Piedras renacentistas

Casi con lupa hay que buscar los restos de aquel palacio renacentista que Juan de Larrea, ministro de Felipe IV, se hizo construir en las proximidades de Vitoria. El a?adido de su ¨²ltima reforma lo ha desfigurado por completo, y ya ni siquiera cabe divisar desde el altozano en que se enclava las crester¨ªas blancas de Sierra Gorbea, el pantano de Ullibarri Gamboa y la tersa llanura alavesa. Queda la apariencia austera, una amplitud de espacios antes negada al alojamiento, algunos salones, escaleras y recodos nobiliarios, as¨ª como la primitiva fachada del siglo XVII, ahora convertida en fondo de escenario para la terraza y los jardines traseros.

Larrea, que tambi¨¦n fue miembro del Real Consejo de Hacienda, leg¨® el palacio a su hijo, caballero de la Orden de Calatrava, miembro del Consejo de Indias y Secretario de Carlos II. M¨¢s tarde, Napole¨®n estableci¨® aqu¨ª su campamento desde el cual plane¨® el asalto a Vitoria. Como parador nunca mereci¨® la predilecci¨®n del turismo internacional, aunque las empresas del Pa¨ªs Vasco lo escog¨ªan por su tranquilidad, aislamiento y excelente comunicaci¨®n.

Estas virtudes persisten en la actual instalaci¨®n, que ha corregido el desgaste de la anterior tanto en las zonas comunes como en las habitaciones. Ahora todo aparece nuevo, reluciente, m¨¢s confortable y m¨¢s luminoso. Gracias a ponerse por montera el rigor arquitect¨®nico del viejo palacio, el anexo moderno abre al exterior grandes balconadas desde las cuales se deslizan visillos y cortinas en tonos neutros para facilitar el paso de la luz. El ambiente resulta, sin embargo, impersonal. Pr¨¢ctico y funcional, como el de cualquier hotel urbano de cadena. ?Qu¨¦ desilusi¨®n para la clientela natural de Paradores!

Los buenos detalles asoman en la parte de atr¨¢s. Intacto se conserva el viejo zagu¨¢n con sus columnas macizas, sus capiteles de volutas y los muros de siller¨ªa. Tambi¨¦n con sillares se abren dos puertas que llevan a una salita de estar austera. Irreverente nos parece el bar que media entre ellas, con la barra ensartada en las jambas renacentistas. Arriba, menos mal, la reforma respet¨® el bajo cubierta, con lo que el restaurante es hoy el joyel palaciego, con todo el entramado de viguer¨ªa a la vista.

Se come razonablemente. Igual que se desayuna a prueba de hambrientos y de paladares exigentes. Aqu¨ª, como en el resto de instalaciones, oficia una plantilla generosa, diligente y con iniciativa. El servicio, y no la arquitectura, es el punto fuerte de esta casa.

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