El tranv¨ªa nunca ser¨¢ inal¨¢mbrico
Una ruta por San Francisco que ilustra c¨®mo Internet y los ¡®smartphones¡¯ han cambiado radicalmente la forma de planificar y compartir los viajes
Terminado su trayecto en Market Street, una mujer negra gira con sus herc¨²leos brazos el cable car de 15 toneladas para que el tranv¨ªa mire hacia las colinas y reinicie su ruta.
Oto?o de 1998
EL PA?S comenzaba a publicar El Viajero casi a la vez que Ciberpa¨ªs, el suplemento de tecnolog¨ªa. Y San Francisco era el centro de esa misma coincidencia: riadas de gente haciendo cola para subirse al cable cary, al sur de la bah¨ªa, solitario y an¨®nimo, Silicon Valley, un nuevo mundo del nuevo mundo, donde acababa de nacer Google. En Espa?a, Internet era solo para aventureros, apenas el 5% de la poblaci¨®n estaba conectada.
Los turistas se lanzan a ocupar un asiento mientras aquello comienza a traquetear. Sus Kodak de usar y tirar se van a acabar en menos de dos paradas. Fannie Mae Barnes se concentra. En ese 1998 ha conseguido que por fin una mujer se ponga al frente del legendario transporte californiano. Entre tanto feliz turista, el ¨²nico aut¨®ctono, un gur¨² tech, muestra un aparatito que cambiar¨¢ el mundo: ¡°Aqu¨ª no eres nadie sin esto. Apuntas los contactos, te los coloca en la agenda y te avisa con anticipaci¨®n para no llegar tarde. Se llama Palm Pilot y es la revoluci¨®n¡±.
Gu¨ªa
- Turismo de San Francisco. Market Street, 900.
- Consorcio de transportes (www.sfmta.com) Un billete sencillo para el cable car cuesta 6 d¨®lares. Existen pases que incluyen viajes ilimitados en los tranv¨ªas hist¨®ricos y modernos, as¨ª como autobuses y trolebuses de la red Muni. El pase de 1 d¨ªa cuesta 14 d¨®lares; el de 7 d¨ªas, 28.
- La tarjeta Citypass incluye adem¨¢s entradas a museos y atracciones en el paquete.
Oto?o de 2001
El cable car sube por Union Square. Fannie Mae domina ese caballo, solo sujeto a un cable terrestre que corre siempre a nueve kil¨®metros por hora, cuesta arriba o cuesta abajo, insensible al peso, las paradas o la lluvia.
Al Qaeda ha derribado las Torres Gemelas y por su culpa siempre iremos al aeropuerto una hora antes. En estos d¨ªas tampoco se puede atravesar el colorado Golden Gate y la ciudad parece un poco hu¨¦rfana, adem¨¢s hace un a?o les estall¨® su propia bomba, la de las puntocom, y muchos ricos son pobres; pero la vida sigue, la tur¨ªstica y la tecnol¨®gica. En algunos caf¨¦s de modernos hippies hay un letrero que dice free wifi y te dejan conectarte a Internet sin tener que enchufar cables; incluso, si te ven pobrecico, sin consumir. Hay viajeros en el vag¨®n que van a su bola, dando cabezazos con ojos cerrados y unos hilos blancos les salen de los o¨ªdos. El fen¨®meno se llama iPod. Es una cajita donde cabe la m¨²sica de tu discoteca. En lugar de botones, todo se maneja con una rueda t¨¢ctil.
Oto?o de 2007
Trepa que trepa, el vag¨®n ha dejado el barrio tur¨ªstico de Union Square para escalar a la chic Nob Hill, una de las primeras colinas de la ciudad. Las aerol¨ªneas han suprimido el billete de papel; en un barrio de abajo, el SoMa, se estrena una cosa que llaman Twitter (sirve para enviar mensajitos de 140 caracteres) y al sur de la bah¨ªa otro chaval desarrolla Facebook. El cobrador del vag¨®n se pirra por ense?ar su m¨®vil, que le ha costado la mitad del sueldo. El iPhone, inventado tambi¨¦n al sur de la bah¨ªa por Apple, con un clic lo hace todo: fotograf¨ªa, env¨ªa correos, pone m¨²sica y v¨ªdeos. A?os despu¨¦s ser¨¢ adem¨¢s billete de avi¨®n y billetera. El iPhone inaugura la era del smartphone,el telefono inteligente. Ya no es necesario un ordenador para estar conectado a Internet.
Oto?o de 2010
El tranv¨ªa se desboca cuesta abajo hasta alcanzar una falsa llanura entre chirridos de frenos. El pasaje va tan alegre como siempre, un punto inconsciente. Cambia el viajero, cambia su equipaje, pero se mantiene su esp¨ªritu aventurero. Otra vez remonta el cable car.La gente apunta al paisaje con sus tel¨¦fonos. Apenas se ven c¨¢maras fotogr¨¢ficas. Ahora se escala Russian Hill. Las colinas de la ciudad son muchas, 44 exactamente, pero originales, las fet¨¦n, ocho.
Hay turistas que prefieren escalar a pie, como si fuera el Himalaya. No llevan planos en sus manos, ni se paran en las lavander¨ªas chinas a preguntar la ruta. Miran compulsivamente su tel¨¦fono, no se lo ponen en la oreja, sino en la palma de la mano. En su pantalla, con GPS y giroscopio, miran el plano de la ciudad, que les saca de dudas. De la misma f¨¢brica de ideas del iPod e iPhone ha salido el iPad, un ordenador que pesa solo medio kilo y con una bater¨ªa que dura todo el d¨ªa. Es como un pizarr¨ªn interactivo. Adi¨®s a los reproductores DVD, adi¨®s a los port¨¢tiles.
Oto?o de 2013
No es el final de trayecto, la vida contin¨²a, pero la mayor parte del pasaje se apea en la calle de Hyde con Lombard. Si hay algo m¨¢s espectacular que esta vista, l¨¢nceme un rayo Steve Jobs. Sus ocho curvas en 400 metros adornados de hortensias hacen de ella la calle m¨¢s inclinada del mundo. Al fondo se divisa Telegraph Hill. Turistas chinos y rusos se re¨²nen en torno a sus gu¨ªas. Uno de ellos a?ade a la vista un poco de leyenda: Hitchcock rod¨® aqu¨ª V¨¦rtigo. Luego abre su iPad y les ense?a la escena de la pel¨ªcula.
Han pasado quince a?os de El Viajero y 140 del cable car. Cumplido el servicio, Fannie Mae Barnes se jubil¨®, tambi¨¦n Ciberpa¨ªs. El gur¨² no dio ni una. Su Palm Pilot apenas aguant¨® dos a?os y el resto ni lo vio venir. El cable car llega a su parada final frente a la isla de Alcatraz, donde un hombre forzudo gira manualmente el vag¨®n. La gente graba la acci¨®n con sus tabletas (tampoco se ven ya videoc¨¢maras). Lo sube a la nube, lo coloca en Facebook y lo env¨ªa a Gmail. En la tienda de souvenirs venden memorias USB con vistas de la ciudad; apenas hay postales. Los pasajeros han contado, filmado y enviado al instante y sin cables su aventura. As¨ª acaba este viaje de cuento en cable car, el ¨²nico aparato de la historia que nunca ser¨¢ wireless.
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