La venganza de los dioses

Un alem¨¢n, un argentino, un peruano y un espa?ol decidieron irse a Per¨². El espa?ol Miguel ?ngel Furones era uno de ellos. El publicista, director de Publicis y que acaba de publicar la novela El escritor de anuncios(Suma de Letras), descubri¨® en ese viaje a Cuzco que ¡°el mejor lugar para viajar es una buena conversaci¨®n¡±.

?De qu¨¦ hablaron?

Iba con tres amigos creativos, talluditos como yo, y estuvimos charlando de todo. Nunca he tenido una experiencia tan profunda. Aunque suene un poco t¨®pico hablando de una visita a Per¨², fue m¨¢gico. Aparte de llegar a una ciudad a 3.000 metros de altura, la cultura inca, el colonialismo o el pisco, la reflexi¨®n conjunta hizo muy especial la visita.

?Qu¨¦ visit¨®?

Estuvimos en Sacsahuyman, en el Valle Sagrado. Y luego fuimos a Aguas Calientes en ese trenecito de v¨ªa estrecha que circula en paralelo al r¨ªo Urubamba. La ciudad parece un campamento construido muy deprisa. All¨ª conocimos a un chavalito de unos cinco o seis a?os que vend¨ªa medallitas. Iba con su hermana mayor; ella le ense?aba a regatear con los turistas. Nosotros fuimos sus pr¨¢cticas.

?Lo hizo bien?

M¨¢s o menos. En un momento dado me ped¨ªa un euro por cada medalla y luego se liaba cuando quer¨ªa comprarle varias. Al final me dej¨® hacerme una foto con ¨¦l y me llev¨¦ cuatro regalitos.

?C¨®mo fue la subida a Machu Picchu?

Ascendimos por el camino inca, por la ribera del Urubamba, y nos fuimos adentrando en la selva. La sensaci¨®n era de estar yendo al origen de las cosas. Ese lugar te coloca en tu sitio sin que t¨² seas consciente de ello.

Est¨¢ usted muy m¨ªstico.

All¨ª hay un equilibrio palpable entre el bien y el mal. Ascendimos a la ciudadela inca acompa?ados de una gu¨ªa encantadora junto a un grupo de personas. Entre ellas, un norteamericano muy desagradable. La chica explicaba en castellano y a continuaci¨®n en ingl¨¦s. En un momento dado, el tipo le mont¨® un pollo porque hab¨ªa estado hablando m¨¢s tiempo en castellano que en ingl¨¦s.

?Qu¨¦ hizo la chica?

Le pidi¨® disculpas educadamente. Continuamos la subida y el camino se iba estrechando. La gu¨ªa no dijo nada, pero lleg¨® un momento en que el camino era tan estrecho que el hombre, que era obeso, no cab¨ªa. Se dio cuenta de la jugada, pero no pod¨ªa decir nada. Al final tuvo que recular y volver para atr¨¢s. All¨ª hay que tener cuidado: la venganza de los dioses suele ser dura.

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