal sanitario como no hab¨ªamos visto. Desde un punto de vista biol¨®gico, puede producir una reacci¨®n sist¨¦mica: al principio es viral, pero la segunda semana el organismo puede volverse loco. Se produce la tormenta de citoquina, que es como si el cuerpo se pasara de frenada, y ataca a los pulmones, al coraz¨®n, al sistema de coagulaci¨®n. Y ese es el motivo por el que un n¨²mero relevante de pacientes acaba en la UVI¡±, asegura este hombre, parte de un equipo curtido contra el ¨¦bola. ¡°Retrospectivamente, cualquier otra crisis parece banal. Esto es como el VIH, pero a c¨¢mara r¨¢pida. Nada volver¨¢ a ser igual despu¨¦s de esto¡±.
Poco despu¨¦s comienza el cambio de turno del equipo de medicina interna. Los facultativos cuentan qui¨¦nes se quedan a cargo de qu¨¦ planta. Luego comentan incidencias. Elena Trigo, especialista en enfermedades tropicales y patolog¨ªa importada, se queja de que el equipo de apoyo que le llega de otros servicios apenas aguanta una semana. En cuanto los ha formado desaparecen y toca comenzar de nuevo, obligando a doblar los turnos. ¡°Lo volveremos a comentar¡±, se encogen de hombros los responsables. Fernando de la Calle, otro de los presentes, especialista en enfermedades infecciosas, invita a que le visitemos en la planta que coordina. No pierde el sentido del humor. Ha ¡°abierto¡± tantos espacios nuevos dedicados a la Covid que bromea: ¡°La Reina y yo somos los que m¨¢s cintas hemos cortado este a?o¡±. Para adentrarse en su planta, presta unos patucos. Toca pisar con tiento. El corredor es largo y en una de las estancias asoma tras la puerta entornada Roberto Casado, de 59 a?os, un paciente que hoy va a regresar a casa. ¡°Estoy ilusionado¡±, dice. Hablamos con ¨¦l a una distancia prudencial. Tras la mascarilla, emite un hilo de voz. Tose de vez en cuando. Es enfermero del hospital Carlos III. Asisti¨® a Teresa Romero durante la crisis del ¨¦bola. Trat¨® a los primeros pacientes con coronavirus. Pero no est¨¢ seguro de que lo cogiera en el hospital. ¡°Empez¨® primero mi mujer, y tres d¨ªas despu¨¦s, mi hija y yo. Ellas evolucionaron a mejor. Yo empec¨¦ a entrar en barrena¡±, dice. No parec¨ªa grave. Hasta que se dio cuenta de que apenas pod¨ªa hablar. Se asfixiaba. ¡°Y yo he corrido maratones¡±, a?ade. ¡°Por mi condici¨®n f¨ªsica cre¨ªa que no era vulnerable. Pero en algunos momentos me he visto mal. De no poder respirar. No valoras la sencillez de que entre y salga el aire en los pulmones. Hasta que lo pierdes¡±. Ha pasado los 7 ¨²ltimos d¨ªas en el hospital. Lleva 3 sin ox¨ªgeno. Dos sin fiebre (la ha tenido 12 d¨ªas seguidos). No le han hecho la PCR para confirmar que sea negativo. Pero en cuanto los pacientes dejan de mostrar s¨ªntomas, los mandan a casa con medidas de higiene y aislamiento. ?l ha sido medicado con uno de los tratamientos experimentales. ¡°Es un virus traicionero¡±, dice. ¡°Pero no es Terminator¡±, apunta el doctor De la Calle, que nos acompa?a hasta la salida y roc¨ªa las suelas de nuestros zapatos con el virucida rosa.
D¨ªa 3
Hacia las nueve de la ma?ana, en la sala de adjuntos de urgencias comienza una sesi¨®n de regulaci¨®n emocional a trav¨¦s de mindfulness que imparten los doctores de psiquiatr¨ªa. Invitan a las m¨¦dicas a encontrar una postura c¨®moda y cerrar los ojos para ¡°conectar con la quietud dentro de la tormenta¡±. Clin, tocan una campanita. ¡°Observo c¨®mo est¨¢ la mente y la invito a volver¡±. Clin, de nuevo la campanita. ¡°Noto c¨®mo entra y sale el aire, algo tan valioso, dando gracias al cuerpo por hacerlo¡±. La sesi¨®n es breve. Los facultativos relajan los brazos y salen de nuevo ah¨ª fuera. ¡°Lo hacemos para entrenar la mente en el manejo del estr¨¦s y as¨ª cometer menos errores¡±, explica Beatriz Rodr¨ªguez Vega, jefa de secci¨®n de psiquiatr¨ªa. ¡°Se trata de surfear la ola en medio de la tempestad¡±.
La tempestad. Las urgencias de La Paz han sido hasta hace unos d¨ªas uno de los puntos cr¨ªticos del hospital. La afluencia era descomunal, con cerca de 500 pacientes diarios y m¨¢s de 250 pendientes de ingresar en planta. ¡°No se acababa nunca¡±, dice el adjunto Charbel Maroun. ¡°Sent¨ªamos impotencia. ?ramos conscientes de que, por m¨¢s que hici¨¦ramos, muchos se iban a morir¡±. Tuvieron que ir expandiendo sus dominios. Abrieron una carpa a modo de sala de espera en la calle. El antiguo gimnasio se reconvirti¨® en un ¡°peque?o Ifema¡±, de pacientes ya diagnosticados y a la espera. Mientras, iban cayendo facultativos: un 63% del equipo m¨¦dico se encuentra de baja. Las urgencias son hoy una intrincada planta repleta de estancias, boxes, salas de reanimaci¨®n y sillones. Por los pasillos caminan la coordinadora Rosario Torres y el adjunto Maroun, explicando la transformaci¨®n. Se ve gente fregando todo el rato. Cintas en el suelo separan zonas limpias y sucias. En las estancias hay numerosos pacientes. Pero tambi¨¦n huecos libres. Hace unos d¨ªas, apenas se pod¨ªa andar por los pasillos.
En una de las salas de espera de pacientes positivos se encuentra Alejandro Merino, de 63 a?os. Muri¨® ayer su madre con coronavirus. Su padre est¨¢ muy grave en el 12 de Octubre. ?l empez¨® a notar s¨ªntomas y su hermana, trabajadora del Samur, le dijo que acudiese a urgencias porque lo ten¨ªa seguro. Lleg¨® de madrugada. ¡°Los m¨¦dicos y enfermeras son unos h¨¦roes¡±, dice. Cerca de ¨¦l se sienta Laura Fern¨¢ndez, de 21 a?os, que empez¨® ¡°hace tiempo¡± con fiebre, tos y v¨®mitos. Tiene una botella de ox¨ªgeno a su lado, a la que ha estado conectada toda la noche. Ahora parece que no la necesita. Si resiste sin ox¨ªgeno, la mandar¨¢n de vuelta a casa. Se intuye una sonrisa tras la mascarilla cuando dice que es estudiante de tercero de Enfermer¨ªa, y una colega le responde: ¡°Si estuvieras en cuarto, estar¨ªas trabajando¡±.
Laura Garc¨ªa no es mucho mayor. Tiene 23 y un a?o de experiencia como enfermera. Se encuentra al borde de uno de los boxes. Una compa?era se pasea por el interior, entre enfermos y camas, embutida en un EPI. A menudo pasan horas as¨ª. Garc¨ªa describe c¨®mo ha vivido estos d¨ªas: ¡°Era un caos de pacientes. Me vest¨ªa a la entrada y ni siquiera pod¨ªa pasar, de la cantidad de gente que hab¨ªa. Estaban desatendidos. Ten¨ªas la sensaci¨®n de no poder hacer bien tu trabajo. Era frustrante¡±. Su colectivo, que transita a menudo entre zonas limpias y sucias, es el m¨¢s afectado por la Covid en La Paz: han enfermado 235. A su espalda, se llevan a un paciente en camilla. Y Rosario Torres, la coordinadora, nos gu¨ªa finalmente hasta el gimnasio reconvertido en ¡°hospital de campa?a¡±. ¡°Ha sido clave¡±, dice. Llegaron a tener 90 pacientes a finales de marzo. El d¨ªa de nuestra visita, 3 de abril, no llegan a los 40. Torres cuenta que lleva semanas sin ver a sus hijos, de cuatro y seis a?os. Est¨¢n en el pueblo con sus padres. Del despacho entra y sale una mujer que comprueba un listado. Es la jefa de secci¨®n de oftalmolog¨ªa pedi¨¢trica. ¡°?Aqu¨ª, reconvertida!¡±, dice. ¡°Estoy organizando las ambulancias¡±.
El intensivista Manuel Quintana, coordinador de los equipos de apoyo, explica: ¡°La filosof¨ªa es que ya no hay especialidades. Somos m¨¦dicos. Punto. Esa es la definici¨®n de una emergencia¡±. Y a?ade: ¡°Han pasado dos semanas y parece que llevamos toda la vida¡±. ?l, que fue tambi¨¦n coordinador de urgencias, confiesa que el otro d¨ªa, tras su guardia en la UCI, por primera vez en su vida tuvo una pesadilla: ¡°Iba cargado con una maleta, que pesaba mucho, y de repente la abro y est¨¢ ah¨ª un muerto, uno de los que hab¨ªa visto¡±. Reconoce que tomar decisiones sobre 40 pacientes cr¨ªticos en una guardia, como le toc¨®, supone empezar a tener ¡°dudas razonables¡± de lo que uno hace. Resume la situaci¨®n con una canci¨®n de Quique Gonz¨¢lez. ¡°No podr¨¢n con nosotros, pero estuvieron a punto ayer¡±.
A mediados de marzo, en plena crisis, Quintana convenci¨® a un equipo de R-0 (los que acaban de aprobar el MIR) de que acudan cada d¨ªa al instituto de investigaci¨®n de La Paz. Se sientan por parejas en ordenadores y pican rese?as cl¨ªnicas para una base de datos. ¡°Es nuestro Silicon Valley¡±, dice Quintana. ¡°Pulm¨®n derecho medio inferior¡±, se les oye cantar. ¡°?Cardiaca? ?Sist¨®lica?¡±, preguntan. Al equipo se ha sumado tambi¨¦n un epidemi¨®logo espa?ol de la Universidad de Columbia que regres¨® a casa para echar una mano. Y dice: ¡°Con datos estaremos mejor preparados para dar los siguientes pasos¡±.
Quintana, multifac¨¦tico como muchos estos d¨ªas, coordina tambi¨¦n a otro grupo de R-0 que llevan la parte asistencial en un hotel medicalizado ubicado cerca de La Paz, a los pies de las Torres Kio. El establecimiento, un cuatro estrellas, es hoy un espacio irreal, propio de una pel¨ªcula de ciencia-ficci¨®n. La recepci¨®n ha sido plastificada. Los sanitarios deambulan por el lobby. Varios de los enfermeros son estudiantes de cuarto. Alberga 120 pacientes estables. Y tambi¨¦n a 45 profesionales venidos de toda Espa?a (y algunos del extranjero) para ayudar en La Paz. Las moquetas de los pasillos han sido cubiertas con un material lavable. Las salas de reuniones son almacenes llenos de EPI, guantes, mascarillas, gafas y dem¨¢s. En las habitaciones han desaparecido las tulipas de tela, los visillos, todo aquello que sea dif¨ªcil de desinfectar. Los pacientes son recibidos con toallas limpias y un term¨®metro sobre la mesa. En una de las mejores estancias, un esquinazo con vistas, se ha ubicado el control de enfermer¨ªa. Los medicamentos se encuentran donde el cabecero de la cama. Y sentados junto al espejo, tres sanitarios jovenc¨ªsimos dicen: ¡°Est¨¢bamos deseando ayudar¡±.
Es viernes 3 de abril, cerca ya de las seis de la tarde. Y los aprendices de m¨¦dico han decidido dar el alta a varios pacientes. El primero de ellos, Valent¨ªn Macarro, de 80 a?os, sale al lobby desde el ascensor y rompe a llorar cuando menciona las ganas que tiene de ver a su nieto. Lleva 17 d¨ªas ingresado. Sale a la calle y lanza un beso al aire. El segundo, Felipe Andr¨¦s, de 67, lleva casi un mes hospitalizado. Dice: ¡°Tenemos una sanidad que no nos la merecemos¡±. Al tercero, Francisco Javier Jim¨¦nez, de 86, ha venido a buscarlo su hija Aurora. Hoy mismo ha recogido tambi¨¦n a su madre en el Ram¨®n y Cajal. ¡°Estoy que no me lo creo¡±, dice. Entonces se abre la puerta del ascensor. Su padre pisa la recepci¨®n. Cuando ella lo ve, se le quiebra la voz con un grito: ¡°?Papi, que nos vamos a casa!¡±. Se quieren abrazar, pero no pueden. Se saludan con el codo. Los sanitarios les aplauden. Ellos levantan una mano, en se?al de agradecimiento. Y, finalmente, padre e hija abren la puerta del hotel y saltan a la acera con l¨¢grimas en los ojos. ?¡ªEPS