Esperando la lluvia en El Hierro
El silencio. Las ovejas. El mar. La m¨¢s occidental y meridional de las islas Canarias es el para¨ªso so?ado de muchos. Un territorio sorprendente, donde la vida tiene su propio ritmo y el silbo resuena entre la bruma.
La tierra reseca, la oveja pugna por sacar verde del esparto que le ofrece el suelo. Una niebla que parece un l¨¢piz seco cruza la hierba aireada por la ma?ana, el pastor ordena el reba?o con un grito imperioso que se parece al balido de un hombre entra?ado con este paisaje de silencio que es la cumbre en El Hierro. M¨¢s abajo, en las estribaciones de las huertas, este otro hombre, un agricultor que habla con su burra con la ternura de un poeta viejo, contempla los surcos de los que espera papas para enero. ¡°Y la jodida lluvia que no viene a mares¡±. El horizonte reclama la noche. Una niebla potente se acerca a la huerta. ¡°La cabrona nube que no mea. Lleva 30 a?os que no mea la jodida¡±.
Adentro de la ga?an¨ªa, ¡°el chivato¡± (un chivo) persigue a la oveja para montarla. Pero Antonio Barrera Brito, de 70 a?os, agricultor desde ni?o en este Hoyo del Barrio, bajo un monturrio, les permite que duerman juntos, ¡°pero si ese cabr¨®n la monta, ya la oveja no pare en su vida¡±. Las cabras y las ovejas conviven ¡°mejor que las personas¡±. Ante ¨¦l, por fuera del cobertizo donde se juntan neveras con escaleras viejas, hay surcos esperando a enero y a la lluvia. Como toda la isla, desde hace tres d¨¦cadas. En el monte, un colega m¨¢s joven, que solo tiene que ver con el ganado, tiene la suerte, muy de ma?ana, de asistir al espect¨¢culo de la niebla en la isla. Es ese l¨¢piz que, cuando viene el sol y da de lleno en la meseta de Nisdafe, desaparece dejando atr¨¢s, otra vez, ¡°la inmensa secura¡±.
Este pastor se llama Aurelio Cabrera, tiene 54 a?os y desde los 16 ha ordenado por aqu¨ª el paso obediente del ganado. Sus palabras no las entienden sino las ovejas que ahora son materia de su pastoreo. S¨ªlabas incomprensibles que ¨¦l traduce: ¡°?Ven ac¨¢!¡±, ¡°?Por aqu¨ª!¡±, ¡°?Vete pa fuera!¡±. Los lobos herre?os le ayudan a hacerlas m¨¢s d¨®ciles, pero parece un milagro que no se pierdan como sombras en la niebla. ¡°Son muy f¨¢ciles de guardar, m¨¢s que la gente¡±. Les grita desde peque?itas, ¡°saben lo que les dice mi voz¡±. No hay una voz a la redonda, ¡°a veces me viene bien esta soledad, para pensar¡±. ?Y en qu¨¦ piensa ahora, Antonio? ¡°En esto del virus, ¨²ltimamente. Si no se corta de modo radical, ser¨¢ cat¨¢strofe¡±.
El Hierro fue declarada isla libre de virus, una bendici¨®n. En agosto por eso se llen¨® la isla de visitantes. ¡°Eso, y la serie¡±, dicen algunos. La serie es Hierro, con Candela Pe?a y Dar¨ªo Grandinetti, en Movistar. Bellos paisajes, un asesinato, ¡°la gente ha venido a ver hasta si el panadero era el asesino, y claro, eso era inventado¡±. As¨ª que la isla se llen¨® de turistas que se han ido yendo al empezar el oto?o y se han quedado los isle?os (6.000 en realidad, 9.000 seg¨²n estad¨ªsticas oficiales) con su vida diaria, que incluye ese gesto, como dice Antonio, de ¡°mirar pa arriba a ver si mea la jodida niebla¡±. Abajo el mar que circunda la isla es como en la serie, donde esperan pescado y belleza, pues bajo el mar (por La Restinga, por ejemplo) hay zonas en que los fondos son (dice Fernando Guti¨¦rrez, que fue presidente de los cofrades) ¡°como eran hace 200 a?os, igual de bellos¡±. Y est¨¢ la gente, claro, los herre?os, con su ese peculiar. Dice el pastor: ¡°El Hierro es la tranquilidad, por eso vienen. ?Y la gente? Si tienes hambre, te dan caf¨¦, vino, comida, lo que quieras; seguro que te dan, pero dinero no¡±. Su risa se mezcla con las ¨®rdenes que transmiten los lobillos.
En un rato se echar¨¢ a dormir sobre la hierba. ¡°?H¨²meda? M¨¢s seca que un esparto. Ni hierba es, hasta que quiera el cielo¡±. La gente dice que esto es el para¨ªso. ¡°Lo es, ?no ve que lo es? Ahora, tambi¨¦n tiene su infierno: la envidia de la gente¡±. Antes hubo 30 pastores. Ahora hay 10. Con ¨¦l se van el cencerro incesante y adentro del valle se hace un silencio intenso, masticable. Dice Carmen Julieta, que ense?¨® como maestra en Tacoronte, Tenerife, hasta hace nada, y ha vuelto a Valverde, la capital: ¡°?El silencio! Hac¨ªa tiempo que no sab¨ªa qu¨¦ era, y volv¨ª aqu¨ª, entra por dentro¡±. A la humedad de Valverde, y a su niebla, la llamaron Amok los antiguos pobladores. Cuando sale el sol parece que se activan las calles porque hay sombras que van y vienen con la prisa de las ciudades. Pero la quietud vuelve pronto, como las nubes. Esta chica que sirve en una cantina de San Andr¨¦s es parte del 80% de los herre?os que fueron a Venezuela y mandaron para ac¨¢ (volvieran ellos mismos o no) a sus descendientes. Ya es de aqu¨ª, como sus antepasados. A todos los que escuch¨¦ decir que eran venezolanos de nacimiento eran herre?os de devoci¨®n. Uno de los antepasados que volvi¨® puso, al frente de la casa grande que se hizo, el letrero ¡°Gracias, Venezuela¡±. Hubo mucha hambre en la posguerra. Ahora la isla es un para¨ªso, tambi¨¦n para comer.
Al lado de la muchacha que vino de Venezuela un hombre de pelo cano le cuenta un sucedido a los circundantes. ¡°Y entonces la chica dijo: ¡®Mam¨¢, orde?a as¨ª, que as¨ª orde?a pap¨¢¡±. ?l es Lalo Fonte (se llama Leonardo). La hija dijo eso cuando ten¨ªa 3 a?os, pero ahora tiene 33 y es profesora en Tenerife. ¡°Le dijo eso a la madre por mi manera de agarrar la ubre¡±. Es pastor desde ni?o. ¡°?Casi nac¨ª de una oveja!¡±. Desde que vino al mundo, sus padres las criaban. ?l vivi¨® la experiencia de Venezuela. ¡°Pero aquella no es mi cultura y un d¨ªa me dije me vuelvo a El Hierro. Hice bien, aqu¨ª no han pasado hambre mis hijos y, f¨ªjate, todos han estudiado. Gracias a las ovejas, que aqu¨ª hay ovejas desde la conquista¡±. ?Este es el para¨ªso, Lalo? ¡°Puede serlo, si la isla no estuviera empobrecida por sus pol¨ªticos¡ ?Qu¨¦ han hecho? ?Si el puerto y el aeropuerto son cosa del Estado!¡±. Lleva en la mano leche para la hija, que se recupera en su casa herre?a de una operaci¨®n. ¡°Yo aqu¨ª aprendo de las ovejas. ?Y de cualquier animalito!¡±.
En la meseta de Jinama los riscos picudos parecen la parte de ac¨¢ del fin del mundo. La niebla cerca el paisaje con su paciencia de aire, la tierra parece piel vieja, como de la prehistoria. Unos se?ores (Juli¨¢n, Andr¨¦s) quieren reconstruir el mirador que da al abismo. Ambos est¨¢n retirados. Juli¨¢n est¨¢ feliz en su jubilaci¨®n. Desde aqu¨ª se pueden ir, por mar o por aire, a cualquier sitio, ¡°incluso a merendar a Madrid, si es lo que se quiere¡±. ?l cree que se pueden dejar los coches con las puertas abiertas, ¡°e incluso las casas¡±, pero hay gente que lo desmiente ¡ª¡°ya eso no pasa¡±¡ª, pero a?aden los que no lo creen que los robos s¨ª los hay ¡ª¡°los hace gente de fuera¡±¡ª. ?Un para¨ªso? ¡°S¨ª, con sus peque?os infiernos¡±. Andr¨¦s, que tiene una larga experiencia venezolana, ha vuelto a una isla ¡°que sigue siendo sana¡ Hay quienes reclaman hoteles; de momento est¨¢n las casas rurales, que acogen un turismo selectivo, no se podr¨ªa aceptar el nivel del turismo que hay en otras islas¡ Antes hubo agricultura, pero ya ve usted que el cielo no echa gota¡±. Junto a sus pies hay un desfiladero del demonio por el que cada cuatro a?os bailarines audaces portan a la Virgen de los Reyes, una devoci¨®n que hace gritar tambi¨¦n a los ateos: ¡°?Viva la Virgen viva, me cago en Dios!¡±.
Sobre el Golfo est¨¢ el regocijo que tiene el abismo cuando se adormece. En Isora se encuentra, en un centro de interpretaci¨®n de la biosfera, esta frase de Andy Warhol: ¡°La tierra es en realidad la mejor obra de arte¡± Ah¨ª se dice, en un documental, que la isla est¨¢ 5.000 metros por encima del fondo del mar, que estamos rodeados de cenizas volc¨¢nicas que se hacen s¨®lidas en los Lajiales, un paisaje que es de otro mundo, como los lagartos de Salmor. Una isla que estuvo sumergida un mill¨®n de a?os y que ahora tiene su emblema en unos ¨¢rboles locos cuya melena marca la historia de los vientos del sureste en El Hierro. ¡°La isla es un puzle bas¨¢ltico¡±, oigo decir, ¡°cuyos acantilados han marcado la vida de los insulares como la b¨²squeda del agua¡¡±. Esperando que la jodida niebla mee¡ ¡°Aqu¨ª hay sed de las personas y sed del ganado¡ Pero la sed de la tierra no la cura nadie¡±. En la plaza de Valverde, donde Carmen Julieta invoc¨® el silencio, Jos¨¦ Gavil¨¢n nos trae a Vidal Acosta; Gavil¨¢n est¨¢ empe?ado en resucitar el silbo herre?o, gracias al que, en la reciente antig¨¹edad, pastores y los que no lo eran explicaban sus necesidades de lado a lado de las barranqueras. Y Vidal, de 72 a?os, tambi¨¦n regresado de la emigraci¨®n venezolana, que lleva 50 a?os sin silbar, ahora regresa al silbido como un ni?o. Silban como aqu¨ª en La Gomera, ya se sabe, igual que en el norte de ?frica, en Grecia o en Turqu¨ªa, pero es un patrimonio (admite Gavil¨¢n) ¡°en peligro de extinci¨®n¡±. Vidal le ayuda a explicar su potencia como medio de comunicaci¨®n, y desde aquella esquina de la plaza le dice al mundo lo que quiere. En este ensayo, que le pedimos nosotros, dice con el aire de su lengua, sus labios, sus pulmones: ¡°?Vidal, vamos!¡±. ?Y eso qu¨¦ es, Vidal? ¡°Lo que me silbaba mi padre cuando yo era chiquito¡±. Un se?or que silbaba ayud¨®, en tiempos de la dictadura, a escapar a un huido de Franco y de la Guardia Civil. ¡°Yo cre¨ªa que el que le ayudaba era un loco silbando, y mi padre me dec¨ªa: ¡®?l sabe lo que hace¡¯. Y as¨ª salv¨® la vida de un hombre, con el silbido que lo preven¨ªa de la llegada de los uniformes y de las horas en que le iban a llevar la comida¡±.
Paco Saavedra, de 66 a?os, est¨¢ aqu¨ª desde 1989; poeta, artista, vino como funcionario desde Gran Canaria. Se encontr¨® una isla ¡°m¨¢s rural, m¨¢s campesina¡±, pero la secura la ha ido haciendo ¡°cada vez menos campesina¡±. El silencio sustituy¨® al bullicio, y aunque la ausencia de actividades culturales (¡°hace falta que la isla tenga m¨¢s vida¡±) marc¨® sus primeros a?os, ahora siente ¡°que no ser¨¢ mejor vivir aqu¨ª con m¨¢s gente¡±. ?Hoteles, quiere decir? ¡°No creo que deban ser hoteles, pero s¨ª otros alojamientos¡±. ?Se siente ya herre?o, Paco? Titubea como un patriota. ¡°S¨ª, pero mi isleta querida¡¡±. El herre?o es, dice ¨¦l, ¡°gente tranquila que, si hubiera habido posibles, no se hubiera ido jam¨¢s de la isla. ?Un para¨ªso? Esa es una sobrevaloraci¨®n. Es una naturaleza muy especial y muy poco utilizada. Si cultivaran m¨¢s el parapente, el submarinismo, el ultramarat¨®n¡¡±. ?Un adjetivo para El Hierro? Tras el silencio, el adjetivo: ¡°Sorprendente¡±.
Herminio S¨¢nchez P¨¦rez, de 55 a?os, ganadero, agricultor, empresario, habla ante el Golfo, cerca del Pozo de la Salud, al pie de la monta?a (que se llama La Monta?a) de Las Vetas donde est¨¢n sus vi?as, que dan un vino que ahora es internacional. Desde ni?o sube y baja esa ladera de uvas¡ ¡°A principios de siglo las laderas de El Hierro eran vi?as, y entonces la isla daba al a?o 1,8 millones de litros de vino¡ Desde la bruma, todo era vi?a¡±. Se ha abandonado el campo por la maldita man¨ªa que tiene la niebla de no mear sobre El Hierro¡, y eso hizo que poco a poco la isla se despoblara. ¡°Ahora¡±, se?ala Herminio, ¡°dicen que hay 9.000 censados, pero no seremos m¨¢s de 6.000 los que estamos aqu¨ª esperando la lluvia¡¡±. Se viv¨ªa entonces del trueque, ¡°y no era ni mucho menos el para¨ªso terrenal; se viv¨ªa mal, se iba al baile descalzo¡ Hoy no hay miseria. Miseria es tener los campos abandonados¡±. ?l es partidario de que haya hoteles, de forma medida, ¡°para que la isla aproveche las circunstancias que vive y, sobre todo, para que la isla, que ha perdido el tren del desarrollo, pueda disfrutar del hecho de ser, eso s¨ª que es verdad, un para¨ªso al que quiere venir la gente¡±.
Fernando Guti¨¦rrez se declara ¡°progresista¡±, tiene 58 a?os, ha trabajado como presidente de la Cofrad¨ªa de Pescadores de La Restinga para que se aproveche la costa. Y desde hace 35 a?os ha sido un ecologista militante que ha conseguido, entre otros logros, parar proyectos que hubieran da?ado el Lajial y que hubieran quemado la reserva pesquera, y por eso La Restinga se beneficia de una pesca fruct¨ªfera y de un buceo que, si las autoridades fueran perspicaces, ser¨ªa de importancia mundial ¡°pues bajo esas olas el mar es como anta?o¡±. ?l teme ¡°al desarrollismo¡±, pero sabe que la isla ha de prepararse ¡°para el turismo de calidad¡±. Hace unos 10 a?os quiso limpiar El Hierro de desechos y cuando lo ten¨ªa todo arreglado se impuso la pol¨ªtica, aliada con la justicia, y ah¨ª est¨¢n los residuos guardados en unas naves¡ ?El para¨ªso puede esperar? ¡°El para¨ªso es la vida: aqu¨ª tenemos de todo, y lo que no tenemos est¨¢ a media hora. Meter aqu¨ª mil personas ser¨ªa el para¨ªso para algunos bolsillos, pero el infierno para la isla¡±.
El Pinar, la tierra del periodista que reinvent¨® la isla en los a?os sesenta, pr¨®fugo de Franco, Jos¨¦ Padr¨®n Mach¨ªn, est¨¢ en el camino a La Restinga. En el bar de Mach¨ªn, El Mentidero, est¨¢ Miguel ?ngel Casa?as, agricultor, pol¨ªtico, ahora en Nueva Canarias. ¡°Con el agua no se juega; el riego es esencial para la isla. El Pinar es el lugar de Europa con m¨¢s horas de sol. El viento es otro factor impagable. Pero el agua¡ Ya que no llueve, no se puede mirar para el cielo, sino para la llave¡ del agua. De ah¨ª vendr¨¢ el porvenir de El Hierro¡±. Su mujer, Margot Gonz¨¢lez, exconsejera del Cabildo, profesora en Tenerife, recuerda lo que dec¨ªa Padr¨®n Mach¨ªn: ¡°El Pinar es tres meses de invierno y nueve de infierno¡ Se refer¨ªa al calor¡ Hay un espejismo de los que vienen de fuera: este es el para¨ªso en relaci¨®n con lo que se ve en otros lados. Yo voy a Tenerife los domingos, vuelvo aqu¨ª los viernes, y este es mi para¨ªso, mi queso, mi vino, mi leche¡ As¨ª que para ser para¨ªso no le falta nada¡±.
Marta Toledo vive aqu¨ª, cerca del Pozo de la Salud, desde hace 34 a?os; vino de Madrid, urbana hasta adentro, de padre tinerfe?o, de madre vasca. Al llegar escuch¨® el silencio, como un abismo. ¡°Pero luego fue la felicidad; desde el primer momento me sent¨ª en casa¡±. Se fue de Madrid por el ruido. ¡°Lo m¨¢s duro fue estar lejos de la familia, en un sitio donde nadie sab¨ªa nada de m¨ª. Fue morir a una forma de ser y nacer a una diferente, un proceso que dura a?os. Ahora tengo 56 y valoro mucho haber crecido aqu¨ª¡±. Su hijo Oliver naci¨® aqu¨ª; ahora est¨¢ con Jenny, su novia italiana, ayudando a su madre en la gesti¨®n de dos casas rurales. Las flores, el mar, la calma para pensar. Esos son para ¨¦l los tesoros que le da la isla a la que ha vuelto. ¡°Un tesoro que el silencio te ayuda a tener en plenitud¡±.
Nada m¨¢s llegar a la isla nos hab¨ªamos encontrado con Rub¨¦n Armiche. Isle?o de Gran Canaria, de padres herre?os, vivi¨® en Torrej¨®n de Ardoz (Madrid); en Tenerife hizo su vida exterior. En 2008 sinti¨® la llamada de la tierra. Artista, tiene obra diseminada en caminos y hasta en iglesias; sus esculturas se sirven de lo que el desarrollo ha sembrado en la isla (basura, neveras, sacos de papas, cemento, un Neptuno con sus residuos), pero tambi¨¦n pinta figuras simb¨®licas de la historia de la emigraci¨®n o de la fe que rodea esta tierra marcada por el amor a la Virgen¡ ¡°Para m¨ª Madrid fue un drag¨®n cruel; El Hierro era cuando regres¨¦ una isla negra, y aqu¨ª hice una escultura del Diablo, como si fuera el fuego de los volcanes que a veces la mueven¡ Ahora la isla es mi paz. El Hierro es el para¨ªso. Este es mi futuro, vivir aqu¨ª es ser afortunado¡±. Tiene 48 a?os. ?Y qu¨¦ es el infierno en El Hierro, Rub¨¦n? ¡°El infierno es que no llueva¡±.
Abajo, en el Hoyo del Barrio, lo repite Antonio mirando a las nubes que tocan su huerta. ¡°El infierno es que esa jodida nube no mee¡±.
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