Un rodaje infernal, un director veintea?ero y unos actores al l¨ªmite. ?Resultado? La pel¨ªcula m¨¢s famosa de cualquier verano
'Tibur¨®n' cumple este fin de semana 45 a?os. Repasamos c¨®mo un director joven se hizo cargo de un proyecto monumental que hac¨ªa aguas por todos lados y se convirti¨® en un cl¨¢sico precisamente gracias a sus carencias
¡°Empezamos a rodar sin gui¨®n, sin actores y sin tibur¨®n¡±. As¨ª resum¨ªa el actor Richard Dreyfuss uno de los rodajes m¨¢s mitificados de Hollywood. Un tibur¨®n mec¨¢nico que no funcionaba, una producci¨®n que se alarg¨® de 55 d¨ªas a 159 y un presupuesto descontrolado (acab¨® costando el triple de lo previsto) promet¨ªan que Tibur¨®n ser¨ªa una chapuza que sentenciar¨ªa la carrera de Steven Spielberg. ¡°Una actriz muy famosa me dijo: 'Acabo de llegar de Los ?ngeles y todo el mundo est¨¢ hablando de lo irresponsable que eres y de que nadie te va a contratar nunca m¨¢s por el dinero que te est¨¢s gastando'¡± contar¨ªa el director a?os despu¨¦s.
Spielberg y los guionistas se pasaban las noches reescribiendo escenas para reforzar el componente humano de la historia, replantear el monstruo como una amenaza invisible y encontrar formas de rodar no con el tibur¨®n mec¨¢nico, sino a pesar de ¨¦l
Pero cuando se estren¨®, ahora hace 45 a?os, Tibur¨®n se convirti¨® en la pel¨ªcula m¨¢s exitosa de todos los tiempos e inaugur¨® una nueva era en Hollywood en un terremoto cultural cuyas r¨¦plicas todav¨ªa sufrimos. Tibur¨®n cambi¨® la forma en la que el cine se concibe, se promociona y se consume: esta es la historia del primer blockbuster.
Spielberg ten¨ªa 27 a?os y hab¨ªa dirigido dos pel¨ªculas (El diablo sobre ruedas y Loca evasi¨®n) cuando se puso al mando de la adaptaci¨®n de la novela superventas de Peter Benchley sobre un pueblo costero acechado por un tibur¨®n blanco. Su error de principiante fue insistir en rodar en el oc¨¦ano Atl¨¢ntico, en vez de en un tanque o un lago privado, para as¨ª conseguir planos espaciosos en los que lo ¨²nico que rodease a los protagonistas fuese la inmensidad. Pero si nadie se hab¨ªa atrevido a rodar en mar abierto antes ser¨ªa por algo: la sal marina corroy¨® los mecanismos del tibur¨®n mec¨¢nico, de 12 toneladas y 7,6 metros, y los 14 operarios encargados de manejar el aparato no consegu¨ªan que respondiese. Y cuando lo lograban una tormenta, una avioneta o un barco arruinaban el plan de rodaje.
Los cientos de horas muertas permitieron, eso s¨ª, que los actores ensayasen improvisaciones, dando lugar a escenas tan ¨ªntimas como aquella en la que el hijo de Brody (Roy Scheider) imita todos sus gestos a la hora de cenar. Spielberg y los guionistas se pasaban las noches reescribiendo escenas para reforzar el componente humano de la historia, replantear el monstruo como una amenaza invisible y encontrar formas de rodar no con el tibur¨®n mec¨¢nico sino a pesar de ¨¦l.

Aunque a menudo se habla de ¡°la magia del cine¡± o de ¡°afortunados accidentes¡±, el triunfo de producciones como Tibur¨®n radica en que el cineasta d¨¦ con un m¨¦todo creativo para apa?¨¢rselas ante los percances imprevistos. El tibur¨®n se convirti¨® en un depredador psicol¨®gico: apenas aparece en la pel¨ªcula pero, como ocurr¨ªa con el Harry Lime de El tercer hombre o el Hannibal Lecter de El silencio de los corderos, todos los personajes est¨¢n obsesionados con ¨¦l. El terror provendr¨ªa por tanto no de lo que el p¨²blico ve¨ªa, sino de lo que no ve¨ªa. De lo que se imaginaba.
Lew Wassermann decidi¨® que, en vez de estrenar 'Tibur¨®n' en 900 cines, reducir¨ªan su exhibici¨®n a 464: ¡°Quiero que la gente se quede sin entrada. Las colas en la calle ser¨¢n la mejor publicidad¡±
El pr¨®logo, con una chica devorada durante un ba?o nocturno, est¨¢ rodado desde el punto de vista del animal. La ausencia de tibur¨®n llev¨® a Spielberg a sustituirlo por objetos (cuando se queda enganchado de un dique o de un barril amarillo, estos hacen las veces de amenaza) o a mostrar solo su aleta surcando el mar. Y la m¨²sica de John Williams se encargar¨ªa de dotar al tibur¨®n de personalidad. La sencillez de su ostinato, inspirado en las cuerdas afiladas de Bernard Herrmann para Psicosis, sembr¨® para siempre en el subconsciente colectivo el desasosiego a nadar en aguas abiertas tal y como como 15 a?os antes Hitchcock hab¨ªa hecho con las duchas en moteles.
Durante el primer pase de prueba en Dallas, Spielberg vio a salir a un espectador que, tras vomitar en el ba?o, regres¨® a su butaca. El efecto de Tibur¨®n era literalmente el mismo que el de una monta?a rusa. Cuando las palomitas salieron volando por el sobresalto del p¨²blico ante la primera aparici¨®n completa del tibur¨®n (mientras Brody arroja cebos al agua con despreocupaci¨®n, en el minuto 80 de metraje), los productores comprobaron que la gente se tragaba ese tibur¨®n cochambroso que tantos quebraderos de cabeza les hab¨ªa dado y se dieron cuenta de que ten¨ªan un ¨¦xito entre manos. El alboroto del p¨²blico duraba tanto que apenas escuchaba la frase que Rob Scheider hab¨ªa improvisado para rematar la escena (¡°vamos a necesitar un barco m¨¢s grande¡±, que se convertir¨ªa en la l¨ªnea m¨¢s famosa de la pel¨ªcula y en una actitud ante la vida) y tuvieron que subirle el volumen en la versi¨®n definitiva.
Spielberg se vino arriba y quiso impactar con un segundo susto. Rod¨® en una piscina una escena adicional en la que Hooper encuentra la cabeza decapitada de un pescador y la insert¨® a los 50 minutos de metraje, lo cual conseguir¨ªa que el p¨²blico se pasase el resto de la pel¨ªcula en tensi¨®n. ¡°Tibur¨®n hac¨ªa que los espectadores utilizasen partes de su cerebro que no estaban acostumbrados a utilizar, porque solo se activan ante un peligro aut¨¦ntico¡±, analiz¨® M. Night Shyamalan en el documental The Shark Is Still Working, en un fen¨®meno parecido a cuando en 1960 las primeras personas que vieron Psicosis hu¨ªan despavoridas de la sala porque ni siquiera pod¨ªan concebir que la supuesta protagonista muriese a la media hora. Pero el terror de Tibur¨®n era m¨¢s l¨²dico. En los setenta, se consideraba que asaltar los sentidos primitivos de la audiencia era un truco barato asociado a la serie B (con la que Spielberg se hab¨ªa criado), pero Tibur¨®n convirti¨® la imaginaci¨®n del p¨²blico en un producto de consumo y en una forma de arte popular.

Durante aquel pase de prueba, los productores se reunieron en el lavabo para poder pensar con claridad sin el jaleo de la sala. Lew Wassermann decidi¨® que, en vez de estrenar Tibur¨®n en 900 cines, reducir¨ªan su exhibici¨®n a 464 (que segu¨ªan siendo un r¨¦cord, actualmente ostentado por El rey le¨®n con 4.725 pantallas en 2019): ¡°Quiero que la gente se quede sin entrada. Que los habitantes de Palm Springs tengan que conducir hasta Hollywood si quieren verla. Las colas en la calle ser¨¢n la mejor publicidad¡±.
Su ¨¦xito demostr¨® que las pel¨ªculas pod¨ªan ser eventos no con el paso de los meses y a?os, sino desde antes de su estreno. ¡®Tibur¨®n¡¯ convirti¨® ir al cine en una experiencia colectiva, el p¨²blico empez¨® a aplaudir durante las proyecciones y bati¨® el r¨¦cord de la taquilla mundial con 415 millones de euros
La campa?a promocional emple¨® estrategias sin precedentes: empez¨® un a?o antes del estreno con un tr¨¢iler (narrado con voz de documental: ¡°Es como si Dios crease al diablo y le diese... mand¨ªbulas [t¨ªtulo original de la pel¨ªcula]¡±), present¨® un p¨®ster puramente visual en el que el t¨ªtulo era casi innecesario e insert¨® anuncios de la pel¨ªcula en televisi¨®n, una pr¨¢ctica entonces in¨¦dita. Para cuando se estren¨®, Tibur¨®n era lo ¨²nico de lo que la gente hablaba en la calle.
Su ¨¦xito demostr¨® que las pel¨ªculas pod¨ªan ser eventos no con el paso de los meses y a?os, sino desde antes de su estreno. Tibur¨®n convirti¨® ir al cine en una experiencia colectiva, el p¨²blico empez¨® a aplaudir durante las proyecciones y bati¨® el r¨¦cord de la taquilla mundial con 415 millones de euros superando en 200 millones a la segunda, El padrino. Hasta el libro que detallaba el rodaje, The Jaws Log, fue un superventas porque ante las nuevas tecnolog¨ªas cinematogr¨¢ficas el p¨²blico sent¨ªa genuina curiosidad por averiguar c¨®mo se hac¨ªan las pel¨ªculas.
Comparada con los blockbusters actuales, claro, Tibur¨®n es cine de arte y ensayo. El conflicto reside en la soledad de los tres personajes protagonistas (hay estudios en torno a una metaf¨®rica crisis de la masculinidad que se?alan las fauces del animal como una vagina simb¨®lica, aunque Spielberg insiste en que ¡°la pel¨ªcula va sobre un tibur¨®n¡±). El monstruo ataca cuatro veces en dos horas, la ambientaci¨®n se beneficia de rodar con extras an¨®nimos de f¨ªsicos diversos para transmitir el caos de cualquier pueblo costero en pleno julio y, a pesar de la tensi¨®n (que ocurre en el espectador, no en la pel¨ªcula), el ritmo narrativo es tan pausado como en cualquier drama europeo.
Tibur¨®n se parece m¨¢s al movimiento del Nuevo Hollywood de Coppola, Scorsese o Polanski (influidos por la nouvelle vague francesa y obsesionados con la desconfianza casi paranoica del individuo ante las autoridades tras las decepciones del Watergate y la guerra de Vietnam) que a La guerra de las galaxias, la verdadera piedra angular del blockbuster porque fue la que que pis¨® el acelerador del cine, satur¨® al p¨²blico con efectos especiales y expandi¨® la escala de los escenarios donde ocurr¨ªan las aventuras de fantas¨ªa, g¨¦nero que a partir de entonces ser¨ªa el m¨¢s taquillero de Hollywood.

Los blockbusters que llegaron despu¨¦s fueron volvi¨¦ndose m¨¢s trepidantes, m¨¢s hipertrofiados y con menos sentido del suspense. Ninguna superproducci¨®n actual detendr¨ªa la acci¨®n para un mon¨®logo de seis minutos tan melanc¨®lico y macabro como el de Quint sobre los soldados devorados por tiburones tras el naufragio del USS Indianapolis (¡°pero al menos entregamos la maldita bomba¡±) justo antes del cl¨ªmax. Y cuesta imaginar otro blockbuster que se transforme en una aventura crepuscular durante su tercer acto, cuando los tres hombres se embarcan en una persecuci¨®n que evoca a Jon¨¢s, al capit¨¢n Ahab de Moby Dick y a El viejo y el mar,?de Hemingway, y convierte una pel¨ªcula palomitera en ¡°una extravagante descendiente de los cuentos mar¨ªtimos del siglo XIX, en los que la rabia y la obsesi¨®n desencadenan un v¨®rtice de violencia¡± seg¨²n admiraba el cr¨ªtico de The New Yorker David Denby.
Si el cine de Spielberg trasciende m¨¢s all¨¢ que el resto de blockbusters es porque ¨¦l sabe que el verdadero espect¨¢culo nace de los miedos y asombros infantiles: la primera aparici¨®n de los dinosaurios en Parque jur¨¢sico resulta tan conmovedora por los convincentes efectos digitales como por la reacci¨®n en las caras de Laura Dern y Sam Neill. Tal y como opina la cr¨ªtica Heather Havrilesky, ¡°ver alien¨ªgenas, monstruos o robots arrasar con Hong Kong no puede compararse con ver la emoci¨®n nerviosa de ver una aleta de tibur¨®n acerarse a una barca con tres ni?os¡±.
Por supuesto, las cr¨ªticas de Tibur¨®n la se?alaron como el principio del fin del arte cinematogr¨¢fico: ¡°Una pel¨ªcula ruidosa y aturullada que tiene menos pensamientos que un ni?o en una playa¡± (New York Times), ¡°uno se siente como una rata recibiendo electrochoque¡± (The Village Voice), ¡°un atrac¨®n desconcertante para los glotones de los sentidos¡± (Commentary).

El legado de Tibur¨®n es, por tanto, mercantil. Tibur¨®n aument¨® las expectativas de los estudios respecto al potencial econ¨®mico del cine, anim¨® al p¨²blico a no ser solo espectador sino tambi¨¦n participante de la experiencia cinematogr¨¢fica y demostr¨® que el verano pod¨ªa ser una ¨¦poca viable para estrenar pel¨ªculas. Hasta 1975, las mayores apuestas de Hollywood se estrenaban en Navidad porque en verano la gente solo quer¨ªa hacer planes al aire libre. Pero, entre 1965 y 1970, Estados Unidos pas¨® de tener 1.500 centros comerciales a 12.500, generando una cultura alrededor de ellos, y todos ten¨ªan multicines (con aire acondicionado) para que cada miembro de la familia pudiese meterse a ver una pel¨ªcula distinta: ir al cine ya no era una actividad sociocultural, sino un ratito m¨¢s dentro de una jornada completa dedicada al consumo.
Los adolescentes ahora ten¨ªan ingresos propios y Hollywood decidi¨® que ellos ser¨ªan su p¨²blico principal. (Tibur¨®n recibi¨® una calificaci¨®n para todos los p¨²blicos porque, seg¨²n el comit¨¦ encargado de la decisi¨®n, ¡°un tibur¨®n nunca ha atracado a nadie¡±). Y la fabricaci¨®n de camisetas, toallas o retretes con el p¨®ster impreso de Tibur¨®n (una pr¨¢ctica in¨¦dita entonces: por mucho ¨¦xito que tuvieran El padrino, Love Story o El exorcista nadie querr¨ªa llevar una gorra con su p¨®ster) consigui¨® que, por un par de d¨®lares, cualquier persona pudiese convertirse en un anuncio andante de la pel¨ªcula. A partir del ¨¦xito de Tibur¨®n, las superproducciones ya no se convert¨ªan en un evento sino que se vend¨ªan a s¨ª mismas como tal desde antes de su estreno. Y sus tramas deb¨ªan resumirse en una frase que a su vez cupiese en un p¨®ster, un tr¨¢iler y un Happy Meal.
Pero ser la responsable de la transformaci¨®n del cine en un objeto de consumo no ha devaluado el legado art¨ªstico de Tibur¨®n. Al apelar a miedos tan universales como la oscuridad de las aguas abiertas, que provocan escalofr¨ªos entre espectadores de cualquier pa¨ªs y de cualquier edad, la pel¨ªcula no ha envejecido ni un solo d¨ªa desde su estreno. De hecho muchos han acordado durante estos ¨²ltimos meses del alcalde de Amity y su obstinaci¨®n por mantener las playas abiertas a toda costa para proteger la econom¨ªa del turismo de la localidad y que, incluso cuando los muertos empiezan a reflotar, solo se preocupa de desvincularse de cualquier responsabilidad: ¡°Es psicol¨®gico. Si gritas 'barracuda' la gente no se inmuta. Pero si gritas 'tibur¨®n' tenemos un ataque de p¨¢nico en pleno fin de semana del 4 de julio¡±. A veces la realidad supera la ficci¨®n. Y casi siempre, la ficci¨®n explica la realidad.
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