?Quiere esta novela? ?Pues p¨®ngase m¨¢s lejos!
A menudo, m¨¢s que a los libros, algunos clientes invasivos parecen querer hojear a quienes los venden. Pero el coronavirus ha cambiado la relaci¨®n entre ambos. Testimonio de un librero

¡°Se?or, le escucho igual desde aqu¨ª que desde all¨¢. P¨®ngase all¨¢, por favor¡±. Esta frase, que provocaba risas entre sus compa?eros, la repet¨ªa un librero de una gran cadena cuando los clientes se acercaban tanto que solo su barba frondosa evitaba que sus caras chocaran. No es una an¨¦cdota, era la realidad a la que se enfrentaban a diario los libreros en aquella tienda y otras. Los clientes invad¨ªan el espacio de trabajo mientras el librero buscaba una soluci¨®n a un pedido en el ordenador, vigilaban que se tecleara de forma correcta y a veces parec¨ªa que iban a meterse dentro de la pantalla. M¨¢s que a los libros, pod¨ªa decirse que esos clientes quer¨ªan hojear a los libreros.
En una sociedad que a ratos reclama de forma incivilizada m¨¢s contacto humano que salud, el coronavirus ha servido para poner en evidencia, adem¨¢s de los problemas sociales y econ¨®micos, la falta de higiene en el trato con los trabajadores de los comercios, aunque nadie les ha preguntado si sus condiciones laborales han mejorado.
El caso de los libreros es parad¨®jico. Es uno de los gremios que gozan de mayor prestigio, dicen que somos prescriptores culturales y he ah¨ª nuestro valor, pero una gran parte somos mileuristas gracias a las pagas prorrateadas. Y si bien no ha conseguido que nos suban el sueldo, el coronavirus ha obligado a que se tomen medidas sanitarias que ning¨²n sindicato hubiera sido capaz de negociar. Los clientes deben mantener una distancia de seguridad y llevar la mascarilla que evita que su saliva acabe en el librero. Esos clientes a los que les gustaba agarrar del hombro o sujetar del brazo, incluso dar una palmada en la espalda despu¨¦s de recibir el libro, se han quedado hu¨¦rfanos de toqueteo.
La del librero, recuerden, no es una vida mon¨¢stica, sino todo lo contrario, se vive expuesto como en cualquier comercio. H¨¢ganse una idea. Algunas librer¨ªas del centro de Madrid han facturado entre 10.000 y 20.000 euros al d¨ªa desde inicios de octubre gracias a la campa?a de texto y a las novedades literarias. Esto supone que un librero puede atender entre 100 y 150 personas si est¨¢ en la caja, cobrando libros por un monto que oscila entre los 3.000 y 5.000 euros. Piensen por cu¨¢ntas manos habr¨¢n pasado esas monedas y billetes y si esa tarjeta de cr¨¦dito est¨¢ desinfectada. Si est¨¢ fuera de la caja es probable que el librero atienda a m¨¢s personas, ya que no todos los clientes pasan por ella. Mayor exposici¨®n, ?no? Adem¨¢s, los ¨²nicos libreros que conozco que van a sus librer¨ªas en coche es porque trabajan en centros comerciales, el resto usamos el transporte p¨²blico y s¨¦ de una que prefiere caminar casi una hora de ida y otra de vuelta para evitar contagiarse. Ya bastante vulnerable se siente.
En cuanto al futuro de los libreros, todo apunta a una mayor especializaci¨®n como prescriptor. Pronto los clientes pagar¨¢n en cajas m¨®viles con sus tel¨¦fonos y hasta ser¨¢n capaces de encontrar ellos mismos los libros en cualquier planta y estanter¨ªa gracias a una app (me lo imagino). Pero siempre necesitar¨¢n a ese algoritmo vivo de dos patas para que les recomiende ese libro que no saben que necesitan leer. A dos metros o detr¨¢s de una mampara ya estamos cerca, pero es la lectura la que se encarga de que nos toquemos.
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