A flor de piel
El confinamiento nos ha reconectado con la naturaleza m¨¢s cercana y la indiferencia que parec¨ªamos sentir hasta ahora por las plantas ha dejado paso al inter¨¦s por su cultivo en casa.
SIN DARNOS cuenta, hemos reverdecido. Este a?o de cosechas truncadas, de floraciones malogradas, han llegado las plantas a nuestras vidas, y parece que lo han hecho para establecerse. Cre¨ªamos que eran ellas las que nos necesitaban, pero resulta que no, que se las apa?an perfectamente sin nosotros. Y que nosotros, sin ellas, nos quedamos en menos.
Esta pasada primavera las hierbas regresaron a las grietas de las aceras, como cada a?o. Pero, a diferencia de otros anteriores, aquellas semanas de silencio callejero mantuvieron las suelas de nuestros zapatos lejos de sus tiernos tejidos. Y crecieron. Libres del retumbar de nuestras prisas, se hicieron m¨¢s grandes y arraigaron m¨¢s profundamente que nunca. Porque sus ra¨ªces colonizaron nuestros deseos de libertad cuando, confinados, las mir¨¢bamos desde las ventanas. Ser¨ªamos distintos cuando sali¨¦ramos a la calle, eso es seguro. Pero, finalmente, las seguimos arrancando.
Lo que s¨ª es cierto, no obstante, es que ha habido un cambio en la conciencia de muchas personas hacia las plantas. Tambi¨¦n hay muchos testimonios de macetas caseras agradecidas y sorprendidas por haber visto mucho m¨¢s a sus due?os. Las han cuidado con esmero, han vuelto la mirada hacia ellas. Los potos de tantos salones recibieron m¨¢s mimos, los troncos del Brasil desecharon el polvo de sus hojas. De repente nos faltaban hojas verdes por todos lados. ¡°?C¨®mo he podido vivir sin ti tantos a?os?¡±, se repet¨ªa una mujer observando a su costilla de Ad¨¢n, mientras ve¨ªa una nueva hoja desplegarse al lado de su televisor apagado.
La indiferencia hacia las plantas ha dejado paso al inter¨¦s por su cultivo, en una de las duras ganancias que hemos obtenido a cambio de que el barro se secara bajo nuestros pies, dej¨¢ndonos quietos. Al parar, pudimos apreciar los placeres sencillos de la naturaleza cercana.
Entonces, reverdecimos. Y ahora, reto?amos. Dos verbos donde la savia fluye y trae nuevos tejidos: hojas y flores. Como las de color rojo intenso que pueblan estas semanas las ramas del granado enano de mi terraza. Al final de la estaci¨®n tirar¨¢ sus hojas y quedar¨¢ desnudo, dej¨¢ndome sus frutos. El oto?o es una ¨¦poca en la que recogemos todo lo sembrado en la primavera, para lo bueno y para lo malo. Si no nos preocupamos entonces de preparar los semilleros, poco cosecharemos ahora. Pero con las plantas siempre se est¨¢ a tiempo si somos pacientes. Este reto?ar nos ayuda para recuperar lo que no hicimos tan bien antes. Podemos planificar lo que queremos que ocurra la pr¨®xima primavera. Porque parece que ahora necesitamos cuidar de las plantas para que ellas nos cuiden a nosotros.
En el Museo Nacional del Prado cuelga uno de esos bodegones tan jugosos, lustrosos, con una bot¨¢nica rozagante. Estos d¨ªas y hasta el 29 de noviembre sigue luciendo en la maravillosa exposici¨®n Reencuentro en la pinacoteca, que bien merece una visita. Es una naturaleza muerta barroca de Clara Peeters llena de flores, que pint¨® hace 400 a?os.
Lo vemos y pensamos inconscientemente en la primavera. Ahora ya no podemos creer que eso sea fruto de ella. Es una consecuencia de un oto?o bien planificado. Porque la gran mayor¨ªa son especies que se plantaron o semillaron en esta estaci¨®n en la que estamos. Bulbos de tulip¨¢n, de jacinto, campanilla blanca o de narciso, tub¨¦rculos de an¨¦monas. O las semillas de las cal¨¦ndulas, con ese naranja que desprende luz, como en el cuadro de esta gran artista flamenca nacida a finales del siglo XVI. Todo se prepara en el oto?o para que, durante el invierno, las ra¨ªces permanezcan sanas y fuertes, al abrigo de la tierra, disponi¨¦ndose para lo que vendr¨¢. No necesitamos un jard¨ªn para sentir este latir bot¨¢nico, tan solo una planta en una maceta. La primavera siempre llega. Y las plantas tambi¨¦n llegaron para quedarse, quiz¨¢s tambi¨¦n, a tu lado.
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