
Los dos frentes de las brigadistas internacionales
Unas 700 mujeres extranjeras se sumaron al bando republicano para luchar contra Franco en la Guerra Civil. Comprometidas con el reto de frenar al fascismo en el frente espa?ol, muchas fueron relegadas a servicios de oficina o de cuidados y sufrieron la misoginia donde se supon¨ªa sagrada la igualdad. Algunas murieron en combate. Todas quedar¨ªan marcadas por aquella guerra.
01. BARCELONA
El 19 de julio del a?o 1936, la periodista holandesa Fanny Schoonheyt se puso una blusa amarilla de manga corta antes de salir a las calles de Barcelona en busca de un arma. Desde primeras horas de la ma?ana se hab¨ªa desatado una lucha feroz por el control de la ciudad, despu¨¦s de que las fuerzas militares de varios cuarteles se unieran al alzamiento que hab¨ªa comenzado dos d¨ªas antes en los territorios espa?oles del norte de ?frica. Por la calle pululaban grupos de milicianos armados que les hac¨ªan frente junto a polic¨ªas y guardias civiles leales, pero pocos sab¨ªan manejar un fusil como Fanny, que hab¨ªa ganado premios en su ciudad natal de R¨®terdam como tiradora deportista.
No era la ¨²nica mujer extranjera que andaba por las calles tumultuosas de Barcelona. Felicia Browne, una pintora inglesa, se acerc¨® al epicentro de la batalla, la plaza de Catalu?a, pero un polic¨ªa escondido en un portal sac¨® su pito y la avis¨® de que aquello era todav¨ªa territorio comanche. A Felicia le llamaban la atenci¨®n los contrastes de la ciudad en guerra. Cuando nadie pegaba tiros, la bulliciosa Barcelona quedaba casi en silencio. ¡°Entre tiro y tiro se o¨ªa el viento pasar entre los ¨¢rboles¡±, escribi¨® en una carta.
Alg¨²n tiempo despu¨¦s Fanny se uni¨® a un grupo que trepaba por los tejados del paseo de Col¨®n hacia el edificio de la Capitan¨ªa, donde los rebeldes se hab¨ªan hecho fuertes. Con su blusa amarilla, se dio cuenta de que era un blanco f¨¢cil. ¡°Es un milagro que no me hayan pegado un tiro. Puede que se quedaran tan sorprendidos que no supieran reaccionar¡±, escribi¨® emocionada a una amiga de R¨®terdam. ¡°Tuve que robar mi primera arma¡±.

La joven periodista llevaba dos a?os en la Ciudad Condal y trabajaba en la organizaci¨®n de la Olimpiada Popular ¡ªuna alternativa a los Juegos oficiales de agosto en el Berl¨ªn nazi¡ª. Se hab¨ªa hecho amiga de Marina Ginest¨¤, una joven catalana de 17 a?os criada en Francia, que pronto ser¨ªa la int¨¦rprete del periodista estrella del diario ruso Pravda, Mija¨ªl Koltsov.
En Espa?a arrancaba la primera gran guerra fotogr¨¢fica y Ginest¨¤ se convertir¨ªa en s¨ªmbolo de la miliciana espa?ola, posando en los tejados del hotel Col¨®n con un fusil al hombro. Como otras tantas fotograf¨ªas de milicianas que dieron la vuelta al mundo, algunas tomadas por Gerda Taro, socia de Robert Capa, lanzaba a las mujeres extranjeras el mensaje de que ser¨ªan bienvenidas en la lucha contra Franco. La verdad, como Ginest¨¤ reconoci¨® a?os despu¨¦s, es que ese fue el ¨²nico d¨ªa en que llev¨® arma y nunca peg¨® un tiro.
La alta y rubia Fanny le pareci¨® a Ginest¨¤, a primera vista, como una sirena n¨®rdica del cine. ¡°Como Greta Garbo. Nos daba envidia, por su elegancia y por su manera de fumar. Ninguna mujer se atrev¨ªa a fumar en la calle en Barcelona, menos ella. As¨ª impresionaba a los hombres, que le ten¨ªan mucho respeto¡±.
M¨¢s respeto le tendr¨ªan a¨²n cuando se dieron cuenta de sus habilidades con el fusil. En los primeros d¨ªas se dedic¨® a cazar pacos ¡ªlos francotiradores facciosos, reales o imaginados, que se apostaban en ventanas o iglesias¡ª. Luego se apunt¨® al Grupo Th?lmann, un pelot¨®n de 20 extranjeros de la columna Carlos Marx, cuando este se march¨® para Arag¨®n. Sus miembros eran exiliados alemanes y algunos atletas que hab¨ªan venido por las Olimpiadas. Entre ellos hab¨ªa tres parejas de alemanes y suizos adem¨¢s de la alemana-brit¨¢nica Liesel Carritt.

A Fanny le dieron una metralleta que pronto aprendi¨® a manejar con soltura. El peri¨®dico ?ltima Hora dedic¨® un reportaje a ¡°la valiente guerrillera Fanny¡, una muchacha rubia, de facciones bonitas, de unos ojos de vedette, con la piel bru?ida, unos brazos torneados y unas espaldas robustas, de l¨ªnea deportiva¡±. El periodista Luis de Oney la visit¨® cuando ingres¨® en un hospital de Barcelona con problemas de h¨ªgado. ¡°A Fanny la quieren todos, desde el coronel Villalba hasta el miliciano desconocido, por su arrojo en la l¨ªnea de fuego, por su simpat¨ªa personal, por su firme valent¨ªa¡ Mientras las balas silban, los obuses a¨²llan y las granadas atruenan, Fanny hace crepitar su ametralladora¡±, escribi¨® en el diario La Noche. Fanny hablaba de lo f¨¢cil que era matar a soldados enemigos cuando avanzaban ¡°como idiotas¡± en fila india. Esperaba que su ejemplo sirviera ¡°de est¨ªmu?lo a todas las mujeres del mundo¡± para que mirasen con simpat¨ªa ¡°la defensa del pueblo espa?ol¡±.
Felicia Browne tambi¨¦n quiso apuntarse a las milicias. ¡°No quiero irme de este pa¨ªs¡±, escribi¨® en una carta a los suyos. En las milicias le dijeron que no. Felicia no hablaba castellano ni catal¨¢n. Nunca hab¨ªa manejado un arma. Pero la artista, formada en la prestigiosa escuela londinense The Slade, insisti¨®, diciendo que pod¨ªa ¡°luchar tan bien como cualquier hombre¡± y la aceptaron en otro grupo de extranjeros, aunque solo como enfermera. Para demostrar su valent¨ªa, se ofreci¨® voluntaria a un grupo guerrillero que se infiltr¨® detr¨¢s de las l¨ªneas enemigas para sabotear un tren de municiones. Una patrulla enemiga les dispar¨® y Felicia corri¨® en auxilio de un combatiente italiano herido, al que arrastr¨® detr¨¢s de una roca mientras atra¨ªa el fuego enemigo hasta que, seg¨²n uno de los integrantes del comando, ¡°con varias heridas en el pecho y una en la espalda, Felicia (¡) cay¨® muerta al suelo¡±. No fue la ¨²nica voluntaria extranjera en morir en las primeras semanas de la guerra. Las alemanas Margarita Zimbal, Augusta Marx y Georgette Kokoeznynsgy tambi¨¦n fueron v¨ªctimas, seg¨²n La Vanguardia, de la ¡°barbarie fascista¡±.

02. MADRID
La guerra no lleg¨® a Madrid con fuerza hasta el 20 de julio. La acci¨®n culminante fue el asalto al cuartel de la Monta?a, colindante con la plaza de Espa?a. La argentina Mika Etcheb¨¦h¨¨re hab¨ªa llegado tan solo una semana antes para reunirse con Hip¨®lito, su marido francoargentino, y se dio cuenta enseguida de la tensi¨®n latente en una sociedad que caminaba sobre el precipicio de la guerra. ¡°Nos mantiene a todos despiertos, como velando a un agonizante¡±, dijo.
Mientras el alzamiento progresaba o fracasaba en otras ciudades, Mika e Hipo segu¨ªan a la muchedumbre que recorr¨ªa Madrid en busca de armas. En un local sucio y lleno de humo del que se hab¨ªa apoderado el POUM (Partido Obrero de Unificaci¨®n Marxista), Mika observ¨® que hab¨ªa mujeres, algunas de ellas ¡°de aspecto raro¡±. ¡°Me entero de que entre ellas hay varias de un burdel vecino que vienen a enrolarse en las milicias¡±. Vistas con sus ojos de clase media, hija de padres jud¨ªos que huyeron a Argentina para escapar de Rusia, le inspiraban m¨¢s miedo que los generales. Nadie le pregunt¨®, sin embargo, si pertenec¨ªa al partido ni qu¨¦ hac¨ªa all¨ª una mujer con acento extranjero. ¡°Por derecho revolucionario, todo aquel que quiere combatir merece empu?ar un arma¡±, observ¨®.
Cuando por fin les llegaron algunas armas incautadas, los milicianos no sab¨ªan qu¨¦ hacer con ellas, as¨ª que Hipo se ofreci¨® a instruirlos. Eso les bast¨® para nombrarlo su jefe, y formaron un grupo de 100 hombres y mujeres con dos camiones, tres coches, una ametralladora y 30 fusiles y se marcharon al frente cerca de Sig¨¹enza. Cuando su marido muri¨® a mediados de agosto, Mika tom¨® el mando. A sus 34 a?os, se ve¨ªa m¨¢s como ¡°capitana-madre que cuida de sus hijos soldados¡± que como oficial de tropa tradicional. De hecho, afirm¨® que no mandaba: ¡°No necesito imponerme. Cuando llega una orden, la comunico a la compa?¨ªa y la cumplimos entre todos¡±. En su columna se observaba una igualdad rigurosa. Etcheb¨¦h¨¨re incluso reclut¨® a dos mujeres de una columna comunista, donde hab¨ªan acabado limpiando platos y ropa. ¡°No vine al frente a morir con un pa?o de cocina en la mano¡±, se quejaba una.

Etcheb¨¦h¨¨re termin¨® discutiendo con su comandante anarquista, Cipriano Mera, despu¨¦s de que este le dijera, al verla llorar ante un chico joven herido de muerte: ¡°Vamos, moza, deja de llorar. Llorando con lo valiente que eres. Claro, mujer al fin¡±, a lo que ella replic¨®: ¡°Y t¨², con todo tu anarquismo, hombre al fin, podrido de prejuicios como un var¨®n cualquiera¡±.
Entre los anarquistas, como hab¨ªa observado Mika, no todo fue igualdad y solidaridad. La fil¨®sofa francesa de 26 a?os Simone Weil se incorpor¨® a la columna Durruti, dejando atr¨¢s el pacifismo que la hab¨ªa guiado hasta entonces. ¡°No me gusta la guerra¡±, se justific¨®, ¡°pero (¡) cuando me di cuenta de que, a pesar de todos mis esfuerzos, no pod¨ªa evitar participar moralmente en esta guerra, es decir, que no pod¨ªa evitar desear cada d¨ªa, a todas horas, la victoria de un bando y la derrota del otro, me dije que, para m¨ª, Par¨ªs era la retaguardia y tom¨¦ un tren a Barcelona¡±. Con su mono azul y gruesas gafas redondas, parec¨ªa todo menos una guerrera de primera l¨ªnea. Ella quiso luchar, pero la metieron en la cocina ¡ªdonde la fil¨®sofa se manejaba mal y no tard¨® en escaldarse el pie con aceite de oliva hirviendo¡ª. Se march¨® disgustada por la despreocupaci¨®n con que los anarquistas fusilaban a sacerdotes y supuestos simpatizantes fascistas. La muerte de un falangista de 15 a?os capturado por sus compa?eros, y que prefiri¨® que lo fusilasen antes que arrepentirse, pes¨® sobre su conciencia.

03. BRIGADISTAS
Una tarde-noche de octubre de 1936, Lise London subi¨® al Expreso rojo, como se hab¨ªa bautizado al tren que llevaba voluntarios a la frontera con Espa?a desde la estaci¨®n de Austerlitz en Par¨ªs. Era una de tres mujeres voluntarias entre mil hombres. ¡°Nunca podr¨¦ olvidar este viaje. Nos paramos en todas las estaciones, donde nos esperaban decenas, cientos, miles de hombres, mujeres y ni?os, con los brazos cargados de flores, frutas, comida, jarras de agua fresca, botellas y porrones de piel de cabra llenos del vino de las laderas pirenaicas, que marea la cabeza y regocija el coraz¨®n¡±.
Un par de semanas antes, en respuesta al entusiasmo popular por ir a luchar del lado republicano y al deseo de la Uni¨®n Sovi¨¦tica de implicarse, se hab¨ªan creado las Brigadas Internacionales, que iban a poner seis brigadas ¡ªde hasta 3.000 voluntarios extranjeros cada una¡ª al servicio de la Rep¨²blica. La organizaci¨®n la puso el Komintern, la Internacional Comunista con sede en Mosc¨², pero el esp¨ªritu de las brigadas reflej¨® la misma transversalidad de la izquierda que se hab¨ªa manifestado en los triunfos electorales del Frente Popular en Francia y Espa?a. Lise, francesa de padres espa?oles, conviv¨ªa con el intelectual checo Artur London y trabajaba en un sindicato comunista en Par¨ªs. Estaba embarazada, pero Andr¨¦ Marty ¡ªel gru?¨®n y paranoico responsable de las Brigadas, y uno de los siete poderosos secretarios de la Komintern¡ª le hab¨ªa pedido que viajara hasta la sede de la organizaci¨®n de voluntarios extranjeros en Albacete para trabajar como su secretaria.

El entusiasmo oficial por las milicianas empezaba a disminuir y, para mediados del a?o 1937, casi todas hab¨ªan sido retiradas del frente. En la esfera comunista, a la que pertenecieron las Brigadas Internacionales, ya se estaba sacando a mujeres de la primera l¨ªnea de fuego en octubre de 1936. As¨ª que a las 700 que llegaron como parte de los 35.000 voluntarios for¨¢neos se les puso a hacer trabajos de oficina o, en su gran mayor¨ªa, a trabajar como m¨¦dicos y enfermeras de los 23 hospitales creados por las Brigadas Internacionales en Murcia, Albacete, Benic¨¤ssim y otras ciudades.
La enfermera negra estadounidense Salaria Kea hab¨ªa protagonizado su primera revoluci¨®n en la cafeter¨ªa del Harlem Hospital de Nueva York en 1933. Cuando un grupo de m¨¦dicos blancos les dijeron a ella y a sus compa?eras ¡ªotras enfermeras negras¡ª que ten¨ªan que cambiar de mesa porque estaban comiendo en la zona reservada para blancos, se levantaron y tiraron del mantel, mandando la comida al suelo. El hospital tuvo que cambiar sus normas. Su segundo gran arrebato de rabia vino tras la invasi¨®n de Etiop¨ªa por el Ej¨¦rcito fascista de Mussolini en 1935. La comunidad negra de Harlem qued¨® indignada, y los m¨¦dicos y enfermeras costearon un hospital de campa?a. Para ellos, la guerra civil espa?ola fue otra fase m¨¢s de la expansi¨®n fascista por el mundo.

El 27 de marzo de 1937, Salaria sali¨® de Nueva York rumbo a Espa?a junto a 12 enfermeras del American Medical Unit de las Brigadas. Entre los voluntarios hab¨ªa ya un centenar de hombres negros, con el capit¨¢n Oliver Law ejerciendo, por primera vez en la historia de Estados Unidos, como oficial negro al mando de soldados blancos. ¡°Hombres negros han sacrificado sus vidas aqu¨ª¡±, dijo Salaria, quien entendi¨® su tarea como la de ¡°aminorar el sufrimiento de un pueblo atacado por el enemigo principal de toda minor¨ªa racial, el fascismo¡±. El enemigo a batir no era solo Franco, sino tambi¨¦n ¡°Italia y Alemania¡±, cuyas tropas luchaban en el otro bando.
No era la ¨²nica mujer negra entre las voluntarias, ya que Flora la Cubana ¡ªconocida como La Mulata¡ª era de las pocas mujeres que trabajaban en el servicio de ambulancias. Otra conductora de ambulancias era Evelyn Hutchins, una menuda exbailarina de cabar¨¦ de Nueva York y activista que ya hab¨ªa organizado el alistamiento de su marido y de un hermano a las Brigadas Internacionales. Hubo alguna queja, pero los hombres ¡°serios¡± no se sorprendieron por su presencia. ¡°Soy bajita, pero jam¨¢s me dio por pavonearme o comportarme como un hombre. Actu¨¦ como siempre¡±, explic¨® m¨¢s tarde.
Otras mujeres ten¨ªan puestos m¨¢s tenebrosos. De Tina Modotti, actriz italiana de cine mudo y luego afamada fot¨®grafa, se dec¨ªa que trabajaba como agente de la inteligencia militar sovi¨¦tica. Su novio, el italiano Vittorio Vidali, es considerado el organizador del secuestro y asesinato de Andreu Nin, el l¨ªder del POUM. Otra mujer, una misteriosa neozelandesa conocida como Amy, tambi¨¦n operaba en Barcelona al servicio de Mosc¨².

El discurso de igualdad dentro de las Brigadas Internacionales ¡ªque tan bien funcionaba con relaci¨®n al racismo¡ª topaba con la misoginia rancia de Andr¨¦ Marty y con la violencia. ¡°Has venido a este pa¨ªs a trabajar, a obedecer ¨®rdenes y no a prostituirte¡±, le advirti¨® a la enfermera francoespa?ola de 22 a?os Rosa Crem¨®n, despu¨¦s de pedirle que se sentara en su regazo. Peor lo tuvo la periodista Martha Gellhorn (esposa de Ernest Hemingway), que sufri¨® ¡°terror y asco¡± mientras aguantaba el acoso del comandante del batall¨®n Garibaldi, Randolfo Pacciardi, durante un viaje en su coche. ¡°Es dif¨ªcil mantener a raya a un italiano salido en tierra de nadie y en plena noche¡±, dijo. Pero todav¨ªa peor fue la violaci¨®n de Marion Merriman, esposa del comandante Robert Merriman del batall¨®n Lincoln, por un oficial eslavo que ella no denunci¨® para no desatar una guerra civil dentro de las Brigadas. ¡°Esta debe ser mi cruz secreta¡±, se dijo.
La ¨²nica mujer en la que confiaba Marty era su propia esposa, Pauline Tauriny¨¤, quien ejerci¨® como jefa de finanzas e inspectora de hospitales. Morena, alta, esbelta y de ojos verdes, la fr¨ªa Tauriny¨¤ ten¨ªa 12 a?os menos que su marido y lo abandonar¨ªa por el comunista espa?ol Vicente Talens. Lise London dijo que, a partir de este momento, Marty maltrat¨® sistem¨¢ticamente a todas las mujeres que encontr¨®, menos, claro, a la poderosa Dolores Ib¨¢rruri, La Pasionaria. Por suerte, la mayor¨ªa de las mujeres en las Brigadas Internacionales trabajaban en hospitales lejos del feudo de Marty en Albacete.

04. LA DERROTA
La inglesa Nan Green lleg¨® a Espa?a en el verano de 1937, siguiendo los pasos de su marido, George, que se hab¨ªa alistado en las Brigadas cuatro meses antes. La compenetraci¨®n pol¨ªtica de la pareja fue tal que, cuando un cu?ado rega?¨® a su marido por marcharse, fue Nan quien le respondi¨®: ¡°Oye, George y yo pensamos en algo m¨¢s que en nuestros propios hijos: pensamos en los ni?os de Europa que corren el peligro de morir en la pr¨®xima guerra si no detenemos a los fascistas en Espa?a¡±.
Nan era una mujer de 33 a?os, ¡°en¨¦rgica, eficiente, entregada y seria, dotada de belleza e inteligencia¡±, seg¨²n un amigo. Cuando el artista arist¨®crata Wogan Philipps se ofreci¨® a pagarles un internado a sus hijos de seis y ocho a?os si Nan se iba a Espa?a como administradora de un hospital, ella pas¨® la noche en vela pregunt¨¢ndose ¡°si la separaci¨®n (aunque fuera temporal) de ambos padres har¨ªa desgraciados a los ni?os¡±. Al final, decidi¨® que no, dej¨® a sus hijos y la mandaron al Hospital Ingl¨¦s en el monasterio de Santa Mar¨ªa de la Merced, en Huete, Cuenca, donde a mayor sorpresa suya se top¨® con su marido como paciente (George se hab¨ªa quemado un brazo en un accidente). La convivencia fue corta, ya que a ¨¦l volvieron a mandarlo al frente, y durante los siguientes 14 meses se vieron tan solo cuatro veces.
Fueron meses intensos, cargados de emociones y en los que el peligro, la ideolog¨ªa y la cercan¨ªa de la muerte creaban lo que ella llam¨® un ¡°ambiente sobrecargado¡± que ten¨ªa a todo el mundo en ¡°un estado permanente de moderada excitaci¨®n¡±. Cuando se le present¨® un joven voluntario ingl¨¦s guapo y simp¨¢tico, estall¨® ¡°como un cohete¡±, atribuyendo su aventura amorosa ¡ªde la que se arrepinti¨®¡ª a una especie de ¡°v¨¦rtigo¡±.

Al empezar la batalla del Ebro, en julio de 1938, tanto Nan como George fueron destinados a la zona, George en primera l¨ªnea y ella montando un hospital en una cueva grande cerca de La Bisbal de Falset. ¡°?Voy tan sucia!¡±, le escribi¨® a su hermana Mem, ¡°el vendaje que me cubre los pies infectados est¨¢ negro; la ¨²nica sandalia que llevo se agita al caminar¡±. Nan ayud¨® a inventar un sistema de gr¨¢ficos para clasificar las lesiones que fue tan del agrado del cirujano jefe de la divisi¨®n, el neozeland¨¦s Douglas Jolly, que este lo copi¨® para las fuerzas aliadas en Italia durante la Segunda Guerra Mundial. Nan se encargaba tambi¨¦n de preparar tazas de t¨¦, la panacea universal de los brit¨¢nicos, y ofrec¨ªa transfusiones directas de su sangre: ¡°Hay mucha gente que no se da cuenta de lo bonito que es estar echada junto a un hombre cuyo rostro est¨¢ p¨¢lido como la cera, que le entre tu sangre y que veas que le vuelve el color a la cara y que empieza a respirar¡±, recordar¨ªa m¨¢s tarde.
Cuando el batall¨®n brit¨¢nico pas¨® unos d¨ªas de descanso, pudo estar ¡°dos tardes y una noche entera en un sof¨¢ infestado de piojos¡± con su marido. Ya por entonces se rumoreaba que Manuel Aza?a quer¨ªa sacar a las Brigadas Internacionales de Espa?a. El presidente de la Rep¨²blica esperaba, en vano, que esto obligar¨ªa a la retirada de las bastante m¨¢s numerosas fuerzas italianas y alemanas de Franco. Ante los rumores, Nan y George se pusieron de acuerdo en que esperar¨ªan a que los dos estuvieran de vuelta al Reino Unido antes de ir a buscar a los ni?os, para que la primera reuni¨®n fuese de toda la familia.
La confirmaci¨®n de la retirada lleg¨® el d¨ªa 23 de septiembre de 1938, justo despu¨¦s de que el batall¨®n brit¨¢nico fuera devuelto a la primera l¨ªnea. Aquel d¨ªa hubo un enfrentamiento con el enemigo y George Green fue visto por ¨²ltima vez luchando cuerpo a cuerpo en su trinchera. Aquella noche dos amigos de George despertaron a Nan para darle la mala noticia. ¡°Lo mataron casi en la ¨²ltima hora del ¨²ltimo d¨ªa. Pero nunca he podido sentir l¨¢stima por ¨¦l porque estaba haciendo lo que es debido¡±, escribi¨® en sus memorias. Hab¨ªa sido un privilegio avanzar ¡°directamente por el buen camino de la historia, por una buena causa, y desde entonces no ha habido nada igual, tan limpio y tan claro y tan bueno y tan sano, y ¨¦l estaba haciendo eso y estaba seguro de que ganar¨ªamos¡ As¨ª es como muri¨®, volando por as¨ª decirlo, ya sabes, como los p¨¢jaros¡±. Con la p¨¦rdida de Catalu?a en febrero de 1939, las mujeres brigadistas cruzaron la frontera francesa con el resto del Ej¨¦rcito derrotado y fueron internadas en los campos de concentraci¨®n franceses de Argel¨¨s-sur-Mer y Gurs.
La Segunda Guerra Mundial estall¨® cinco meses despu¨¦s de que Franco declarase su victoria el 1 de abril de 1939 y las mujeres brigadistas siguieron su lucha. Muchas de ellas se convirtieron en partisanas. Pauline Touriny¨¤ entr¨® en la Resistencia francesa, alcanzando el grado de teniente (mientras Franco fusil¨® a su amante Talens). La enfermera voluntaria Vera Luftig, que hab¨ªa tra¨ªdo a Espa?a a un grupo de enfermeras jud¨ªas conocidas en el hospital de Ontinyent como las ¡°mam¨¢s belgas¡±, se convertir¨ªa luego en una pieza clave de la red de sabotaje sovi¨¦tica conocida como la Orquesta Roja.
Asimismo, algunas veteranas jugaron un papel destacado en la resistencia interna en los campos nazis a donde por rojas, jud¨ªas o ambas cosas se mand¨® a muchas milicianas. Exbrigadistas formaron el n¨²cleo de las c¨¦lulas que luchar¨ªan contra los guardias en las horas antes de su liberaci¨®n, tanto en Buchenwald como en Auschwitz. Entre ellas estuvo la doctora polaca Dorota Lorska, superviviente de Auschwitz y enlace de la resistencia en el tristemente famoso Bloque 10, donde viv¨ªan jud¨ªas j¨®venes destinadas a ser usadas como conejillos de Indias en experimentos m¨¦dicos.
05. EL CIELO
La intensidad de la experiencia espa?ola marc¨® las vidas de muchos veteranos brigadistas. Casi todo, desde la pol¨ªtica hasta el amor, se hab¨ªa vivido de una manera tan extrema que la vida civil nunca pudo orillar sus recuerdos. Nan Green volvi¨® a casarse, pero su nieta Emma me dijo, despu¨¦s de leer mi libro Las Brigadas Internacionales: fascismo, libertad y la guerra civil espa?ola, que George fue ¡°su verdadero amor¡±.
La enfermera inglesa Patience Darton se cas¨® con el brigadista alem¨¢n Robert Aaquist en febrero de 1938. ¡°?Qu¨¦ har¨¢s con un marido alem¨¢n que no tiene pasaporte?¡±, le preguntaron. ¡°Siempre habr¨¢ trabajo para las enfermeras y los ametralladores¡±, respondi¨® ella. El idilio dur¨® solo dos meses, ya que Aaquist muri¨® en la primera semana de la batalla del Ebro. A pesar de ello, Patience mantuvo siempre que su experiencia espa?ola hab¨ªa sido ¡°como estar en el cielo¡±. Darton no volvi¨® a Espa?a hasta noviembre de 1996, cuando unos 700 brigadistas de 28 pa¨ªses se congregaron en Madrid en su ¨²ltima gran reuni¨®n, y recibieron la noticia de que el Gobierno les ofrec¨ªa la nacionalidad espa?ola. La acompa?aron su hijo Robert (cuyo padre era otro exbrigadista) y la historiadora brit¨¢nica Angela Jackson. Hasta entonces, no hab¨ªa vuelto para no tener que revivir la ruptura de ese amor corto y perfecto ni las pasiones de aquella guerra que le hab¨ªa marcado la vida.
Su m¨¦dico la avis¨® de que, a sus 85 a?os, su salud era demasiado fr¨¢gil como para viajar, pero ella insisti¨®. Asisti¨® a un concierto nocturno en homenaje a los brigadistas en Madrid, pero despu¨¦s se encontr¨® mal y la llevaron al hospital. Muri¨® al d¨ªa siguiente, el 6 de noviembre, con Robert a su lado. ¡°Patience hab¨ªa escuchado los v¨ªtores de la multitud y las canciones que recordaba de la Guerra Civil¡±, escribi¨® Jackson. ¡°Sin duda, le habr¨ªa parecido que su obituario, publicado en Espa?a con el t¨ªtulo Morir en Madrid, era una forma perfecta de poner el broche final a su vida¡±.
Giles Tremlett es historiador y periodista, autor de Las Brigadas Internacionales: fascismo, libertad y la guerra civil espa?ola (Debate), que acaba de publicarse.