Negro medio blanquito
Soy partidaria del deslumbramiento irracional. Esa levitaci¨®n que se parece a la congoja: alegr¨ªa y tristeza a la vez
Mi madre contaba que una vez mi padre hab¨ªa entrado a una tienda a comprar tela para hacerse un traje y le hab¨ªa dicho al vendedor: ¡°Quiero una tela de color negro medio blanquito¡±. Se supon¨ªa que era una frase graciosa. A m¨ª me parec¨ªa normal. De chica me abrumaban las cosas que no ten¨ªan matices: alguien era var¨®n o era mujer; alguien estaba vivo o estaba muerto. En el medio, nada. Al menos una de esas opciones que se supon¨ªan ¨²nicas demostr¨® ser falsa, pero yo me preguntaba por qu¨¦, si las cosas pod¨ªan estar secas, h¨²medas, mojadas o empapadas; si pod¨ªa chispear, garuar, llover o diluviar; si una persona pod¨ªa ser esquel¨¦tica, delgada, rellenita, gorda u obesa; y si uno pod¨ªa estar triste a¨²n estando contento, no hab¨ªa matices en las opciones mujer-var¨®n, y vivo-muerto, entre otras. Por eso lo del negro medio blanquito me parec¨ªa correcto. A mi madre le hac¨ªa gracia. Era una mujer de pocos matices: para ella, las cosas eran lindas u horribles, perfectas o daban asco. Yo, por ejemplo, era ¡°muy linda¡±. Meryl Streep era ¡°horrible¡± (a m¨ª me parec¨ªa espl¨¦ndida).
La pel¨ªcula ET marc¨® a una generaci¨®n entera, pero a m¨ª no me qued¨® ning¨²n registro salvo el de la voz irritante de mi madre que, cada vez que ET aparec¨ªa en la pantalla, en un tono que evidenciaba repulsi¨®n, repet¨ªa: ¡°?Qu¨¦ bicho asqueroso!¡±. A m¨ª me parec¨ªa asqueroso, pero tambi¨¦n dulce. Cuando vimos 2001, odisea en el espacio, al salir del cine mi padre dijo: ¡°?Qu¨¦ porquer¨ªa!¡±, pero no abri¨® la boca durante la proyecci¨®n para no estropearme el show. Yo no entend¨ª nada de la pel¨ªcu?la, pero sal¨ª en ¨¦xtasis. Soy partidaria del deslumbramiento irracional. Es como el advenimiento inesperado de la felicidad, esa levitaci¨®n que se parece a la congoja: alegr¨ªa y tristeza al mismo tiempo. Negro medio blanquito.
Hace a?os fuimos con el hombre con quien vivo a cuidar la casa de un t¨ªo suyo que ten¨ªa que operarse. Era una chacra en las afueras de una ciudad del interior. Fue un viaje accidentado, inc¨®modo, en tren. La formaci¨®n sufri¨® un desperfecto y se detuvo largo rato en medio del campo. Bajamos, hicimos unas fotos. En ellas, sonr¨ªo junto a un fardo con mi chaqueta de cuero negro, incomod¨ªsima y helada. As¨ª ¨¦ramos. Desabrigados y j¨®venes. Yo, adem¨¢s, era feliz pero viv¨ªa en el desamparo, sumida en una tristeza torpe y pendenciera. La chacra era modesta. El colch¨®n estaba vencido, la luz era desangelada y escasa. Hab¨ªa olor a cosas viejas, a objetos apocados. En la ma?ana, despu¨¦s de desayunar, ¨ªbamos a darles de comer a las gallinas, revis¨¢bamos la huerta. Llev¨¢bamos una vida mec¨¢nica, llena de ritos precisos: a tal hora sacar agua del pozo, a tal hora cocinar. ?ramos obreros que sent¨ªan devoci¨®n y voracidad el uno por el otro. Yo casi no hablaba. Me enfermaban de nostalgia los atardeceres, la visi¨®n de los cardos y el rastrojo.
Por esos d¨ªas, un noticiero anunci¨® que mostrar¨ªa la autopsia que se le hab¨ªa hecho al cuerpo de un extraterrestre. Yo nunca fui cr¨¦dula, no siento inter¨¦s por la posibilidad de vida en otros planetas. Pero no me quer¨ªa perder la autopsia. Fuimos a verla a lo de unos vecinos porque en la chacra no hab¨ªa televisor. Era una casa humilde. El fr¨ªo irradiaba desde el centro de las paredes, desde el piso. La gente hablaba de cosas intrascendentes, que no me interesaban, y cuando el programa empez¨® se hizo un gran silencio. La autopsia era una farsa ¡ª?existe alguna chance de que yo no lo supiera?¡ª, pero la mir¨¦ hechizada. Los m¨¦dicos vestidos de astronauta, el cuerpo, la camilla, las v¨ªsceras. En ese suburbio de tierra y trigo, todos respir¨¢bamos la misma f¨¢bula ante los rayos humeantes del televisor. Poco despu¨¦s regresamos a Buenos Aires. Llegamos llenos de ronchas. Se lo contamos al t¨ªo por tel¨¦fono y nos dijo, ri¨¦ndose, que el gallinero estaba repleto de pulgas. Pasamos d¨ªas lavando la ropa, desinfectando el departamento, rasc¨¢ndonos como descosidos. Eran a?os buenos. Los peligros llegaban desde Marte, est¨¢bamos coronados de tragedias menores, se pod¨ªa fingir que eso ¡ªesa tristeza llena de alegr¨ªa, el fastidio por las torpes tragedias evitables que nos preocupaban¡ª iba a durar para siempre.
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