El oro robado a Jo?o Carlos de Oliveira
La final de triple salto el 25 de julio de 1980 en los Juegos Ol¨ªmpicos de Mosc¨² qued¨® marcada por embustes arbitrales en favor del pa¨ªs anfitri¨®n. Un episodio que arruin¨® a un formidable atleta y aboc¨® a penar de por vida a un t¨¦cnico sovi¨¦tico que traicion¨® su amor al deporte por la obediencia al Estado.
¡°El fado est¨¢ hecho para ti, Roberto¡±, le dec¨ªa Ram¨®n Cid, y Robert Zotko asent¨ªa. Zotko era melanc¨®lico y sentimental, y a veces alegre, y viv¨ªa en Lisboa y le apasionaban Portugal y el triple salto, pero no era portugu¨¦s, sino ruso, y alguna vez, en una de las visitas que le hac¨ªa a su amigo en San Sebasti¨¢n, la ciudad en la que querr¨ªa haber nacido, le dec¨ªa algo m¨¢s. ¡°Cuando los Juegos de Mosc¨² yo fui al infierno, Ram¨®n. He estado en el infierno, y, te digo, es muy dif¨ªcil salir de all¨ª¡±.
En 1980 Zotko hab¨ªa traicionado lo que m¨¢s amaba, y no dejaba de mortificarse por ello. Se hab¨ªa traicionado a s¨ª mismo. Viv¨ªa su vida como una expiaci¨®n.
El triple salto es un arte, poes¨ªa, ritmo, dec¨ªa Zotko, un esteta, n¨®mada en misi¨®n. Y la historia del triple salto, que inventaron los irlandeses, fecundaron los japoneses, despreciaron los norteamericanos, convirtieron en ciencia los polacos y los sovi¨¦ticos en acero y en m¨²sica los brasile?os, no le llevaba la contraria.
Adhemar Ferreira da Silva, hijo de ferroviario y lavandera en los suburbios de S?o Paulo, se hizo atleta porque la primera vez que la oy¨® le enamor¨® el sonido de la palabra atleta y, aunque no sab¨ªa lo que era, quer¨ªa ser uno, y se hizo saltador de triple porque era la especialidad m¨¢s arm¨®nica, la que le permit¨ªa tener un cuerpo esbelto, cl¨¢sico, el cuerpo que mantuvo hasta su muerte. Muri¨® en enero de 2001, dos meses despu¨¦s que Z¨¢topek, y hab¨ªa sido su amigo desde que los dos salieran coronados de los Juegos de Helsinki 52, el checo como triple medallista de oro (5.000 metros, 10.000 y marat¨®n, algo ¨²nico) y el brasile?o como campe¨®n del triple y recordman mundial (16,22 metros), y, entre series eternas de saltos a la pata coja y multisaltos, fumaba una cajetilla diaria. En Melbourne 56, gan¨® un segundo oro ol¨ªmpico, acrob¨¢tico como un bailar¨ªn a quien la gracia nunca abandona, y despu¨¦s fue tambi¨¦n actor e interpret¨® el papel de la muerte en Orfeo negro, la pel¨ªcula de Marcel Camus en la que vibraba el carnaval.
El triple y el arte se condensaron de nuevo en Brasil dos d¨¦cadas m¨¢s tarde en el cuerpo esbelto, alt¨ªsimo, el¨¢stico, veloz, ¨¢gil y flexible de Jo?o Carlos de Oliveira, la perfecci¨®n, y cuando saltaba, los ojos grandes bien abiertos, admirados quiz¨¢s de lo que su cuerpo era capaz de hacer, la lengua se introduc¨ªa entre sus dientes, y se acanalaba, y no hab¨ªa m¨²sculo de su cuerpo que no estuviera a pleno funcionamiento. La belleza. El carisma de alguien que ilumina la vida cuando aparece, un saltador que en 1975, a los 21 a?os, salta 17,89 metros, y bate el r¨¦cord del mundo de Saneyev por 45 cent¨ªmetros, el mordisco m¨¢s gordo de la historia. Aquel d¨ªa desapareci¨® Jo?o Carlos de Oliveira y naci¨® Jo?o do Pulo (Jo?o del Salto), el nombre por el que ser¨ªa conocido por siempre jam¨¢s. El r¨¦cord dur¨® 10 a?os, hasta que Willie Banks lo bati¨® por ocho cent¨ªmetros. En los ¨²ltimos 40 a?os, solo 11 triplistas han logrado volar m¨¢s lejos.
En Montreal 76, Oliveira salt¨® lesionado (y adem¨¢s se empe?¨® en disputar tanto triple como longitud) y fue bronce (16,90) en la competici¨®n en la que V¨ªktor Saneyev logr¨® su tercer oro consecutivo. Cid vio a Oliveira poco despu¨¦s, y habl¨® con ¨¦l por primera vez. ¡°Me cay¨® muy bien, un menino da rua que hab¨ªa sido lavacoches, un rapaz de Pindamonhangaba, una ciudad del Estado de S?o Paulo, muy humilde, muy agradable y expresivo¡±, recuerda el triplista donostiarra. ¡°Y a?os m¨¢s tarde, en Mosc¨², me ech¨® una bronca por fumar en el estadio, pero me la ech¨® tranquilo, sin exaltarse¡±.
De Mosc¨², de los Juegos de 1980, sali¨® Cid cabreado porque se qued¨® a un puesto de pasar a la final, y Oliveira llorando en el autob¨²s que le devolv¨ªa desde el estadio Lenin a la Villa Ol¨ªmpica, con una medalla de bronce colgada al cuello y su entrenador, Pedro Henrique Toledo, Pedr?o, ofreci¨¦ndole el hombro. Era el 25 de julio de 1980, ya hab¨ªa anochecido.
Seis d¨ªas antes, a las cuatro de la tarde moscovita, la fanfarria imponente e ir¨®nica de la Obertura festiva de Shostak¨®vich anunciaba el comienzo de la ceremonia de organizaci¨®n de unos Juegos celebrados, sin asomo de humor, bajo el lema ¡°?Oh, deporte!, eres la paz¡±. Despu¨¦s del desfile y los discursos, V¨ªktor Saneyev, camiseta blanca con las franjas del arco¨ªris en el pecho, pis¨® la pista de tart¨¢n del estadio Lenin bajo la mirada severa, resguardada por sus imponentes cejas visera, de Leonid Br¨¦znev y su traje gris acero, acompa?ado en el palco presidencial por el pres¨ªdium del soviet supremo, por el presidente saliente del Comit¨¦ Ol¨ªmpico Internacional (COI), Lord Killanin, y por el jefe de protocolo de los Juegos y presidente del COI electo, Juan Antonio Samaranch. No desfilaron la bandera ni el equipo de Estados Unidos, ni los de otros 30 pa¨ªses, que, a iniciativa de Jimmy Carter, el presidente de la gran potencia occidental, hab¨ªan decidido boicotear los Juegos para protestar por la invasi¨®n sovi¨¦tica de Afganist¨¢n. Era la gran ocasi¨®n, en el crep¨²sculo de su vida, de demostrar la superioridad del sistema sovi¨¦tico y Saneyev, triple campe¨®n ol¨ªmpico de triple salto, era su s¨ªmbolo, y por eso fue el atleta elegido para entrar con la antorcha ol¨ªmpica en el estadio. Todo estaba preparado para que Saneyev saliera de los Juegos con su cuarta medalla de oro, igualando el r¨¦cord que manten¨ªa en solitario el disc¨®bolo norte?americano Al Oerter, campe¨®n ol¨ªmpico en Melbourne 56, Roma 60, Tokio 64 y M¨¦xico 68.
¡°En Mosc¨² no se ve¨ªan ni ni?os ni perros¡±, recuerda, po¨¦tico, Cid. En Mosc¨² solo se ve¨ªan soldados y agentes del KGB, recuerdan los cronistas de la ¨¦poca.
¡°Me han robado el oro, me han robado el oro¡±, se lamentaba Oliveira en el autob¨²s despu¨¦s de la final de triple, y Pedr?o le daba la raz¨®n. ¡°Nunca le hab¨ªa visto llorar en mi vida¡±, declar¨® despu¨¦s Pedr?o. Ram¨®n Cid en el autob¨²s observaba y lamentaba. ¡°Como no me clasifiqu¨¦ para la final, vi la competici¨®n desde las gradas, y vi clar¨ªsimo un salto gigantesco de Oliveira. Salt¨® 18 metros o 17,90 como poco, r¨¦cord del mundo, y era v¨¢lido seguro, pero el juez del paso intermedio despu¨¦s de dudar un poco y de comprobar que era largu¨ªsimo, levant¨® la bandera roja para darlo nulo. Y orden¨® enseguida borrar las marcas de la arena para que no pudiera reclamar. Jo?o levant¨® al cielo brazos estirados y mirada incr¨¦dula, como clamando una justicia que no lleg¨®. Nadie le escuch¨®. Y lo mismo le hicieron a Ian Campbell, un australiano, al que dieron nulo un intento v¨¢lido de 17,50. Eran nulos de raspado del pie libre, el izquierdo, en el segundo impulso del salto, el step, de los que no puede haber prueba porque son de apreciaci¨®n, y en 1990 los borr¨® la IAAF de su reglamento. Son nulos que se cantaban por ruido, indemostrables, una posibilidad maravillosa de putear a alguien¡±.
Las marcas de los falsos nulos le habr¨ªan proporcionado el oro a Oliveira, a quien le dieron como v¨¢lidos solo dos de los seis intentos de la final, y se qued¨® en bronce con 17,22 metros, y la plata a Campbell, a quien solo dieron como bueno uno de seis, que fue quinto con 16,72 metros. El oro, sin embargo, no fue para el atleta designado, Saneyev, que estaba tocado, y solo pudo llegar a 17,24 metros, y en su sexto intento, sino para su compatriota Jaak Uudm?e, estonio, que sorprendi¨® a todos con un salto de 17,35 metros. Fue una victoria sovi¨¦tica y una derrota del sistema.
Uudm?e no tard¨® en volver al anonimato de una carrera en la que sus ¨²nicos ¨¦xitos hab¨ªan sido un par de medallas en campeonatos de Europa. ¡°Todo estaba preparado para que ganara Saneyev, pero salt¨® lesionado y no pudo batirme¡±, explic¨® luego Uudm?e en una entrevista. ¡°Incluso durante los Juegos estaban rodando una pel¨ªcula relatando la vida y victorias de Saneyev, desde su nacimiento en la capital abjasia de Georgia, Sujumi¡±.
V¨ªktor Saneyev nunca alcanzar¨ªa los cuatro oros de Al Oerter, tampoco protagonizar¨ªa una pel¨ªcula heroica.
Harry Seinberg, el entrenador de Uudm?e, solo tuvo ocasi¨®n de hablar con Jo?o do Pulo en 1992, cuando el mundo era otro, cuando el campe¨®n brasile?o se preparaba para participar en los Juegos Paral¨ªmpicos de Barcelona. ¡°Todo fue un fraude, te robaron con falsos nulos¡±, se disculp¨® Seinberg ante Oliveira, y habl¨® tambi¨¦n con un periodista del Jornal do Brasil. ¡°Solo con la ca¨ªda del tel¨®n de acero podemos decir la verdad: Jo?o hab¨ªa llegado a los 18 metros. En su momento pens¨¦ en denunciarlo ante el COI, pero di marcha atr¨¢s. Ahora estoy aliviado, al menos puedo pedir disculpas en mi nombre, en el de Uudm?e y en el del pueblo de Estonia¡±. ¡°Ya lo sab¨ªa¡±, respondi¨® Oliveira. ¡°Ya sab¨ªa que yo hab¨ªa vencido en la prueba y, probablemente, alcanzado un nuevo r¨¦cord mundial. No cre¨ª que hubiera hecho nulo y por esa injusticia llor¨¦ por primera vez en la vida¡±.
A?o y medio despu¨¦s de Mosc¨², en las Navidades de 1981, la vida le sigui¨® dando motivos para llorar. Y a Pedr?o, para tomar una decisi¨®n que nunca habr¨ªa deseado tener que tomar.
¡°Pedr?o, no hay otra, o la pierna o la vida¡¯, me dijo el doctor en el hospital¡±, explic¨® a?os despu¨¦s el entrenador, quien tambi¨¦n sab¨ªa que era un falso dilema. ?La pierna o la vida?; no, era la pierna y era la vida. Cuando le amputaran la pierna derecha, Jo?o do Pulo morir¨ªa, aunque Jo?o Carlos de Oliveira siguiera respirando y su coraz¨®n latiera. ¡°Su mundo se derrumb¨®, y el nuestro. Todo lo que le hac¨ªa ser Jo?o do Pulo era la pierna. Para ¨¦l fue el fin, ?no?¡±, dijo su hermana Ana Mar¨ªa, para quien tambi¨¦n el mundo se hundi¨® la noche del 21 de diciembre de 1981. Jo?o conduc¨ªa su Passat por una autopista de S?o Paulo cuando un automovilista borracho perseguido por la polic¨ªa choc¨® de frente. Oliveira entr¨® en coma en el hospital. El parte se?alaba fractura craneal, dos fracturas abiertas en la pierna derecha, la pelvis destrozada y la mand¨ªbula fracturada. La pierna se gangren¨® y se le amput¨® por encima de la rodilla. Ten¨ªa 27 a?os. Muri¨® 18 a?os m¨¢s tarde, alcoholizado y solo.
Los reportajes que hablan de Sujumi en 2020 describen una ciudad fantasma, ruina sobre ruina, capital de una rep¨²blica fantasma, Abjasia, un territorio aut¨®nomo en la costa del mar Negro, no muy lejos de Sochi, perteneciente a Georgia. Arqueolog¨ªa de la guerra que en 1989, cuando la visit¨®, le pareci¨® a Ram¨®n Cid tan hermosa como los valles y los bosques del Pa¨ªs Vasco. ¡°Entonces era el centro del atletismo sovi¨¦tico, que organizaba all¨ª concentraciones de tres meses con los mejores atletas y los mejores t¨¦cnicos, solo la ¨¦lite¡±, cuenta el entrenador espa?ol, entonces responsable nacional de saltos. ¡°En Sujumi hab¨ªa nacido Saneyev y all¨ª le conoc¨ª, en un viaje con varios t¨¦cnicos espa?oles m¨¢s. Los rusos quer¨ªan entrenarse en Espa?a con vistas a Barcelona 92 y a cambio nos permitieron ver a sus t¨¦cnicos y sus sistemas de preparaci¨®n. Y all¨ª me encontr¨¦ tambi¨¦n con Robert Zotko, que era el director t¨¦cnico nacional de saltos. Saneyev, a quien se homenajeaba en un festival atl¨¦tico, h¨¦roe nacional 10 a?os antes, t¨ªmido y coloradote, nos pidi¨® trabajo. Zotko, que hab¨ªa aprendido espa?ol en Cuba, simplemente nos dijo: ¡°Me hab¨¦is ca¨ªdo bien¡±, y se entreg¨® a nosotros. Orden¨® a los grandes t¨¦cnicos, Vitaly Petrov y compa?¨ªa, ponerse a nuestra disposici¨®n el tiempo que necesit¨¢ramos. Nosotros los interrog¨¢bamos y Zotko hac¨ªa de int¨¦rprete. Por la noche se beb¨ªa dos vodkas y, melanc¨®lico, nos recitaba poes¨ªas rusas que nos traduc¨ªa al castellano¡±.
A la URSS llegaron la glasnost, la perestroika, Gorbachov, luego Yeltsin, los conflictos armados y el desmembramiento. Saneyev, cargado de medallas ¡ªla Orden de Lenin, la Orden de la Bandera Roja, los oros ol¨ªmpicos, la Orden de la Amistad entre los Pueblos¡ª, pero sin un rublo, emigr¨® a Australia con su esposa y su hijo de 15 a?os. En Melbourne reparti¨® pizzas, pas¨® hambre y estuvo a punto de vender sus medallas. Finalmente encontr¨® trabajo de profesor de gimnasia. Vive en una casa con jard¨ªn donde crecen limoneros y granados frondosos, gracias a su mano verde y a sus conocimientos de ingeniero agr¨ªcola por la Universidad de Tiflis.
Yeltsin no era de quienes cre¨ªan que los ¨¦xitos deportivos reflejasen el poder de un pa¨ªs y miles de t¨¦cnicos perdieron su trabajo de funcionarios del Estado. Zotko encar¨® la di¨¢spora como un peregrino con la mochila cargada de la semilla del triple salto. ¡°Pensamos invitarle a Espa?a, pero se adelant¨® Italia, que se lo llev¨® a Formia¡±, dice Cid. ¡°Nosotros le visitamos un par de veces. Un d¨ªa nos llev¨® a Pompeya, y ¨¦l hizo de cicerone. Si hasta nos ense?¨® durante el Mundial, callejeando, rincones de Sevilla que ni conoc¨ªamos¡ Y aparecieron los portugueses en una de esas, y Jos¨¦ Barros se lo llev¨® a Lisboa¡±.
En Lisboa, a donde lleg¨® el a?o 2000 como responsable de saltos de la direcci¨®n t¨¦cnica encabezada por Barros, Zotko sent¨® las bases de la revoluci¨®n t¨¦cnica del atletismo portugu¨¦s. Ense?¨® a entrenadores y a atletas. Imparti¨® cursos y seminarios. Sembr¨® todo lo que sab¨ªa. En su habitaci¨®n de Lisboa algunas noches cocinaba una sopa de remolacha, roja, ¡°la sopa comunista¡±, la llamaban, y despu¨¦s beb¨ªan un trago y hablaban. ¡°Era un momento importante. Era casi sagrado cuando te invitaba a la habitaci¨®n a compartir la sopa, y a hablar y a beber¡±, recuerda Barros. Las conversaciones se convert¨ªan a veces en interrogatorios amables en los que Barros intentaba, con prudencia y tacto, profundizar en la vida del ruso que le fascinaba tanto. ¡°El atletismo¡±, le explicaba a Barros, ¡°es movimiento, el entrenamiento tiene que ser antes que nada una escuela de movimiento, y el triple tiene que ser poes¨ªa, magia. M¨²sica. Tiene que ser limpio, limpio. No juzgo a los saltadores por la marca, sino por la est¨¦tica, por el movimiento de sus pies, sus pisadas. Solo la est¨¦tica importa. Y yo lo traicion¨¦ todo en los Juegos de Mosc¨². Yo fui al infierno, y no volv¨ª¡±.
¡°Esas explosiones¡±, recuerda Barros, ¡°ocurrieron un m¨¢ximo de dos, tres veces. No a?ad¨ªa m¨¢s. Era algo t¨®xico que le estaba matando. No era alcoh¨®lico. Beb¨ªa mucho, pero sab¨ªa cu¨¢ndo parar. Necesitaba olvidar. Sin decir el motivo. ?l sab¨ªa que yo sab¨ªa. Llev¨¦ su cuerpo a Mosc¨² cuando muri¨® y su hijo me lo reconoci¨®: ¡®Has sido una de las personas m¨¢s importantes en la vida de mi padre¡¯. Ha sido uno de los momentos m¨¢s duros de mi vida¡±. Zotko muri¨® el 12 de febrero de 2004, a los 67 a?os.
A Cid le llam¨® Barros para dec¨ªrselo, y Cid inmediatamente ech¨® de menos las llamadas a cualquier hora de la madrugada que siempre sab¨ªa que eran de un ?Zotko emocionado e impaciente por contarle algo y que ¨¦l hac¨ªa como que le fastidiaban. Tambi¨¦n se acord¨®, sobre todo, de una noche cenando en Madrid con Zotko. ¡°Cuando est¨¢bamos ya con el caf¨¦, Roberto sac¨® una foto vieja de la cartera, ya arrugada, y nos la mostr¨®. Era ¨¦l con 20 a?os menos, camisa clara de ¨¢rbitro de atletismo, sentado en una silla junto a una pista y levantando un bander¨ªn rojo para anular un salto durante los Juegos de Mosc¨². A su lado, una silla vac¨ªa, y empez¨® a explicarnos por qu¨¦ siempre llevaba un velo de pena, un fado que no era melancol¨ªa sino arrepentimiento. ¡®Yo fui el que le dio los nulos a Oliveira en la final de los Juegos. Yo imped¨ª que ganara. En la Uni¨®n Sovi¨¦tica, el triple solo lo pod¨ªa ganar un sovi¨¦tico, y preferiblemente Saneyev¡¯. Y yo creo que llevaba la foto en la cartera como quien lleva un cilicio, para mortificarse, para decirse constantemente, ¡®soy un cabr¨®n¡¯. Y me deja perdido ver al verdugo sufriendo. Le veo como v¨ªctima y verdugo. El padre de Zotko era un profesor ucraniano, y hab¨ªa sufrido las deportaciones de Stalin, por eso, en su interior, guardaba rencor a un sistema que despreciaba la cultura y a la gente que la propagaba. Y, sin embargo, hizo toda su carrera protegido por el sistema. Era un convencido obligado. El ladr¨®n fue una maravillosa persona¡±.
Solo cuatro d¨ªas despu¨¦s de la muerte de Zotko, Nelson ?vora, un chaval portugu¨¦s que no ha cumplido a¨²n los 20, compite en Mosc¨². Salta 16,85 metros. Consigue la m¨ªnima ol¨ªmpica para los Juegos de Atenas. Su entrenador, Jo?o Gan?o, pide que el locutor de la competici¨®n anuncie por los altavoces del pabell¨®n que dedican este resultado a Robert Zotko, maestro y amigo.
¡°Yo no soy muy especial. Yo soy muy trabajador, s¨¦ lo que valgo, tengo mi forma de saltar, mi magia, pero no soy un supertalento. No tengo cualidades muy especiales. No lo soy yo, y, sin embargo, ya en 2002, con 17 a?os, Zotko me dijo que despu¨¦s de analizar a todos los j¨®venes europeos solo hab¨ªa visto dos esperanzas para ser algo grande, y que yo era una de ellas¡±, cuenta ?vora, a quien a¨²n le cuesta entender qu¨¦ vio Zotko en ¨¦l, un rapaz de Cabo Verde nacido en Costa de Marfil, hijo de un capataz que emigr¨® a Portugal cuando ¨¦l ten¨ªa seis a?os y solo sab¨ªa hablar franc¨¦s. ¡°No entend¨ªa por qu¨¦ lo dijo, pero me sent¨® muy bien. Me oblig¨® a trabajar para demostrarle que no se hab¨ªa equivocado. Luch¨¦ mucho. Le quer¨ªa mucho. Me gustaba c¨®mo me hablaba, y cuando me dec¨ªa que yo era bueno porque entend¨ªa a la primera lo que me quer¨ªa decir, lo asimilaba y lo llevaba a la pr¨¢ctica. Y yo pensaba muchas veces que no entend¨ªa lo que me dec¨ªa¡±. En 2007, ?vora se proclam¨® campe¨®n del mundo de triple en Osaka, y al a?o siguiente, campe¨®n ol¨ªmpico en Pek¨ªn. El ruso que priv¨® a un brasile?o de un oro ol¨ªmpico hab¨ªa sentado las bases para que un portugu¨¦s lo lograra 28 a?os m¨¢s tarde. ¡°Toda acci¨®n en la vida tiene un precio que hay que pagar¡±, le dec¨ªa Zotko a Barros, y qui¨¦n sabe si el oro de ?vora, la gloria del rapaz de Odivelas, le hubiera parecido un pago por la deuda que contrajo en Mosc¨². Su redenci¨®n. El punto final de sus b¨²squedas. ¡°Pero no es el punto final de todo¡±, aclara Cid. ¡°Este solo llegar¨¢ cuando el COI le devuelva a Oliveira el oro que le robaron¡±.
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