Un fantasma en la maquinaria
La cuarentena mundial que vivimos ha sido tambi¨¦n la piedra intrusa que ha conseguido trabar, as¨ª sea por un tiempo, los engranajes de la m¨¢quina de dominaci¨®n espectacular y sus afanes de intrascendencia
¡°Cuando lo importante se reconoce socialmente como lo instant¨¢neo, y lo ser¨¢ a¨²n en el instante siguiente y al otro y al otro, y siempre reemplaza otra importancia instant¨¢nea, puede decirse que el medio garantiza una especie de eternidad de la no-importancia¡±. Esto lo escribi¨® Guy Debord en su Comentario sobre la sociedad del espect¨¢culo, por all¨¢ de 1988. Debord se pas¨® la vida denunciando, con acritud, el poder del espect¨¢culo y esa enajenaci¨®n total de la vida privada y p¨²blica que articula, como un control incluso m¨¢s f¨¦rreo del que pueden ejercer los Estados, las ideolog¨ªas o las iglesias. Un control con cara simp¨¢tica, colorido y burbujeante, pero que nos rige con mano implacable.
Quiz¨¢ nadie interpret¨® tan bien como ¨¦l la hegemon¨ªa espectacular que se cocinaba en su tiempo (inspirador del situacionismo y del Mayo del 68, Debord muri¨® en los a?os noventa) y que, desde hace a?os, de modo incontrovertible, forma la parte medular de nuestra vida. Conocemos su huella m¨¢s clara: ese presente vertiginoso y chill¨®n, pero intrascendente en el que vivimos; un presente en el cual un ¡°¨²ltimo grito de la moda¡± es sustituido cada pocos minutos o d¨ªas (ya rara vez semanas o meses) por otro; en el que el v¨ªdeo ¡°viral¡± (y est¨²pido) de un tropez¨®n o un gato con ropita saca del reflector al anterior; en el que un nuevo ritmo estereotipado y simpl¨®n fagocita y sustituye en el Hit Parade a su antecesor; en el que adultos conscientes reniegan de las ideas complejas y se entregan a una c¨®moda rutina de dibujos animados, superh¨¦roes, juegos y juguetes al por mayor.
Ese presente abrumador, en el que cualquier idiotez es revestida de importancia descomunal y en el que, por tanto, nada importa; en el que los analistas ¡°subversivos¡± se limitan a intentar ex¨¦gesis sobre el supuesto poder revolucionario de cosas perfectamente inocuas (dise?adas y ejecutadas desde su origen como productos espectaculares) como la nueva canci¨®n de Beyonc¨¦, las ocurrencias de los youtubers o los memes del Grumpy Cat; en que cada semana se nos habla machaconamente de ¡°hechos hist¨®ricos¡± (en el f¨²tbol dominical, en las series de televisi¨®n, en el casting de una pel¨ªcula) que se olvidan el siguiente lunes¡ En fin.
La cuarentena mundial que vivimos no solo ha sido el bache en que tropez¨® la maquinaria de la desastrosa salud p¨²blica mundial, ni el reventador de los neum¨¢ticos de la econom¨ªa globalizada. Tambi¨¦n es la piedra intrusa que ha conseguido trabar, as¨ª sea por un tiempo, los engranajes de la m¨¢quina de dominaci¨®n espectacular y sus afanes de intrascendencia. Desbordados por las noticias horripilantes del Covid-19, los noticieros, las redes, los medios en general, han sido incapaces de imponer a rajatabla sus rituales de superficialidad acostumbrados. Incluso sus mecanismos m¨¢s inocentes (y poderosos) como los memes y v¨ªdeos ¡°virales¡± miran hoy casi exclusivamente hacia el horizonte quemado de la pandemia. Los ¡°artistas¡±, ¡°influencers¡±, y ¡°famosos¡± luchan de modo desesperado por permanecer en el centro de la atenci¨®n, s¨ª, con cancioncitas solidarias y v¨ªdeos de autosuperaci¨®n, pero solo para ser superados cada d¨ªa por esas cifras espeluznantes y an¨®nimas de contagiados y muertos que la realidad nos arroja a la cara.
No hay modo a¨²n de pronosticar con seguridad, a menos que uno sea un farsante, si la crisis del Covid-19 marcar¨¢ un cambio en el modo del vida planetario. Pero al menos ha hecho crujir el sistema como ninguna otra circunstancia hace decenios. Y su irrupci¨®n ha marcado, tambi¨¦n, la vuelta de la verdadera Historia, la que no puede ser controlada ni maquillada como una irrelevante ¡°tendencia¡± (esa Historia a la que, dec¨ªa Debord, el espect¨¢culo se afanaba por poner ¡°fuera de la ley¡±) y un regreso de nuestra capacidad de detenernos, de observar, de salirnos de la banda sin fin del espect¨¢culo en la que corremos como h¨¢msters y, acaso, recuperar la perspectiva y la memoria.
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