Victorina dijo no
Pasi¨®n y bid¨¦s del siglo XIX en la mansi¨®n de los Sierra Pambley, junto a la catedral de Le¨®n
Casi todo el mundo est¨¢ al corriente de que Teruel es c¨¦lebre por sus m¨ªticos amantes; de que Verona es la ciudad en la que Shakespeare ambient¨® Romeo y Julieta;o de que Calisto y Melibea comparten un huerto con hermosas vistas en Salamanca. La ficci¨®n sentimental se filtra en el urbanismo jugando con el l¨ªmite que separa fantas¨ªa y realidad. Holmes sigue viviendo su pasi¨®n con Watson en el 221B de Baker Street y Fortunata sorbe un huevo crudo mientras pasea por Madrid y recuerda al cerdo de Juanito Santa Cruz. Pero, ?sab¨ªan que Le¨®n, adem¨¢s de San Isidoro, las vidrieras de la catedral, el hostal de San Marcos y el MUSAC, adem¨¢s de la plaza del Grano, la calle Ancha o las callejas del barrio H¨²medo, encierra una magn¨ªfica historia de amor rom¨¢ntico? Un amor que protagonizan criaturas de carne y hueso en las que reconocemos el esp¨ªritu de ¨¦poca. Y mucho miedo a pasar fr¨ªo.
Don Segundo Sierra Pambley naci¨® en Le¨®n en 1807. Curs¨® estudios jur¨ªdicos y lleg¨® a ser diputado en 1835. Los Sierra Pambley fueron una familia ilustrada que despert¨® las suspicacias de los sectores reaccionarios de la sociedad leonesa. Tal vez la creencia en la utop¨ªa y la felicidad junto con la racionalidad y una actitud tolerante es lo que hizo de Segundo un amante infeliz. Porque se enamor¨® de su sobrina Victorina, para quien hab¨ªa sido como un padre desde que los progenitores de la muchacha fallecieron.
Segundo levant¨® frente a la catedral una mansi¨®n donde cada detalle estaba pensado para su amada: los enseres para el aseo personal, el cuarto de juegos, la orientaci¨®n de las habitaciones, todo estaba dispuesto para el disfrute de una confortable vida marital. Pero ella dijo no. Don Segundo pod¨ªa haber obligado a Victorina a casarse con ¨¦l, pero su conciencia no le permiti¨® tal cosa y la muchacha contrajo matrimonio con un se?or de Oviedo. Segundo se sumi¨® en la depresi¨®n y nunca lleg¨® a habitar la casa. Muri¨® en Madrid legando su fortuna a sus tres sobrinos: Pedro, Victorina y Francisco (el art¨ªfice de la actual fundaci¨®n Sierra Pambley). Pero ¨¦sa es otra historia de la que hablaremos luego.
Espacio dom¨¦stico
En este caso el contraste entre los adverbios arriba y abajo no sirve, como en la serie brit¨¢nica de los a?os setenta, para marcar una diferencia de clase, sino para separar dos espacios: el que don Segundo concibi¨® para la intimidad con la esposa, y el que destin¨® a ser escaparate, recipiente de una vida social ineludible para ¨¦l. Arriba, una c¨¢lida casa de pueblo; abajo, un palacio franc¨¦s. Arriba todo est¨¢ pensado para la comodidad de una existencia humilde, pero sin privaciones. Don Segundo aplic¨® los principios de un incipiente higienismo: ventanas en las habitaciones y un cuarto de ba?o donde sorprende el primer modelo de bid¨¦ que hubo en Espa?a. La curvil¨ªnea modernidad del bid¨¦ resultaba ins¨®lita en una ciudad en la que todav¨ªa se escuchaba: ¡°?Agua va!¡±. Teresa, nuestra gu¨ªa, nos relata estas cosas en una de las visitas guiadas a la mansi¨®n. Insiste en la fusi¨®n de lo nuevo y lo tradicional, lo for¨¢neo y lo aut¨®ctono: los techos bajos o la rusticidad de los suelos de madera que conservan mejor el calor contrastan y a la vez sintonizan con el rasgo innovador de las dobles ventanas. El sentido de utilidad gobierna el dise?o de una vivienda que refleja el talante ilustrado y la sensibilidad hacia lo bello ¡ªtambi¨¦n el poder adquisitivo¡ª de Segundo: c¨®modas de caoba, cuberter¨ªas de plata, vajillas de Sargadelos y juegos infantiles como la oca o el b¨¢dminton.
El contraste con la planta de abajo es brutal. En ella destacan las l¨¢mparas italianas, los relojes franceses, las tapicer¨ªas de seda china y, sobre todo, unos papeles pintados a mano con un virtuosismo capaz de emular texturas que van del terciopelo al m¨¢rmol. La biblioteca pone de manifiesto ese progresismo que integra el ADN familiar de los Sierra Pambley: un ejemplar de mano de la Constituci¨®n de C¨¢diz y, en un lugar privilegiado, L¡¯Encyclop¨¦die. Tal vez este sea el objeto m¨¢s valioso de una casa para vivir sin fr¨ªo que parad¨®jicamente se transforma en helada met¨¢fora del contrariado amor.
Gu¨ªa
Informaci¨®n
- Fundaci¨®n Museo Sierra-Pambley (987 22 93 69). Sierra Pambley, 2. Le¨®n. Abre de martes a domingo, de 11.00 a 14.00 y de 17.00 a 20.00. Precio de entrada adulto, 3 euros.
Don Francisco Fern¨¢ndez-Blanco y Sierra Pambley, don Paco, era sobrino de Segundo y hermano de Victorina. ?l es el art¨ªfice de la Fundaci¨®n Sierra Pambley. La casa no es solo el recuerdo de una fracasada historia sentimental, sino tambi¨¦n el testimonio de una vocaci¨®n altruista: la educaci¨®n de los ni?os pobres. Para cumplir este prop¨®sito, don Paco cont¨® con la colaboraci¨®n de ilustres miembros de la Instituci¨®n Libre de Ense?anza como Giner de los R¨ªos. Hay una hermosa exposici¨®n que da fe del nivel de progreso de las escuelas leonesas en ¨¦pocas anteriores al estallido de la guerra civil. Es asombroso comprobar c¨®mo los ni?os desfavorecidos de Le¨®n contaban con medios audiovisuales, pipetas, buretas y retortas para desarrollar experimentos, plumieres, muestras de minerales y ediciones de Veinte mil leguas de viaje submarino¡ Son conmovedores los diarios de clase o los ex¨¢menes de geograf¨ªa. Despu¨¦s de la guerra en Le¨®n represaliaron o mataron a much¨ªsimos maestros.
Don Paco habit¨® tres habitaciones de la casa. El mobiliario evidencia un gusto teresiano o tal vez se deba interpretar como una profec¨ªa minimalista: en la alcoba, cama y orinal. Sin estufa. Digno representante de una familia que nunca se bati¨® en duelo e introdujo la homeopat¨ªa en su ciudad, don Paco llev¨® a rajatabla los principios de progreso, salud y futuro. A los 87 a?os, hizo obra: instal¨® el primer retrete de Le¨®n. La fundaci¨®n Sierra Pambley testimonia un cambio de ¨¦poca y nos invita a mirar la ciudad con unos ojos incluso mejores que los de costumbre.
??Marta Sanz es autora de Daniela Astor y la caja negra (Anagrama).
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