Desembarco en la isla del Oso
A bordo del velero 'Sterna', contin¨²a la traves¨ªa noruega y el viaje por el ?rtico
![Cubierta del velero Sterna a su llegada a la isla del Oso.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/JYBNIQA4HK7TXCOKBX4VD3EF2M.jpg?auth=18d6d671171f57da55dc24901ff8f9a1c1669a4e6e7a9e4494950f1745114bb4&width=414)
?Cu¨¢ndo empieza un viaje? ?Cuando subimos al avi¨®n, en el momento de comprar los billetes o cuando empezamos a imaginarlo??Hac¨ªa ya dos semanas que est¨¢bamos en el norte de Noruega?y?hac¨ªa una que nos hab¨ªamos embarcado en el velero Sterna, pero fue s¨®lo entonces, mientras dej¨¢bamos atr¨¢s la ¨²ltima punta del continente europeo para adentrarnos en el mar de Barents, que sentimos que el viaje realmente comenzaba. Desde que empez¨¢ramos a planificarlo -desde que compramos la primera camiseta t¨¦rmica y miramos por primera vez en internet el clima de la regi¨®n hacia la que nos dirig¨ªamos- todo apuntaba al momento en que dejar¨ªamos atr¨¢s el mundo conocido para internarnos en el Oc¨¦ano Glacial Artico.
En torno a la mesa de cartas se organiza una peque?a reuni¨®n en la que se nos explican las normas que regir¨¢n a partir de ahora. Albert, el l¨ªder de la expedici¨®n, nos vuelve a dar la bienvenida, nos pone al tanto de los procedimientos de seguridad, nos asigna funciones espec¨ªficas y nos explica la ruta a seguir. Si bien los icebergs debieran empezar m¨¢s arriba, como medida de precauci¨®n todo el tiempo habr¨¢ dos de nosotros oteando el horizonte por lo que pudiera pasar. Fin de la reuni¨®n. Un aplauso surge espont¨¢neo de las manos de los presentes. Como si reci¨¦n nos encontr¨¢ramos, nos saludamos, nos deseamos suerte y nos preparamos para zarpar.
Los primeros momentos de un viaje como ese est¨¢n cargados de expectaci¨®n. La velocidad a la que se mueve un velero ¨Cincluso el Sterna, que es de navegaci¨®n r¨¢pida- no supera en promedio los veinte kil¨®metros por hora. La tierra tarda horas en perderse de vista y la sensaci¨®n de que no se avanza puede llegar a resultar inc¨®moda. Poco a poco, sin embargo, el ¨¢nimo se va desprendiendo de los tiempos de tierra para impregnarse del ritmo de a bordo, en donde el reloj se desdibuja y cada cosa encuentra su lugar. Una charla sobre la carta de navegaci¨®n toma el tiempo que toma. Poner agua para un caf¨¦ y compartirlo en cubierta observando las olas cruzar la proa puede llenar parte de una jornada. De nada sirve impacientarse ni querer avanzar acontecimientos. La primera lecci¨®n que el mar ense?a es que las cosas llegar¨¢n cuando tengan que llegar. No llevamos ni veinte millas cuando el chorro de una ballena asoma por la popa. M¨¢s tarde aparecen los delfines que nos acompa?ar¨¢n gran parte del trayecto. Siempre es reconfortante ¨Cy dicen los marinos que de buen augurio- que vengan a saludar.
![El oso polar es el tercer carnívoro más peligroso del mundo.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/EYYA4GMZGXFA7SHMO5ZBPQN5MM.jpg?auth=5bc3b260aba15ffce28d7e426958dd60c951cca2425bec405199e234d80313f4&width=414)
El mar de Barents debe su nombre a un expedicionario holand¨¦s del siglo XVI. En su intento de hallar el paso del noreste, Willem Barents llev¨® a cabo hasta tres intentos -todos fallidos- de rodear Siberia por el norte para encontrar una nueva ruta comercial a oriente. En el primer viaje se encontraron con un oso polar e intentaron subirlo a bordo. El jaleo que arm¨® el animal una vez en cubierta fue tal que hubo que sacrificarlo. La isla junto a la que lo hallaron fue bautizada con el nombre de Isla del Oso y constituye nuestro destino inmediato. En su tercer y ¨²ltimo viaje, adem¨¢s de encontrar la muerte en las costas de Nueva Zembla, Barents descubri¨® el archipi¨¦lago de Svalbard, nuestro destino final.
El sol permanece en el cielo de forma ininterrumpida pero son pocos los momentos en los que lo vemos brillar. Entre las nubes y la bruma, avanzamos envueltos por un silencio de nieve a trav¨¦s de unas aguas color petr¨®leo. Al tercer d¨ªa de traves¨ªa, de entre la densa niebla vemos aparecer la silueta afilada de la Isla del Oso, el ¨²nico trozo de tierra entre el continente europeo y Svalbard, y s¨®lo habitada por los nueve cient¨ªficos de la base meteorol¨®gica all¨ª instalada. No existe ning¨²n medio de transporte regular que lleve a nadie hasta ah¨ª. El lema del Sterna (¡°todav¨ªa quedan lugares en la tierra a los que s¨®lo se puede llegar desde el mar¡±) se cumple aqu¨ª a la perfecci¨®n. Una yerma ladera que sube desde el embarcadero exhibe los antiguos ra¨ªles que tra¨ªan el carb¨®n desde una mina ahora abandonada. Junto a ellos, los restos de la caba?a m¨¢s vieja que a¨²n se conserva. Un cartel anuncia el a?o de su construcci¨®n: 1822.
Finn, el director, nos recibe en la puerta de la base. Separadas unos veinte metros unas de otras, se encuentran las casetas de los cuatro huskys que acompa?an al personal en sus paseos y que avisan de la posible presencia de un oso polar. Al entrar nos encontramos con las botas y los trajes t¨¦rmicos colgados en fila y con una serie de fusiles, cada uno con el nombre de su due?o, dispuestos junto a la puerta. Tambi¨¦n vemos las fotos de los distintos equipos que por ah¨ª han pasado. Las armas, los cient¨ªficos y el asilamiento extremo, nos hacen pensar en pel¨ªculas como La cosa o El resplandor. A lo largo de todas las instalaciones se pueden encontrar armeros con rifles y munici¨®n listos para ser usados en caso de que un oso haga acto de presencia. Al parecer el nombre de la isla no se queda en una mera an¨¦cdota. Despu¨¦s del tibur¨®n blanco y de la pantera negra ¨Cy por encima del le¨®n y del tigre-, el oso polar es el tercer carn¨ªvoro m¨¢s peligroso del planeta.
![Uno de los huskys, en la base meteorológica de Herwighamna.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/ZTR5G2NYZR5IKXE7BI34QGJATM.jpg?auth=95990bb25afe37baed926279674eaf018d6a9e929acd64333e8d8fd5d586cf05&width=414)
Finn tiene alrededor de setenta a?os. A los diecisiete entr¨® a trabajar en la marina mercante y dio varias vueltas al mundo. Luego regres¨® a Noruega, form¨® una familia y se incorpor¨® a la armada como personal civil en la rama de inteligencia militar, pero de eso no puede hablarnos porque si no nos tendr¨ªa que matar, bromea. Ya ha perdido la cuenta de las temporadas que ha pasado aqu¨ª. Los turnos son de seis meses y cada vez hay que volver a postular. Puede tocar en invierno o verano. Talleres de carpinter¨ªa, electr¨®nica y mec¨¢nica sirven de entretenimiento para las horas muertas. Cuando el tiempo lo permite, se puede salir a dar un paseo de un par de d¨ªas, para lo cual hay dispuestas nueve caba?as a lo largo de la geograf¨ªa de la isla.
Por la noche cenamos temprano y, si bien la charla es escasa, somos testigos de la camarader¨ªa que existe entre los integrantes del equipo. Luego pasamos a un sal¨®n decorado con la piel de un oso en el que se comentan las incidencias del d¨ªa. El c¨®digo es indiscutiblemente masculino. Finn me explica que se parece mucho a la tripulaci¨®n de un barco. Steinar, el mec¨¢nico, me cuenta que es su primera temporada en la base. Luego de a?os de trabajar como ingeniero en empresas automotrices fue asignado a un puesto ejecutivo en oficinas, y al cabo de un tiempo sinti¨® la necesidad de volver a ensuciarse las manos. Su mujer estuvo de acuerdo y ¨¦l considera que incluso para la salud de la pareja es beneficioso ese tiempo de soledad. Es la primera vez en su vida que consigue dejarse la barba. A su mujer no le agrada como le queda.
A la ma?ana siguiente nos despedimos de la base y sus moradores y volvemos a hacernos a la mar. Navegar a vela es una de las actividades m¨¢s antiguas que existen y, salvo alg¨²n detalle t¨¦cnico, poco ha cambiado desde que los primeros hombres se atrevieron a practicarla. M¨¢s all¨¢ de algunas mejoras puntuales y de los modernos sistemas de geoposicionamiento, una vez que se ha salido las ¨²nicas leyes que rigen son las del viento y las del mar. Me recuesto en mi litera y abro el libro que estoy leyendo. En la proa del Sterna la solemne inmensidad del oleaje. Pr¨®xima parada Svalbard: el ¨²ltimo trozo de tierra antes de que los hielos eternos cubran el Oc¨¦ano Glacial.
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