El fin de la cultura
Es un cl¨¢sico: siempre que aparece algo nuevo, hay conservadores que se oponen por si acaso. Sin ellos, el mundo ser¨ªa m¨¢s aburrido y quiz¨¢ m¨¢s vivible.
Se sent¨ªan enga?ados, defraudados, despojados tras tantos a?os de poder, y por eso fueron brutas sus reacciones en las redes: insultos, burlas, vilipendios varios en los claustros, las cortes, las aulas salmantinas. Acad¨¦micos y frailes ¡ªfrailes acad¨¦micos¡ª le dec¨ªan a quien quisiera o¨ªrlos que ese ingenio era un invento de Sat¨¢n, una forma de degradar el saber y deshacerlo: que ya cualquiera pod¨ªa publicar un texto sin revisi¨®n ni legitimaci¨®n, sin el marchamo del experto. Otros eran incluso m¨¢s apocal¨ªpticos: dec¨ªan que lo peor era que empezaba a haber libros en esa lengua vulgar, el castellano, que hasta entonces hab¨ªa estado felizmente limitada a chismorreos de verduleras y reyertas de fonda y tr¨¢ficos afines, una jerga de andar por casa, no como la verdadera lengua de la cultura, el lat¨ªn de siempre. Y que era culpa de esa m¨¢quina infernal y que por qu¨¦ el Se?or nos hab¨ªa abandonado y que era aterrador que todo fuera tan veloz: que 20 a?os antes no exist¨ªan y de pronto ya hab¨ªa casi 30 y d¨®nde iremos a parar ay madre.
Nadie lo sab¨ªa. En 1490 Espa?a todav¨ªa no hab¨ªa descubierto nada pero ya ten¨ªa todas esas imprentas. En 1470, es verdad, no hab¨ªa ninguna; fue entonces cuando un Juan Arias D¨¢vila, obispo de Segovia, quiso ponerse a la altura de los tiempos e import¨® un alem¨¢n, un Johannes P¨¢rix, para que viniera a hacerlo aqu¨ª. De P¨¢rix sabemos muy poquito: que naci¨® en Heidelberg, que vend¨ªa su oficio por Europa, que su letra se llamaba romana, que el obispo lo trajo y lo instal¨® y all¨ª, en Segovia, fabric¨® el primer libro impreso de estas tierras, un pe?azo: el Sinodal de Aguilafuente, las minutas de una reuni¨®n de curas.
Lo maravilloso, como tantas veces, no era el resultado sino el procedimiento: la imprenta de tipos m¨®viles que hab¨ªa inventado Johannes Gutenberg 20 a?os antes en Maguncia. La herramienta era, como dec¨ªa su inventor, capaz de fabricar una Biblia en la mitad del tiempo que tardaba un monje a mano, pero le cost¨® tanto que debi¨® vender su f¨®rmula ¡ªy aun as¨ª qued¨® arruinado. A cambio, las imprentas empezaron a pulular por Occidente, se instalaron en nuestra idea del mundo.
Fueron, faltaba m¨¢s, muy criticadas, resistidas. Los monjes y eruditos que hasta entonces controlaban el saber les reprochaban su populismo intolerable. Pero tambi¨¦n habr¨ªa cr¨ªticas ¡°populares¡±. Esos objetos retorcidos eran un invento del poder para separar a las personas. Ser¨ªan, en el argot actual, una tecnolog¨ªa que rompe los lazos que un¨ªan a nuestras sociedades. Porque, frente a la costumbre de juntarse en las noches de invierno a escuchar c¨®mo alguien contaba una historia, el libro impreso estaba hecho para leerse en soledad, encerrado en un cuarto: era un invento de los poderosos para separar a las personas, cerrarles ese espacio de encuentro y reflexi¨®n, acabar con el caldo de cultivo de los virus rebeldes.
Y que entonces, a mediano plazo, el libro ¡ªy el consiguiente aprendizaje de la lectura¡ª producir¨ªa un da?o irreparable al transformar una actividad cultural grupal en una costumbre disgregada, individual. Los relatos no se recibir¨ªan en com¨²n sino, gracias a esa invenci¨®n, en aislamiento: el libro, entonces, era una herramienta para mantenernos separados, dispersos, confinados. El libro, dir¨ªan los m¨¢s cr¨ªticos, era la mejor herramienta de aquel lema que ordena dividir para reinar. Ser¨ªa, estaba claro, el fin de una cultura.
El libro dur¨®, pero menos que ese tipo de razonamientos. Es un cl¨¢sico: siempre que aparece algo nuevo hay conservadores que, so capa de conservaci¨®n o de progreso, se oponen por si acaso. Sin ellos, el mundo ser¨ªa m¨¢s aburrido y, seguramente, bastante m¨¢s vivible. Sus objetos van cambiando; sus conductas, poco. Por un milagro de supervivencia, los que ahora defienden el libro son los mismos que hace cinco siglos lo atacaban. Y sus blancos de hoy ser¨¢n, ma?ana, sus pa?os de l¨¢grimas.
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