Pu?os en alto contra el ¡®monopoly¡¯ racial
Cuando veamos a un negro pedir aire durante nueve minutos hasta su muerte, no pensemos solo en la brutalidad de un polic¨ªa blanco, sino en que ese tiempo son a?os de ox¨ªgeno privado a toda una comunidad
Pu?os en alto, rodillas al suelo y gritos de rabia. Cristales rotos y televisores que huyen a la carrera. Batallas campales contra la polic¨ªa. Todo por nueve minutos y un muerto. La fotograf¨ªa no hace justicia a la batalla racial. Pero como siempre, necesitamos una imagen en movimiento para entender el ayer, el porqu¨¦ y el ahora. As¨ª que juguemos, por unos segundos, una partida que se remonta centenares de a?os. Bienvenidos al monopoly, un juego que acaba con centenares de miles de manifestantes pac¨ªficos pidiendo justicia social, centenares de alborotadores que rompen cristales mostrando su rabia y decenas de personas que arrastran tras ellos sus televisores aprovechando, probablemente, la ¨²nica oportunidad que tuvieron de poseerlos.
El juego, propuesto por Kimberly Jones, activista estadounidense por los derechos de las minor¨ªas raciales, es un monopoly un tanto especial. Uno en el que la riqueza de cada partida se acumula para la siguiente y en el que, durante las quinientas primeras partidas algunos de los jugadores trabajan para aumentar, no su riqueza, sino la de sus contrincantes. Obviamente, durante las primeras 500 partidas, el resultado es predecible: el primer grupo no ha conseguido edificar ni las alcantarillas mientras que los segundos son due?os del Paseo de la Castellana, del Prado y de Fuencarral, todos ellos con espl¨¦ndidos hoteles que facturan sin medida a sus propios compa?eros y edificados sobre el sudor de la ¡°bondad¡± forzada de sus oponentes.
La obviedad de una injusticia tan abrumadora hace que, poco a poco, se cambien las normas del juego y se permita que todos los jugadores trabajen para s¨ª mismos. Pero no todos los participantes est¨¢n de acuerdo, se han acostumbrado durante tanto tiempo a no tener contrincantes y a que estos trabajen para ellos, que se resisten a perder sus privilegios. Queman sus hoteles, destruyen sus calles e incluso acaban por pisotear, cucurucho en cara, la dignidad de sus oponentes. Las partidas van pasando y su actitud, aunque persiste, comienza a ser apagada por el resto de jugadores. Un d¨ªa, por fin, las normas se cumplen. Ya todos podemos jugar en pie de igualdad: el monopoly, es finalmente justo, ?o no?
Los resultados de este particular monopoly son, cuanto menos chocantes. Seg¨²n Brookings Institution, la diferencia entre la riqueza de las familias blancas respecto a las negras en Estados Unidos es hoy, en 2020, mayor que hace cien a?os, cuando los negros a¨²n recordaban el peso de las cadenas. La riqueza mediana de una familia negra era en 2016 de 17.150 d¨®lares americanos frente a los 171.500 de una familia blanca. Y desde la crisis del 2008, la riqueza de las familias negras en EE.?UU. ha ca¨ªdo un 44,3% entre el a?o 2007 y el 2013.
Pero no todo es riqueza en este juego de mesa. Los negros suponen un tercio de la poblaci¨®n penitenciaria (multiplicando por tres la proporci¨®n racial). Adem¨¢s, los nueve minutos y un muerto, no son un caso aislado, alrededor de mil personas mueren al a?o a manos de la polic¨ªa en Estados Unidos (tres veces m¨¢s que los muertos por tiroteos) y de estos, las posibilidades de que la v¨ªctima sea negra son tres veces mayores que las de sus coterr¨¢neos blancos.
Est¨¢ claro que la partida describe las reglas de Estados Unidos, pero en nuestra acogedora y tierna Europa tambi¨¦n impusimos nuestras propias normas. Y estas tienen consecuencias. En B¨¦lgica, una persona con un nombre racializado tiene un 30% menos de posibilidades de ser llamado a una entrevista. En Espa?a, pese a que el porcentaje de mujeres nativas y migrantes con formaci¨®n universitaria es similar, las segundas ocupan el doble de puestos de baja cualificaci¨®n. Y en el Reino Unido si no eres blanco, tienes el doble de posibilidades de estar desempleado.
Todas estas cifras no derivan de una perversidad o incapacidad innata de la poblaci¨®n negra para desarrollar sus capacidades. Derivan de una historia que ha oprimido y violados sus derechos, coartando las capacidades de sus miembros de desarrollarse como iguales; de la preeminencia de una serie de sesgos raciales que se reproducen en todos los estamentos de la sociedad y de las instituciones que infligen siempre el precio m¨¢s alto en personas racializadas; de un modelo de promoci¨®n social escondido tras ¡°el cuco¡± del m¨¦rito, que oculta los privilegios (de raza, de clase y de g¨¦nero) como principal mecanismo para la promoci¨®n de la riqueza.
Dec¨ªa Rawls que nadie es merecedor de sus capacidades innatas ni de su punto de partida favorable dentro de la sociedad, todas ellas son fruto de la fortuna y no de nuestros m¨¦ritos o virtudes. El mayor determinante de nuestra posici¨®n en una sociedad sigue siendo hoy nuestro apellido, el sexo, el lugar donde nacimos y la familia en la que, por azares del destino, tuvimos la suerte en caer. Pero de la misma manera en que no somos merecedores de nuestros puntos de partida, s¨ª lo somos, como individuos y como sociedad, de generar los instrumentos y las condiciones para que esas desigualdades sean corregidas.
Seg¨²n Brookings Institution, la diferencia entre la riqueza de las familias blancas respecto a las negras en Estados Unidos es hoy, en 2020, mayor que hace cien a?os
As¨ª que cuando veamos a un negro pedir aire durante nueve minutos hasta su muerte, no pensemos? solo en la brutalidad policial de un polic¨ªa blanco, sino en que esos nueve minutos son horas, d¨ªas, a?os de ox¨ªgeno privado a toda una comunidad que ve como su situaci¨®n de conjunto sigue siendo escandalosamente desigual. Cuando juzguemos a los manifestantes alrededor del planeta pidiendo justicia racial, recordemos nuestras 500 partidas de monopoly trucado. Cuando criminalicemos a los j¨®venes envueltos en las reyertas contra la polic¨ªa, pensemos en cu¨¢ntas veces estos fueron discriminados, golpeados o dejados de lado por un sistema que los criminaliza y cuyos caminos est¨¢n trazados casi desde el d¨ªa en que nacieron. Entonces, y solo entonces, sabr¨¦mos por qu¨¦ #BlackLivesMatter y saldr¨¦mos a la calle con el pu?o en alto.
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