El ocio nocturno
Vivimos en sociedades que han rehecho la noche. Durante milenios, fue un territorio ajeno. Un espacio de interrupci¨®n, reparaci¨®n, espera.
Las palabras, sabemos, tienen formas sibilinas de decir. Por eso nadie sabe una lengua hasta que entiende lo que dicen m¨¢s all¨¢ de lo que dicen que dicen. Perdida, por ejemplo, siempre fue el participio pasado femenino del verbo perder, pero a?os atr¨¢s una perdida era una mujer ligera de cascos ¡ª?c¨®mo ser¨ªa ser lenta de cascos, pesada de cascos?¡ª; ahora, en cambio, una perdida es una llamada que no vas a contestar para registrar en tu tel¨¦fono el n¨²mero del otro. No hay nada m¨¢s f¨¢cil que perderse en las evoluciones de las palabras; hay pocas cosas que me exciten m¨¢s que descubrir una que me resulta nueva. Y, estos d¨ªas, me paso las noches pensando en el ocio nocturno.
Vivimos en sociedades que se han deshecho de la noche ¡ªla han rehecho. Durante milenios fue un territorio ajeno: era, para casi todos, un espacio de interrupci¨®n, reparaci¨®n, espera; cuando el sol se iba no se pod¨ªa hacer mucho m¨¢s que comer algo y acostarse a esperar que volviera. Hab¨ªa, por supuesto, unos pocos ricos que pod¨ªan pagar fortunas en candelabros y candiles, pero la mayor¨ªa debi¨® esperar al invento de la luz el¨¦ctrica, hace siglo y medio, para usar la noche. Que pas¨® a convertirse en un territorio muy ocupado, cada vez m¨¢s mezclado con el d¨ªa. Otro clich¨¦ que ya no vale: son el d¨ªa y la noche.
Pero algo qued¨® de aquella l¨®gica: todav¨ªa, aunque nuestros mundos hiperiluminados no lo imponen, mantenemos la divisi¨®n entre el d¨ªa para el trabajo y la noche para el descanso. En principio, de noche no se labora; de hecho, el trabajo nocturno se paga m¨¢s, resulta sospechoso. Porque la noche es para el ocio me sorprendi¨® encontrarme en estos d¨ªas con que hay algo, en Espa?a, que todos llaman ¡°ocio nocturno¡± ¡ªy aparece en las tapas de los diarios y tiene federaciones de empresarios y se entiende.
Parece que aqu¨ª, cuando dicen ocio nocturno dicen discos y alcoholes y desmadres.
Si la noche est¨¢ prevista para el ocio, si la noche est¨¢ hecha de ocio, si de noche se pueden ejercer ocios tan variados como la cena el cine la charla el sexo la tele el tedio la lectura el sexo la angustia el pensamiento triste el sexo el insomnio pertinaz el rasque intr¨ªnseco de huevos, decir ocio nocturno dice poco. Y sin embargo aqu¨ª se dice como si dijera, y tuve que aprenderlo y aprehenderlo. Entonces entend¨ª que es lo contrario de una noche ociosa: que consiste en ocuparla mucho.
Porque parece que aqu¨ª, cuando dicen ocio nocturno, dicen discos y bares y alcoholes y desmadres como si el ocio de la noche solo pudiera ser beber y bailar y mostrarse y colocarse y seducirse. Es casi comprensible: la compa?¨ªa y el ruido est¨¢n tan sobrevalorados en las culturas que no soportan el silencio de la soledad.
Lo duro es que funcionen esos trucos: cuando los due?os de algo se apoderan de nociones tan amplias como el ocio y la noche y las reducen, las transforman en sujetos agit¨¢ndose con m¨²sicas, dese¨¢ndose si acaso, y lo aceptamos. Nos dejamos secuestrar las palabras, retorcerlas.
El ocio nocturno, entonces, en esta idea limitada, son personas peligrosamente cerca: la amenaza actual, los cuerpos. Son episodios movidos y ruidosos de la Guerra del Cerdo, esa mutaci¨®n del virus en que los j¨®venes ¡ªque se creen que no mueren de eso¡ª se ciscan en la seguridad de los m¨¢s viejos ¡ªque se creen que se mueren de eso¡ª, y hacen sus cositas y demuestran que tambi¨¦n en las pandemias se puede ejercer el ego¨ªsmo m¨¢s perfecto.
Pero qu¨¦ es una peste frente al descubrimiento, la comprensi¨®n de unas palabras. Toda palabra es un mundo y ofrece, como ¨¦l, ese momento espl¨¦ndido en que uno da ese paso atr¨¢s, intenta olvidar todo lo que, sin saberlo, sabe sobre ella, y trata de mirarla como si fuera nueva. Entonces ve ¡ªa veces ve¡ª y es sorprendente. No saben la cantidad de ocios nocturnos que me paso pens¨¢ndolo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.