H¨¦roes silenciosos
El pasado 4 de diciembre, sufr¨ª una de esas p¨¦rdidas que uno no puede hacer nada por evitar: muri¨® mi suegra tras una larga enfermedad
?Se han parado a pensar si las personas a las que admiran son realmente merecedoras de ese sentimiento?
Es curioso c¨®mo desde peque?itos nos ense?an a saber ganar, pero no a saber perder y asumir las derrotas como parte del proceso natural de la vida. A todos nos han explicado c¨®mo comportarse cuando uno gana o tiene ¨¦xito, pero ?c¨®mo hemos de comportarnos cuando perdemos? ?Y c¨®mo debemos encajar las p¨¦rdidas?
Cuando nos referimos a ganar o perder la gente inmediatamente piensa en t¨¦rminos deportivos, pero las verdaderas victorias o derrotas no se juegan en el campo de f¨²tbol, se juegan en el campo de la vida. Nos pasamos nuestra existencia consiguiendo peque?as o grandes victorias (trabajo, hijos¡) y derrotas (desamor, p¨¦rdida de un ser querido¡), en muchas de ellas apenas podemos influir, pero lo que s¨ª deber¨ªamos hacer es actuar para que nos afecten de la mejor manera posible. Desgraciadamente, nadie nos ense?a a vivir, tenemos que aprender por nosotros mismos.
El pasado 4 de diciembre, sufr¨ª una de esas p¨¦rdidas que uno no puede hacer nada por evitar: falleci¨® mi suegra tras una larga enfermedad. Mi relaci¨®n con Curra, as¨ª se llamaba, siempre fue muy movida. Todo empez¨® en el verano de 2000; yo estaba decidido a llevarme a mi novia de vacaciones con mi familia, pero ten¨ªa un problema, ya que a su madre no le hac¨ªa nada de gracia. Llev¨¢bamos solo unos meses saliendo y le parec¨ªa prematuro. Finalmente, accedi¨® despu¨¦s de mucha insistencia por parte de mi actual esposa. Recog¨ª a Roc¨ªo en su casa, me desped¨ª de sus padres, agarr¨¦ su maleta y nos subimos al ascensor y cuando estaban cerr¨¢ndose las puertas, ante la atenta mirada de mi suegra, le solt¨¦: ¡°Uno a cero¡±.
Desde aquel d¨ªa hemos estado ¡°meti¨¦ndonos¡± goles constantemente. Uno de sus goles m¨¢s sonados fue decirnos que no pod¨ªamos casarnos porque nos consideraba muy j¨®venes a¨²n. Se mantuvo tan firme en su posici¨®n que yo ya ten¨ªa preparado el disfraz de Elvis para casarme en Las Vegas. Con su muerte me ha metido su ¨²ltimo gol, por toda la escuadra, y, lo peor, sin opci¨®n de r¨¦plica.
Cuando tienes un hijo con discapacidad, como es mi caso, para muchos temas desaparecen los claroscuros, y las relaciones de familia son uno de ellos. Es decir, o te une m¨¢s o acaba de desunirte. Afortunadamente, en nuestro caso nos ha fortalecido como familia, y mi suegra era parte fundamental de ella.
Su muerte me ha hecho pensar en la cantidad de personas que pasan desapercibidas por la vida, de las que la historia nunca hablar¨¢, pero que realmente fueron art¨ªfices, con sus actos de generosidad, de cambiar el rumbo de la misma.
Podr¨ªa hablarles de c¨®mo mi suegra cuid¨® de su marido durante su larga enfermedad o con qu¨¦ entereza vivi¨® la suya propia sin querer molestar a nadie, pero me quedo con el cari?o con el que se ocup¨® de mi hijo con discapacidad, de c¨®mo lo trat¨® como si nada le pasara, ense?¨¢ndonos que cada uno tiene su propia discapacidad. Durante sus ¨²ltimas horas de vida recobr¨® la consciencia para poder despedirse de, como ella dec¨ªa, la persona que m¨¢s la quiere en este mundo, mi hijo Alvarete. Estoy seguro de que desde el cielo seguir¨¢ cuidando de ¨¦l, aunque de otra manera.
Ella, sin duda, fue uno de esos h¨¦roes silenciosos que van haciendo el bien sin reclamar para s¨ª mismos reconocimientos o alabanzas. Todos tenemos a nuestro alrededor a personas dignas de admiraci¨®n, cuyos actos van m¨¢s all¨¢ de sus obligaciones y que anteponen el bien de los dem¨¢s al suyo propio. Cu¨¢ntos de nuestros padres y abuelos se han dejado la piel para darnos una vida mejor y solo han recibido a cambio quejas y reivindicaciones por nuestra parte. Cu¨¢nto les debemos y qu¨¦ poco se lo reconocemos.
Nunca veremos a nuestros j¨®venes poner un p¨®ster de la abuela Mayte o del abuelo Juli¨¢n; en lugar de eso tendr¨¢n el del futbolista o la actriz de moda, admir¨¢ndolos por encima de las personas que realmente merecen su admiraci¨®n. Pero no perdamos la fe, estoy seguro de que, cuando crezcan, sabr¨¢n reconocer los sacrificios de sus mayores y, en lugar de colgar sus p¨®sters en una pared, los llevar¨¢n en el lugar m¨¢s importante, el coraz¨®n, donde llevo yo a mi suegra. ?Veinte iguales!
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