Con Churchill en Manhattan
Visita a la ¨²nica librer¨ªa dedicada a la obra del estadista ingl¨¦s, en pleno coraz¨®n del Midtown neoyorquino, cuando se cumplen 140 a?os de su nacimiento
La sombra de la silueta abombada de Winston Spencer Churchill a¨²n recorre Manhattan. En una elegante y luminosa arcada del Park Avenue Plaza, rascacielos del Midtown neoyorquino, a pocas calles del MoMA y de la catedral de San Patricio, funciona desde hace 31 a?os la ¨²nica librer¨ªa dedicada exclusivamente a su vida y obra. Hasta all¨ª suele llegar, de vez en cuando, Cecily Gemmel, una encantadora octogenaria conocida como Chips, quien es, probablemente, la ¨²nica secretaria viva (trabaj¨® de 1947 a 1951) del m¨¢s grande estadista ingl¨¦s del siglo XX. Adem¨¢s de ser amiga personal del due?o del local, se encarga de ayudar a verificar la autenticidad de las firmas estampadas en los libros y documentos que llegan a Chartwell Booksellers. ¡°Para ¨¦l era imposible responder a la cantidad de tarjetas de agradecimiento en los ¨²ltimos a?os de su vida. Eran sus secretarias las que firmaban la correspondencia general. Cuando Chips viene suele decirme ¡®oh, no, no fue ¨¦l quien firm¨® esto. Esto lo firm¨¦ yo¡¯¡±, dice Barry Singer, due?o y fundador de la tienda.
A principios de los a?os 80 el magnate de la construcci¨®n Richard Fischer quiso encastrar una librer¨ªa en la torre que su emporio edificaba en el n¨²mero 55 Este de la calle 52. Fischer y Singer coincidieron en una reuni¨®n y el empresario le propuso al novelista convertirse en el librero de su proyecto con una ¨²nica condici¨®n: que el local llevara por nombre Chartwell, como el adorado refugio de campo que Churchill tuvo en el condado de Kent, a 38 kil¨®metros al sureste de Londres. La primera selecci¨®n de libros fue general. Hasta que lleg¨® uno de los tiburones m¨¢s temidos de Wall Street por aquellos d¨ªas y cambi¨® el rumbo de la librer¨ªa. Se trataba de Saul Steinberg (1939-2012). Un experto en Napole¨®n que quiso comprar Walt Disney en 1984, al que Singer tilda de controvertido y que encarg¨®, a trav¨¦s de su secretaria, todas las primeras ediciones en cuero de los 44 libros (incluyendo los discursos) que forman la obra completa de Winston Churchill (Palacio de Blenheim, 1874-Londres,1965).
La empresa dio pie a Singer a viajar a Inglaterra y darse cuenta de que no hab¨ªa ninguna librer¨ªa especializada en el tema. As¨ª fue como encontr¨® su nicho. Tard¨® un a?o en completar la colecci¨®n b¨¢sica para Steinberg. Dos o tres m¨¢s para dar con un peque?o panfleto de 1903 sobre el presupuesto de Defensa del entonces encargado de la cartera titulado Mister Brodrick¡¯s army. Y diez m¨¢s para hallar la ¨²ltima ficha del rompecabezas: For free trade, una compilaci¨®n de 1906 con los discursos que Churchill dio sobre el tema. ¡°Creo que fueron textos que hizo circular para su propio uso¡±, cuenta el librero, ¡°fueron muy pocos y para unos cuantos conocidos. Ahora no debe haber m¨¢s de una docena de ellos y son ediciones que por su modesta calidad se deterioraron f¨¢cilmente. De las copias de For Free trade, una de las joyas de la librer¨ªa, tengo solo una actualmente. En su ¨¦poca debi¨® haber costado 25 centavos. Hoy asciende a los 160.000 d¨®lares (unos 129.000 euros)¡±.
As¨ª pues, el escritor consagr¨® su negocio a la obra sobre el estadista ingl¨¦s en un local de 64 metros cuadrados con amplias vitrinas donde, adem¨¢s de las novedades editoriales, se exhiben objetos que van desde habanos hasta la imagen de unas babuchas azules oscuras con las iniciales WSC bordadas en plata, anteojos o juegos de cubiertos en plata con el escudo de Chartwell.
Singer, de 55 a?os, ha mantenido cercan¨ªa con los Churchill, lo que le ha granjeado la posibilidad de adquirir rarezas como el primer tomo de la serie sobre la Segunda Guerra Mundial que perteneci¨® a la menor de sus cinco hijos, Lady Mary Spencer-Churchill. ¡°Tiene la particularidad de que est¨¢ dedicado a Christopher y Mary, con la rubrica de ¡°papa¡±. Hay muy pocos libros con ese tipo de firma¡±, cuenta el librero, quien adem¨¢s ha sido colaborador frecuente de The New Yorker y The New York Times.
Pintura, 'whisky' y habanos
Este a?o se conmemora el centenario del armisticio de la Gran Guerra; 75 a?os del inicio de la Segunda Guerra Mundial y 140 a?os del nacimiento de Sir Winston Churchill, figura seminal en ambas cat¨¢strofes. A ambas sobrevivi¨® y logr¨® torcer el rumbo de la Historia. A trav¨¦s de los anaqueles de la librer¨ªa es posible rastrear las distintas etapas de su vida. Sus gustos y sus pasiones. Como la pintura, que lo sac¨® a flote en medio de una terrible depresi¨®n tras su dimisi¨®n como Lord del Almirantazgo, cuando ten¨ªa 37 a?os, despu¨¦s del fracaso del desembarco en la pen¨ªnsula turca de Gal¨ªpoli, durante la Primera Guerra Mundial. ¡°La pintura ayud¨® a salvar su salud emocional, que en ese momento era realmente tr¨¢gica. Se llev¨® sus pinceles y paletas a las trincheras, a B¨¦lgica y Francia, de donde trajo a casa una docena de telas realmente interesantes del frente de batalla, muy bonitas. Y despu¨¦s de eso nunca dej¨® de pintar, hay cientos y cientos de lienzos. Conserv¨® la mayor¨ªa de sus pinturas. No sol¨ªa regalarlas y la mayor¨ªa est¨¢n colgadas en Chartwell, incluyendo algunas de su serie de la Primera Guerra Mundial¡±.
Los puros tambi¨¦n formaron parte central de un estilo de vida que no siempre correspondi¨® con el estado de sus finanzas. Singer afirma que tiene a la venta un habano por 2.500 d¨®lares (unos 2.000 euros) dentro de un tubo de cristal, con una nota que indica que ¡°fue fumado por el se?or Churchill el 30 de enero de 1952 durante un gabinete en el n¨²mero 10 de Downing Street¡±. ?De d¨®nde surge el gusto por los habanos? Se presume que nace tras un viaje a Cuba en el oto?o de 1895, adonde viaj¨® para observar los movimientos de las tropas espa?olas contra la guerrilla de rebeldes locales en Santa Clara. Fue, adem¨¢s, su primera experiencia en la guerra, con tan solo 21 a?os. Cuenta Singer que m¨¢s tarde llegar¨ªa a fumar entre ocho y diez cigarros al d¨ªa en un acto que ten¨ªa mucho de teatral.
Sus habanos favoritos eran cubanos (Romeo y Julieta y Camacho). Durante los a?os de entreguerras, sin embargo, estuvo alejado del poder y su situaci¨®n econ¨®mica fue estrecha. Tuvo que recurrir entonces a una marca estadounidense de modesta factura (Longfellows). Parec¨ªa que su carrera tambaleaba. En una carta del 16 de enero de 1930, que tambi¨¦n se encuentra en la librer¨ªa, Churchill escribe que descubri¨® un puesto de ¡°cigarros muy suaves y baratos¡± en el Equitable Building, en el distrito financiero de Nueva York, durante una visita al despacho de su asesor financiero, Bernard Barruch. Por muchos a?os orden¨® cientos y cientos de esos habanos estadounidenses, hasta que regres¨® como Primer Ministro al 10 de Downing Street, adonde las grandes personalidades del mundo hac¨ªan llegar cajas de tabacos cubanos de primera calidad.
Barry Singer desgrana en el libro Churchill Style. The art of being Winston Churchill (2012) todos sus pasatiempos: libros que ley¨®, aficiones, opiniones y amistades que Churchill teji¨® a lo largo de los a?os. El texto abre sus primeras p¨¢ginas con la siguiente cita: ¡°En la medida en la que nuestras riquezas se reducen, nuestro esp¨ªritu debe expandirse para llenar el vac¨ªo¡±. Una de las formas de llenar ese vac¨ªo fue a trav¨¦s del whisky. Le gustaba tomar scotch (Johnnie Walker Red o Black Label) con mucho hielo y sol¨ªa llamarlo su ¡°ba?o de malta¡±. Detestaba los tragos mezclados. Y adoraba el champ¨¢n. ¡°Su marca de cabecera era Pol Roger, preferiblemente cosecha de 1928¡±, se?ala Singer, ¡°compr¨® cantidades ingentes a lo largo de su vida. Lo s¨¦ porque he visto las ¨®rdenes de compra. Adem¨¢s tuvo una relaci¨®n personal con Madame Odette Pol-Roger, la c¨¦lebre dama francesa que se encarg¨® por a?os del negocio familiar en su castillo de Epernay¡±.
Hay una imagen relativamente conocida de Churchill saliendo en camilla con una acolchada manta que lo cubre hasta el pecho, un puro desmayado sobre los labios y un sombrero negro de copa baja en la mano derecha. Fue tomada en 1939 a la salida de un hospital neoyorquino en el que estuvo ingresado tras un accidente de coche. Su relaci¨®n con la Gran Manzana podr¨ªa rastrearse desde su abuelo materno, Leonard Jerome, un tipo al que alg¨²n bi¨®grafo ha etiquetado como bucanero financiero y quien fue propietario de The New York Times. Asimismo, su madre, Lady Randolph Churchill, naci¨® en Brooklyn en 1854. Y este peque?o negocio en medio de esa isla de asfalto llamada Manhattan se ha encargado de reunir desde hace tres d¨¦cadas la memoria de una de las vidas m¨¢s poderosas de la Historia reciente.
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