Per¨² en tres dimensiones
Una caminata inici¨¢tica de tres d¨ªas a trav¨¦s del Camino Inca con orqu¨ªdeas en las veredas y una gran recompensa: Machu Picchu, la ciudad de los incas
Al alba, recorres los ¨²ltimos cuatro kil¨®metros hacia la ciudad sagrada. Vas por un sendero cortado en la ladera oriental de la monta?a Machu Picchu. Llueve. La vereda empedrada, estrecha y resbaladiza, serpentea entre la pared selv¨¢tica y un abismo. Abajo, la niebla llena el ca?¨®n del Urubamba. Arriba, m¨¢s nubes ocultan las cumbres. De golpe, la senda se estrella contra una empinad¨ªsima escalera de cincuenta pelda?os, dispares y resbalosos, esculpidos en la roca gran¨ªtica. ?Ser¨¢s capaz de subirla?
Esta escalinata debe tener setenta grados de inclinaci¨®n y por sus estrechos escalones chorrea el agua. Adem¨¢s, vienes cansado. Est¨¢s en la ¨²ltima jornada, despu¨¦s de tres d¨ªas y 45 kil¨®metros trepando y bajando monta?as. Pero en la cima de esa escalera se halla el Intipunku, la Puerta del Sol, el acceso a la ciudad y el fin del camino. Parece que sus antiguos constructores hubiesen emplazado aqu¨ª este postrer desaf¨ªo a prop¨®sito.
Titubeas hasta que recuerdas que ya superaste desaf¨ªos m¨¢s altos. La mayor parte de este tramo del Camino Inca transcurre por encima de los 3.000 metros de altura. Durante la segunda jornada debiste ascender desde esa cota hasta los 4.215 metros del abra Warmiwa?usca, Paso de la Mujer Muerta. Cuando por fin llegaste a esa cima, la raz¨®n de este extra?o nombre se te hab¨ªa hecho evidente.
Durante aquella ascensi¨®n recorriste varios climas. Al fondo, en el estrecho valle, hab¨ªa ¨¢lamos y con¨ªferas, como en un paisaje mediterr¨¢neo; m¨¢s arriba, a 3.500 metros de altitud, apareci¨® un bosque de neblina formado por Polylepis: ¨¢rboles de la familia de los rosales, de cortezas escamosas y ramas torcidas; llegando al Paso de la Mujer Muerta s¨®lo sobreviv¨ªan pastos duros y ralos: vegetaci¨®n de p¨¢ramo donde forrajeaban las alpacas.
Debido a esos cambios bruscos en la flora, Humboldt vio en las monta?as tropicales de Sudam¨¦rica cuadros sin¨®pticos de la naturaleza universal. Pero el caminante no puede contemplar demasiado esos cuadros (de orqu¨ªdeas, de mariposas, de colibr¨ªes...) cuando va subiendo y jadeando y sus pulmones emiten un rebuzno con cada exhalaci¨®n.
Al coronar aquel paso quedaste montado entre dos tiempos. Atr¨¢s, el hondo embudo de monta?as verdes por donde subiste desbordaba de sol. Adelante, el siguiente valle rebosaba de nubes revueltas por un viento helado. Nuevas cimas flotaban sobre esas nieblas. (Entre otras cosas, eso se aprende en el camino: ninguna cumbre es la ¨²ltima). Te apoyaste sobre los bastones, apront¨¢ndote. Y dejaste la luz a tus espaldas para descender intern¨¢ndote en el sendero que la neblina te ocultaba.
Al d¨ªa siguiente, pasado Sayaqmarka (¡°la inaccesible¡±), cruzaste un t¨²nel excavado en la piedra. M¨¢s all¨¢ bajaste escalinatas que giraban casi en espiral por la hoya de un despe?adero semicircular. Desde un promontorio se divisaban, a la vez, el Urubamba y el Aobamba, los r¨ªos que confluyen al pie de esas monta?as (hay que llamarlo pieporque en esas hendiduras no cabe la palabra valle). En aquella ceja de selva la vegetaci¨®n se volvi¨® m¨¢s densa, h¨²meda y c¨¢lida. El aliento de la lejana cuenca amaz¨®nica empezaba a sentirse como en otras latitudes el aire yodado del mar se olfatea desde tierra adentro.
Varias horas despu¨¦s aparecieron las terrazas agr¨ªcolas de Puyupatamarka, retrepadas en faldeos casi verticales. Sobre un and¨¦n alfombrado por una hierba de color esmeralda pastaban tres o cuatro llamas, al borde del precipicio donde romp¨ªan olas de niebla.
En algunos de esos enormes complejos agr¨ªcolas los andenes suman un centenar de pisos. Los canales ocultos bajo las terrazas llevan quinientos a?os impidiendo que se desmoronen, drenando los dos metros de lluvia que anualmente caen en esa zona. Dentro de cada and¨¦n hay una capa de cascajo, otra de arena, y una superior de tierra vegetal. Esta ¨²ltima se abonaba, en parte, con guano tra¨ªdo de las islas Chincha, a 1.500 kil¨®metros de distancia.
Como tantos caminantes antes que t¨², te asombraste de esas haza?as logradas por pueblos tan atrasados que no conocieron la rueda ni la escritura. Olvidabas que para el porvenir todos vamos atrasados. El futuro se asombrar¨¢ de ti y los logros de tu ¨¦poca precaria, con la misma vanidad condescendiente (y eso si acaso dejamos algo memorable).
Desde aquellas terrazas desiertas escuchaste la ausencia que llena esos abismos. ?D¨®nde se fue la multitud que trabaj¨® en los andenes? Como muchos imperios, el de los incas ofreci¨® paz y prosperidad al precio de servidumbre. (¡°Machu Picchu, pusiste piedra en la piedra, y en la base, harapos¡±). En estos vertiginosos sembrad¨ªos laboraron miles de siervos, venidos de los cuatro confines del Tahuantinsuyo, pagando tributo a la aristocracia cuzque?a con su trabajo. Cuando los espa?oles derribaron el imperio, esos siervos huyeron, regresando a sus pa¨ªses. Pronto tendr¨ªan nuevos amos.
Pensando en esas cosas, casi te has olvidado de que est¨¢s al pie de la ¨²ltima escalera. La lluvia chorrea por los dispares pelda?os de granito. Te decides a emprender esa ascensi¨®n final. La Puerta del Sol debe estar all¨ª arriba. Y m¨¢s all¨¢ la ciudad construida entre nubes. Subir hasta ella casi a gatas ser¨¢ tu forma de reverenciarla.
Carlos Franz es autor de la novela Almuerzo de vampiros.
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Iberia (www.iberia.com) vuela directo a Lima, ida y vuelta desde Madrid, a partir de 738 euros.
Lan Tam (www.lan.com), ida y vuelta directo a Lima desde Madrid, a partir de 740 euros. Ida y vuelta entre Madrid y Cuzco, con escala en Lima, a partir de 826 euros.
Catai (www.catai.es) organiza circuitos de 9 a 13 d¨ªas desde 2.155 euros.
Exoticca (www.exoticca.com) tiene en oferta un viaje de 9 d¨ªas desde 1.495 euros (reservas hasta el 8 de enero).
Turismo de Per¨² (www.peru.travel).
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