Romanticismo de muros rotos
Visita al evocador monasterio de Santa Mar¨ªa de Rioseco, en Burgos
El viajero ha de estar muy atento en el Valle de Manzanedo (Burgos), pues muchas de sus joyas arquitect¨®nicas est¨¢n escondidas, fuera de las v¨ªas principales, en un entorno natural frondoso que las oculta y que, en muchos casos, no se ha visto alterado desde la Edad Media. Eso sucede, por ejemplo, en San Miguel de Cornezuelo, un pueblo carretero (esto es, con sus casas alineadas a lo largo del camino) cuya maravillosa iglesia rom¨¢nica est¨¢ apartada del caser¨ªo, en una depresi¨®n del terreno e invisible para quien cruce la poblaci¨®n con prisas. Algo parecido ocurre en Arg¨¦s, que posee un espectacular eremitorio rupestre dedicado a San Pedro (conocido popularmente como la Cueva de los Gitanos). Pero quiz¨¢ el tesoro m¨¢s oculto sea, tambi¨¦n, el m¨¢s espectacular: el monasterio de Rioseco, la gran joya del C¨ªster en las Merindades.
Antiguo molino
Para llegar debemos atravesar el valle de Manzanedo por la carretera que discurre en paralelo al r¨ªo Ebro y detenernos en la central el¨¦ctrica de Bailera, cuya presa fue construida sobre un antiguo molino que perteneci¨® a los monjes. Aqu¨ª, junto a la carretera, nace un camino empedrado que asciende por la ladera entre helechos, rosales silvestres, enebros, zarzas, encinas y robles. La subida es corta y suave. A cada paso uno tiene la sensaci¨®n de retroceder en el tiempo: enseguida los tel¨¦fonos m¨®viles dejan de funcionar, menudean las bostas de vaca y solo se oye el rumor de las choperas del valle, los cantos de los p¨¢jaros y el zumbido de los insectos. De pronto, en el primer recodo del camino, surge la perspectiva de un enorme pared¨®n en equilibrio precario, casi sepultado por la densa hiedra: es el ¨²nico resto de la torre del Abad, la antigua entrada principal al monasterio, hoy inaccesible porque alguien sin escr¨²pulos arranc¨® la portada renacentista y dej¨® la torre tan mal apuntalada que, con los a?os, termin¨® por venirse abajo. Ya solo queda el muro norte de esta construcci¨®n, que parece haberse escapado de un cuadro de Friedrich. En realidad, todo lo que nos rodea evoca el Romanticismo: impresionantes ruinas en mitad de la naturaleza, sepulcros profanados, un paisaje de roquedales con buitres merodeando en lo alto, una intensa sensaci¨®n de belleza y desolaci¨®n. Frente a tal panorama, no se sorprenda el viajero si le entran ganas de escribir cuentos al estilo de B¨¦cquer o de componer canciones como las de Schubert.
Gu¨ªa
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Informaci¨®n
? Santa Mar¨ªa de Rioseco cuenta los fines de semana de julio y agosto con gu¨ªas voluntarios. La visita al monasterio burgal¨¦s es libre el resto del a?o. La iglesia, la sala capitular y el claustro est¨¢n en condiciones aceptables de accesibilidad y mantenimiento, pero en otras dependencias hay riesgo de derrumbes. El visitante debe respetar las se?ales que proh¨ªben el paso a ciertos lugares.
? La Behetr¨ªa (www.labehetria.com), en Pe?alba de Manzanedo.
? La Cal¨¦ndula, en Poblaci¨®n de Hoz de Arreba.
? La G¨¢ndara ( www.lagandara.com), en Crespos.
En el Valle de Manzanedo no hay restaurantes, pero la cercana Villarcayo (capital administrativa de la zona, a 13 kil¨®metros) cuenta con establecimientos. Los mejores son los restaurantes El Plati y El Cid.
Para penetrar en el monasterio debemos avanzar por el camino y llegar hasta la cabecera de la iglesia, donde una puerta de canter¨ªa nos permite el acceso. El monasterio de Rioseco, como todos los del C¨ªster, estaba dedicado a la Virgen. San Bernardo, el impulsor de la orden, fue tambi¨¦n un gran difusor de la devoci¨®n a Mar¨ªa, a la que consideraba no tanto como ¡°madre¡± (Bernardo evit¨® llamarla as¨ª), sino como ¡°se?ora¡±, esto es, como una dama idealizada, due?a de los pensamientos de estos monjes que se entregaban a una vida austera y contemplativa casi con esp¨ªritu caballeresco, como aut¨¦nticos soldados del esp¨ªritu. De hecho, los trovadores provenzales se vieron influidos por Bernardo (al que pudieron escuchar en Francia cuando predic¨® la segunda cruzada) y aplicaron a sus amadas el mismo esp¨ªritu ferviente que nuestro monje dedic¨® a la Virgen.
La comunidad de Rioseco se instal¨® aqu¨ª en el siglo XIII. Aunque no fue muy numerosa (nunca debi¨® de contar con m¨¢s de veinticinco monjes), s¨ª tuvo gran poder y prosperidad, por lo que se sucedieron las ampliaciones y reformas del conjunto mon¨¢stico a lo largo de los siglos. En el XVIII deb¨ªa de ofrecer un aspecto muy alejado de la sobriedad absoluta preconizada por san Bernardo, ya que la iglesia estaba completamente decorada con yeser¨ªas, pinturas y retablos barrocos. El siglo XIX fue funesto: el monasterio sufri¨® los efectos de la Guerra de la Independencia y, sobre todo, de la desamortizaci¨®n de 1835. Fue entonces cuando se suprimi¨® definitivamente la abad¨ªa y se subastaron sus propiedades. La iglesia continu¨® en activo como parroquia de Rioseco y de las granjas cercanas hasta avanzado el siglo XX, cuando la despoblaci¨®n oblig¨® a cerrar definitivamente sus puertas. El tiempo ha devuelto la austeridad cisterciense al edificio de la forma m¨¢s dolorosa: mediante el abandono, la ruina y el expolio. Pero, pese a lo mucho que se ha perdido, se conservan elementos important¨ªsimos: la iglesia abacial (siglos XIII-XIV) mantiene su arquitectura casi intacta, con sencillas b¨®vedas g¨®ticas que cubren todo el espacio (incluidas las capillas y el coro de los conversos) y una bonita espada?a de tres vanos, hoy sin campanas. Tambi¨¦n est¨¢n en pie dos dependencias aleda?as al claustro, que la historiadora Esther L¨®pez Sobrado identifica con la sala capitular (en la panda este) y con la cilla (en la opuesta). Ambas son obras del XVII y est¨¢n cubiertas con unas arcaizantes b¨®vedas de terceletes. El claustro herreriano (siglo XVII, obra del arquitecto monta?¨¦s Juan de Naveda del Cerro) conserva las arquer¨ªas de dos de sus pandas, pero en este caso sin b¨®vedas, con los arcos fajones colgados, que parecen saltar en el aire. Otros elementos de gran inter¨¦s son la audaz escalera de caracol que da acceso a la enfermer¨ªa y la galer¨ªa de estilo j¨®nico adosada a la torre del Abad. Est¨¢ orientada hacia las huertas y posee un bonito aire palaciego.
Todo esto lo podemos disfrutar hoy gracias a las labores de limpieza y mantenimiento realizadas por los vecinos de la zona, que se han organizado para salvar su patrimonio y ense?arlo al visitante. Su generosidad resulta casi tan admirable y conmovedora como la belleza de la abad¨ªa y del paisaje del valle de Manzanedo.
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? ?scar Esquivias es autor del libro de cuentos Pampanitos verdes (Ediciones del Viento).
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