El paisaje cambia sin que se mueva una hoja
Vamos a echar de menos a todo el mundo ahora que el mundo cambia. Y a¨²n m¨¢s a los que ten¨ªan el mejor ojo para sospechar de las cosas antes de que ocurriesen
Jos¨¦ Mar¨ªa Calleja vivi¨® uno de los tiempos m¨¢s importantes de este pa¨ªs, aquel en el que se plant¨® cara al terrorismo fascista de ETA y, como consecuencia de ello, y entre cad¨¢veres de amigos, para mucha gente el fascista y el terrorista era ¨¦l. Hoy que ponemos el foco en la persecuci¨®n de las mentiras, a¨²n sin ¨¦xito y a menudo contraproducentemente, se va una persona que representaba el tiempo en que decir la verdad en p¨²blico costaba la vida. Alguien que tuvo que ser protegido en una democracia para no ser asesinado por defenderla, y que ni siquiera en las c¨¢rceles de Franco se dio el lujo del odio aun cuando la banda vol¨® por los aires a Carrero Blanco porque intuy¨® a tiempo que alegrarse de un asesinato lo ¨²nico que consegu¨ªa era prestigiar al asesino. Tuvo buen ojo.
Me entero de la muerte de Calleja al mismo tiempo que una amiga me comunica la muerte de su abuela; me ha llamado mientras escribo un art¨ªculo sobre la muerte del padre de un m¨¦dico. No veo la televisi¨®n, escucho poco la radio, leo apenas dos o tres peri¨®dicos; todas las muertes de las que me informo llegan por WhatsApp y las siento caer como en aquel juego, Hundir la flota, cada vez m¨¢s cerca de mis barcos pero nunca en agua, siempre en barcos de los dem¨¢s. La industrializaci¨®n de esta tristeza que no concibe ni siquiera tanatorios o funerales, nada m¨¢s all¨¢ de un mensaje a alguien por el que ir¨ªas con gusto a darle un abrazo, se deteriora con el tiempo, como si las cosas no empezasen a ir contigo; suele ocurrir precisamente en el momento en el que empiezan a ir contigo m¨¢s que nunca.
El paisaje de ah¨ª fuera, ese que no vemos porque est¨¢ cerrado, cambia irreversiblemente sin que se mueva una hoja. No va a hacer falta ir a los cementerios; bastar¨¢ salir a la calle para ver los huecos que han dejado los clientes habituales de los bares, de las peluquer¨ªas, de los peque?os comercios que queden en pie, de las peque?as librer¨ªas que queden en pie, de las peque?as consultas que queden en pie; en ese mundo que quede en pie, el que ten¨ªamos m¨¢s a mano, ser¨¢ todo m¨¢s perceptible y m¨¢s cruel.
Hace dos semanas, el due?o de un bar me contaba su miedo particular, el de abrir y empezar a echar en falta, con el tiempo, a uno y a otra, y no saber ni siquiera a qui¨¦n preguntarle. La pandemia ha fundado una muerte sin cortejo, algo que est¨¢ ocurriendo invisible ante nuestros ojos salvo casos excepcionales, por su oficio, como el de Calleja. Imaginen que no fuese as¨ª y abrir los peri¨®dicos, encender las radios y las televisiones y, a los pocos d¨ªas, echar en falta a este o a aquel, a determinado ministro, a una periodista, a un tertuliano, a una cient¨ªfica. Esto es lo que va a ocurrir en Espa?a en los pr¨®ximos meses sin la fortuna de las luces y los taqu¨ªgrafos; muertos por intuici¨®n. Exactamente como se mueve seis semanas despu¨¦s el Gobierno, que ha decidido en un primer momento (me cuesta creer que cuando esto se publique no se haya rectificado) que los ni?os puedan salir a los bancos, los supermercados y las farmacias. Los ni?os, repito, no los yonquis.
Vamos a echar de menos a todo el mundo ahora que el mundo cambia. Y a¨²n m¨¢s a los que ten¨ªan el mejor ojo para sospechar de las cosas antes de que ocurriesen.
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