De vidrio y piel
El roce y el contacto son parte esencial de nuestra cultura latina, por eso necesitamos espacios de encuentro
Fue all¨ª, en aquel invernadero de ni?os, rodeada de incubadoras, donde descubriste el poder curativo del contacto. Sobre el calor del pecho, piel con piel, protegidos como cr¨ªas de canguro, florec¨ªan los min¨²sculos beb¨¦s. Tu hijo estaba inm¨®vil, sedado, atado a un respirador, cuando la enfermera te anim¨® a tocarlo. Siguiendo sus indicaciones, te inclinaste para posar una mano en la piel blanda del cr¨¢neo, donde bull¨ªan sus sue?os, y con la otra mano envolviste las plantas de los pies, donde dorm¨ªan sus futuros pasos. Soportaste esa posici¨®n hasta sentir calambres en los brazos, abarcando su cuerpo y su breve estatura. Pronto ese ritual se convirti¨® en el mejor momento del d¨ªa, y vuestra calma se comunicaba al pulsiox¨ªmetro, que durante esa media hora no desaturaba. La pantalla azul del monitor trazaba una tranquila cordillera dentada, mientras el latido cardiaco dec¨ªa s¨ª, s¨ª, s¨ª.
En el hospital te ense?aron que tocar alivia el dolor y reduce la ansiedad. Ahora, bajo el azote de la pandemia, la proximidad nos pone en peligro. El licenciado Vidriera, de Cervantes, narra la fantasiosa historia de un joven estudiante de Salamanca que sufre unas repentinas y grav¨ªsimas fiebres. Un d¨ªa se levanta de la cama, demacrado y fr¨¢gil, convencido de que su cuerpo ya no es de carne, sino de vidrio. Con terror, suplica a extra?os y amigos que no se acerquen, el m¨ªnimo roce podr¨ªa quebrarlo. Se acostumbra a dormir enterrado hasta la garganta en pajares de mesones, rechaza temeroso los abrazos, come lo que le acercan con la punta de una vara y solo admite hablar desde lejos.
El miedo dibuja fronteras invisibles. En el parque, mientras persegu¨ªas palomas con tu hijo, jugabas a medir la distancia precisa, justo antes de que la bandada huyera volando. Ahora te descubres, como ave recelosa, calculando minuciosamente la distancia entre los cuerpos. En la calle, en el mercado, en la librer¨ªa, te mueves procurando respetar balizas y cuadr¨ªculas que definen tu camino como las casillas de una rayuela. Y al hacerlo te sientes extra?a y rid¨ªcula: no tocarnos nos trastoca.
Hace siglos que aprendimos el lenguaje de la piel. En l¨¢pidas y cer¨¢micas griegas aparece ya representado el apret¨®n de manos. Naci¨® como un s¨ªmbolo de paz: al extender el brazo para estrechar una mano, desvelas que no empu?as un arma ni escondes una daga en la manga. Los besos de saludo ¡ªotro gesto que ofrece el cuerpo inerme, confiado¡ª son tambi¨¦n una antigua costumbre mediterr¨¢nea. Era habitual entre los romanos, y en una de sus ep¨ªstolas san Pablo ped¨ªa a sus seguidores que se hermanasen as¨ª. Durante la Edad Media besar en la mejilla fue se?al de lealtad, pero, tras la peste negra del siglo XIV, los asustados europeos abandonaron la costumbre por miedo al contagio y no la recuperaron hasta que la Revoluci¨®n Francesa impuso ¡ªsin escatimar violencia¡ª la fraternidad.
Cuenta Cervantes que, tras dos a?os de atemorizado espejismo, el licenciado Vidriera se reconcili¨® con la fragilidad y la fortaleza de su cuerpo de carne, y volvi¨® a buscar la proximidad de otros. El roce y el contacto son parte esencial de nuestra cultura latina, por eso necesitamos espacios de encuentro, ¨¢goras, plazas p¨²blicas. Nuestra forma de vivir es un repertorio de cercan¨ªas: la vida en la calle, pasear con las manos entrelazadas, trabajar codo con codo, el baile y el abrazo de consuelo, la fiesta y el duelo. En El cielo sobre Berl¨ªn, de Wim Wenders, escuadrones de ¨¢ngeles guardianes, enfundados en abrigos oscuros, velan por los seres humanos. Nos leen el pensamiento, observan conmovidos nuestras alegr¨ªas y cuitas, pero permanecen intocables e invisibles a nuestros ojos. Hasta que uno de ellos, Damiel, se enamora de otro ser a¨¦reo, una joven acr¨®bata que trabaja en un circo. Para rozar su c¨¢lida piel, deber¨¢ renunciar a la inmortalidad. En el preciso instante de la caricia, un color luminoso ti?e la pel¨ªcula. Hoy debemos jugar a la rayuela de la distancia, pero solo volveremos a ser aut¨¦nticamente humanos, mentes y cuerpos curados, cuando recuperemos lo que los ¨¢ngeles envidiaron.
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