?Nadie tiene la culpa?
Es la primera vez que sufrimos un desastre de la envergadura de la covid-19 y no conseguimos encontrar responsables.
Y lo m¨¢s raro de todo esto es que nadie tiene la culpa. Lo intentamos: que si fue nuestro maltrato a la naturaleza, que si el descuido de ciertos Gobiernos, que si el ritmo est¨²pidamente fren¨¦tico de nuestras vidas, pero ninguna prende: les falta raz¨®n, les falta sustancia. As¨ª que hemos tenido que resignarnos, aunque no lo digamos as¨ª. Pero parece que la pandemia de coronavirus, la mayor cat¨¢strofe que ha sufrido la humanidad en las ¨²ltimas d¨¦cadas, no tiene culpables ¡ªy eso es, entre otras cosas, un problema.
Nada estructura m¨¢s nuestro mundo que la culpa, en sus dos acepciones distintas pero cercanas: la culpa del culpable, el que por acci¨®n u omisi¨®n ha causado o producido un hecho nocivo para uno o para muchos; la culpa del culposo, el que se reprocha que por acci¨®n u omisi¨®n ha causado o producido un hecho nocivo turur¨².
Nuestras sociedades est¨¢n armadas a partir de la ley, que es nuestra forma pactada de decir Fulano es culpable de tal cosa, castigu¨¦moslo. Y, al mismo tiempo, son un sistema de deudas simb¨®licas que solo se sostiene porque estamos entrenados para sentir culpa y creer, entonces, que debemos pagarla. A la familia le debemos que nos haya criado y nos cuide, a la patria que nos identifique y contenga, a alg¨²n dios que nos libre y guarde: sistemas de deudas sostenidas por la culpa, por ese peso de tratar de retribuir lo que supuestamente recibimos. Por eso, tambi¨¦n, necesitamos desviar parte de esa culpa: ¡°echar la culpa¡±, atribuir a tal o cual o esto o aquello la culpa ¡ªla responsabilidad¡ª de lo que pasa.
Y nada nos alivia tanto, nos tranquiliza tanto: esto pasa porque tal, esto en cambio porque cual. En busca de ese alivio inventamos, por ejemplo, hace milenios esos cuentos que llamamos dioses: no, esa tormenta fue terrible, se ve que J¨²piter deb¨ªa estar muy enojado. Saber que hab¨ªa sido ¨¦l, que hab¨ªa sido por eso, era un calmante poderoso. Y averiguar entonces qu¨¦ lo habr¨ªa cabreado y ofrecerle una tregua bajo forma de cabrito al fuego, un suponer, o una virgen debidamente acuchillada. Hasta hace poco segu¨ªa funcionando: las pestes, los terremotos, las sequ¨ªas, todo eso que suced¨ªa sin causa aparente era consecuencia de la c¨®lera del Se?or que, a su vez, lo era de la mala conducta de sus s¨²bditos, nosotros. Nosotros ¨¦ramos culpables y hab¨ªa que hacer algo, y hacer algo nos tranquilizaba: lo est¨¢bamos solucionando.
Por eso la religi¨®n que arm¨® nuestras costumbres exig¨ªa que sus fieles, de tanto en tanto, se golpearan y gritaran mea culpa, mea maxima culpa o consiguieran, por lo menos, un turco para cortarle la cabeza. Pero esta vez el viejo truco de la ira de los dioses no funcion¨®, y nos quedamos sin culpables divinos. Tampoco los hay terrenales: al fin y al cabo, nadie sab¨ªa de antemano la barbarie de un virus como ¨¦ste. Algunos pol¨ªticos trasnochados intentaron ¡ªlo intentan todav¨ªa¡ª recuperar el viejo mecanismo inculpatorio y usarlo en sus reyertas de corral, pero hay millones que no compran sus gritos hist¨¦ricos. As¨ª que tuvimos que aceptar que, incapaces de se?alar con el dedo y exigir castigos, privados de la actividad que m¨¢s nos gusta, no nos queda m¨¢s remedio que dedicarnos a buscar soluciones.
Creo que nunca sucedi¨®: que es la primera vez que sufrimos un desastre de esta envergadura y no conseguimos echarle la culpa a nadie, a nada. Y creo que es un cambio filos¨®fico importante, eso que los hinchas del Fuenla llamar¨ªan una ruptura epistemol¨®gica: ese momento en que una lectura del mundo deja de funcionar y la reemplaza otra. Es interesante, puede ser enga?oso: al fin y al cabo, muchas cosas s¨ª tienen culpables que se esconden. Pero poder aceptar que alguna no los tiene ¡ªo que tiene tantos que es como si no tuviera ninguno¡ª es un cambio radical. Habr¨¢ que ver, con tiempo, en qu¨¦ resulta.
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