Cuatro torres

Dado su buen emplazamiento, la propaganda al uso de este cl¨¢sico hotel vitoriano incita a reservar las habitaciones m¨¢s altas porque otorgan vistas de la plaza de la Virgen Blanca, el Ayuntamiento, el parque de la Florida y hasta la sede del Parlamento vasco. Ser¨¢ con catalejo, porque el ojo humano no llega a escudri?ar tanto, ni tan lejos. Desde esas habitaciones, entre los pisos quinto y d¨¦cimo, se divisan las cuatro torres medievales que caracterizan el perfil urbano de Vitoria. Una ciudad que, si bien no arrastra masas de turistas, est¨¢ considerada como una de las tres con mayor calidad de vida en Espa?a.

De toda la vida es el hotel Canciller Ayala, lo que puede ser percibido nada m¨¢s plantarse el viajero frente a la fachada, enmarcada por aplacados de m¨¢rmol y una escalinata de apenas seis pelda?os con pasamaner¨ªa de acero inoxidable. Es el hotel de la ciudad, el que todo el mundo reconoce como suyo, y en el que los locales gustan de hacer tertulia tras su paseo dominical por el Portal de Castilla. Los interiores reflejan, para bien y para mal, el paso de los a?os. Instalaciones a?ejas, necesitadas de piqueta, pese a su ¨²ltima actualizaci¨®n, acometida hace un lustro.

En otro tono, el servicio suple con creces los altibajos de ocupaci¨®n y los recientes avisos de reestructuraci¨®n en la plantilla. Es cordial en el trato, eficiente en resolver problemas, atento a los deseos de los hu¨¦spedes e incluso complaciente si alguien pide un cambio a una habitaci¨®n de categor¨ªa superior. Lo mismo sucede con el asesoramiento personal en la hora del desayuno, pues el buf¨¦ no se reduce a los platos fr¨ªos. Al que no manifieste apetencia por el repositorio de huevos, panceta y salchichas, le ofrecen un plato reci¨¦n hecho en la cocina.

Dos ascensores extremadamente lentos ascienden a los dormitorios. Su decoraci¨®n, en la l¨ªnea habitual de NH, acredita cierto minimalismo en el mobiliario que contrasta con los suelos de parqu¨¦ que tuvo el hotel en otra ¨¦poca. Crujen a veces en exceso. Los cortinajes pueden parecer suntuosos, pero cumplen su funci¨®n de opacar la amplia cristalera. Sorprende que los ba?os sean tan peque?os y que la sempiterna ba?era obligue a ser precavidos con su suelo deslizante. Al menos son luminosos, algo muy de agradecer en Vitoria. En los pisos superiores, una gran terraza regala momentos ¨²nicos cuando hace bueno.

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