Soto del Real, intramuros
Es la c¨¢rcel m¨¢s famosa de Espa?a. Por ella han pasado etarras, yihadistas, presos comunes y otros de 'cuello blanco', como Rato o B¨¢rcenas. Acaba de cumplir 25 a?os. Fue el centro que cambi¨® el esp¨ªritu de las prisiones espa?olas. Hoy se enfrenta a un futuro con menos internos y de perfil m¨¢s heterog¨¦neo. As¨ª es la vida diaria en la prisi¨®n estrella.
Rodrigo Rato est¨¢ enfadado. Es el cotilleo que circula a primera hora de la ma?ana por las galer¨ªas de Soto del Real este g¨¦lido viernes 2 de octubre. El juez de vigilancia penitenciaria le concedi¨® el d¨ªa anterior la progresi¨®n al tercer grado, lo que supone su acceso a la semilibertad dos a?os despu¨¦s de su ingreso en este centro penitenciario Madrid V por la sentencia de las tarjetas black. Y quiere marcharse. Perder de vista el apacible m¨®dulo 10 ¡°de estudiantes de la Uned¡±, que comparte, entre otros presos bautizados en Soto como ¡°medi¨¢ticos¡±, con Luis B¨¢rcenas, el exconsejero madrile?o Alberto L¨®pez Viejo e incluso con un etarra rescatado de las celdas de aislamiento. Por aqu¨ª han pasado Ignacio Gonz¨¢lez, Francisco Correa, Miguel Blesa, Sandro Rosell o Mario Conde. Y tambi¨¦n los presos del proc¨¦s: ¡°Que no dieron ning¨²n problema, al contrario de los de ETA, que eran unos catetos. El que es educado fuera lo es dentro¡±, describe un funcionario.
Algunos denominan a esa raza de penados de cuello blanco como ¡°presos Vip¡±. Sin embargo, de cerca, su situaci¨®n es similar a la del resto de internos. El mismo ch¨¢ndal deslucido y expresi¨®n apagada; la misma televisi¨®n adquirida en el economato encajada bajo la ventana enrejada de su celda de 10 metros cuadrados. Los mismos preservativos regalo de la casa. Y un m¨¢ximo de 100 euros de peculio a la semana ingresados en una tarjeta de cr¨¦dito que solo aqu¨ª tiene valor y con la que comprar tabaco o un caf¨¦ en el chisc¨®n que sirve de tienda al m¨®dulo. Tesoros por los que aqu¨ª te puedes endeudar hasta el abismo. ¡°Por un cigarro me debes tres¡±. Y es mucho peor con el hach¨ªs o la coca que entran de rond¨®n. Esto es la c¨¢rcel, por mucho que algunos de sus inquilinos provengan de la alta sociedad. Bienvenidos a Soto del Real, un microcosmos de 1.000 presos y 570 funcionarios.
Antes de perder de vista esta prisi¨®n, Rato tiene que superar los farragosos tr¨¢mites administrativos de su cambio de r¨¦gimen penitenciario. Una prisi¨®n es un oc¨¦ano de papel. Cada interno es diseccionado a conciencia. Expedientes, informes de juristas, psic¨®logos y educadores; historiales cl¨ªnicos, observaciones confidenciales de seguimiento, y tambi¨¦n partes de incidentes, que se anotan cada d¨ªa con precisi¨®n en libros de contable de tapas azules. Los ocho miembros de la junta de tratamiento siguen deliberando sobre el futuro de Rato. Fuera, un pelot¨®n de c¨¢maras y periodistas aguardan bajo la lluvia la excarcelaci¨®n del antiguo vicepresidente del Gobierno. ¡°?Sale o no sale?¡±.
Dentro, este amanecer ya se ha contado a los internos, se han adecentado las celdas y engullido el bollo horneado en la panader¨ªa con el colacao de cada d¨ªa. La c¨¢rcel se despereza entre tristeza, aroma a lej¨ªa y voces masculinas mezcladas con el murmullo de las puertas met¨¢licas y los chirridos de las motorolas colgadas en los cinturones de los funcionarios de vigilancia: el escal¨®n m¨¢s bajo de la administraci¨®n penitenciaria.
Antes llevaban tambi¨¦n un manojo de llaves que tintineaban a su paso; ahora todo es autom¨¢tico y las celdas se abren desde la pecera blindada donde cuatro funcionarios (un tercio de ellos son mujeres), siempre menos de los necesarios (seg¨²n los sindicatos), custodian visualmente y a trav¨¦s de pantallas dos m¨®dulos sim¨¦tricos. No portan armas. Tampoco lo que la burocracia penitenciaria denomina ¡°aerosoles de acci¨®n adecuada¡±, que est¨¢n prohibidos en Soto, aunque son legales en las c¨¢rceles espa?olas, igual que realizar ¡°sujeciones mec¨¢nicas prolongadas¡±; es decir, inmovilizar a la cama con correas de psiqui¨¢trico a los presos en situaci¨®n de peligro para su vida y la del resto de moradores de la prisi¨®n. Una medida que, seg¨²n la subdirectora de seguridad de este centro, ¡°no se lleva a cabo m¨¢s de una docena de veces al a?o¡±. M¨¢s habitual es el uso de esposas, lo que aqu¨ª llaman ¡°sujeci¨®n mec¨¢nica de temporalidad reducida¡±.
?Existe el maltrato en las c¨¢rceles espa?olas? Seg¨²n Jorge del Cura, colaborador del Comit¨¦ Europeo para la Prevenci¨®n de la Tortura (CPT), que inspecciona todos los a?os las c¨¢rceles europeas y realiza informes cr¨ªticos para los Gobiernos, ¡°s¨ª, hay malos tratos, sobre todo en aislamiento, que de por s¨ª es una tortura psicol¨®gica, pero es dif¨ªcil demostrarlo¡±. Y aporta un listado de 128 procedimientos abiertos a funcionarios durante 2019 (sin incluir Catalu?a, que tiene competencias en materia penitenciaria): ¡°Son el doble que en 2011, cuando hab¨ªa en Espa?a 30.000 presos menos, luego algo ocurre¡±. Una cifra que es contestada desde la Secretar¨ªa General de Instituciones Penitenciarias: ¡°De esas 128 denuncias, 113 ya est¨¢n archivadas. Y si hay alg¨²n hecho irregular es residual y somos los primeros que queremos que no quede impune¡±. De hecho, a principios de noviembre, la Administraci¨®n reconoc¨ªa haber abierto una investigaci¨®n a cuatro funcionarios de la c¨¢rcel madrile?a de Estremera por supuestos malos tratos. ¡°Entre los funcionarios hay gente muy buena, pero se hace notar el malo. El vigilante no tiene ning¨²n apoyo psicol¨®gico y trabaja en un entorno de m¨¢ximo estr¨¦s. Y en ese mundo prisionizado, si un vigilante ve algo, mira para otro lado¡±, afirma Del Cura.
Unos funcionarios visten la americana azul del cuerpo sobre una camisa vainilla; otros, un sufrido polar de currante en tonos grises. ¡°Vamos a pelo. La gente piensa que somos como en las pel¨ªculas: tipos duros, con perros y escopetas recortadas¡±, describe Jos¨¦ Ram¨®n L¨®pez, presidente de Acaip, el sindicato mayoritario de funcionarios (son en total 23.916, con una media de edad de 50 a?os). ¡°Pero no somos polic¨ªas; somos unos tipos normalitos que se ponen cada ma?ana el uniforme de Coca-Cola armados con un bol¨ªgrafo y se meten ah¨ª a ver qu¨¦ pasa. Nuestro trabajo es reeducar y reinsertar. Propiciar que haya seguridad para que se pueda trabajar con ellos. Y cuando pasa algo gordo, no estamos preparados y siempre nos llevamos una hostia¡±.
?Pasan miedo? Pregunto a los funcionarios. Las respuestas difieren. ¡°S¨ª. Pasas miedo, trabajas con gente muy peligrosa. Todos los d¨ªas hay incidentes y a alguno le han pegado una cuchillada en el cuello¡±. ¡°No. No paso miedo. Pero debes conocerlos mejor que su padre. Cuando les miras a los ojos y ves algo raro, se avecina movida. Lo hueles. Muchos tenemos m¨¢s a?os de talego que ellos¡±. ¡°S¨ª. Pasas miedo. Nunca sabes qu¨¦ te vas a encontrar cuando abres una puerta de aislamiento mientras todos los presos de una galer¨ªa aporrean la suya¡±. Siguiente pregunta: ?alguno se ha hecho amigo de un preso? Tres negativas: ¡°No. Hablas en el patio con ellos todos los d¨ªas; haces de sanitario, de consejero matrimonial. Los ves llorar. ¡®Qu¨¦ te pasa, hombre¡¯; ¡®Estoy jodido, me han quitado a mis hijos¡¯. Los ayudas en cosas peque?as¡, pero nunca es amistad. Son relaciones primarias¡±. Para otro: ¡°No. Nunca se llega al afecto, pero el interno sabe que somos la mano que le da de comer, que le descuelga cuando est¨¢ agonizando ahorcado con su s¨¢bana, que somos su pa?o de l¨¢grimas. Rara vez nos intentan joder, est¨¢n en nuestro territorio¡±. Para un tercer funcionario: ¡°No. Pero, como seas un cabr¨®n, te la terminan jugando¡±. En los patios, los vigilantes tutean a los presos con cierta displicencia y estos les hablan de ¡°don¡± y de ¡°usted¡±.
A la c¨¢rcel no se viene a hacer amigos. Lo confirman los presos. Por ejemplo, Ra¨²l, de 47 a?os, cocain¨®mano, con un largo historial delictivo, una cabeza bien amueblada y que se encuentra destinado en el m¨®dulo 14, el terap¨¦utico, dedicado a la reinserci¨®n de personas con adicciones: ¡°Aqu¨ª est¨¢s rodeado pero solo; entras solo y te vas solo; no puedes coger cari?o a nadie porque luego se va o te traiciona¡±. Josu¨¦, de 33 a?os, politoxic¨®mano, aislado (por su conducta violenta) en el m¨®dulo 15, de r¨¦gimen cerrado, del que sale un m¨¢ximo de cuatro horas al d¨ªa a un patio de 10 metros cubierto por un mallazo, tiene su visi¨®n del asunto: ¡°Soy un delincuente, pero no aguanto a los delincuentes. Me ponen nervioso. Acabo pele¨¢ndome con ellos. Siempre me pasa lo mismo. Prefiero a los funcionarios. Se portan conmigo con m¨¢s humanidad¡±.
Es una ma?ana tensa en Soto del Real. Los presos est¨¢n nerviosos. Y no solo por el centenar de periodistas que aguardan a Rato en la puerta. Cualquier acontecimiento que escape del estricto guion de esta burbuja de 65 hect¨¢reas les afecta. Y provoca conflictos entre sus habitantes, inmersos en un Gran Hermano que dura a?os. Una c¨¢rcel es una olla a presi¨®n. La universidad del crimen. El ¨ªndice de reincidencia en Espa?a en un periodo de 12 a?os es del 32%. En ese plazo de tiempo, uno de cada tres excarcelados volvi¨® a prisi¨®n. Parece una cifra muy elevada. Desde la Administraci¨®n le dan la vuelta: ¡°Lo importante es que dos de cada tres no regresan¡±. Y a?aden que en Francia, el Reino Unido y Estados Unidos esa cifra de reincidencia se dispara hasta el 60%. Sin embargo, en los pa¨ªses n¨®rdicos desciende por debajo del 30%.
Seg¨²n el secretario general de Instituciones Penitenciarias, el magistrado ?ngel Luis Ortiz, ¡°tenemos una tasa de criminalidad m¨¢s baja que la mayor¨ªa de pa¨ªses europeos (por ejemplo, menos asesinatos) y, al mismo tiempo, porcentualmente m¨¢s gente en prisi¨®n y con condenas m¨¢s largas, lo que indica que tenemos un C¨®digo Penal m¨¢s duro. El futuro penitenciario son las penas alternativas, que no impliquen la p¨¦rdida de la libertad, sino, por ejemplo, los trabajos en beneficio de la comunidad. Un preso es un ciudadano caro, le cuesta al Estado cada a?o 23.000 euros. Aunque es cierto que hemos avanzado y tenemos en nuestras prisiones 30.000 internos menos que en 2009. Hay ingresadas hoy en las c¨¢rceles espa?olas 47.712 personas. El hacinamiento es una lacra del pasado.
¡ª?Por qu¨¦ hay menos presos?
¡ªPor la reforma del C¨®digo Penal de 2010, que redujo las penas por drogas, que ten¨ªan mucha incidencia, y salieron 11.000 personas. Est¨¢n adem¨¢s los convenios para expulsar extranjeros o las penas alternativas en casos de seguridad vial y violencia de g¨¦nero. En 2019, hubo 117.000 personas que no entraron a cambio de penas alternativas. Y eso es bueno para el sistema.
Esta ma?ana hay un motivo que eleva la tensi¨®n en Soto. En cuanto Rato la abandone, esta c¨¢rcel quedar¨¢ aislada del exterior. Ser¨¢ m¨¢s estanca que nunca. Ya se contabilizan m¨¢s de 40 contagios activos de coronavirus y tres m¨®dulos (cada uno alberga en torno a 70 presos) est¨¢n confinados. Pronto les seguir¨¢ el n¨²mero 10 (el medi¨¢tico). Y a comienzos de noviembre ser¨¢n un total de siete los m¨®dulos sellados. ¡°Mal asunto¡±, rezonga un vigilante. Los presos exigen mascarillas en una asamblea. En los m¨®dulos que no se han confinado no se las han suministrado durante el mes de octubre, ¡°no las necesitan, porque es un ¨¢mbito familiar¡±, explica el director, Luis Carlos Ant¨®n. Tampoco los 570 funcionarios de Soto (que s¨ª las llevan) se sienten seguros y exigen m¨¢s PCR. Aqu¨ª todo es m¨¢s complicado que en la calle. Muchos internos son poblaci¨®n de riesgo, con problemas de inmunodepresi¨®n y enfermedades infecciosas. A partir de esta tarde quedar¨¢n suspendidas las visitas a Soto del Real, las salidas y entradas innecesarias, los vis a vis y los permisos. En los furgones que acceden desde el exterior con presos, los agentes de la Guardia Civil aparecen enfundados en aparatosos equipos de protecci¨®n personal.
La desescalada de la covid-19 en esta c¨¢rcel ha sido menos virtuosa que la gesti¨®n de la primera ola, donde apenas se dieron un pu?ado de casos. Desde el 21 de junio, todo ha ido cuesta abajo. ¡°El problema es que este centro es un traj¨ªn. Aqu¨ª entran no menos de 80 personas cada d¨ªa desde los juzgados de la plaza de Castilla, y este es tambi¨¦n el centro de referencia de la Audiencia Nacional; si a eso le sumas las conducciones y traslados, Soto se convierte en un espacio imposible de controlar a no ser que lo chapes¡±, explica un vigilante.
Hoy es ese d¨ªa. Chapan Soto. A sus cinco anillos de seguridad, una combinaci¨®n de muros, vallas met¨¢licas coronadas por concertinas y puertas blindadas pintadas en tonos marfil (que camuflan su decadencia), y la prohibici¨®n absoluta de usar tel¨¦fonos m¨®viles e Internet, se une el anillo de seguridad de la pandemia, que hace que los presos se sientan a¨²n m¨¢s fuera del mundo. Se masca la incertidumbre en Soto del Real en el a?o de sus bodas de plata.
El pasado 14 de marzo iba a ser su d¨ªa grande. Cumpl¨ªa 25 a?os. Pero el presidente del Gobierno decret¨® el estado de alarma. Y Soto del Real se qued¨® sin fiesta. La celebraci¨®n ten¨ªa sentido. Soto es un s¨ªmbolo: la prisi¨®n que cambi¨® no solo la fisonom¨ªa, sino tambi¨¦n el esp¨ªritu de las c¨¢rceles espa?olas. La idea de Soto del Real no respond¨ªa a un modelo de justicia retributiva, sino a una aspiraci¨®n de reinserci¨®n. La celda no ten¨ªa que ser ya el lugar b¨¢sico de una prisi¨®n, ni tampoco los patios desnudos y patibularios, donde se mezclaba a los j¨®venes rateros y a los yonquis con terroristas y reincidentes; el nuevo concepto eran los talleres retribuidos (en Soto, unos 300 presos trabajan en ellos por una media de 500 euros al mes), las aulas, gimnasios, bibliotecas y espacios abiertos para que socializaran y no rumiaran su odio en su celda durante a?os.
Se trataba de clasificar y separar de forma quir¨²rgica a los malos de verdad (¡°la maldad existe, aqu¨ª la ves¡±) de los presos recuperables. Y para conseguirlo era clave la observaci¨®n de cada penado y de su entorno (dentro y fuera de prisi¨®n) y el dise?o de programas espec¨ªficos para cada perfil, ya fuera miembro de una banda latina, agresor sexual, suicida o delincuente econ¨®mico. ¡°Tenemos un programa para casi cualquier delito¡±, dice Alberto, un funcionario veterano. ?Y valen para algo? Contesta una trabajadora social: ¡°A ver, esto es cuesti¨®n de dinero, y si hubiera el doble de inversi¨®n en tratamiento, si pudieras trabajar con ellos una vez al d¨ªa en vez de una vez al mes, valdr¨ªa para m¨¢s¡±.
A finales de los ochenta se ten¨ªa clara esa idea de tratamiento, pero las prisiones espa?olas respond¨ªan en su concepci¨®n a par¨¢metros del franquismo: rincones para morir en vida. El paso decisivo fue construir esta nueva prisi¨®n laboratorio a 37 kil¨®metros de Madrid, en Soto del Real, que ser¨ªa denominada ¡°centro tipo¡± y servir¨ªa de modelo a otras 20 prisiones cl¨®nicas que construir¨ªa desde Pontevedra hasta Las Palmas la empresa p¨²blica Sociedad de Infraestructuras y Equipamientos Penitenciarios (SIEP), que preside Mercedes Gallizo.
El autor del dise?o de Soto del Real no pudo firmar su proyecto. ¡°ETA segu¨ªa matando y no era sensato hacer p¨²blico mi nombre¡±. Se llama Rafael Samalea, es arquitecto y funcionario de Prisiones jubilado. Las c¨¢rceles espa?olas a¨²n albergan a 208 etarras y a 243 yihadistas, y hablamos discretamente en un apeadero de tren. ¡°Los d¨ªas pasan muy lentos en la c¨¢rcel si no tienes nada que hacer. El problema es que disponer de infraestructura para el tratamiento es caro. Construir ese tipo de prisi¨®n cuesta 80.000 euros por interno. Y no sal¨ªan los n¨²meros haciendo c¨¢rceles para 100 presos. Nos decidimos por un concepto modular, es decir, 17 c¨¢rceles peque?as (los m¨®dulos) dentro de una c¨¢rcel enorme dotada de un concepto de alta seguridad. De aqu¨ª no te puedes escapar. Cada m¨®dulo es autosuficiente y alberga un n¨²mero de presos con un perfil homog¨¦neo. Y en el centro de la prisi¨®n est¨¢n los servicios generales, el auditorio, polideportivo, cocinas, los talleres o la piscina. El preso sale del m¨®dulo lo menos posible. Su vida se desarrolla en un espacio peque?o, familiar, y eso es clave para que el funcionario sepa con qui¨¦n se junta, c¨®mo se comporta y evoluciona¡±.
¡ª?C¨®mo deben ser las c¨¢rceles del futuro?
¡ªDeber¨ªan estar m¨¢s cerca de las ciudades y no tener pinta de c¨¢rceles. Deben ser como un internado que favorezca la convivencia y la reinserci¨®n. Los internos no pueden ser fieras de circo.
Para ingresar en Soto del Real, un penado tiene que atravesar una peque?a puerta blindada clavada en el hormig¨®n de su muro, con su pintura carcomida por el ¨®xido. A continuaci¨®n, accede a un patio tapizado de excrementos de paloma. Tras cruzar otro port¨®n met¨¢lico, entra en el departamento de ingresos y libertades. Pasa el detector de metales; se le cachea; deja sus pertenencias en un caj¨®n de madera; se le toman las huellas; se le fotograf¨ªa; aguarda unas horas en una celda; es visitado por los t¨¦cnicos y un m¨¦dico. Aguarda en otra celda. Pasar¨¢n d¨ªas hasta que la junta de tratamiento decida su r¨¦gimen carcelario y el m¨®dulo al que va destinado. Recibe una bolsa de pl¨¢stico con papel higi¨¦nico, maquinilla de afeitar, gel, cepillo y dent¨ªfrico, condones y lubricante, y emprende el camino hacia su nuevo hogar custodiado por un vigilante. Ning¨²n penado puede moverse fuera de su m¨®dulo sin la preciada tarjeta naranja de ¡°preso de confianza¡±.
En Soto del Real hay m¨®dulos para cada perfil. Los recorremos. El n¨²mero 1 es para gente de bajo riesgo; el 2, para conflictivos; el 3, para preventivos; el 5, para inadaptados; el 7 y el 8, de nivel medio de peligrosidad; el 10 es de la Uned; el 12 es el ¡°de respeto¡±, que autogestionan sus internos; el 13, el de mujeres (son solo el 7% de la poblaci¨®n reclusa en Espa?a); el 14, el terap¨¦utico, para personas con adicciones en tratamiento; el 15 es de aislamiento (donde est¨¢n encerrados una treintena de penados; entre ellos, una etarra y tres yihadistas), y el 16, la enfermer¨ªa, con capacidad para 64 personas. Abundan los trastornos psiqui¨¢tricos y las enfermedades infecciosas. Cada d¨ªa, una de sus enfermeras distribuye metadona entre una treintena de presos. En este m¨®dulo hay celdas de alta seguridad. Algunas est¨¢n ocupadas por suicidas. Observamos su interior junto a una enfermera. En una de ellas, sedado, acurrucado, dormita un asesino con una grave patolog¨ªa mental. Ha agredido a funcionarios en varias c¨¢rceles. Se desplaza en silla de ruedas. La enfermera murmura ante la ventanilla blindada: ¡°El sanitario es el asunto donde el sistema hace agua. Tratamos con gente muy deteriorada. Con gente con trastornos duales, en la que una enfermedad mental se suma a una toxicoman¨ªa. Tenemos enfermos mentales no reconocidos, a los que se les diagnostica aqu¨ª por primera vez. Y contamos con pocos medios¡±. Seg¨²n un responsable, en las prisiones espa?olas faltan la mitad de m¨¦dicos y un tercio de los enfermeros. ¡°No quieren trabajar en la c¨¢rcel¡±. Y a?ade: ¡°Los hospitales de las comunidades aut¨®nomas tampoco quieren ni o¨ªr hablar de nuestros internos porque son caros y peligrosos. Apenas aceptan al 2% de nuestros enfermos con patolog¨ªas mentales. Mientras, los custodiamos nosotros. La sociedad prefiere no saber qu¨¦ pasa aqu¨ª dentro¡±. El responsable de las prisiones espa?olas, Luis Carlos Ortiz, da una cifra de presos con una dolencia mental grave: 1.800. Si se le a?ade que un 20% de los internos consumen drogas en las c¨¢rceles, se crea un c¨®ctel peligroso. En cambio, solo existen dos centros penitenciarios de car¨¢cter psiqui¨¢trico, donde acceden los declarados por los tribunales como inimputables; es decir, que no son responsables de sus actos por estar oficialmente perturbados.
Las c¨¢rceles espa?olas se han convertido en la cuneta de la psiquiatr¨ªa. Y quiz¨¢ esa sea la revoluci¨®n m¨¢s urgente del sistema. O son delincuentes, o son locos, pienso mientras la puerta de la c¨¢rcel se cierra con un estruendo a nuestra espalda. Minutos m¨¢s tarde, los periodistas se abalanzan sobre el antiguo vicepresidente Rato, que, vestido de cazador, se despide ante las c¨¢maras de televisi¨®n de sus compa?eros del m¨®dulo 10 de Soto del Real.
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