D¨ªas para ser gato (y IV): M¨ªa ondea la bandera blanca
La gata m¨¢s veterana de la casa vuelve a dar muestras de cari?o y a reclamar caricias
Superada la cincuentena, parece que M¨ªa y At¨²n empiezan a aceptar la presencia continua de un humano en la casa. Sospecho que han pasado a considerarme un elemento m¨¢s de sus dominios. Un mueble que se mueve. Quiz¨¢ por eso At¨²n se apoya sin miramientos sobre mi barriga cuando le da por echar carreras, record¨¢ndome con cada salto que hace demasiado tiempo que no le corto las u?as.
Al principio del confinamiento, a M¨ªa parec¨ªa no hacerle mucha gracia la nueva situaci¨®n. Cada ma?ana se colocaba en la puerta de casa alternando una mirada melanc¨®lica entre la manilla y su due?o. Miraba a la manilla, me miraba a m¨ª. Miraba de nuevo a la manilla, me volv¨ªa a mirar a m¨ª. Cuando sal¨ªa a la compra, pod¨ªa percibir en su mirada la ilusi¨®n de la vuelta a la rutina. Al regresar, apenas pasada media hora, su expresi¨®n cambiaba. Dicen que los animales no tienen noci¨®n del tiempo que pasa cuando est¨¢s fuera. Desconozco si es as¨ª. Lo que s¨ª puedo asegurar es que, sea lo que sea que hacen los gatos cuando est¨¢n solos en casa, es lo suficientemente divertido como para que, si pasas mucho tiempo en casa, cualquier salida les parezca escasa.
Seis semanas despu¨¦s, las cosas han cambiado (siempre que utilizo esta expresi¨®n me acuerdo de Atrapados en azul, la canci¨®n de Ismael Serrano). A los gatos les encanta la rutina y parece ser que hemos logrado alcanzar una. Es decir, que vamos por delante, porque ya estamos en una ¡°nueva normalidad¡±, esa expresi¨®n que tanto hemos o¨ªdo en las ¨²ltimas semanas y a la que tanto miedo tenemos todos. El problema es que, con un poco de suerte, esa nueva normalidad gatuna se quedar¨¢ vieja en unas semanas, y M¨ªa y At¨²n tendr¨¢n que volver a buscar su rutina.
En este tiempo de confinamiento, la vida en casa comienza temprano. Es At¨²n el que toca diana cada ma?ana. Debe de haber perdido el reloj, porque antes me despertaba con una precisi¨®n quir¨²rgica a las 7:25 y ahora cada d¨ªa es una nueva aventura. Nueva y m¨¢s madrugadora: al peque?o demonio de Tasmania que adopt¨¦ hace casi un a?o no se le ocurre nunca dejarme cinco minutos m¨¢s, no. Cada d¨ªa lo hace un poco antes.
Por las ma?anas, mientras trabajo, los dos duermen en las plataformas del rascador. At¨²n lo hace en el piso superior y M¨ªa en el que est¨¢ debajo. El que se despierta primero se encarga de hac¨¦rselo saber al otro a base de suaves zarpazos. Cuando se aburren, At¨²n viene a trabajar conmigo y M¨ªa aprovecha para descansar, desapareciendo hasta despu¨¦s de comer. At¨²n vigila con gran profesionalidad todo el proceso de preparaci¨®n del men¨². Intenta cinco o seis veces llevarse un poco de patata, una tira de pimiento o un mordisco del pescado (no hab¨ªa comido tan sano desde que me fui de casa de mis padres). Cuando comprueba que el robo de comida a¨²n no forma parte de la nueva normalidad, se desplaza a la mesa y me espera all¨ª tumbado, como si me quisiera hacer creer que es un gato distinto y que no va a intentar en ning¨²n momento sisar algo del plato. No, qu¨¦ va. Despu¨¦s, me echo un rato en el sof¨¢. Y all¨¢ viene At¨²n conmigo. Es un poco un gato-lapa. Es tan cari?oso que es complicado echarle la bronca por algo. Y les aseguro que, cada d¨ªa, la l¨ªa al menos en dos o tres ocasiones.
A media tarde vuelve a aparecer M¨ªa. Hasta ese momento, aplica una especie de confinamiento dentro del confinamiento, cobij¨¢ndose en un caj¨®n del ba?o y durmiendo la siesta entre toallas. Accede a su interior utilizando un truco que At¨²n, para su desesperaci¨®n, a¨²n no ha sido capaz de descubrir.
Y es entonces cuando aparece la M¨ªa que conoc¨ªa antes de la llegada a casa de At¨²n. Desde hace un par de semanas, ha vuelto a restregar su cara contra m¨ª y a reclamar caricias de formar regular. Incluso a amasar mi barriga con esa mirada que ponen ellos y con la que no se sabe si est¨¢n alcanzando el Nirvana o si es que se est¨¢n quedando dormidos. Tambi¨¦n ha empezado a jugar con At¨²n de una forma m¨¢s equilibrada. Hasta ahora, era el peque?o el que se pasaba todo el rato detr¨¢s de ella, persigui¨¦ndola y casi sin dejarla respirar. Ahora, alternan qui¨¦n persigue a qui¨¦n -tal vez sea que por fin han entendido c¨®mo funciona el juego- y la culpa en el inicio de las broncas est¨¢ m¨¢s repartida.
A las ocho menos cinco empiezan a rondar la ventana, esperando el aplauso. Mientras salgo al balc¨®n (les recuerdo que soy un hist¨¦rico y que no los dejo salir), los dos se quedan mir¨¢ndome a trav¨¦s del cristal, con los ojos abiertos como platos y las orejas totalmente estiradas. Despu¨¦s, At¨²n suele quedarse un rato m¨¢s mirando y maullando a los vecinos. M¨ªa se pone a controlar que no me salte ninguna de las repeticiones del ejercicio diario.
Cenamos juntos (ellos en sus comederos y yo en la mesa, se entiende) y, despu¨¦s, cada uno se pone en un lado del sof¨¢. M¨ªa tuvo que cederle a At¨²n su sitio favorito, pero parece que ya ha logrado amoldar el nuevo emplazamiento a su gusto. Veremos lo que tarda en ped¨ªrselo At¨²n. A veces, incluso, duermen juntos y se asean el uno al otro.
Creo que M¨ªa, que es muy suya y muy pr¨¢ctica, se ha dado cuenta de que no pod¨ªa transformar a los dos simples con los que comparte piso y ha decidido unirse a nosotros. No llega a perder en ning¨²n momento el decoro ni su altivez, pero ha optado por ver las ventajas de la situaci¨®n. Como si hubiera decidido, por fin, ondear la bandera blanca. Cualquiera le dice ahora que estoy deseando salir de casa.
P.S: Escribiendo el art¨ªculo, me he acordado de Bandera Blanca, la canci¨®n de Franco Battiato. Aqu¨ª les dejo su versi¨®n en espa?ol. Y una nueva, que descubr¨ª el otro d¨ªa, de Le¨®n Benavente.
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