Repensar (se) como arquitecto
Arturo Franco asegura que se ha quitado el traje de arquitecto. Ha recopilado notas sobre arquitectura y recuerdos en un breve libro que ¨¦l mismo define como las ¡°confesiones de un vago constante que avanza retrocediendo¡±. ?Son esos art¨ªculos desprejuiciados? ?En qu¨¦ consiste mirar sin prejuicios?
Josep Llin¨¢s empieza muchas veces sus conferencias hablando de un error que, durante d¨¦cadas, le quit¨® el sue?o y le hizo sentir culpable. Lo perpetr¨® en cuanto pudo, es decir, en su primer proyecto: la casa que les construy¨® a sus padres en la playa de Sa Tuna de Begur, muy cerca de Barcelona. En aquella vivienda hab¨ªa muchos aciertos: el edificio se cerraba a la calle abri¨¦ndose al jard¨ªn. Ocupaba solo una d¨¦cima parte del solar y estaba rematada por una elegante p¨¦rgola que se extend¨ªa para convertir el porche en un comedor. Pero¡ Llin¨¢s quer¨ªa lo mejor para su primer edificio (?o para construir su reputaci¨®n?) y cometi¨® un error: quiso acercarse m¨¢s al Mies van der Rohe que hab¨ªa admirado que al Mediterr¨¢neo que conoc¨ªa y no hab¨ªa sabido (todav¨ªa) ver. Por eso emple¨® un gran pa?o de vidrio que caldeaba inclementemente la casa durante el verano y la enfriaba en invierno. A?os m¨¢s tarde, convertido en un arquitecto maduro, se responsabiliz¨® de su error. Y no solo lo admiti¨®. Lo subsan¨®.
Tambi¨¦n Arturo Franco ¡ªque casi podr¨ªa ser hijo de Llin¨¢s¡ª explica en el libro Sin prejuicios (Arquia) varios de los errores que ha cometido como arquitecto. Tanto proyectando: su primer proyecto fue una casa con forma de mesa al borde de un acantilado que volaba seis metros a cada lado de los apoyos (se cay¨® uno de los lados y no ha vuelto a hacer un voladizo). Como pensando: ¡°Sent¨ª devoci¨®n por Van der Rohe, 'mi arquitecto mi h¨¦roe', hasta que ahora que he habitado m¨¢s tiempo y en m¨¢s lugares me resulta m¨¢s inc¨®modo. ?Se imaginan ustedes a alguien caminando en ch¨¢ndal por la Neue National Gallery?".
Admitir errores es un signo de autocr¨ªtica, y por lo tanto de inteligencia, pero no es, en absoluto, un ant¨ªdoto que inhabilite para seguir cometi¨¦ndolos. Cojamos esta ¨²ltima opini¨®n sobre Mies van der Rohe: ?Un edificio impone una vestimenta? ?No es quien visita el edificio quien decide c¨®mo entrar en ¨¦l? Si algo queda claro en el libro de Franco es su esfuerzo por comunicar su renacer, su nueva visi¨®n sobre la arquitectura. Y eso es valioso. Sin embargo, el camino que le queda ¡ªque nos queda a todos¡ª por recorrer hasta conseguir estar, efectivamente, libres de prejuicios es largo. Franco, que describe su libro como ¡°una memoria de bolsillo para consultar en momentos de extrema necesidad¡± ha escrito, en realidad, unos apuntes de andar por casa. En ellos describe c¨®mo aflora la valent¨ªa de un chaval ¡ª¨¦l mismo¡ª cuando decidi¨® ponerse una camiseta en la que se le¨ªa Transportes Galiport entre amigos vestidos con Levi¡¯s, Nike o Lacoste. Ese chaval cuenta ahora ¡°desnudo, en carne viva", mientras escribe "este libro a tumba abierta¡± (sic) que sus clases consistieron ¡°en aprender de otros mientras tratabas de encontrarte a ti mismo como arquitecto¡±. Mientras que ahora, como profesor, considera que es necesario ¡°subirse a los andamios y manejar una c¨¢mara¡±. Eso, me temo, tambi¨¦n puede ser un prejuicio. Los mejores profesores hacen dudar, transmiten conocimiento (no doctrina) y te dejan pensando, no convencido. Si lo del andamio y la c¨¢mara es una met¨¢fora del salir de casa, incluso eso ser¨ªa un prejuicio. Borges encontraba el mundo en una biblioteca. Quien se libra de los prejuicios tiene m¨¢s f¨¢cil evitar recuperarlos, pero para ello debe tener en cuenta que los nuevos ser¨¢n distintos de los anteriores.
As¨ª, como Llin¨¢s, Franco tiene la decencia de explicar c¨®mo los errores lo despertaron. Tambi¨¦n la generosidad de recoger el saber ajeno:
¡°Lo principal es empezar a trabajar y despu¨¦s, en todo caso, hablar de ello¡±. (Coderch). ¡°Necesitamos que cientos de arquitectos piensen menos en la Arquitectura con may¨²sculas y m¨¢s en el oficio de arquitecto. Que trabajen con el pie atado para que no puedan ir demasiado lejos de la tierra en la que tienen ra¨ªces¡± (Coderch y Donato).
Y la lucidez de saber anotar el propio: ¡°Los materiales son como las personas, llega un momento en que se cansan de hacer lo mismo¡±.
El arquitecto despliega, finalmente, la valent¨ªa de correr el riesgo de equivocarse: ¡°La normativa en materia de confort clim¨¢tico, eficiencia energ¨¦tica, huella ecol¨®gica, accesibilidad o calidad va a acabar con nosotros, va a acabar asfixiando al individuo¡±.
En una de las muchas descripciones que hace del propio libro, de 76 p¨¢ginas, lo define como ¡°un caj¨®n de sastrecillo que ha salido del armario¡±. Y eso son estos textos que no forman un libro: son los apuntes desordenados (tambi¨¦n los escritos tienen sus reglas y una sucesi¨®n de frases no forma un texto) de un tipo que se ha atrevido a dudar. Son la prueba de c¨®mo el que escribe se ha convertido en un converso de la duda que ans¨ªa comunicar como una nueva revelaci¨®n.
Arturo Franco se presenta aqu¨ª como un arquitecto que reconoci¨® el valor de sus maestros y como un profesor que trata de transmitirles a sus alumnos sus dudas. Lo hace sin perder el entusiasmo. Por eso hay que tener cuidado: es el entusiasmo, precisamente, el que puede generar nuevos prejuicios ante lo que no coincide con lo que, en esta segunda oportunidad, se ha aprendido a valorar. Solo un entusiasmo ¡ªrom¨¢ntico o inconsciente¡ª puede llevar a alguien a escribir ¡°?Tan dif¨ªcil es comportarse como se comporta la gente de pueblo?¡± Como si en los pueblos no hubiera de todo. O puede llevar a aconsejar: ¡°Busca el lado feo de las cosas, la retaguardia, all¨ª encontrar¨¢s la belleza¡±. Ojo con encontrar el susto.
Es de rigor reconocer que a ese romanticismo inocente, o inconsciente, Franco a?ade autocr¨ªtica: ¡°La mayor¨ªa de los profesores de hoy no tenemos una carrera profesional s¨®lida y hablamos de una manera confusa, ret¨®rica, empalagosa¡±. Y demuestra librarse de muchos prejuicios cuando carga el mensaje final del libro con el de Cinema Paradiso, una pel¨ªcula de Tornatore tan emotiva como lacrim¨®gena: ¡°Hagas lo que hagas, ¨¢malo¡±.
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