Tiempos amurallados
Quienes erigen muros sue?an con una imposible seguridad. La palabra ¡°seguro¡± procede del lat¨ªn sine cura, es decir, ¡°tranquilo, sin preocupaci¨®n ni cuidado¡±. Lo que este encierro ha desvelado es, precisamente, el valor irrenunciable de cuidar y tener cuidado
A este lado de la frontera, hab¨ªamos olvidado la mirada hostil de los muros infranqueables. En poco tiempo, nuestra vida cotidiana se ha visto sitiada por confinamientos, cierres perimetrales, restricciones de movimientos, distancias de seguridad. Hemos atisbado ¡ªlejanamente¡ª la desesperaci¨®n de quien encuentra el paso cerrado por verjas y alambradas. Durante unos meses, hemos vivido exiliados en la orilla vulnerable de la humanidad.
Hace d¨¦cadas llegamos a pensar que las murallas eran un invento obsoleto. Cuando cay¨® el famoso muro, Berl¨ªn era una fiesta. Con ¨¦l se desmoron¨® el tel¨®n de acero y, mientras la euforia mundial enterraba alegremente la Guerra Fr¨ªa, el futuro se intu¨ªa globalizado y sin l¨ªmites. Los turistas compraron pedazos de hormig¨®n como souvenirs y regresaron con el trofeo a su pa¨ªs para dedicarse a lo propio de los a?os noventa: ganar dinero. Cre¨ªmos que las torres de vigilancia, las alarmas y las vallas electrificadas se extingu¨ªan. Pero la propensi¨®n a atrincherarnos no es f¨¢cil de desarraigar: incluso la meca del capitalismo, Wall Street, lo lleva inscrito en su nombre.
Nuestra era de la libertad est¨¢ erigiendo m¨¢s barreras que ninguna otra etapa del pasado, incluidos los tiempos casi m¨ªticos de la Gran Muralla china, las fortificaciones romanas o los castillos medievales. Como explica David Frye en Muros, la epidemia de alambradas vivi¨® un rebrote en el nuevo milenio. Sigiloso, repentino, simult¨¢neo. Arabia Saud¨ª, con una fara¨®nica construcci¨®n de 1.700 kil¨®metros, acarici¨® el antiguo sue?o de acorazar su territorio. Los muros propagan los muros: Kuwait, Emiratos ?rabes, Israel, Malasia, Kenia, Marruecos, Argelia, Estados Unidos¡ Incluso en la misma Europa hemos vuelto a edificar paisajes hostiles de concertinas, sensores de movimientos, verjas de acero, alambres de espino y bloques de hormig¨®n. En una gran gesta de ingenier¨ªa civil, la India ha levantado una valla electrificada en regiones del Himalaya donde apenas hay ox¨ªgeno y solo se mueven los glaciares. Aqu¨ª y all¨¢, proliferan los centros de internamiento de extranjeros y los campos de refugiados, enrejados y cautivos de la miseria. La vigilancia fronteriza se ha convertido en un formidable negocio globalizado que mueve millones de d¨®lares cada a?o. Y en el interior de las ciudades brotan urbanizaciones blindadas que separan a los ricos de los pobres, tapiando el antiguo ideal de buena vecindad.
La pandemia nos encontr¨® absortos en esta furia fortificadora, pero ni las aduanas ni los diques de hormig¨®n detuvieron al virus. A cambio, sucedi¨® algo inquietante: nuestros muros, en un invisible y silencioso contagio, giraron hacia dentro y lo invadieron todo. Mientras debat¨ªamos a qui¨¦n permitir o cerrar el acceso a la tierra prometida, quedamos de pronto enjaulados en casa. Las personas ingresadas en hospitales o residencias sufrieron un tr¨¢gico aislamiento, mientras sus familiares permanec¨ªan atrapados en su encierro, bajo el asalto de la angustia, sinti¨¦ndose emigrantes de sus propias vidas.
En la mitolog¨ªa griega, los dioses idearon un terrible tormento para T¨¢ntalo, al que culpaban de excesivo orgullo. Rodeado de agua, no pod¨ªa beber porque el l¨ªquido retroced¨ªa cuando ¨¦l acercaba sus labios. Una rama cuajada de frutos pend¨ªa sobre su cabeza, pero, si levantaba el brazo, se mov¨ªa fuera de su alcance. Todo aquello que deseaba escapaba de sus manos. En este a?o tant¨¢lico, sentimos sed de los dem¨¢s, pero, si nos acercamos, ellos retroceden. La distancia levanta entre nosotros tabiques de aire. Los muros han colonizado nuestra vida cotidiana con ferocidad viral: mamparas, mascarillas, pantallas faciales, paredes de cristal o metacrilato. En esta l¨®gica cruel, hemos auxiliado a nuestras personas queridas de la forma m¨¢s extra?a imaginable: encerrados, lejos, sin proximidad ni contacto. El ¨¦xito de nuestros cuidados ha radicado en nuestra ausencia, en proteger desde lejos, acompa?ar sin vernos, atender sin abrazos, consolar sin acariciar. Nuestros afectos han permanecido cercados.
Quienes erigen muros sue?an con una imposible seguridad. La palabra ¡°seguro¡± procede del lat¨ªn sine cura, es decir, ¡°tranquilo, sin preocupaci¨®n ni cuidado¡±. Lo que este encierro ha desvelado es, precisamente, el valor irrenunciable de cuidar y tener cuidado. Hoy esperamos con impaciencia que la ciencia, en colaboraci¨®n abierta y transfronteriza, perfeccione las vacunas que derribar¨¢n las murallas que nos asfixian. Una vez inmunizados contra las barreras, ser¨¢ tarea de la pol¨ªtica y la filosof¨ªa, de la cultura y la educaci¨®n construir un mundo menos confinado y m¨¢s confiado.
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