Un chaqu¨¦, un sombrero y una pistola: el triste final de Marcelino, el payaso de Jaca que triunf¨® en todo el mundo e inspir¨® a Chaplin
Fue el primer espa?ol en triunfar en el mundo del espect¨¢culo internacionalmente, pero se quit¨® la vida tras caer en el olvido. Un documental de Germ¨¢n Roda y una serie de iniciativas de instituciones aragonesas intentan reavivar la figura del que fue el payaso m¨¢s famoso del planeta
El clich¨¦ del payaso triste es eso, un clich¨¦. Seguro que el mundo est¨¢ lleno de clowns felices, pero la figura del hombre que dedica su vida entera a hacer re¨ªr a los dem¨¢s mientras sufre por dentro siempre ha capturado la imaginaci¨®n del p¨²blico. Y Marcelino Orb¨¦s es quiz¨¢ el ejemplo m¨¢s po¨¦tico de todos, porque adem¨¢s de vivir triste, muri¨® olvidado. ¡°Los payasos anhelan, por encima de todo, que los amen¡±, reflexiona el clown profesional Jos¨¦ Piris en el documental Marcelino, el mejor payaso del mundo (Germ¨¢n Roda, 2020). La pel¨ªcula alterna documentos de la ¨¦poca con entrevistas y episodios dramatizados, en los que Pepe Viyuela interpreta a Orb¨¦s. Su misi¨®n es reivindicar el legado de aquel artista, nacido en Jaca, que triunf¨® en Londres y en Nueva York, ejerci¨® como mentor de Charles Chaplin, fue descrito por Buster Keaton como ¡°el mejor payaso que he visto jam¨¢s sobre un escenario¡± y lleg¨® a convertirse en la mayor estrella mundial del show business de principios del siglo XX. Pero sobre todo busca rescatarlo del olvido en el que lleva atrapado cien a?os.
Triunf¨® en Londres y en Nueva York, ejerci¨® como mentor de Charles Chaplin, fue descrito por Buster Keaton como ¡°el mejor payaso que he visto jam¨¢s sobre un escenario¡± y lleg¨® a convertirse en la mayor estrella mundial del show business de principios del siglo XX
En la biograf¨ªa de Marcelino Orb¨¦s conviven la fantas¨ªa y los datos factuales. En parte porque apenas se conserva informaci¨®n sobre ¨¦l, en parte porque es una figura poco estudiada y en parte porque a ¨¦l le encantaba inventarse su pasado para evocar espejismos. Sol¨ªa contar que su vocaci¨®n surgi¨® a los 7 a?os, porque se qued¨® dormido en la jaula de un le¨®n y para cuando se despert¨® ya estaba demasiado lejos de casa. Pero en 2004 el periodista del Heraldo de Arag¨®n Mariano Garc¨ªa comenz¨® a investigar y descubri¨® que Orb¨¦s naci¨® en Jaca y que su padre era pe¨®n caminero y su madre, ama de casa. La partida de nacimiento de Marcelino evidencia que ambos eran analfabetos. La precaria situaci¨®n familiar le oblig¨® a trabajar desde ni?o colocando sillas en un circo y lo hac¨ªa con tanta gracia, desparpajo y torpeza que los espectadores empezaron a tirarle monedas. En un par de a?os ya actuaba como payaso acr¨®bata.
Durante una de sus giras por Europa, Orb¨¦s entr¨® en una tienda de segunda mano en B¨¦lgica y descubri¨® el atuendo con el que se har¨ªa famoso: un chaqu¨¦ que le quedaba peque?o, unos bombachos, una camisa emperifollada, unos zapatos gigantes y un maltrecho sombrero de ¨®pera. Orb¨¦s decidi¨® acompa?ar el uniforme con un bast¨®n. Aquella ropa contaba una historia pero dejaba volar la imaginaci¨®n del espectador (podr¨ªa ser un arist¨®crata venido a menos o un vagabundo con ¨ªnfulas) y el contraste entre riqueza y pobreza, entre gentileza y absurdo, subrayaba el contraste que todo payaso personifica: el de la comedia y la tragedia. El personaje de Orb¨¦s era un gentleman esperp¨¦ntico, cuya sola silueta ya resultaba inmediatamente reconocible, que se caracterizaba por intentar ejercer su trabajo con la mejor intenci¨®n pero siempre li¨¢ndola, destrozando materiales y entorpeciendo de paso la labor de los dem¨¢s. Nunca emit¨ªa ning¨²n sonido, excepto un silbido que decidi¨® integrar en su espect¨¢culo porque era sencillo de imitar para que los ni?os de cualquier pa¨ªs pudiesen jugar a ser Marcelino. (A pesar de dedicar su vida a los ni?os, Orb¨¦s no tuvo hijos con ninguna de sus dos esposas).
El 1900 el Hippodrome le ofreci¨® ser su atracci¨®n principal y acab¨® recibiendo el sobrenombre de ¡°el ¨ªdolo de Londres¡±. All¨ª conocer¨ªa a Charles Chaplin, que entonces ten¨ªa once a?os, al que ilustr¨® entre otras cosas en el arte de caerse con gracia. ¡°?l me ense?¨® todo lo que se puede hacer con un bast¨®n¡±, confesar¨ªa Chaplin seg¨²n el libro Charlie Chaplin's Last Dance. ¡°Era un prodigio de la m¨ªmica, un arte que el cine acabar¨ªa matando. Tambi¨¦n me mostr¨® cu¨¢n expresiva puede llegar a ser una cara sin hacer muecas ni mover la cabeza. Londres estaba como loco con ¨¦l, era tan famoso como Houdini. Era capaz de saltar por encima de ocho hombres tumbados en el suelo y de expresar todas las emociones sin inmutarse, pero parec¨ªa desorientado por la vida¡± recordar¨ªa Chaplin, cuyo hoy legendario atuendo emulaba el de Orb¨¦s. En aquella ¨¦poca la prensa empezaba a contar historias sobre las vidas privadas de los artistas, pero la de Orb¨¦s estaba llena de cuentos como que de una princesa india se hab¨ªa enamorado de ¨¦l y le enviaba una joya cada noche o que hab¨ªa salvado a un rey (Eduardo VII en Londres o Alfonso XII en el Price de Madrid, seg¨²n la versi¨®n) de ser aplastado por un elefante dando piruetas hasta el techo para distraerlo.
Chaplin explicar¨ªa lo descorazonador que fue descubrir que Orb¨¦s no solo no era cabeza de cartel en el show, sino que se limitaba a corretear por el escenario con el resto de payasos an¨®nimos. Cuando llam¨® a su puerta, Chaplin se encontr¨® con ¡°un viejo animal let¨¢rgico desmaquill¨¢ndose¡± que apenas le prest¨® atenci¨®n
En 1905 Orb¨¦s parti¨® para el Nuevo Mundo, entonces m¨¢s nuevo que nunca, donde encabezar¨ªa la inauguraci¨®n del Hippodrome de Nueva York. Miles de ni?os ingleses acudieron al puerto de Southampton para despedirlo al grito de ¡°Marcelino, no te vayas¡±. El Hipprodrome neoyorquino era el teatro m¨¢s grande del mundo: albergaba 5.200 butacas, 25.000 bombillas y un tanque de agua en el escenario en el que llegaban a chapotear 1.000 bailarinas (una de ellas, Ada Holt, fue su segunda esposa). Orb¨¦s actu¨® en dos funciones al d¨ªa durante nueve a?os (se estima que 40 millones de personas vieron su espect¨¢culo), con un sueldo de 4.000 d¨®lares mensuales (al cambio actual, unos 100.000 euros), y su popularidad era tal que la prensa estadounidense acu?¨® el t¨¦rmino ¡°marcelinear¡± para describir esas situaciones de torpeza en las que una persona con buena fe acaba causando un desastre.
Los asistentes no dec¨ªan ¡°vamos al Hippodrome¡±, sino ¡°vamos a ver a Marcelino¡±. En uno de sus n¨²meros, Orb¨¦s conduc¨ªa un coche a 100 kil¨®metros por hora en direcci¨®n al p¨²blico. ¡°Parte de su atractivo¡±, admiraba una de las cr¨ªticas de su espect¨¢culo, ¡°reside en su expresi¨®n de desconcierto, como si la vida lo dejara siempre perplejo¡±. The New York Times lo apod¨® ¡°el hombre m¨¢s divertido del planeta¡±.
Durante aquellas nueve temporadas se editaron tebeos con las aventuras de ¡°El alegre Marcelino¡±, se fabricaron juguetes, se abri¨® una escuela de payasos dirigida por ¨¦l y uno de los hijos de Rockefeller alquil¨® un palco durante una temporada entera solo para ver su show cuando quisiera. Cuando Orb¨¦s cumpli¨® 37 a?os, m¨¢s de 3.000 ni?os se congregaron para participar en un concurso en el que deb¨ªan adivinar su edad (el premio era conocerlo y recibir una foto firmada). El ascenso de la clase media permit¨ªa a las masas disfrutar de espect¨¢culos para evadirse, ahora a precios populares, y Estados Unidos era un pa¨ªs euf¨®rico en v¨ªas de convertirse en la naci¨®n obsesionada con el entretenimiento que es hoy.
Pero un negocio revolucionario estaba empezando a causar sensaci¨®n en las ¨¢reas m¨¢s cosmopolitas. El cine resultaba m¨¢s barato que las producciones circenses y, aunque carec¨ªa de la autenticidad y la cercan¨ªa del circo, el mundo entero experimentaba las pel¨ªculas como si fuesen magia. El futuro hab¨ªa llegado y de repente los payasos, los trapecistas y las bailarinas se convirtieron en reliquias de una ¨¦poca que la sociedad parec¨ªa entusiasmada en dejar atr¨¢s. Orb¨¦s no pod¨ªa dar el salto a este nuevo medio porque ten¨ªa un contrato de exclusividad con el Hippodrome, as¨ª que solo rod¨® un par de cortometrajes que hoy no se conservan (en aquella ¨¦poca no se consideraba que el cine fuese un arte que preservar, as¨ª que los rollos de celuloide se tiraban a la basura cuando cumpl¨ªan su ciclo de proyecci¨®n de una semana) y que un cr¨ªtico ridiculiz¨® porque Orb¨¦s aparec¨ªa maquillado y los comediantes en el cine, mucho m¨¢s sutiles y sofisticados que los de las barracas de feria, no se maquillaban.
¡°Era un prodigio de la m¨ªmica, un arte que el cine acabar¨ªa matando. Tambi¨¦n me mostr¨® cu¨¢n expresiva puede llegar a ser una cara sin hacer muecas ni mover la cabeza. Londres estaba como loco con ¨¦l, era tan famoso como Houdini", escribi¨® Chaplin en sus memorias
Ninguna de aquellas dos pel¨ªculas tuvo demasiada repercusi¨®n, porque el cine releg¨® a Orb¨¦s a la obsolescencia mientras erig¨ªa a su disc¨ªpulo Charlot como una leyenda del humor. Pero Orb¨¦s adem¨¢s consideraba que aquel nuevo invento se contradec¨ªa con su arte, ?para qu¨¦ iba a hacer comedia si no pod¨ªa escuchar las risas de los espectadores?
En 1915 el Hippodrome empez¨® a proyectar pel¨ªculas para evitar la bancarrota (ser¨ªa finalmente demolido en 1939 para edificar viviendas) y Marcelino Orb¨¦s Invirti¨® en varios inmuebles y restaurantes sin ¨¦xito. Despu¨¦s de que su compa?ero Silver Oakley se suicidase por un desamor en 1916, Orb¨¦s acab¨® actuando en bares, ferias y centros comerciales. La edad, adem¨¢s, iba minando aquella expresiva agilidad que hab¨ªa asombrado a miles de personas. En esta etapa Chaplin, ya convertido en el comediante m¨¢s famoso de Hollywood, asisti¨® a uno de sus espect¨¢culos y lo visit¨® en el camerino.
Chaplin explicar¨ªa lo descorazonador que fue descubrir que Orb¨¦s no solo no era cabeza de cartel, sino que se limitaba a corretear por el escenario con el resto de payasos an¨®nimos. Cuando llam¨® a su puerta, Chaplin se encontr¨® con ¡°un viejo animal let¨¢rgico desmaquill¨¢ndose¡± que apenas le prest¨® atenci¨®n, quiz¨¢ porque no lo reconoci¨® o quiz¨¢ porque se avergonzaba de su declive. Algunos bi¨®grafos de Chaplin se?alan que el emblem¨¢tico silbido que Charlot hac¨ªa en Luces de ciudad (Charlie Chaplin, 1931) era un homenaje a su maestro, pero para entonces Orb¨¦s ya llevaba varios a?os muerto.
Trailer de 'Marcelino, el mejor payaso del mundo'.
Durante el ¨²ltimo a?o y medio de su vida, Marcelino apenas trabaj¨® seis semanas. El 5 de noviembre de 1927 fue a una casa de empe?os y se desprendi¨® del broche de diamantes con forma de herradura que le hab¨ªan regalado en el Hippodrome. Con el dinero que le dieron por el broche compr¨® un revolver. Al llegar a su habitaci¨®n del Hotel Mansfield prepar¨® su n¨²mero final: puso Moonlight & Roses en el tocadiscos, extendi¨® sobre la cama varios recortes de peri¨®dicos conmemorativos de sus triunfos y varias fotograf¨ªas de sus espect¨¢culos y se peg¨® un tiro. Los polic¨ªas no reconocieron la cara del cad¨¢ver, algo impensable un par de d¨¦cadas antes. En una macabra iron¨ªa este suicidio devolvi¨® a Orb¨¦s a la portada de The New York Times y del Washington Post, que documentaron que en el momento de su muerte sus ¨²nicas posesiones eran 6 d¨®lares con cincuenta centavos y un reloj roto.
En Londres conoci¨® a Charles Chaplin, que entonces ten¨ªa once a?os, al que ilustr¨® entre otras cosas en el arte de caerse con gracia. ¡°?l me ense?¨® todo lo que se puede hacer con un bast¨®n¡±, confesar¨ªa Chaplin
A su entierro acudieron 83 personas. La Asociaci¨®n Nacional del Vaudeville, de la que ¨¦l era miembro, tuvo que cubrir los gastos del entierro y Orb¨¦s descansa en el cementerio de Kensiko con un l¨¢pida sin inscripci¨®n. Marcelino muri¨® a los 54 a?os sin cumplir su sue?o de traer su espect¨¢culo a Espa?a y dejando para la posteridad un pu?ado de fotograf¨ªas, de cr¨®nicas period¨ªsticas y un misterio casi absoluto en torno a su verdadero car¨¢cter. Nadie sabr¨¢ nunca c¨®mo era su espect¨¢culo: en este sentido, Marcelino Orb¨¦s ha seguido haciendo volar la imaginaci¨®n del p¨²blico despu¨¦s de su muerte.
Desde la publicaci¨®n de una serie de art¨ªculos de Mariano Garc¨ªa en El Heraldo y su consiguiente libro (del que el documental con Pepe Viyuela toma su t¨ªtulo), diversas instituciones aragonesas han ido promoviendo iniciativas para revalorizar la figura de Marcelino Orb¨¦s: conferencias, libros infantiles, exposiciones y ahora este documental que pretende que Espa?a se entere, aunque sea demasiado tarde, de que hubo una vez un muchacho de Jaca que hizo re¨ªr al mundo entero.
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