Preludios hogare?os

Si hay un lugar que imprime car¨¢cter en Mallorca, este es Valldemossa. El reclamo original de la isla se gest¨® durante aquel invierno de 1838-1839 en el que Fr¨¦d¨¦ric Chopin y George Sand vivieron en la cartuja del peque?o pueblo situado en plena sierra de Tramontana. El legado sensible a los valores intimistas del paisaje, la simplicidad rural y los ciclos de la vida movieron a Margarita Morell para enzarzarse en la recuperaci¨®n de la vieja casa materna, en un extremo de la localidad. Arduo af¨¢n que no habr¨ªa iniciado sin el empuj¨®n y las manos en la masa de Gonzalo Gonz¨¢lez, un madrile?o huido de las garras de una multinacional a quien ya solo le satisfac¨ªa el ladrido de los perros, el aleteo de las mariposas y el rumor del viento sobre los tejados de Valldemossa.

En un par de a?os, sin estresarse, le dieron un buen revolc¨®n a la casita en cuyos bajos hab¨ªa funcionado la oficina de correos del pueblo. Arriba habilitaron las ocho habitaciones, ni tan acarameladas como esas viviendas icono llenas de espigas, trillos y perifollos rurales, ni tan t¨ªpicas en su austeridad como muchas possessions insulares ornamentadas con telas de llengos y siurells pintarrajeados. Todas genuinas, tintadas de ocres, alberos y a?iles, armadas de piedra desnuda proveniente de las monta?as circundantes. Las mismas que se contemplan desde sus generosos ventanales, por supuesto con la cartuja en primer plano.

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Otro detalle que los propietarios no pasaron por alto fue la adecuaci¨®n de una terraza, que ahora se disputan los hu¨¦spedes en cuanto regresan de sus excursiones por la zona, seguramente guiados por Gonz¨¢lez y sus precisos apuntes manuscritos (no por estar re?ido con la tecnolog¨ªa, que wifi hay en toda la casa, sino porque le gusta y punto). Aqu¨ª, en parte, ¨¦l y Marga sirven los desayunos a cualquier hora de la ma?ana. Elaboraciones caseras, honradas, en buen tono y buena m¨²sica, con las mejores intenciones de agradar. ?Caf¨¦ y panes tambi¨¦n a las dos de la tarde? Por qu¨¦ no.

Es cierto que tanta familiaridad confunde al principio. Los reci¨¦n llegados reciben, aparte de la llave de su habitaci¨®n, una que da entrada a la casa y que consagra as¨ª una libertad total de movimientos, sin molestarse unos a otros. Los due?os casi no aparecen, pero est¨¢n al quite de cualquier deseo o necesidad. En pocas horas, uno se hace a la idea de estar en vacaciones y de compartir con Gonzalo Gonz¨¢lez y Margarita Morell un mismo aroma de hogar.

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