Los l¨ªmites de la caricatura
La burla al poderoso debe que ser un arma que lo contrapese, no un barniz que lo maquille y lo haga parecer inocuo
En tiempos de la Primera Guerra Mundial, la propaganda alemana caracterizaba a los enemigos, es decir, a ingleses, franceses y estadounidenses, como unos payasos desorganizados a los que bastar¨ªa un soplo para vencer. En cambio, la propaganda de los aliados mostraba a los alemanes como b¨¢rbaros sanguinarios que pon¨ªan en peligro la civilizaci¨®n. Luego de que la contienda concluyera con la derrota de Alemania y las potencias centrales, los efectos de esta disparidad en los mensajes (pues los aliados llegaban al frente de batalla y encontraban, claro, a los monstruos de los que advert¨ªan sus carteles, mientras que los alemanes no ve¨ªan por ning¨²n lado a los d¨¦biles enemigos prometidos) fueron notados por el propio Hitler, un obsesivo del poder de las campa?as publicitarias, y que atribuy¨® una parte de la culpa del desastre a una propaganda desenfocada. Por ello, una vez en el poder, el funesto l¨ªder nazi no tard¨® en asegurarse de que aquellos a quienes deseaba perseguir (jud¨ªos, gitanos, opositores...) fueran convenientemente demonizados por el discurso oficial, y tambi¨¦n por los medios, los cartones pol¨ªticos, etc¨¦tera. El poder que alcanz¨® la maquinaria publicitaria nazi a¨²n hoy resulta espeluznante.
Ac¨¢ quiero ahondar en el error pol¨ªtico (y semi¨®tico, desde luego) que puede significar representar a alguien con poder como una caricatura. Los mexicanos, por ejemplo, estamos demasiado acostumbrados a ello y entre todos colaboramos para que sea as¨ª. El humor nacional acostumbra personificar a nuestros poderosos como pi?atas graciosas, f¨¢cilmente reventables. As¨ª, cada presidente ha sido v¨ªctima, durante su sexenio, de toda clase de chistes en los que es mostrado como un pintoresco est¨²pido o un ingenuo pillo. Podr¨ªan compilarse antolog¨ªas enteras de las bromas que han recorrido el pa¨ªs al respecto de las (presuntas o reales: en el caso del ingenio popular, lo mismo da) estupideces de Luis Echeverr¨ªa,Vicente Fox, Enrique Pe?a Nieto y Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador, las megaloman¨ªas de Jos¨¦ L¨®pez Portillo y Carlos Salinas, la rumoreada languidez de Miguel de la Madrid, el supuesto alcoholismo de Felipe Calder¨®n, etc¨¦tera. Todos han sido convertidos (y las redes sociales han radicalizado el fen¨®meno en los a?os recientes) en personajes de carpa, despojados, por el imaginario popular, de sus colmillos y garras reales en favor de las simples risotadas.
Sin duda, re¨ªrse del poder es una manera estupenda de contrapesar la solemnidad y la arrogancia de quien lo ejerce. Esta es una idea muy antigua, que viene de la s¨¢tira griega y romana, de los bufones medievales, y que est¨¢ en la ra¨ªz misma del periodismo cr¨ªtico. Pero no podemos confundir las cosas y pensar que la caricaturizaci¨®n va a influir de alg¨²n modo en la realidad. Nada de eso. Un Hitler bufo en una obra teatral o una pel¨ªcula no va a revivir a las millones de v¨ªctimas de los nazis. Un meme de Calder¨®n con una cuba libre en la mano tampoco va a volver el tiempo atr¨¢s y a evitar la "Guerra contra las drogas". Y un meme de L¨®pez Obrador sin saber qu¨¦ hacer ante la pandemia no va a orientarlo para actuar, desde luego. Porque esa caricaturizaci¨®n, que tanto nos gusta, tiene unos l¨ªmites m¨¢s que obvios.
Pero si olvidamos esto y comenzamos a entender la realidad bajo la ¨®ptica de los cartones, los memes y los chistes, asistiremos a la refriega pol¨ªtica cotidiana como aquellos alemanes que pensaban que enfrentar¨ªan alfe?iques muertos de miedo y armados con rifles de juguete. Por ello, el an¨¢lisis serio de la pol¨ªtica, tanto el profesional como el que cada ciudadano hace en su casa, tiene que prescindir de la caricatura. La burla al poderoso debe que ser un arma que lo contrapese, no un barniz que lo maquille y lo haga parecer inocuo. Los peligros del poder son m¨¢s que reales y uno de ellos es hacernos pensar que nuestra risa los difumina.
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