El ¨²ltimo trago de mezcal
En San Crist¨®bal de las Casas, en Chiapas (M¨¦xico), nunca deja de sonar la m¨²sica. Por la ma?ana, en el Z¨®calo; por la tarde, en el mercado, y por la noche, en sus genuinas mezcaler¨ªas
San Crist¨®bal de las Casas es una caja de m¨²sica. Suenan en ella, en una armon¨ªa m¨¢gica y sin estridencias, cinco siglos de colonizaci¨®n, de lucha, de etnias, de creencias, de pol¨ªtica y de tradici¨®n. Viajeros de todo el mundo acuden hechizados por la "energ¨ªa" y la belleza de esta ciudad de calles empedradas y casas de colores llena de contradicciones. San Crist¨®bal es el epicentro de los Altos de Chiapas, unas monta?as imprevisibles salpicadas de comunidades ind¨ªgenas. Cercada por bosques, San Crist¨®bal condensa tintes, tejidos, texturas, olores y sabores. Los visitantes, sin renunciar al ambiente europeo del centro, intentan absorber la m¨ªstica de las creencias mayas ancestrales y la del levantamiento zapatista de 1994. "Vienen a cambiar el mundo, a montar un negocio o a reencontrarse con el universo", comenta ir¨®nicamente una mujer del Distrito Federal que lleva 15 a?os en la que es la capital cultural de Chiapas (la oficial es Tuxtla Guti¨¦rrez), uno de los Estados m¨¢s pobres y con mayor amor propio de M¨¦xico.
9.00?Mara?a de culturas
La ¨²nica manera de empezar el d¨ªa en San Crist¨®bal es degustando su caf¨¦. La bebida, que empez¨® a cultivarse en esta zona durante el siglo XVIII, cuando los colonos arrasaron los bosques locales para sembrar ese grano proveniente de Arabia tan apreciado en Europa, es ahora la insignia de los agricultores locales. Decenas de establecimientos se concentran en las v¨ªas aleda?as al Z¨®calo (1), el coraz¨®n urbano lleno de turistas y vendedores ambulantes. Ah¨ª, los chiapanecos preparan el caf¨¦ a la olla, con canela y az¨²car, y se toma sin leche. Aunque no es dif¨ªcil encontrar un capuchino exquisito o un aut¨¦ntico espresso acompa?ado de un cruas¨¢n de mantequilla para despu¨¦s echar un vistazo a la catedral (2). Antes de que el sol empiece a machacar, vale la pena observar a vista de p¨¢jaro c¨®mo la ciudad se despereza desde el Cerrillo (3), en el extremo occidental de la ciudad. Al bajar, y para entender qui¨¦n es qui¨¦n en San Crist¨®bal, se puede visitar el Museo de Sergio Castro (4), un curandero que regenta su propia colecci¨®n de trajes regionales. Castro ha consagrado su vida a estudiar la medicina tradicional ind¨ªgena y la aplica a sus pacientes de forma gratuita. Su exposici¨®n de vestidos y objetos y su sint¨¦tica explicaci¨®n sobre usos y costumbres se agradecen en esta mara?a de culturas.
11.00?Sin malas ¡®vibras¡¯
Se puede llegar al pueblo de San Juan Chamula (5)?en 20 minutos en taxi por pocos pesos, pero el viaje en colectivo (peque?os autobuses) agolpado entre los lugare?os es a¨²n m¨¢s barato y mucho m¨¢s divertido: mujeres con faldas de lana de oveja, gallinas con las patas atadas reci¨¦n compradas en el mercado, hombres con sombrero de felpa y paquetes de todos los tama?os entrando y saliendo. Esta comunidad ind¨ªgena es un municipio conservador que tiene su propio sistema de gobierno y sus propias brigadas policiales locales desde hace casi quinientos a?os. Su iglesia, que venera a san Juan Bautista, es el mejor ejemplo de la convivencia entre la cultura hisp¨¢nica y los ritos precolombinos (un sincretismo que asombra a los visitantes). Los curanderos oran y entregan ofrendas para acabar con las enfermedades. En lugar de bancos, un lecho de agujas de pino se extiende por toda la nave y limpia el templo de malas vibraciones. Los mayordomos de los 41 santos que guardan en la iglesia lo renuevan cada tres d¨ªas. Los curanderos rezan en tzotzil y tzeltal, las dos lenguas mayas m¨¢s habladas en la zona, y frotan a los enfermos con una bebida tradicional de ca?a y ma¨ªz llamada posh, y con pollos, para purificarlos. Las velas "detienen el da?o del alma y liberan el esp¨ªritu del enfermo", y el humo del incienso "es la comida de Dios". Hay celebraciones especiales al son del acorde¨®n, las guitarras, los tambores y las maracas el d¨ªa de San Sebasti¨¢n, en enero; durante el Carnaval, en Semana Santa, y tambi¨¦n ahora en junio por San Juan Bautista.
14.00?Un banquete de mole
De vuelta en San Crist¨®bal, a un paso de la parada de los colectivos, en la calle de Honduras se encuentra el mercado 6. Adem¨¢s de pir¨¢mides de mangos, aguacates y tomates, sacos de frijoles y puestos que venden desde canicas hasta linternas, pasando por peines y capazos, este lugar es uno de los mejores para comer. O por lo menos de los m¨¢s aut¨¦nticos (ojo los est¨®magos delicados). Es el lugar de la abundancia: tacos, quesadillas, tamales, licuados, aguas de sabores, platos de cuchara y recetas de todo M¨¦xico, incluido el sabroso mole oaxaque?o. El templo de Santo Domingo (7), la joya barroca de la ciudad, es el mejor postre. Su fachada es una de las m¨¢s recargadas de la arquitectura colonial mexicana y rebosa de referencias a las creencias ancestrales, como sus figuras de ¨¢ngeles ind¨ªgenas. Probablemente los propios indios fueron los que construyeron el templo. El museo instalado en el antiguo claustro de Santo Domingo explica la historia de la ciudad de San Crist¨®bal ¡ªfundada en 1528 por Diego de Mazariegos y rebautizada en honor a san Bartolom¨¦ de las Casas, el dominico que evangeliz¨® a los ind¨ªgenas¡ª y expone reliquias rescatadas de los templos mayas devorados por la jungla en los alrededores de la ciudad. El santuario est¨¢ asediado por el Mercado de las Artesan¨ªas (8), una buena opci¨®n para escarbar entre tejidos, ¨¢mbar y cuero en busca de un recuerdo.
18.00?Palco al atardecer
En San Crist¨®bal, dicen los aut¨®ctonos, no hay nada que hacer salvo vivirla. Solo caminar sin rumbo asegura llegar al centro de su vida cotidiana, a lugares como la plaza del Cerrillo (9), una explanada perezosa donde los vecinos cumplen con sus obligaciones sin presionar al reloj. De forma inevitable, cualquier paseo improvisado acabar¨¢ desembocando en el Andador de Guadalupe (10). Al final de esta calle comercial, colmada de tiendas, caf¨¦s y restaurantes con especialidades de todo el mundo, aparece omnipresente la iglesia de Guadalupe (11). Un lienzo de la Virgen domina el altar arropado por un marco de neones amarillo y verde. La cima del cerro es el balc¨®n desde donde ver c¨®mo el naranja del atardecer se apodera de los tejados y las monta?as.
21.00?Bailes con agave
Al caer la noche, el bullicio se convierte en una fiesta continua. La m¨²sica en vivo para todos los paladares acompa?a cenas y copas. Las parejas ci?en sus caderas a golpe de salsa, reggae o electr¨®nica. Y aunque no es la bebida tradicional de Chiapas, las mezcaler¨ªas despachan litros de licor de agave y los bebedores compiten por acabarse la botella. La norma dice que quien se tome el ¨²ltimo trago debe tragarse el gusano que da a la bebida su sabor dulce y ahumado. Y vaso a vaso, todos se diluyen en la euforia que los trajo hasta aqu¨ª.
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