Misi¨®n en la Ant¨¢rtida: salvar la Tierra
El glaciar de Huntress, en la isla Livingston, en las islas Shetland del Sur, donde se encuentra la base Juan Carlos I, una de las dos estaciones cient¨ªficas espa?olas en la Ant¨¢rtida.
Un estruendo sordo retumba en la bah¨ªa Sur de la isla Livingston. ¡°Un derrumbamiento de hielo en un glaciar cercano¡±. Joan Riba, t¨¦cnico de la Unidad de Tecnolog¨ªa Marina (UTM) y jefe de base cuando le toca, lo ha escuchado cientos de veces, pero ese extra?o trueno, que se repetir¨¢ muchas veces a lo largo de las jornadas de la campa?a ant¨¢rtica, siempre estremece. Son toneladas de agua congelada que se caen y diluyen en un mar cuyo nivel va creciendo inexorablemente y a cuyas orillas viven cientos de millones de personas en lugares muy lejanos a este continente de hielo. Es el ruido del cambio clim¨¢tico polar.
Para llegar hasta esta isla del archipi¨¦lago de las Shetland del Sur, junto a la pen¨ªnsula Ant¨¢rtica, hay que cruzar el temible mar de Hoces. Cientos de barcos han sucumbido a estas aguas, donde el Pac¨ªfico y el Atl¨¢ntico entran en disputa, aunque hoy nadie lo dir¨ªa. El sol brilla y un aire templado permite estar en cubierta avistando icebergs y ballenas, mientras el buque oceanogr¨¢fico de investigaci¨®n Hesp¨¦rides navega pl¨¢cidamente. Acompa?amos en la segunda fase de la XXXIII Campa?a Ant¨¢rtica Espa?ola. Destino: dos bases cient¨ªficas, primero la Juan Carlos I, en la isla Livingston, y d¨ªas despu¨¦s la Gabriel de Castilla, en la isla Decepci¨®n. Pasaje: cerca de una treintena de cient¨ªficos de disciplinas muy dispares dispuestos a pasar un mes descubriendo los secretos de esa Terra Australis que intuy¨® Arist¨®teles y que fue el ¨²ltimo pedazo del mundo en ser pisado por el ser humano.
¡°Yo esperaba una tempestad¡±, dice el bi¨®logo Cyril Douthe, mientras guarda sus cajas de Biodramina. ¡°Siempre intento esquivar las tormentas que en un ciclo casi constante dan vueltas en torno al continente, pero este paso est¨¢ siendo excepcionalmente bueno¡±, reconoce el comandante Jos¨¦ Emilio Regod¨®n. Este es su segundo y ¨²ltimo a?o al frente de un buque que ha tenido la compleja misi¨®n de combinar la ciencia con tareas de log¨ªstica en las bases. De colof¨®n vendr¨¢ una vuelta acelerada debido a la pandemia de coronavirus. El cuadrante con la planificaci¨®n de los trabajos cient¨ªficos a bordo y las operaciones de carga y descarga ocupa casi toda la mesa de su despacho. ¡°A ver lo que se cumple, porque siempre hay cambios por emergencias, desembarcos anulados por las condiciones del mar¡ Lo importante es hacer lo m¨¢s posible seg¨²n las circunstancias¡±, avisa a los cient¨ªficos.
Unos d¨ªas m¨¢s tarde, el 7 de febrero, nos sorprende una noticia con eco mundial: ¡°?M¨¢s de 18 grados en la Ant¨¢rtida!¡±. Lo han registrado en una base argentina situada en la pen¨ªnsula Ant¨¢rtica, Esperanza, un r¨¦cord confirmado oficialmente. ¡°Esto es consecuencia de un efecto muy local, por s¨ª solo no indica un fen¨®meno como el cambio clim¨¢tico¡±. El primero en dec¨ªrmelo es Jaime Fern¨¢ndez, el predictor de la Agencia Estatal de Meteorolog¨ªa (Aemet), que se encarga cada d¨ªa de las previsiones meteorol¨®gicas en la base Juan Carlos I. ¡°Hay que fijarse en series de datos, no en r¨¦cords¡±, insiste. En su ordenador recibe las cifras de todos los dispositivos que la agencia tiene alrededor de la base para controlar la temperatura, los vientos, la humedad¡ De ah¨ª saldr¨¢ uno significativo: en esta base hizo de media 1,3 grados m¨¢s calor que en los 15 anteriores veranos australes. Estos d¨ªas, en la Gabriel de Castilla se superan los 13 grados, otro hito local.
Con la maleta llena de ropa t¨¦rmica para fr¨ªo extremo, comienzo a pensar que el equipaje preparado en Madrid con tanto esmero, y que pesa tanto, igual es exagerado. Sab¨ªa que el cambio clim¨¢tico est¨¢ afectando mucho m¨¢s en la zona occidental que en la que estamos, la oriental. En su ¨²ltimo informe, el Panel de Expertos de la ONU en Cambio Clim¨¢tico (IPCC) pronostica un aumento del nivel del mar de hasta 43 cent¨ªmetros para 2100 si no superamos los 2 grados respecto a niveles preindustriales y de m¨¢s de un metro si las emisiones contaminantes siguen creciendo como hasta ahora. Datos publicados en marzo en Nature revelan que los polos se est¨¢n derritiendo a un ritmo seis veces mayor ahora que en la d¨¦cada de los noventa. Se asegura que han perdido desde entonces 6,4 billones de toneladas de hielo y que ello ya ha aumentado los niveles oce¨¢nicos mundiales en 17 mil¨ªmetros en apenas 25 a?os.
Si hay un lugar donde esto se escucha y se ve es en la pen¨ªnsula Ant¨¢rtica y sus islas. ¡°Cierto, pero a¨²n hay muchas inc¨®gnitas sobre lo que pasa, as¨ª que hay que estar en el terreno y verlo para contrastar los modelos. La Ant¨¢rtida es un regulador del clima planetario y su deshielo generar¨¢ cambios en la salinidad de los mares, en las corrientes profundas y superficiales y, en general, afectar¨¢ a zonas que est¨¢n a muchos miles de kil¨®metros¡±, explica el glaci¨®logo de la Universidad Polit¨¦cnica de Madrid (UPM) Francisco Navarro, uno de los principales investigadores del estudio de los glaciares del sur del mundo.
?l ha participado en la primera fase de la campa?a y ya est¨¢ de vuelta cuando inicio mi viaje. En total, para tres meses se ha movilizado a 205 personas entre cient¨ªficos, t¨¦cnicos y militares, que desde finales de diciembre hasta mediados de marzo se han distribuido en dos fases para desarrollar 17 proyectos, 13 de ellos espa?oles. ¡°Esta es una de las grandes apuestas de nuestra ciencia. Su presupuesto es de ocho millones de euros, y una prueba de su ¨¦xito es que somos la d¨¦cima potencia mundial en producci¨®n cient¨ªfica sobre el continente¡±, apuntaba Antonio Quesada, secretario t¨¦cnico del Comit¨¦ Polar, antes de la salida. ¡°Estamos en una esquina de todo lo que es, pero es una esquina muy interesante¡±, auguraba.
El primer vistazo a la tierra ant¨¢rtica no puede ser m¨¢s desconcertante. En la isla Rey Jorge, donde el Hesp¨¦rides deja y recoge personal porque hay un aer¨®dromo, hay una especie de pueblo. Se ve la torre de una iglesia, un supermercado, numerosas edificaciones de bases cient¨ªficas y un pabell¨®n que resulta ser un gimnasio climatizado. Tambi¨¦n hay mucho traj¨ªn de cruceros tur¨ªsticos. ¡°Es que muchos turistas llegan en vuelos y aqu¨ª los recogen. Este a?o se esperaban 80.000, el doble que el pasado, y la mayor¨ªa chinos, pero con lo del coronavirus se ha reducido el n¨²mero¡±, comenta el bi¨®logo Javier Benayas, catedr¨¢tico de la Universidad Aut¨®noma de Madrid y experto en impactos de los viajes a este lugar remoto. ¡°El turismo est¨¢ controlado por el Tratado Ant¨¢rtico y de momento no es un gran problema, aunque ya se est¨¢ pensando en qu¨¦ hacer si se superaran determinadas cifras¡±, a?ade.
Junto a las edificaciones, en esta primera mirada tambi¨¦n sorprende el verdor en la costa. Bien es verdad que esta zona es conocida como el tr¨®pico de la Ant¨¢rtida, que se estima que su temperatura media ha aumentado unos 3 grados en 70 a?os y que es verano, pero todos los novatos polares esper¨¢bamos ver m¨¢s hielo, m¨¢s nieve.
Hay que llegar a la isla Livingston para ver de cerca los glaciares que rodean la bah¨ªa Sur, donde est¨¢ enclavada la base espa?ola Juan Carlos I. Hielo azul, blanco y negro en un revoltijo de matices. A la hora del desembarco, lo m¨¢s dif¨ªcil es colocarse el traje de supervivencia, m¨¢s conocido como teletabi por el aspecto que se tiene imbuido en ¨¦l. Lo siguiente m¨¢s complicado es conseguir bajar hasta la z¨®diac por una peque?a escalera de cuerda.
Junto a la costa est¨¢n los relucientes m¨®dulos rojos que componen la instalaci¨®n, inaugurada el a?o pasado. Evocan la est¨¦tica de una base espacial. Son en total 1.700 metros cuadrados, con plazas para 50 personas y m¨¢s de 220 metros cuadrados de laboratorios distribuidos en m¨®dulos. Christo Pimpirev, el cient¨ªfico y fundador del programa polar b¨²lgaro, contar¨ªa despu¨¦s detalles sobre los inicios de este lugar, en 1988: ¡°Por dos meses de diferencia no llegamos antes y nos instalamos nosotros aqu¨ª. Pero nos fuimos cerca y ahora somos vecinos y colaboramos estrechamente¡±. Para ir a su base, San Clemente de Ohrid, hay que coger otra z¨®diac. Es un r¨²stico refugio de monta?a, peque?o y cargado de recuerdos, que visitaremos d¨ªas despu¨¦s de la llegada.
Nada m¨¢s llegar a tierra, lo primero es conocer la base Juan Carlos I, sus habitantes y sus normas de convivencia. ¡°Las fronteras f¨ªsicas y mentales se diluyen aqu¨ª; es un esp¨ªritu que se mantiene gracias al Tratado que ojal¨¢ fuera contagioso al resto del mundo¡±, comenta Jordi Felipe, jefe de la base en esta segunda fase, tras coger el relevo a Joan Riba. Ambos pertenecen a la Unidad de Tecnolog¨ªa Marina del Consejo Superior de Investigaciones Cient¨ªficas (CSIC), responsable de las infraestructuras y log¨ªstica ant¨¢rticas. ¡°No existe otro paraje como este en la Tierra, tan importante, tan protegido y tan aislado. La Ant¨¢rtida es el laboratorio perfecto y por eso estamos aqu¨ª¡±, asegura.
Como era de esperar, hay normas de obligado cumplimiento para todos, sean cient¨ªficos, t¨¦cnicos o gu¨ªas de monta?a; son la clave para una buena convivencia. Lo fundamental son los horarios fijos de comidas para no colapsar la cocina, en la que Daniel prepara men¨²s suculentos. ?Los domingos hay churros! Tambi¨¦n es importante la reuni¨®n de las ocho de la tarde, momento en el que todos juntos escuchan en la c¨®moda sala de estar-biblioteca-cine las previsiones de Jaime, de Aemet, siempre con elaborados gr¨¢ficos en la gran pantalla en la que alguna noche se proyecta una pel¨ªcula, como Par¨¢sitos, o un cursillo de primeros auxilios alguna tarde de s¨¢bado. Luego, cada grupo ir¨¢ contando sus planes y necesidades de apoyo para el d¨ªa siguiente, que el jefe de base organiza antes de la cena. ¡°No olviden llevar encima un radiotransmisor para avisar de entradas y salidas. Hay que tener localizado a todo el mundo porque esta base es tan c¨®moda que se nos olvida d¨®nde estamos, que es un lugar aislado y con riesgos aunque no lo parezca¡±, explica Felipe. ¡°Ah, y nadie se saltar¨¢ el turno de apoyo a la cocina. Aqu¨ª colaboramos todos poniendo y quitando la mesa cuando toque¡±. El momento de relax llegar¨¢ despu¨¦s, y mientras unos organizan una partida de backgammon (el juego estrella de la campa?a), otros amenizan la velada con una guitarra y los hay que prefieren desentumecerse de las horas de laboratorio con una partida de pimp¨®n. Si no hay nubes, el espect¨¢culo del cielo ant¨¢rtico no tendr¨¢ competencia.
Los investigadores no tardan en instalarse en sus rutinas de trabajo. Traen planificadas las actividades desde Espa?a, y si bien algunos est¨¢n a expensas del clima, otros no dependen de factores externos, as¨ª que tras el desayuno se van a sus laboratorios y se ponen en marcha. Entre los que salen cada d¨ªa est¨¢ el grupo del proyecto de la UPM que dirige Francisco Navarro. Hay dos glaciares de Livingston que controlan desde hace 20 a?os, el Johnson y el Hurd, y aunque son peque?os para las dimensiones ant¨¢rticas, est¨¢n ayudando a conocer muchos de los secretos mecanismos que oculta el hielo en este continente. En esta segunda fase han venido el glaci¨®logo Ricardo Rodr¨ªguez, un veterano polar, y el joven Jos¨¦ Manuel Mu?oz. ¡°Tenemos registros del Johnson desde comienzos de este siglo y referencias hist¨®ricas desde 1957, y hemos visto que hasta el a?o 2000 su hielo retrocedi¨®, pero luego se estanc¨® e incluso aument¨® su masa, hasta el punto que parec¨ªa que se iba a tragar la base b¨²lgara; sin embargo, desde la campa?a de 2016 de nuevo va para atr¨¢s¡±, explica Rodr¨ªguez mientras se coloca los esqu¨ªs.
Un viento g¨¦lido corta la piel cuando comienza la ascensi¨®n a la zona superior del hielo. Nos acompa?an gu¨ªas de monta?a, que ayudan a transportar el equipamiento. Todos vamos encordados para evitar caer en alguna de las grietas, aut¨¦nticas bocas del averno en las que no se ve el fondo. Al parecer, otros a?os ven¨ªan con motos de nieve, pero en esta campa?a no. El objetivo son los puntos donde a?os anteriores dejaron instaladas estacas de madera que, clavadas a dos metros de profundidad en el hielo, les sirven para averiguar c¨®mo avanza el glaciar. Al final de esta ma?ana gris, llegamos hasta un punto que alguien bautiz¨® como Despe?aperros y desde donde se ve el otro lado de la costa de Livingston en todo su esplendor.
Casi todas las estacas que se han encontrado estaban en el suelo o a punto de caerse. Solo en 3 de las 61 controladas en ambos glaciares han podido medir la altura de nieve respecto a 2019. Ricardo Rodr¨ªguez no disimula su asombro: ¡°Desde que vengo en 2007, nunca hab¨ªa visto tantas tiradas. Puede deberse a un deshielo mayor o porque quiz¨¢ cae menos nieve. En realidad, como no sabemos cu¨¢nta cae, este a?o hemos instalado con el Instituto Geogr¨¢fico Nacional (IGN) y el apoyo del Ej¨¦rcito de Tierra una estaci¨®n del sistema global de navegaci¨®n por sat¨¦lite (GNSS) que nos ayudar¨¢ a saberlo y as¨ª controlar mejor si la masa gana o pierde durante todo el a?o. Si esto sigue as¨ª, el glaciar no se regenerar¨¢ y desaparecer¨¢¡±, augura.
El Johnson no llega al mar. En la costa, junto al frente del glaciar, las perezosas focas de Weddell y alg¨²n ping¨¹ino pap¨²a se mueven entre los miles de fragmentos de hielo que ha dejado la marea. Algunos son desprendimientos del propio Johnson. Por el gigantesco muro de hielo azul y negro chorrean litros de agua derretida como miles de grifos abiertos. En la base tiene un boquete-cueva que est¨¢ desgajando su aparente solidez. En realidad, es la visi¨®n del mismo retroceso que experimentan el 87% de los glaciares en el occidente ant¨¢rtico. En su caso, pese a los a?os de estabilidad documentado de su masa, su zona central ha retrocedido 140 metros desde 1990. Y a su vera, el glaciar Hurd no est¨¢ mejor. Hace d¨¦cadas que no llega al mar y este a?o su l¨®bulo Sally Rock perdi¨® otros 7 metros de hielo, que se suman a los 252 metros de retroceso que ten¨ªa acumulados desde 1957. Ahora, la playa de piedras que ha dejado en su huida es el para¨ªso elegido por decenas de elefantes marinos para solearse.
Junto con los glaciares, uno de los lugares con las mejores vistas en Livingston es el monte Reina Sof¨ªa. Subir hasta su cima por el desmenuzado periclasto volc¨¢nico requiere una m¨ªnima forma f¨ªsica, pero es el lugar escogido por muchos proyectos para poner antenas, estaciones y sensores de diversa ¨ªndole. Ah¨ª hay una estaci¨®n meteorol¨®gica de la Aemet, el receptor instalado este a?o para controlar el glaciar v¨ªa sat¨¦lite, medidores de contaminaci¨®n de metales pesados y otros dispositivos que controlan una capa que no se percibe a simple vista, pero cuya estabilidad, como la de las masas de hielo, est¨¢ en crisis. Se trata de los suelos congelados o permafrost, que se est¨¢n viendo alterados por el cambio clim¨¢tico.
El grupo del ge¨®logo Miguel ?ngel de Pablo, de la Universidad de Alcal¨¢ de Henares, tiene instaladas 13 estaciones para medir la temperatura de estos suelos y 2 que monitorizan su capa activa, tanto en esta isla como en Decepci¨®n. Incluso hay una en el campamento de la pen¨ªnsula de Byers, una instalaci¨®n estacional que se gestiona desde la base Juan Carlos I y es un lugar de especial protecci¨®n por su riqueza natural. Su trabajo consiste en mantenerlo todo en buen estado y recoger los datos que registran. ¡°Este a?o parece que ha hecho m¨¢s calor, pero lo que miramos son las series y detectamos que el permafrost se est¨¢ calentando, que ahora est¨¢ a -1 grados donde antes estaba a -2 o -3 grados. Si sigue esa tendencia, tambi¨¦n desaparecer¨ªa, y eso supondr¨ªa la movilizaci¨®n de otra gran cantidad de agua que, como la de los glaciares, cambiar¨ªa las temperaturas de los oc¨¦anos que regulan el clima; en definitiva, un cambio en la ecolog¨ªa global. Es un riesgo que aumenta seg¨²n el permafrost se acerca a los cero grados¡±, apunta el cient¨ªfico.
Los sensores que recogen los datos est¨¢n bajo la tierra y la roca, a una profundidad de entre 50 y 80 cent¨ªmetros. En algunas zonas, por debajo hay hasta 200 metros de permafrost, aunque en superficie nada lo indica. Es m¨¢s, ese suelo helado puede estar cubierto de la vegetaci¨®n que ocupa el territorio sin hielo.
Precisamente este a?o hay varios proyectos centrados en esa vegetaci¨®n polar. ¡°Cuidado. No hay que pisar fuera de los senderos. Esas manchas de las piedras son tesoros a conservar. Son l¨ªquenes¡±, recuerda Riba a los despistados. Y es que en torno a la base hay espacios protegidos en los que crecen las dos ¨²nicas plantas vascu?lares que existen en la Ant¨¢rtida, adem¨¢s de l¨ªquenes, de los que hay unas 500 especies diferentes en el continente, y musgos que se extienden creando islas de verdor sobre la tierra negra por los que pasean cr¨ªas de ping¨¹ino pap¨²a y alg¨²n que otro sk¨²a, un especie de p¨¢galo, un ave de gran tama?o muy com¨²n en estas tierras.
Es el jard¨ªn que rodea el m¨®dulo que aloja, entre otros, el laboratorio de biolog¨ªa del proyecto Eremita, de la Universidad de Mallorca. Experimentan con todo vegetal que cae en sus manos. Cyril Douthe los recoge, Melanie Morales los tortura con radiaciones de infrarrojos y Margalida Roig mide su fotos¨ªntesis. A veces los exponen a temperaturas muy altas. Otras los congelan. ¡°Forma parte de un proyecto global de tolerancia de la vegetaci¨®n a condiciones de mucho estr¨¦s ambiental. Se trata de descubrir c¨®mo hacen para sobrevivir en invierno. El musgo, por ejemplo, sabemos que en esos meses inhibe la fotos¨ªntesis. Es una estrategia propia, ¨²nica. Por ello, si desaparecen estas especies con el cambio clim¨¢tico, que favorece la llegada de invasoras, perder¨ªamos una biodiversidad gen¨¦tica fascinante por su capacidad de supervivencia de la que podemos aprender mucho¡±, explica la bi¨®loga Alicia Perera. A lo largo del mes, es dif¨ªcil no verla inmersa en su mundo de musgos, a los que pone cables y sensores para no dejar escapar ning¨²n detalle de su fisiolog¨ªa.
Sobre especies invasoras saben muchos los investigadores del proyecto Anteco de la Universidad Rey Juan Carlos, entre los que est¨¢ el catedr¨¢tico Javier Benayas. Pasa la campa?a a bordo del Hesp¨¦rides, donde en cuanto lleg¨® despleg¨® su equipo de recolecci¨®n de col¨¦mbolos, unos microartr¨®podos imperceptibles a la vista humana que se encargan de descomponer la materia org¨¢nica de los suelos. Ya es un experto en subir y bajar del buque. ¡°Claro que han llegado especies invasoras a la Ant¨¢rtida. En flora, el pasto europeo Poa pratensis, en cuya erradicaci¨®n ya participamos hace a?os, y tambi¨¦n el Poa annua, que ya he encontrado en varios lugares. Pero este a?o buscamos col¨¦mbolos porque de la veintena de especies que tenemos en la pen¨ªnsula Ant¨¢rtida, seis son aliens que se han tra¨ªdo de fuera, no sabemos cu¨¢ndo, y vemos que se extienden, ayudados por las aves o el viento. Son unos bioindicadores muy buenos de los impactos que generamos tanto humanos como el cambio clim¨¢tico¡±, explica. Al poner el ojo en el microscopio se ven unos diminutos bichos con patas y antenas, unos m¨¢s claros y otros m¨¢s oscuros.
Sus compa?eros del proyecto, Luis Rodr¨ªguez Pertierra y Pablo Escribano, se han quedado en la base Gabriel de Castilla, en la isla Decepci¨®n. Bastan unas cinco horas de navegaci¨®n para viajar hasta all¨ª desde Li?vingston. Es un lugar peculiar, una isla con forma de rosquilla mordida, la caldera inundada de un volc¨¢n que sigue activo. La Gabriel de Castilla, gestionada en este caso por el Ej¨¦rcito de Tierra, es la ¨²nica nota de color en medio de un paisaje en blanco y negro, un mundo de hielo y lava que acoge a grandes colonias de ping¨¹inos barbijo y una biodiversidad muy vulnerable. Cuando se pasean sus cr¨¢teres es f¨¢cil imaginarse en otro planeta. En el m¨®dulo de vida de esta base se respira el aire de los sitios que acumulan historias en sus paredes: fotos de campa?as anteriores, recuerdos de visitas, placas¡ Entre militares y cient¨ªficos, tiene espacio para 32 personas, que duermen en peque?as habitaciones con cuatro literas. Las ventanas est¨¢n tapiadas para que no entre la luz en esos d¨ªas interminables en los que el sol no acaba de dar paso a la noche. A lo largo de la jornada se suceden las videoconferencias con colegios.
Rodr¨ªguez Pertierra y Escribano han instalado su laboratorio en un igl¨² de fibra de vidrio. All¨ª someten a los col¨¦mbolos, que van localizando en diferentes lugares, a temperaturas tan extremas como las que usan los del grupo Eremita con sus musgos. Su objetivo es observar la resistencia de nativos y de los aliens. Rodr¨ªguez Pertierra, que lleva muchos a?os visitando la Ant¨¢rtida, lo tiene claro: ¡°Este continente es un lienzo en blanco, un sistema natural simplificado en el que la llegada de un solo organismo genera cambios importantes. Una gram¨ªnea como la Poa annua podr¨ªa enverdecer los suelos, pero es que adem¨¢s generar¨ªa un efecto cascada que puede propiciar la llegada de m¨¢s col¨¦mbolos de fuera, mosquitos y otros organismos que se ven favorecidos por el cambio global y porque los humanos hemos roto las barreras geogr¨¢ficas que proteg¨ªan el continente¡±.
Este verano austral, en los glaciares de Decepci¨®n tambi¨¦n ha habido muchos desprendimientos. Las estaciones que hay en la isla para detectar se¨ªsmos han registrado a primeros de marzo 1.200 movimientos que en realidad eran derrumbes en los glaciares. Es un recuento preliminar de Itahisa Gonz¨¢lez y Vanessa Jim¨¦nez, de la Universidad de Granada, que viven pegadas a las pantallas para controlar los sism¨®grafos de un volc¨¢n que puede dar un susto. Adem¨¢s, los militares han descubierto en el monte Ir¨ªzar una gigantesca grieta-cueva que no exist¨ªa y una parte del glaciar negro cercano a Caleta P¨¦ndulo se ha ca¨ªdo.
?Y qu¨¦ pasa con la fauna? La imagen de cientos de miles de ping¨¹inos barbijo en la colonia de Punta Descubierta es hipnotizadora. Parece mentira que, como cuenta el bi¨®logo Andr¨¦s Barbosa, del Museo Nacional de Ciencias Naturales, est¨¦n disminuyendo, pero ¨¦l y su grupo han documentado que son casi un 40% menos que hace pocas d¨¦cadas porque ahora hay menos hielo marino y ello afecta al krill, que es su alimento.
¡°Cuando est¨¢s aqu¨ª se es m¨¢s consciente de todo lo que nos queda por saber de este inmenso continente de 14 millones de kil¨®metros cuadrados. Est¨¢ protegido, pero nuestro comportamiento acaba teniendo su reflejo en la Ant¨¢rtida. A la vez, lo que pase aqu¨ª nos impactar¨¢ a nosotros por lejos que estemos. Por eso hay que venir, aprovechar cada instante y documentarlo¡±, asegura Jordi Felipe. Cuando lo cuenta a¨²n no sabe que esta campa?a se terminar¨¢ abruptamente 10 d¨ªas antes de lo previsto porque la situaci¨®n en el mundo por el coronavirus va a peor. El Hesp¨¦rides adelantar¨¢ su regreso a Espa?a para finales de abril con sus bodegas y neveras cargadas de muestras cient¨ªficas.
Desde un ventanal de la base Juan Carlos I se ve c¨®mo lentamente el mar se cubre de trozos de hielo. Sobre uno de ellos hay una foca leopardo zamp¨¢ndose un ping¨¹ino. Un lobo marino tumbado en la costa gru?e. Una sk¨²a se pierde graznando hacia el glaciar¡ La Ant¨¢rtida en estado puro.
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