El a?o que el precio del alquiler se desplom¨® en Manhattan y los ¡®brokers¡¯ del suelo aprovecharon para tirarlo todo
La exposici¨®n 'La destrucci¨®n del Bajo Manhattan', en el Museo ICO, recupera las fotograf¨ªas de Danny Lyon, testigo fortuito de un momento hist¨®rico: "Ser¨¢n un mapa de lo que se fue", escribi¨® en su diario
En 1962 la Pennsylvania Station de Nueva York parec¨ªa ser demasiado vieja y grande para una ciudad con ganas de renovarse y sedienta de suelo. Construida en 1910 como un templo de cl¨¢sica belleza de inspiraci¨®n romana, 50 a?os m¨¢s tarde aquella mole de elegante granito rosa deb¨ªa dejar lugar a un nuevo y brillante palacio para el disfrute de masas: el Madison Square Garden.
El anuncio de los planes de demolici¨®n de la terminal se a?ad¨ªa a una larga lista de desapariciones que manten¨ªa en pie de guerra a unos neoyorquinos cansados de ver c¨®mo ¡°en esta ciudad, monumentos y recuerdos son destruidos con la misma violencia alegre e irreverente¡±, tal como denunciaba en las p¨¢ginas de The New York Times la cr¨ªtica de arquitectura y conservacionista Ada Louise Huxtable. De pura casualidad, el fot¨®grafo Danny Lyon (Brooklyn, 1942) y su c¨¢mara fueron testigos de aquella metamorfosis. ¡°Estaba buscando una historia que contar. Desde mi peque?a habitaci¨®n en la calle Bleecker vi que, justo enfrente, estaban demoliendo todos los edificios¡±. Era 1967, y la Autoridad Portuaria de Nueva York hab¨ªa ordenado el derribo de 24 hect¨¢reas (m¨¢s de 30 campos de f¨²tbol) de edificios del Bajo Manhattan. Un plan urban¨ªstico desprovisto de toda nostalgia que documentaron las fotograf¨ªas de Lyon, expuestas hasta el 17 de enero en?La destrucci¨®n del Bajo Manhattan, en el Museo ICO.
Huxtable no fue la ¨²nica en levantarse contra la piqueta. Otra mujer, Jane Jacobs, practic¨® un activismo a pie de calle que logr¨® detener algunos proyectos de demolici¨®n de barrios enteros y de construcci¨®n de autopistas impuestos por el particular Bar¨®n Haussmann de Nueva York, el todopoderoso Robert Moses. Jacobs lider¨® la resistencia contra la planificaci¨®n a gran escala en favor de un urbanismo m¨¢s sensible hacia la escala peatonal. En 1961 public¨® una de las obras m¨¢s influyentes del urbanismo contempor¨¢neo, The Death and Life of Great American Cities (¡°vida y muerte de las grandes ciudades americanas¡±), donde pon¨ªa en valor ¡°el ballet de las aceras¡± de los barrios tradicionales y cargaba contra los desarrollos suburbanos de las ciudades estadounidenses surgidos al amparo del boom econ¨®mico de posguerra.
La vertiginosa transformaci¨®n de Manhattan tras la Segunda Guerra Mundial puede explicarse como el resultado de la ley b¨¢sica de oferta y demanda aplicada al mercado inmobiliario en un marco de prosperidad corporativa sostenida y una regulaci¨®n urban¨ªstica laxa. En un momento en que la clase media estaba desplaz¨¢ndose hacia un extrarradio que hac¨ªa realidad el sue?o americano de una casa con jard¨ªn para cada familia, los antiguos edificios de apartamentos del centro ya no resultaban rentables. El precio del alquiler de la vivienda se desplomaba, mientras que la demanda de oficinas se elevaba hasta donde ni siquiera el Sputnik sovi¨¦tico pod¨ªa llegar.
Los nuevos rascacielos de los a?os cincuenta, edificios como la Secretar¨ªa de las Naciones Unidas, la Lever House o el Seagram Building, consolidaron un modelo que rentabilizaba al m¨¢ximo el espacio en planta y la entrada de luz natural. Aquellos prismas de acero y vidrio se estaban apoderando r¨¢pidamente de Manhattan y la estaban transformando en un paisaje abstracto que daba voz a la hoy tan manida consigna minimalista del ¡°menos es m¨¢s¡±. El ornamento era delito, y arcadas neorrenacentistas, volutas j¨®nicas, g¨¢rgolas g¨®ticas y adornos art d¨¦co ca¨ªan bajo el buld¨®cer homogeneizador del plan para la nueva Nueva York. Todo vale en nombre del progreso.
¡°Manzanas enteras desaparecer¨ªan. Todo un barrio¡±, se lamentaba Danny Lyon. Las calles afectadas estaban entre las m¨¢s antiguas de Nueva York: un crisol de edificios de distintas alturas, estilos y materiales que se entretej¨ªan en una urdimbre urbana densa y compleja que permanec¨ªa en pie desde antes de la Guerra de Secesi¨®n. En su lugar se erigir¨ªa el World Trade Center, un nuevo coraz¨®n financiero y comercial que, parad¨®jicamente, tambi¨¦n tendr¨ªa un final abrupto el 11 de septiembre de 2001.
Convencido de que ¡°nunca m¨¢s se volver¨ªa a construir un lugar como este¡±, Lyon comenz¨® a fotografiar de manera sistem¨¢tica todos y cada uno de los edificios que estaban a punto de desaparecer, as¨ª como su posterior proceso de demolici¨®n. ¡°Ser¨¢ un mapa de lo que fue, y las fotograf¨ªas, del interior y exterior de los edificios y de los hombres que pasaron los ¨²ltimos meses con ellos, ser¨¢n una burda sustituci¨®n de aquello que se fue¡±, escrib¨ªa en su diario en mayo de 1967. ¡°Lo ¨²nico a lo que puedo aspirar es a crear un esbozo de lo que se ha perdido¡±.
Apenas un mes despu¨¦s de comenzar el proyecto, Lyon se dio cuenta de que la potencia de sus im¨¢genes rebasaba una estricta vocaci¨®n documental. ¡°Es posible que acabe creando una especie de canci¨®n sobre esta destrucci¨®n¡±. As¨ª naci¨® The Destruction of Lower Manhattan, el ensayo fotogr¨¢fico publicado en 1969 que ahora nos acerca la Fundaci¨®n ICO gracias a la acci¨®n combinada de una edici¨®n facs¨ªmil en espa?ol del libro original y una exposici¨®n en su museo de Madrid.
Lyon piruetea entre la objetividad del fotoperiodismo m¨¢s can¨®nico y una visi¨®n muy personal que resulta en unas conmovedoras im¨¢genes iluminadas en un blanco y negro exquisito. Las calles desiertas y los interiores de los edificios abandonados configuran el retrato de una ciudad fantasma vaciada de vecinos que fueron desalojados a la fuerza. Los negocios que antes abarrotaban de vida las aceras del Bajo Manhattan tambi¨¦n cerraron. Talleres de artesanos y peque?a industria, tiendas de alimentaci¨®n, barber¨ªas, bares y cafeter¨ªas. ¡°Todos se marcharon una noche, incluso los perros y las ratas¡±, le cont¨® un vagabundo a Lyon.
¡°Todo el proyecto es muy triste salvo por los obreros de demolici¨®n¡±. Ellos fueron, junto con los saqueadores, los ¨²ltimos habitantes del barrio. ¡°Eslavos, italianos y negros del Sur [¡] que beben latas de refresco sobre una viga durante la comida y arriesgan sus vidas por 5,50 d¨®lares la hora¡±. Lyon admiraba a estos hombres (¡°hacen muy bien un trabajo dif¨ªcil y peligroso y es un error pensar que sienten por el mismo cualquier otra cosa que no sea orgullo¡±), y los retrat¨® de un modo cercano. Sus fotos, sea demoliendo paredes de ladrillo o charlando y fumando con sus compa?eros, constituyen el contrapunto optimista de una historia de atropello de la memoria urbana de la m¨¢s firme candidata al inexistente puesto de capital del mundo.
La presi¨®n de la opini¨®n p¨²blica y los medios oblig¨® a los promotores del Madison Square Garden a poner en marcha una campa?a de promoci¨®n a favor de las obras. Este acontecimiento fue llevado a la peque?a pantalla en la tercera temporada de Mad Men. En una primera reuni¨®n con el cliente, un joven publicista se atreve a cuestionar el proyecto. ¡°Esta ciudad no tiene memoria. Abajo lo viejo, arriba lo nuevo¡ ?Qui¨¦n dice que sea una buena idea?¡±, dice con amargura. ¡°Esta es la ciudad m¨¢s grande del mundo. Si no le gusta, m¨¢rchese¡±, responde airado uno de los promotores. Don Draper, sin embargo, parece entender la situaci¨®n mejor que nadie. ¡°Ustedes quieren demoler Penn Station y Nueva York lo odia¡±, avisa Draper. ¡°Pero el cambio no es bueno ni malo. Simplemente va a ser¡±. Y fue. Claro que fue. En Nueva York, lo ¨²nico que nunca cambia es que todo puede cambiar.
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