Supervivientes de una generaci¨®n
Pertenecen a la quinta que m¨¢s ha sufrido en la historia reciente de Espa?a. Tras conocer la guerra, el hambre, la dictadura y diversas crisis econ¨®micas, lleg¨® la pandemia que se ha cebado en Espa?a con las personas mayores. Estas son las historias de veteranos que han superado el coronavirus.
Por si no hubiera sido bastante con la guerra, la hambruna, la dictadura. Por si no hubieran demostrado ya que un pa¨ªs puede superar una formaci¨®n del esp¨ªritu nacional con vicios como el autoritarismo y la obediencia ciega para caminar en pos de la democracia y la tolerancia. Por si acaso haber pasado hambre y fr¨ªo de ni?os no supusiera suficiente excusa para luego, jubilados, contribuir a que los hijos y los nietos pudieran torear el presente de una crisis como la de 2008 y apartar la maleza que no dejaba ver el futuro a sus nietos, ya bien entrado el siglo XXI¡ Por si todo eso no sirviera, no hubiese sido suficiente prueba para colgarles medallas y protegerlos hasta el fin de sus d¨ªas, lleg¨® la ¡ªesperemos¡ª ¨²ltima gran prueba que ha tenido que afrontar esa generaci¨®n de abuelos y bisabuelos nacida en los a?os veinte, treinta y cuarenta del siglo XX. El ¨²ltimo aguij¨®n les ha picado con veneno en la cara (en Espa?a, el 86% de los muertos por covid-19 ten¨ªan m¨¢s de 70 a?os). Muchos de ellos han sobrevivido pasando por los hospitales y las cuarentenas despu¨¦s de que les haya dado de lleno. Una gen¨¦tica de resistencia ha convertido a algunos de ellos en vanguardia entre los pacientes. Esgrimen un descomunal desaf¨ªo ante el sacrificio que ha servido de nuevo como ejemplo de su mano para un pa¨ªs que ya se ha repuesto gracias a ellos muchas veces ante los mayores golpes. Saben lo que es la incertidumbre. Que un d¨ªa pasa, vuelve a salir el sol y se disipan las tinieblas. Caminan armados, como transportando la piedra de S¨ªsifo. Caen, pero se vuelven a levantar. Son los supervivientes mayores del coronavirus.
CURARSE JUNTOS EN LA MISMA HABITACI?N
Entre Mod¨²bar de la Emparedada y Mod¨²bar de la Cuesta, provincia de Burgos, apenas hay tres kil¨®metros. Durante a?os, un solo cartero entregaba el correo por toda la comarca, muy cercana a la capital. Encarnaci¨®n Garc¨ªa Saiz era hija suya y tanto ella como sus ocho hermanos ayudaban a distribuir los sobres por todas partes. As¨ª que la muchacha se sab¨ªa bien el camino y lo transitaba regularmente. De la Emparedada a la Cuesta, los j¨®venes se desplazaban a menudo de un sitio a otro. Y as¨ª es como conoci¨® a ?ngel Saiz Moreno con 20 a?os.
Desde entonces hasta ahora, que ella tiene 84 y ¨¦l 86 a?os, no se han separado. Tampoco cuando ambos han contra¨ªdo el coronavirus, que han superado contagi¨¢ndose fuerza en la misma habitaci¨®n del hospital 12 de Octubre, en Madrid. ¡°Los m¨¦dicos pensaron que nos beneficiar¨ªa. Y as¨ª ha sido¡±, cuenta Encarnaci¨®n. ?ngel fue el que lleg¨® a preocupar m¨¢s a toda la familia. Le ten¨ªan que operar de la cadera y estuvo grave. Hoy no quiere casi ni recordarlo. Se le caen las l¨¢grimas con esa mezcla de sensaciones a la vez inc¨®modas y de puro alivio. Pensar que se aproxim¨® al l¨ªmite y regres¨® a la vida le provoca espanto y esperanza mientras sus hijos Jos¨¦ y ?ngel confiesan: ¡°Nunca le hab¨ªamos visto llorar¡±.
?ngel es un hombre que rezuma una bondad fr¨¢gil pero muy resistente. Quiz¨¢s la forj¨® dentro gracias a su crianza de labriego. ¡°Segar, trillar, tirar del arado con bueyes y caballos, cazar pichones que acababan en el restaurante Ojeda, el mejor de Burgos, o cuidar ovejas, esa fue nuestra infancia¡±, asegura. Hasta que se traslad¨® a Madrid. Dej¨® a Encarnaci¨®n en el pueblo, y ella entendi¨® entonces mejor el significado de que te llegaran las cartas a tiempo: ¡°Tres a?os estuvimos escribi¨¦ndonos¡±, comenta la mujer mientras acaricia la frente de su marido y le coge de la mano en su piso de la madrile?a calle de la del Manojo de Rosas, junto a la avenida de Andaluc¨ªa. All¨ª viven desde que ¨¦l comenzara a trabajar en la secci¨®n de turismos de Barreiros, donde ha contribuido a fabricar durante a?os coches Dodge o de la marca Peugeot. ?l hubiese preferido algunas veces andar al aire libre, pero entr¨® en la f¨¢brica y ah¨ª se jubil¨® tras 40 a?os como rectificador en la cadena de montaje, principalmente, de una empresa donde trabajaban, dice, 15.000 personas.
¡°Los m¨¦dicos pensaron que nos beneficiar¨ªa curarnos juntos en la misma habitaci¨®n del hospital. Y as¨ª ha sido¡±
Despu¨¦s ha plantado cara a este zarpazo. Con Encarnaci¨®n, menos afectada por la enfermedad, pero muy fuerte, a su vera: ¡°Ped¨ª que me lo pusieran al lado para vigilarle de reojo, dejaba hasta la luz puesta de noche porque quer¨ªa verlo continuamente¡±, comenta ella. ¡°Nos dec¨ªamos tonter¨ªas, cosas nuestras y del pueblo. Cuando me dieron el alta, me dejaron seguir yendo por las tardes¡±. Una excepci¨®n, dice, que asumieron los m¨¦dicos. Quiz¨¢s, al observarlos, la evidencia de que no pueden vivir el uno sin el otro les convenci¨®. Aunque eso es muy dif¨ªcil de aplicar al diagn¨®stico sanitario en mitad de una pandemia. Ol¨¦, de todas formas, por los doctores que lo supieron intuir.
Cuando ?ngel lo super¨®, no ha pedido el cielo. Mientras tanto, en el hospital, un buen d¨ªa solt¨®: ¡°?Tengo unas ganas de ir a mi casa y comerme tres huevos fritos!¡±. Hoy Encarnaci¨®n lo recuerda: ¡°No s¨¦ por qu¨¦ dijo exactamente tres huevos fritos¡±. Era una manera de reivindicar excesos. Sin pasarse tampoco. ?ngel sabe muy bien lo que desea de ahora en adelante: ¡°Vivir la vida, salir a pasear, volver al pueblo cuando pueda, estar con la familia, acompa?ar a mi mujer a la compra¡±. Y de paso, de vez en cuando, zamparse un bocadillo de pescadilla rebozada o de jam¨®n de los que Encarnaci¨®n le preparaba para el descanso en el trabajo. Eso tambi¨¦n.
VICENTE CASADO, UNA ESCUELA ANDANTE DE ARTES Y OFICIOS
Vicente Casado, a sus 96 a?os, bien pod¨ªa montar una escuela de artes y oficios. Ha sido pe¨®n, camionero, taxista¡ Como empresario ha montado negocios de venta de abonos para el campo, supermercados, zapater¨ªas, droguer¨ªas. Es m¨²sico, pero no se conforma con un instrumento: toca el viol¨ªn, el saxof¨®n, el piano y el acorde¨®n. Adem¨¢s, pinta y escribe¡
Despu¨¦s de haber superado un ataque de coronavirus en el hospital de Villalba (Madrid), regresa a sus aficiones en su casa de Guadarrama, el pueblo del que ha escrito una detallada memoria. Aun as¨ª, hay que sacarle el curr¨ªculo con cordel. No se da importancia. Pero su hija Gloria y su nieta Virginia agitan el recuerdo de quien no ha dejado probar suerte en una vida atravesada tambi¨¦n por varios infortunios.
La panader¨ªa de sus padres marchaba bien. Pero un buen d¨ªa se apostaron algunos batallones de soldados republicanos en el pueblo y todo comenz¨® a irse al cuerno. Vicente ten¨ªa 10 a?os. Comenzaba la Guerra Civil y Guadarrama iba a convertirse en un fort¨ªn cuya sierra de nadie domin¨® al completo en los tres a?os que dur¨® la contienda.
Sus tres hermanos y ¨¦l comenzaron a buscarse la vida. ?La perspectiva? Espantar el hambre y el fr¨ªo. ¡°Primero nos evacuaron a El Escorial. All¨ª estar¨ªamos m¨¢s seguros. Cuando termin¨® la guerra nos dedicamos a deshacer fortines con un pico y a sacar ra¨ªles de tren que hab¨ªan sido cubiertos. Tambi¨¦n a prensar hierba y a quitar nieve de los caminos¡ A lo que viniera¡±.
Sufrir esta enfermedad ha sido canallesco, criminal¡±, afirma Vicente Casado
Anduvieron as¨ª hasta que llegaron fondos para la reconstrucci¨®n del pueblo. ¡°Aprobaron el plan de lo de las regiones devastadas y edificamos casuchas. Hubo tajo para todo el mundo¡±. Se habilitaron parques, se reh¨ªzo la iglesia y la plaza del Ayuntamiento. Guadarrama, que lleg¨® a ser ruina, volv¨ªa a parecerse a Guadarrama.
Se cas¨® en 1950. Tuvo una hija, pero enviud¨® dos a?os despu¨¦s: ¡°Una apendicitis se llev¨® a mi mujer. Yo me qued¨¦ solo con la ni?a¡±. Volvi¨® a trabajar en lo que pod¨ªa y pronto vio que, al reiniciarse de manera m¨¢s expansiva las labores en el campo, los abonos pod¨ªan convertirse en un buen negocio. ¡°No me fue mal¡¡±, dice.
Se volvi¨® a casar y tuvo cuatro hijos m¨¢s. Ya hab¨ªa desarrollado una mentalidad de sagaz comerciante, para mantener a la familia. Dej¨® los piensos y su etapa de transportista y taxista. Mont¨® un supermercado, ¡°un Spar de esos¡±, y una zapater¨ªa que tambi¨¦n fue droguer¨ªa y perfumer¨ªa. No se considera maestro en nada, pero s¨ª experto en un poco de todo. Cuando le preguntamos qu¨¦ deber¨ªa constar en su carnet de identidad, dice: ¡°M¨²sico¡±. ¡°Eso s¨ª¡, un d¨ªa me dio la chaladura y empec¨¦ a tocar¡±, asegura.
Tanto que mont¨® una orquesta ambulante para romer¨ªas con la que tambi¨¦n sac¨® algo de dinero entonando boleros, tangos y pasodobles. Con eso satisfizo su impulso n¨®mada en ¨¢reas demarcadas: ¡°Conozco todas las provincias de Espa?a menos Barcelona¡±. De su afici¨®n a la geograf¨ªa prendi¨® en ¨¦l la necesidad de lanzarse tambi¨¦n al mundo. Disfrut¨® sobre todo de sus viajes a Israel y a Egipto. Alucin¨® con la pir¨¢mide de Keops.
Estos d¨ªas, tras haber superado la enfermedad ¡ª¡°ha sido canallesco, criminal¡±, afirma¡ª, le da a menudo a las teclas de un ¨®rgano electr¨®nico. ¡°Con el acorde¨®n no puedo, no sabes lo que pesa: ?nueve kilos!¡±. Necesita recuperar fuerzas. Tiene una bicicleta est¨¢tica en el sal¨®n alrededor de la cual merodea su gato y unos cuantos ¨®leos pintados sobre esquinas de su pueblo. Im¨¢genes est¨¢ticas en ocre que contrastan con las m¨¢s din¨¢micas de su escritura. ¡°Hice los Recuerdos de Guadarrama con la ayuda de mi amigo el historiador Jes¨²s Carrasco V¨¢zquez. Me sab¨ªa de memoria el nombre del 70% de los habitantes. Pero prefiero no contar por qu¨¦¡±.
MANUELA GRIMALDI: UNA BOMBILLA PARA TODA LA CASA
Cuando Manuela Grimaldi pulsa el interruptor de la luz es muy consciente de la suerte que tiene. ¡°De ni?a, en mi casa de Valdetorres de Jarama (Madrid) ten¨ªamos una bombilla y la llev¨¢bamos por todas partes: de la cocina a la cama, del cuarto de estar al jerg¨®n, donde dorm¨ªa con paja de ma¨ªz como resguardo. Si te pillaba una mala postura, llegabas a la ma?ana siguiente coja¡±. Tambi¨¦n, por tanto, da gracias todos los d¨ªas por acostarse cada noche en una buena cama con colch¨®n.
Ella ha empezado a disfrutar m¨¢s de cosas anheladas desde que se jubil¨®. Entonces comenz¨® a saldar cuentas con lo que le hab¨ªa arrebatado la necesidad y el duro trabajo. ¡°Me met¨ª en clases para mayores, ahora hasta he escrito mi vida. La psic¨®loga dice que es muy interesante y que tengo muy buena caligraf¨ªa¡±. Saca un ejemplar para que lo comprobemos. Y as¨ª es, contiene una letra recia y clara. Altiva y esmerada: para no sembrar dudas.
Tambi¨¦n es consciente de que su apellido responde a razones biol¨®gicas aunque no emparentadas con la realeza monegasca. ¡°Era el de mi madre, que me tuvo soltera. A los seis meses me quer¨ªa dejar en la inclusa, pero mi t¨ªa Gertrudis dijo que se ocupaba de m¨ª, con mi t¨ªo Manolo, y se convirtieron de hecho en mis padres. La otra mujer, cari?o no me ten¨ªa, pero ven¨ªa a verme¡±. Del progenitor, ?qu¨¦ sabemos? ¡°Manolo Pavesio, se llamaba. Ten¨ªa cara de burro y una pescader¨ªa. Cuando me iba a casar le fui a ver y le cont¨¦ que era su hija. No quiso saber nada, pero su hijo s¨ª. Y desde entonces, ¨¦l se ha portado como un hermano: es el mejor t¨ªo de mis hijas¡±.
He escrito mi vida. La psic¨®loga dice que es muy interesante y que tengo muy buena caligraf¨ªa¡±, dice Manuel Grimaldi
Ha tenido tres. Se cas¨® con un militar cuando trabajaba en el sanatorio de Santa Ana. All¨ª acab¨® aprendiendo de todo sobre otorrinolaringolog¨ªa. ¡°Pero no me pod¨ªan dar ning¨²n t¨ªtulo porque no ten¨ªa estudios¡±, comenta. El que iba a ser su marido acud¨ªa a visitar familiares. ¡°Me debi¨® ver por ah¨ª y se fij¨® en m¨ª. Un d¨ªa me llam¨® por tel¨¦fono para que nos hici¨¦ramos novios. ?l era de Segovia¡±. El matrimonio no fue un tr¨¢mite: ¡°En aquellos tiempos no dejaban casarse a los militares con hijas de madres solteras, as¨ª, de primeras. Me hicieron un informe; si sal¨ªa bueno, pod¨ªamos. Pero con un poquito de algo que no les gustara, no nos cas¨¢bamos¡±. Pas¨® la prueba. Y ambos trabajaron como guardeses de una casa en Pozuelo.
Mucha labor, pero menos que a la que estaba acostumbrada de ni?a: ¡°Pasamos hambre, ¨ªbamos con un cacito adonde los soldados a ver si nos ca¨ªa algo. Nos tir¨¢bamos la vida viendo y preparando comida para otros. Mi padre era cazador, pero todo se lo vend¨ªa a otra gente. Pajaritos pelaos y liebres para las familias ricas. Hasta engord¨¢bamos chones que acababan en la carnicer¨ªa, pero para nosotros nada¡±. Por eso se qued¨® en Madrid en cuanto ingres¨® enferma en el hospital del Ni?o Jes¨²s para que la operaran de un quiste: ¡°Me quitaron los piojos, me ba?aron y me dieron de comer, ?c¨®mo iba a volver al pueblo? Me qued¨¦ a trabajar ah¨ª y les mandaba dinero¡±.
Ahora que ha podido disfrutar m¨¢s de la vida, tampoco ha esquivado riesgos. Manuela empez¨® a sentirse mal al regresar de cuatro d¨ªas que pas¨® en Benidorm. Ingres¨® en el hospital Puerta de Hierro. Ah¨ª se sobrepuso gracias al cuidado de unos m¨¦dicos, unas enfermeras y un personal que no tienen precio. Pidi¨® con todas sus fuerzas sobrevivir. ¡°Tengo cuatro nietos, dos bisnietos y otros dos de camino. Por eso no quer¨ªa morirme. Pensaba que no iba a llegar a ver la carita de mis ni?os¡±. Y bajarlos a pasear, si es posible. ¡°Pero para eso necesito que me pongan un ascensor. Eso s¨ª te pido que lo escribas, por favor: que se ocupe el Ayuntamiento, la comunidad o Cristo Bendito, pero que nos monten un ascensor¡±.
MIGUEL RELL?N: EL ASPIRANTE A M?DICO QUE QUISO CAMBIAR EL MUNDO COMO ACTOR
Desde peque?o supo que en el joven Rell¨¢n conviv¨ªan dos Miguelitos. Uno acompa?aba a su padre, don Secundino, al hospital Civil de Tetu¨¢n, donde naci¨® en 1942 y vivi¨® hasta los 21 a?os con su familia. All¨ª se formaba junto a ¨¦l sin que nadie le obligara en la medicina de primera mano: ¡°?l era radi¨®logo, pero atend¨ªa de todo. Cuando llegu¨¦ a la Facultad en Sevilla, ya me sab¨ªa la anatom¨ªa hasta del rev¨¦s¡±, cuenta. Y adem¨¢s hab¨ªa tratado enfermedades que andaban casi por entero erradicadas en la Pen¨ªnsula, pero no en el protectorado marroqu¨ª: ¡°Tifus, lepra, tuberculosis¡ Llegu¨¦ a aprender a tratar partos, amputaciones, quemados o infecciosos junto a mi padre. Supe diagnosticar a pacientes por c¨®mo caminaban¡±. El otro Miguelito le¨ªa como loco, repet¨ªa cinco o seis veces la misma pel¨ªcula en el cine o la escuchaba de noche porque el sonido de la sala se colaba en su habitaci¨®n. Adem¨¢s, hab¨ªa visto entrar a Cary Grant en el hotel Vel¨¢zquez de T¨¢nger, donde tambi¨¦n escuch¨® cantar a los Platters. Era el m¨¢s farandulero y se empezaba a sentir ap¨¢trida acostumbrado a hacer amigos jud¨ªos o musulmanes sentados a su lado en la misma clase.
Con mi padre llegu¨¦ a aprender a tratar partos, amputaciones, quemados o infecciosos junto a mi padre. Supe diagnosticar a pacientes por c¨®mo caminaban¡± , dice Rell¨¢n
El rebelde c¨®mico bohemio se acab¨® imponiendo al aspirante a m¨¦dico (dej¨® la carrera a falta de dos asignaturas) y forj¨® una de las trayectorias m¨¢s legendarias en el cine y el teatro espa?ol. Pero en los ¨²ltimos dos meses, el Miguelito que le hubiera gustado m¨¢s a su padre ha regresado al hospital, para ser tratado de coronavirus. ¡°Nunca me pongo malo, pero aquellos s¨ªntomas me alarmaron porque resultaban extra?os en m¨ª y, como veo ahora, en general nos siguen pareciendo raros, desconocidos¡±. Cansancio cr¨®nico, malestar, un extra?o duermevela. ¡°Estaba en buenas manos, primero las de nuestro m¨¦dico de cabecera, el doctor Manuel Garc¨ªa del Valle, que vino a verme vestido de astronauta verde y dijo: ¡®?Al hospital!¡¯. Despu¨¦s, dentro de la cl¨ªnica Quir¨®n de Pozuelo, con la doctora Mar¨ªa Correyero¡±.
All¨ª se fue dando cuenta de que cuando salgamos de esta, los pol¨ªticos van a tener que cambiar unas cuantas prioridades. Habr¨¢ tres ¨¢reas cr¨ªticas a las que aplicar cuidados: la sanidad, la educaci¨®n y la cultura. ¡°La primera porque garantiza nuestra supervivencia, las otras dos porque nos elevan¡±. En eso sigue tan convencido como cuando comenzaba a hacer teatro independiente en Sevilla dentro de grupos como Esperpento, donde tambi¨¦n participaba, entre otros, Alfonso Guerra. ¡°Yo me met¨ª en este oficio, esp¨¦rate, no por ser famoso ni nada de esas chorradas. Yo me met¨ª a actor para cambiar el mundo. S¨ª, s¨ª¡±.
As¨ª lo sent¨ªa cuando programar a Bertolt Brecht o a Valle-Incl¨¢n supon¨ªa un acto pol¨ªtico y te pod¨ªa acarrear el cierre de la sala o unos buenos porrazos por parte de los grises. ¡°Creo que sigo con ese esp¨ªritu. Soy un rom¨¢ntico idiota, como ves. Y si bien puede que no llegue a tanto como cambiar el mundo, s¨ª que, aunque en cada funci¨®n toque la fibra de uno y salga distinto, ya me vale¡±. ¡°O, si no¡±, pregunta Rell¨¢n, ¡°?qu¨¦ ha pasado durante el confinamiento con la cultura?¡±. Lo formula consciente de la respuesta: ¡°Pues que la gente se ha encerrado en sus casas y se ha puesto a escuchar m¨²sica, a leer, a ver pel¨ªculas. ?Resulta que ¨¦ramos importantes!¡±. Aunque esto ¨²ltimo tiende a cre¨¦rselo mucho. ¡°A ver lo que escribes. Que sepas que no me puedes hundir porque yo ya estoy hundido¡±.
RAM?N MART?NEZ: CUANDO HABER PASADO HAMBRE ES UN ORGULLO
El d¨ªa en que Ram¨®n Mart¨ªnez, a sus 82 a?os, abandon¨® el hospital, sali¨® cantando. Era el cumplea?os de Carmen, su esposa, y le quiso dedicar una copla: ¡°Ya no me miras como me mirabas, ya no te acuerdas de aquel viejo amor. Si el destino me lleva a la tumba, cubrir¨¢s mi sepulcro de flores¡±. Quiz¨¢s no fuera el d¨ªa m¨¢s indicado para entonar aquello. Acababa de esquivar la muerte por el coronavirus. Pero lo hizo con tal chorro de voz que dej¨® patente la pericia de los servicios sanitarios c¨¢ntabros. La tonada demostraba a o¨ªdos de todo el mundo su total recuperaci¨®n.
Hab¨ªa entrado 14 d¨ªas antes casi ahogado y le ingresaron en Valdecilla antes de trasladarle al sanatorio de Liencres: ¡°Me faltaba la vida. No pod¨ªa respirar¡±. Ram¨®n reun¨ªa adem¨¢s todos los factores de riesgo y agravantes en ese cuerpo de jabato. Para colmo, la covid-19 se quer¨ªa cebar con ¨¦l. Destrozarle los diagn¨®sticos. Hacer aflorar su pasada neumon¨ªa; agudizar la diabetes, la hipertensi¨®n, el aneurisma en la aorta, y complicarle la amputaci¨®n que apenas semanas antes le hab¨ªan hecho de un dedo del pie. Pero no pudo. ¡°Es un milagro que est¨¦ en casa, no nos lo creemos¡±, cuenta su hijo Carlos.
¡°Estoy fuerte, no queda otra que echar la vela en el palo de proa y aguantar el temporal¡±, afirma Ram¨®n Mart¨ªnez
Con un cuadro as¨ª, 10 pastillas por la ma?ana y otras 10 por la noche, c¨®mo no iba a salir cantando. Es de las cosas con las que m¨¢s disfruta Ram¨®n. ¡°No se me da mal, no. Cuando vamos a Benidorm todos los a?os, canto jotas en el coro de la playa de Poniente¡±. Las entona con toda la fuerza de quien es consciente de su, ahora, buena suerte. Pero su vida ha sido una tunda continua, el triunfo de una voluntad precisa contra todas las tormentas que le ten¨ªa reservada la mar. ¡°Yo estoy encantado de cont¨¢rselo¡ A m¨ª no me da verg¨¹enza decir que he pasado mucha hambre¡±.
Hab¨ªa nacido en Comillas como el m¨¢s peque?o dentro de una familia de nueve hermanos. ¡°Al poco muri¨® mi padre, y mi madre se tuvo que quedar al cargo, enferma como estaba, la pobre, del coraz¨®n. Nos quedamos con el cielo arriba y la tierra abajo¡±. Ante un panorama as¨ª, no le qued¨® otro remedio que ponerse a trabajar. Se trasladaron a San Vicente de la Barquera, 15 kil¨®metros al oeste. ¡°All¨ª nos conoc¨ªan como los comillanos y ayud¨¢bamos a todo el pueblo¡±.
Pronto se meti¨® a pescar. De lo que mord¨ªa el anzuelo, com¨ªan. Si no¡ Antes prob¨® otros trabajos: ¡°El primero, descargar sacos de cemento en el seminario de los jesuitas en Comillas. Entre un amigo m¨ªo que se me muri¨® el mes pasado y yo lleg¨¢bamos a echarnos 400 kilos a la espalda en un semana¡±. A¨²n conserva el contrato que le hicieron enmarcado en su casa. Con 7,10 pesetas de paga al d¨ªa.
Luego anduvo unos a?os en una merlucera de cuatro tripulantes. Pero pronto acept¨® aquella oferta para un puesto en el astillero: ¡°Me dio por aplicar el refr¨¢n: al igual ganar, mejor en tierra que en la mar¡±. No ten¨ªa miedo al destajo: ¡°Sal¨ª as¨ª, con pantal¨®n corto ya andaba construyendo una tejera¡±.
Hoy, con tres hijos, tres nietos y seis bisnietos, disfruta compartiendo: ¡°No tengo nada m¨ªo y no hay cosa que me haga m¨¢s feliz que el hecho de que alguien venga a pedirme ayuda¡±. Est¨¢ listo para ello ahora en su casa de Santa Cruz de Bezana, a 10 kil¨®metros de Santander. Cada d¨ªa se lo toma como una fiesta de cumplea?os. La enfermedad, el ¨²ltimo trompazo que ha esquivado en la traves¨ªa, despierta en ¨¦l esas met¨¢foras del marinero que en cierto modo nunca dej¨® de ser: ¡°Estoy fuerte, no queda otra que echar la vela en el palo de proa y aguantar el temporal¡±.
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