La Irlanda de los acantilados, en miniatura
Vuelos en avioneta sobre la costa oeste y las islas Aran desde Galway
La h¨¦lice recorta la panor¨¢mica que se asoma por la ventanilla. Por un momento, el giro enloquecido de las l¨¢minas de metal se interpone en la visi¨®n de los famosos acantilados de Moher. Desde aqu¨ª arriba, su ca¨ªda libre no produce v¨¦rtigo sino fascinaci¨®n, porque se aprecian todav¨ªa mejor las dentelladas inmisericordes que da el Atl¨¢ntico a la tierra verde. Durante millones de a?os, el mar y el viento impenitente han modelado a su antojo entrantes y salientes afilados que dibujan el perfil abrupto de la costa oeste de Irlanda.
Al virar, la avioneta enfila hacia las islas Aran, que son como tres pedacitos sueltos del paisaje k¨¢rstico que, en la tierra firme de los acantilados de Moher, se llama Burren. Un territorio yermo esculpido en roca de una belleza a veces desoladora. Zigzagueando por el cielo, se ven los tajos de esa manta p¨¦trea que muere abruptamente en el mar.
En Inis O¨ªrr, la peque?a de las Aran, el batir de las olas no llega ahora a la panza varada del Plassey, porque la marea est¨¢ baja. En su lecho de piedras calizas, el carguero que encall¨® un d¨ªa de terrible tormenta en los a?os 60 dormita devorado por el salitre. Un poco m¨¢s all¨¢, el castillo de los O¡¯Brian, del siglo XIV, lucha por mantener sus paredes en pie. Despu¨¦s, aparece un peque?o cementerio. Las cruces motean el paisaje y rodean una iglesia medieval semienterrada, esta vez engullida por la arena de una duna.
Pero lo que m¨¢s sorprende es la cuadr¨ªcula imperfecta que parte y reparte el territorio en campos diminutos. Las islas Aran est¨¢n hechas de muros de piedra, lajas que limitan y que a la vez son su se?a de identidad, como en D¨²n Chonch¨²ir, un fuerte construido hace miles de a?os en Inis Me¨¢in que te lleva a tiempos ancestrales. La isla mediana es la menos poblada (no llegan a 200 habitantes) y la menos visitada tambi¨¦n. Quiz¨¢ por eso se sobrevuela r¨¢pido, para deleitarse en los encantos de la isla grande, Inis M¨®r. ¡°Mira ahora a tu izquierda. Hay una piscina natural¡±, indica el piloto sin perder de vista los mandos. Parece como si alguien hubiese arrancado de la orilla rocosa un bloque rectangular perfecto, cortado a cuchillo.
Desde las alturas, los turistas que se arremolinan ahora en otro impresionante fuerte prehist¨®rico, el de D¨²n Aonghasa, parecen puntitos multicolores que desaf¨ªan tumbados los 100 metros de altura de los acantilados. Todo por cazar una foto del mar, que se muestra rabioso all¨¢ abajo. Cuesta creer que en un tiempo remoto alguien viviera o rezara o protegiera desde aqu¨ª la isla, aun al abrigo de esos gruesos muros de piedra que hablan de aislamiento.
Hoy el aer¨®dromo de Inis M¨®r, peque?o, casi de juguete, conecta la isla con el aeropuerto de Connemara, peque?o, casi de juguete. Una parada antes de volver a la isla madre permite poner los pies en la tierra, para toparse con una realidad que ha encandilado durante a?os a muchos artistas y literatos.
El poeta irland¨¦s William Butler Yeats le dijo a un colega: ¡°Ve a las islas Aran y encuentra una vida que la literatura nunca ha expresado¡±. Y no porque aqu¨ª hablen mayoritariamente en irish, ni por su paisaje evocador, ni porque en el pasado consiguieran hacer f¨¦rtil este suelo bald¨ªo aliment¨¢ndolo con algas, sino porque los caminos laber¨ªnticos te llevan todav¨ªa, a pesar del turismo, a una esencia m¨ªstica y celta.
Esas pinceladas, las etnogr¨¢ficas, solo se consiguen a ras de suelo.
- Vuelos panor¨¢micos: Parten desde el aeropuerto de Connemara. Shuttle bus desde Galway. Precio por persona: 80 euros, con parada en las islas Aran. Sin parada, 60 euros por persona.
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