Formas de vivir el Malec¨®n habanero
Este paseo de ocho kil¨®metros es uno de los s¨ªmbolos de la ciudad cubana
Como otros tantos lugares volcados al mar, es dif¨ªcil entender La Habana y su historia sin la influencia del oc¨¦ano. Las aventuras de naufragios, saqueos y cierre de puertas tras el aviso de un ca?onazo han dado paso a una agitada vida social donde, en otro tiempo, ni tan siquiera estaba dibujado el perfil costero.
El Malec¨®n es quiz¨¢ el s¨ªmbolo m¨¢s universal de una ciudad con cinco siglos de historia. La construcci¨®n de un rompeolas de ocho kil¨®metros avanz¨® a medida que La Habana se expandi¨® desde principios del siglo pasado. Y sobre ese muro hoy se desarrollan algunas de las escenas m¨¢s vibrantes de la ciudad.
Desplegado entre dos construcciones hist¨®ricas, la torre de la Chorrera, al oeste, y el Castillo de La Punta, al este, acoge entre esos dos puntos una mezcla de edificios hist¨®ricos, monumentos, vendedores ambulantes, hoteles, bares, restaurantes, un estadio de atletismo, mercadillos y una ajetreada vida social donde los pescadores, ba?istas, amantes, m¨²sicos, corredores y corrillos de gente comparten un espacio multiusos.
Los j¨®venes abarrotan los fines de semana, en una aut¨¦ntica fiesta nocturna, los pies del hist¨®rico Hotel Nacional, igual que la plazoleta a la altura de Paseo. Entre ambos lugares, a la altura de la calle G, est¨¢ la Casa de las Am¨¦ricas, prestigiosa instituci¨®n cultural fundada en 1959 y situada a escasos metros del monumento a caballo de Calixto Garc¨ªa, h¨¦roe nacional.
Muchos de los s¨ªmbolos de la ciudad se levantan al borde de la calzada: como el monumento dedicado a las v¨ªctimas del Maine (¡°que fueron sacrificadas por la voracidad imperialista en su af¨¢n de apoderarse de la isla de Cuba¡±, reza la leyenda), que dio comienzo a la disputa final por la colonia espa?ola; la Oficina de Intereses de Estados Unidos (y el impresionante bosque de banderas cubanas de enfrente); los modernos edificios de la ¨¦poca, como el Hotel Riviera; o las construcciones a la altura de Centro Habana, algunas de ellas aut¨¦nticas joyas arquitect¨®nicas restauradas.
Mayer Lansky, el g¨¢ngster que rein¨® en La Habana de los negocios y el juego de los a?os 50, ped¨ªa a su ch¨®fer que le llevara, a altas horas de la madrugada, a la orilla del mar para pensar y seguramente contemplar aquella luna ¡°rodeada de nubes con las entra?as muy c¨¢rdenas¡±, como describi¨® Jos¨¦ Lezama Lima en su obra cumbre, Paradiso, la luna que se ve¨ªa desde ¡°el recodo del Malec¨®n¡±.
La ciudad encierra, en el filo mismo del mar, toda una variedad de realidades e historia que merece la pena conocer siempre que lo permitan las olas que, de vez en cuando, sepultan por completo una de las avenidas m¨¢s universales: la antigua Avenida del Golfo, hoy Avenida del Malec¨®n.
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