Cambien de acera
Les propongo un pasatiempo de verano: adivinen, de entre los rostros de la imagen, cu¨¢l es el que m¨¢s ardor pone en lo que vocifera, que no es, desde luego, un buenos d¨ªas ni un buenas tardes ni un c¨®mo est¨¢n ustedes. Escupen evidentemente algo de car¨¢cter agresivo. Nadie se esfuerza tanto para soltar unas palabras de amor sencillas y tiernas como las de la canci¨®n de Serrat. Ahora bien, dado que hablamos de un ej¨¦rcito, habr¨¢ soldados m¨¢s fan¨¢ticos y m¨¢s ponderados. El segundo de la derecha, por ejemplo, pone poca pasi¨®n, como si temiera que se le desgarrara el ojal de los labios, pobre. A¨²lla con la boca peque?a, en fin. He ah¨ª un hombre sin fe. Le ha tocado desfilar, como me toc¨® a m¨ª en su d¨ªa, y finge hacer lo que le han mandado bajo pena de arresto.
Pero el juego consist¨ªa en hallar al m¨¢s fogoso de los retratados, a aquel que, por la patria, Dios, Lenin o Mao, lo mismo da, estar¨ªa dispuesto a entrar en su casa de usted y acabar sin pesta?ear con toda la familia. Yo les propongo el tercer rostro de la izquierda, no ya porque abre la boca m¨¢s que nadie, sino porque baja las comisuras de los labios en se?al de desprecio por todo. Nos muestra, adem¨¢s, amenazantes, los dientes de arriba y los de abajo por si no nos hubi¨¦ramos percatado de que, si le fallara el fusil, puede acabar a dentelladas con nosotros. Tal gesto se complementa con el del ce?o fruncido y la mirada perdida en un horizonte de monta?as nevadas y banderas al viento que solo est¨¢ dentro de su cabeza. Si se cruzan con ¨¦l o con alguien parecido en la calle, cambien de acera, aunque no sea chino.
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