H¨¦ctor Abad Faciolince: ¡°La vida es muy de telenovela: rid¨ªcula y obvia¡±
Su padre dijo: ¡°Yo voy a ser recordado gracias a mi hijo¡±. Y esa profec¨ªa cre¨® un compromiso interno espantoso a H¨¦ctor Abad Faciolince. En Lo que fue presente, sus diarios, escarba en ello y en sus experiencias vitales sin eludir traiciones, deslealtades, terrores y conflictos internos. De la duda ante su escritura a la intimidad de un padre que llevaba doble vida, pero que lo adoraba. Tambi¨¦n sus frustraciones, sus experiencias con ambos sexos, su obsesi¨®n por la huida¡ Un escritor abierto en canal.
Asomarse a las p¨¢ginas de un buen diario puede tomarse como una lecci¨®n que agita y sacude la vida. Extra?a y edificante, justo en la crudeza de lo que se revela m¨¢s bajo, m¨¢s miserable. Muchos lo redactan en una especie de aliento secreto, como un pacto de autoconfesi¨®n que sirve sencillamente para aclararse y que no tiene despu¨¦s por qu¨¦ ver nunca la luz. La decisi¨®n de escribirlos puede resultar espont¨¢nea, incluso inconsciente. Pero el hecho de publicarlos, adem¨¢s, en vida, algo muy meditado y valiente. H¨¦ctor Abad Faciolince (Medell¨ªn, 1958) lo ha hecho. Ha puesto a disposici¨®n del lector aquellos exorcismos que, a manera de apuntes, v¨®mitos de palabras o catarsis con temblores que solo calmaba la sintaxis en la oscuridad de una habitaci¨®n, fue rellenando entre 1985 y 2006. Lo ha titulado Lo que fue presente (Alfaguara) y en ellos queda esa lejana intimidad con pecados que necesitaba purgar en huida continua, pero no necesariamente para arrepentirse: infidelidades, deslealtades, ruinas, miserias, despojos, la sombra de un padre a quien inmortaliz¨® en El olvido que seremos ¡ªllevada ahora al cine por Fernando Trueba, con Javier C¨¢mara en el papel del m¨¦dico al que asesinaron paramilitares en Medell¨ªn¡ª, pero tambi¨¦n ternura, la lucha por el amor de sus hijos, por ser digno de la herencia familiar, las dudas del autor que no a¨²n no sabe si cada l¨ªnea merece la pena¡ O el joven que busca en escarceos homosexuales y acaba en varios descalabros heterosexuales sin que la impotencia quede fuera de sus penitencias ni sus disfunciones¡ Un escritor, un hombre, abierto en canal, generoso en la cicatriz de sus heridas, para que todos aprendamos de su peripecia vital comentada a trav¨¦s de Skype desde Madrid con ¨¦l en Medell¨ªn, roto el confinamiento a trav¨¦s de la pantalla.
Pregunta. Esa din¨¢mica, esa pulsi¨®n de huida permanente que despiden sus diarios, no s¨¦ si refleja un estilo de vida que no vuelva a ser posible al menos en una temporada. ?C¨®mo lleva el encierro en Medell¨ªn?
Respuesta. La huida es la expresi¨®n de la libertad. Sea verdad o mentira, la ilusi¨®n de cambiar de vida, ir a vivir en otro pa¨ªs, siempre la he tenido y no ha desaparecido con los a?os. Estas medidas necesarias a las que estamos sometidos no nos deben acostumbrar a que prime la seguridad sobre la libertad. La enfermedad dejar¨¢ un impacto psicol¨®gico fuerte. Pero yo espero no tenerle miedo a la libertad. Cuando esto pase, que pasar¨¢, porque hasta las pestes medievales pasaban, conf¨ªo en recuperar ese ejercicio de ser libre, y tiene que ver con el movimiento.
P. Ese debate libertad / seguridad ha encontrado un matiz acaso m¨¢s inquietante que tiene que ver con la salud. ?Afectar¨¢ m¨¢s por eso a nuestras vidas?
R. Yo lo entiendo muy bien. Soy hijo de un m¨¦dico y hermano de una epidemi¨®loga. Son los expertos quienes deben llevar la vocer¨ªa y las riendas. Tenemos la responsabilidad de no contagiar a los dem¨¢s, sobre todo a los m¨¢s mayores. Debemos pensar de qu¨¦ manera lo equilibramos. Sobre todo los pa¨ªses que cultivamos lazos estrechos: los que entregamos a nuestros hijos a los abuelos, aquellos a los que nos gusta sentirnos cercanos, vamos a quedar muy castigados. Nuestra forma de vida va a pagar un precio m¨¢s alto. No me veo saludando a mis hijos con una reverencia, ni renunciar a tomar un vino con los amigos. Al menos se est¨¢ vendiendo m¨¢s vino: eso me gusta¡
P. ?Qu¨¦ dice su hermana la epidemi¨®loga?
R. Ella est¨¢ trabajando en Rionegro, un municipio cercano a Medell¨ªn. Est¨¢ en contacto con los enfermos, asesora y ayuda a la secretar¨ªa de salud de ese lugar sobre usos y medidas, de acuerdo con lo que se va conociendo y estudiando. Va a trabajar todos los d¨ªas a una oficina de coordinaci¨®n y examina lo que va pasando tambi¨¦n en los pa¨ªses donde pega duro, como Espa?a o Italia. Toca fortalecer el sistema de salud en todas partes. No lo pueden hacer los privados, tiene que encargarse el Estado.
P. Una de sus muletillas m¨¢s recurrentes, seg¨²n confiesa usted mismo en sus diarios, es la expresi¨®n ¡°tal vez¡±, sin¨®nimo de duda.
¡°Mi padre dijo una vez: 'Yo voy a ser recordado gracias a mi hijo' y eso me cre¨® un compromiso interno espantoso¡±. "
R. Tal vez, quiz¨¢s, ojal¨¢, no s¨¦¡ A m¨ª me encanta. Cuando le comento a un m¨¦dico mis s¨ªntomas y me dice ¡°no s¨¦¡¡±, entonces yo conf¨ªo mucho en ese m¨¦dico. Me parece bienvenido el escepticismo. Volvemos, como ves, a la crisis, cuesta no salir de ah¨ª.
P. Claro, pero ahondando en eso, ?la situaci¨®n no resulta una tentaci¨®n para tomar decisiones salom¨®nicas? Sobre todo cuando debes dar indicaciones y dictar normas para millones de personas.
R. Un Gobierno tampoco puede decir: ¡°Quiz¨¢s es bueno que se queden en casa¡±. Otros creen que tal vez los m¨¢s autoritarios funcionan mejor en este tipo de crisis. A lo que puedes responder: a lo mejor China est¨¢ ocultando un mont¨®n de muertos¡
P. ?La duda es la condici¨®n esencial del escritor?
R. Hasta lo que m¨¢s detestas puede llevar su parte de raz¨®n. As¨ª es como debes afrontar incluso las novelas. La antipat¨ªa tiene su punto de vista aceptable.
P. En los diarios observamos a un joven zascandil. ?Est¨¢ de acuerdo?
R. Esa palabra se usa poco ac¨¢.
P. Pero seguro que la conoce de sus tiempos en Lavapi¨¦s.
R. Es muy bonita, la conozco, claro.
P. Por no hablar de su expl¨ªcita vida amorosa.
R. Un escritor de novelas debe vivir. Estar rodeado de libros es bonito, pero si no vives, si las lecturas no las combinas con la calle, el cuerpo, el amor, la muerte, la enfermedad, la insatisfacci¨®n, el fracaso¡ Habla mucho del fracaso este diario, de ganarse la vida en lo que uno pueda, no en lo que quiere, de recibir la generosidad de otros cuando no tienes donde vivir, de que te presten una casa, de que tu hermana te haga parte del mercado porque t¨² no llegas. Todo eso creo que, si lo lees en un libro y no lo has vivido, puede que lo medio entiendas, pero que si lo lees y, adem¨¢s, lo has vivido, la humillaci¨®n y el fracaso, estar jodido, la infidelidad¡
P. M¨¢s que la infidelidad, la traici¨®n, ?no?
¡°Est¨¢ muy presente en mis diarios la impotencia. Es que eso de tener un pene, que es un m¨²sculo involuntario¡¡±.
R. Bueno, s¨ª, la deslealtad absoluta, la mentira como forma de vida, a ratos.
P. S¨ª, pero no se eche las manos a la cabeza como si fuera cosa de otros.
R. ?Ay, no¡! Por un momento te vi vestido de negro y que en la pantalla faltaba una rejilla, padre confesor.
P. Queda absuelto. Este libro se puede leer tambi¨¦n como un follet¨ªn, como una telenovela.
R. La vida es muy de telenovela. Estas cosas tan rid¨ªculas que nos ocurren y a la vez tan obvias¡
P. ?Qu¨¦ pens¨® al pasarlos a limpio? ?Se reconoc¨ªa o cre¨ªa que hablaban de otro?
R. Yo dec¨ªa: ¡°?Pero es que este t¨ªo es imb¨¦cil! ?Ah¨ª veo el precipicio y se va a caer!¡±. La duda era publicarlo.
P. Y en tiempos del Me Too, ?por qu¨¦ exponerse a que le escupan a uno por la calle?
R. Tambi¨¦n, s¨ª. Porque si a m¨ª m¨¢s o menos me quieren es porque me confunden con mi padre gracias a El olvido que seremos. Creen que soy bueno y ecu¨¢nime, pero van a descubrir que soy un pobre hijoeputa¡ Uno fracasa y fracasa y fracasa. Aun as¨ª, si tiene la obsesi¨®n de escribir, puede sacar de esa experiencia, puede entender mejor la condici¨®n humana e incluso aprender a vivir un poco mejor, despu¨¦s de tantos ensayos horribles.
P. Otra raz¨®n puede ser lo que le dijo Gabriel Iriarte, su editor, que en Colombia no exist¨ªan diarios as¨ª. Tampoco en muchas partes, con esa crudeza.
R. Aqu¨ª no existe esa tradici¨®n, ni siquiera p¨®stuma, de revelar la intimidad as¨ª, descarnadamente. Pero no es una memoria.
P. Pero esos diarios sirven como una autobiograf¨ªa.
R. S¨ª, pero sin pasarlos por la memoria, en caliente. Tampoco lo estaba haciendo de manera consciente. Nada que ver. La memoria lo convierte todo en una belleza, aqu¨ª, no. Cuando uno se porta mal existe una disonancia cognitiva que te justifica. En este caso, no. Yo me pregunto qu¨¦ mierda me pasa, trataba de entender por qu¨¦.
P. ?Encuentra en estas p¨¢ginas y en el hecho de publicarlas los s¨ªntomas de un arrepentimiento?
R. No soy cat¨®lico, aunque siento todav¨ªa esa parte de m¨ª, desde la infancia. El diario tiene algo de purga y lo sent¨ªa al escribirlo as¨ª. No arrepentimiento, la vida no la puedes corregir, lo hecho forma parte de ti y no hay vuelta atr¨¢s aunque pidas perd¨®n mil veces. Es la constataci¨®n de que la vida fea o bonita es as¨ª como fue: ?qu¨¦ puedo sacar de eso? Pues, no s¨¦. La sensaci¨®n de que la bondad y la felicidad es dif¨ªcil, que esa b¨²squeda se estrella contra tu car¨¢cter y tu forma de ser. Purga es la palabra¡
P. La presencia de su padre es constante. Cuando le¨ª El olvido que seremos pens¨¦ que era usted una especie de Edipo al rev¨¦s, en direcci¨®n contraria: no hacia su madre, sino hacia su padre. Extra?o y maravilloso al tiempo. ?Qu¨¦ ha significado para usted su ausencia?
R. En el diario hay muchos comentarios y fechas en rojo.
P. ?Es sangre?
R. Cuando apenas fui a Espa?a hace poco, lo comprend¨ª. Tarde, a posteriori. Jos¨¦ Mar¨ªa de Pereda, cuando escribi¨® Pe?as arriba, al final se lo dedica a su hijo Juan Manuel con una cruz roja y una fecha. Este se hab¨ªa suicidado. ?l andaba describiendo una tormenta justo el d¨ªa en que se entera. La relaci¨®n padre-hijo es algo muy fuerte. Y al rev¨¦s tambi¨¦n. Yo la entend¨ª cuando tuve a los m¨ªos. Si la relaci¨®n es mala se vuelve devastadora. Si es buena, tambi¨¦n, porque te pesa toda la vida. Y las palabras del padre, cuando lo quieres, yo que soy el esc¨¦ptico, el del tal vez, te digo que poseen algo casi m¨¢gico. Te crean un compromiso interno espantoso, que hasta te jode. Una vez, antes de que lo mataran, mi padre dijo as¨ª en p¨²blico algo que me marc¨®: ¡°Yo voy a ser recordado gracias a mi hijo¡±.
P. ?Toma ya!
R. As¨ª lo dijo.
P. ?C¨®mo se carga con eso? ?Escribiendo El olvido que seremos?
R. Yo qued¨¦ mal. Esa frase nunca nunca se me pas¨®. Aunque al o¨ªrla pens¨¦: est¨¢ loco, de qu¨¦ habla. Yo me vi comprometido de por vida con aquello.
P. M¨¢s que una frase, es un destino.
R. Mira, yo nunca confi¨¦ mucho en mi capacidad de escritura, pero la que ten¨ªa mi pap¨¢ en m¨ª era infinita. Cada vez que ando hecho mierda pensando que no me sale, me digo, bueno, pero a ¨¦l le habr¨ªa gustado¡
P. Y estos diarios ?tambi¨¦n le habr¨ªan gustado?
R. Ah¡ Eso es otra cosa. El mismo libro que le dediqu¨¦ no s¨¦ si le hubiera convencido. Cuento ah¨ª discretamente lo que en estos diarios relato indiscretamente. Su vida ¨ªntima: esa doble vida. Lo hago porque juego conmigo mismo, meterse en otros es m¨¢s jodido. Lo hago porque no creo en la inmortalidad. No creo que pueda leerme.
P. ?Ni siquiera dentro de usted mismo cree que le pueda estar leyendo su padre?
R. Aj¨¢¡ ?Dentro de m¨ª¡? Como me he impuesto una norma de honestidad, no puedo omitirlo. El mismo editor, cuando yo hablo de la homosexualidad de mi padre, me pregunt¨® si quer¨ªa dejarlo as¨ª, en bruto. Y s¨ª, yo no lo voy a embellecer para que los expertos lo entiendan. No. Debe ser como es, como me lo pregunt¨® mi hermana: ¡°?Entonces mi pap¨¢ era marica?¡±. No sab¨ªa y lo descubri¨® al leer El olvido que seremos¡ Voy a servirme agua.
P. Vale, vale¡
R. Y claro que eso a ¨¦l no le gustar¨ªa.
P. ?Y a su madre?
R. Ella lo acept¨®. Y tuvo la reacci¨®n m¨¢s bonita entonces: ¡°Yo a tu padre lo quise entero, as¨ª como era, por completo¡±.
P. Lo de la homosexualidad tampoco la elude usted respecto a s¨ª mismo.
R. Tampoco, claro que no. Porque yo, en la adolescencia, estaba ah¨ª en la duda de si lo era o no.
P. Y prob¨®¡
R. Prob¨¦¡ Hasta me gust¨®, pero cuando uno anda lleno de hormonas, todo resulta muy atractivo. Y ya, ya no. No tengo nostalgia, lo veo hasta como con cari?o. Me da un sentido de apertura y tolerancia. Cuando uno acepta las pulsiones que socialmente menos se admiten, ah¨ª est¨¢, en los diarios de Andr¨¦ Gide o de Thomas Mann, ahora el primero ir¨ªa a la c¨¢rcel: le gustaban los muchachitos.
P. ?Puede que eso le ayudara a comprender tambi¨¦n su donjuanismo posterior?
R. Eso dicen, como que en esa b¨²squeda existe un deseo de reafirmar la masculinidad. S¨ª¡ Bueno, lo dice Freud, que a m¨ª tampoco me convence. Pero lo que est¨¢ muy presente en estos diarios es el miedo a la impotencia.
P. El miedo y a veces la verificaci¨®n, expresamente.
R. Es que eso de tener un pene, que es un m¨²sculo involuntario¡ Como la sonrisa, la franca, es un m¨²sculo involuntario. Por eso cuando uno sonr¨ªe sin querer, se nota.
P. ?A lo mejor eso es un triunfo vital? ?Poder dominar los m¨²sculos involuntarios?
R. Hay varias maneras: una, el camino de los santos. Alguno acaba castr¨¢ndose. Pero los que no somos castos, a veces odiamos tambi¨¦n lo contrario: la no erecci¨®n involuntaria, es decir, la impotencia. Estar ah¨ª como un idiota ante una criatura perfecta y nada. ?Pero qu¨¦ pasa! ?Haz algo! Acobardado, encogido. Querer y no poder¡
P. Sirve para todo como met¨¢fora.
R. S¨ª, pero en el caso del pene es tremendo. Muchas mujeres dicen sentir envidia de no tenerlo, pero a m¨ª me parece a veces un estorbo, algo muy complicado, esa cosa caprichosa, que cuelga, rid¨ªcula, fea y traicionera, que sobra y tiene su propia cabeza.
P. Y eso lo dice un circuncidado.
R. Sin ser jud¨ªos, aunque compartimos con ellos mi padre y yo eso y el rechazo por los tatuajes.
P.. La verdad es que de ni?o no se entiende bien que te lo hagan si no existe tradici¨®n o ley, pero de mayores, con el tiempo, ?se agradece?
R. De ni?o y en la adolescencia lo percib¨ª como una mutilaci¨®n. Al compararte con tus amigos resultaba un estigma. Una rareza. Adem¨¢s se ve¨ªa m¨¢s chiquito. Pero es que es m¨¢s higi¨¦nico, tiene muchas ventajas a la larga.
P. Dice que Freud no le convence, pero lo primero que hace en Viena al llegar es ir a ver su casa.
R. ?S¨ª! Yo es que me psicoanalic¨¦ muchos a?os con una doctora argentina, como debe de ser. Es que el psicoan¨¢lisis ha sido una especie de religi¨®n en el siglo XX, casi como el catolicismo. Muchos cre¨ªmos. Con sus sectas, adem¨¢s. Ahora vamos con la religi¨®n del ecologismo, el veganismo, el animalismo, que pueden llegar a ser movimientos muy fan¨¢ticos. Como si no pudi¨¦ramos vivir con gente que no nos proh¨ªba.
P. De Centroeuropa saca usted tambi¨¦n buena parte de sus referencias literarias.
R. Joseph Roth, aqu¨ª lo tengo, en la pared, Arthur Schnitzler, Stefan Zweig, el gran ensayo austroh¨²ngaro produjo creaciones incre¨ªbles para la humanidad: en el arte, la literatura, la ciencia, la medicina¡
P. Siempre con el debido respeto a los suyos. O prevenci¨®n, como la que tiene usted con Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez. Ser colombiano y de una generaci¨®n literaria posterior a ¨¦l, ?hasta qu¨¦ punto acompleja?
R. Tiene una fuerza tremenda, cada p¨¢gina posee la capacidad de encantarte, pero si tratas de imitarlo resultas rid¨ªculo. Como pasa tambi¨¦n con Borges. Garc¨ªa M¨¢rquez fue muy devastador para la generaci¨®n directamente posterior y tambi¨¦n despu¨¦s. Yo creo que lo pude leer tranquilamente. Para m¨ª ya no era un padre, s¨ª un abuelo, que pod¨ªa ser implacable. Como conmigo, por una cr¨ªtica que le hice.
P. Ya, pero despu¨¦s parece que se entendieron.
R. S¨ª, despu¨¦s me invit¨® a escribir en su revista. Sent¨ªa un gran respeto por su parte. Cuando yo iba a su casa, a M¨¦xico o Cartagena de Indias, me sent¨ªa intimidado, no era yo plenamente. Pero ¨¦l se mostraba siempre muy c¨¢lido. Hasta cuando enferm¨® segu¨ªa diciendo cosas bonitas y originales. Como que llegaba alguien y le soltaba: ¡°No s¨¦ qui¨¦n eres, pero s¨¦ que te quiero mucho¡±. Esas cosas te dejaban jodido. Y como me contaron que reaccion¨® al entrar un d¨ªa en su casa de Cartagena: ¡°No me acordaba que esta casa era nuestra, pero luego sembramos ¨¢rboles y nos quedamos¡±. Algo, alguien le dictaba cosas m¨¢s all¨¢ de s¨ª mismo. Eso es el genio, ese chorro de lenguaje o de invenci¨®n propia le pertenec¨ªa a ¨¦l y a muy pocos.
P. A quien no le han debido de sentar bien sus confesiones es a su paisano el escritor Fernando Vallejo.
R. Enloqueci¨® y escribi¨® cosas rid¨ªculas, delirantes. ?l tiene grandes libros, con arranques de genialidad, a veces. Pero es lo que en Antioquia llamamos un genio de pueblo. Destroza todo lo que se le ponga por delante: a Darwin y a Garc¨ªa Lorca. Todo le parece una mierda, la poes¨ªa es una ridiculez nemot¨¦cnica y sigue con esas estupideces: ?Hasta para hablar de coronavirus!
P. Tambi¨¦n hurga usted en la rivalidad entre los antioque?os y los bogotanos.
R. Yo detesto todo ese provincianismo que nos enfrenta. Pero es que Bogot¨¢ es una capital muy absurda, ah¨ª, a 2.600 metros de altura. Con una corte chiquita lejos de todo, fr¨ªa y lluviosa, que lleg¨® a ser virreinato ya en la agon¨ªa del imperio. No vivo all¨ª porque tengo demasiados amigos y me distraigo, pero si yo quisiera ir a una corte me voy a Madrid, que es m¨¢s s¨®lida.
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