La gran catarata del gallito de las rocas
En mulo hacia Gocta, una ca¨ªda de agua de 771 metros
Recorrer el retorcido camino hacia la catarata Gocta sobre un mulo se vende como experiencia buc¨®lica. Lo cierto es que se hace complicado, sobre el lomo ajeno, contemplar los f¨®siles marinos que jalonan la ruta o agazaparse para avistar al ave nacional peruana, el gallito de las rocas, y su diminuto pico oculto por un vistoso tup¨¦ naranja. Estos son meros aperitivos del banquete que supone luchar contra el viento que empuja la catarata y que impide acercarse, o¨ªrse gritar, abrir los ojos o respirar. La comuni¨®n con Gocta conlleva anulaci¨®n sensorial, ¨²nica forma de percibir por completo la fuerza que emana.
El regreso se arranca impetuoso gracias a esa inyecci¨®n. En el campo de f¨²tbol, a su vez plaza central de Cocachimba, pastan decenas de ociosos mulos. Superan en n¨²mero a los visitantes, esos que al menos ahora llegan. Porque hace no mucho nadie ven¨ªa hasta aqu¨ª, y la ¨²nica labor de los animales era cargar aparejos hasta los campos de ca?a de az¨²car diseminados entre la docena de cataratas que saltan desde las paredes cubiertas por la niebla.
Un explorador alem¨¢n, Stefan Ziemendorff, se percat¨® del potencial de la regi¨®n y regres¨®, hace ahora ocho a?os: midi¨® Gocta, aquella ca¨ªda de agua conocida por los locales como la Chorrera, y asegur¨® que era la tercera m¨¢s alta del mundo. Hasta entonces no la rese?aba ning¨²n mapa. El tiempo matiz¨® las cifras, ya que est¨¢ dividida en dos saltos de 231 y 540 metros, siendo este ¨²ltimo salto la quinta mayor ca¨ªda libre del mundo. Pero el capote estaba echado, y algunos ojos viajeros miraron por fin hacia la cuna de la cultura chachapoyas.
El sur peruano posee una de las atracciones tur¨ªsticas m¨¢s reconocibles del mundo, Machu Picchu; no extra?a que el m¨¢s pobre norte pasase inadvertido. Pero es aqu¨ª donde reinaron los chachapoyas, pueblo que habit¨® en los abismos de una geograf¨ªa imposible entre los a?os 800 y 1500 despu¨¦s de Cristo, se resisti¨® al dominio inca con fiereza pero sin ¨¦xito y acab¨® devastado por los espa?oles y condenado al olvido.
Estos precursores de los incas constru¨ªan panteones en laderas inaccesibles y sarc¨®fagos en grupos pares que vigilan desde los acantilados, como los de Karaj¨ªa, primos lejanos de los mo¨¢i de la Isla de Pascua. Para preservar a sus muertos los momificaban en cuclillas, con las manos sobre el rostro y las bocas abiertas. Una de estas momias de excursi¨®n por Par¨ªs, de hecho, pudo convertirse en la musa de Edvard Munch y acabar en El grito.
Pero este pueblo de las nubes o de la niebla, como lo llamaron los incas, no solo era conocido por honrar difuntos. El cronista Inca Garcilaso de la Vega les llam¨® indios blancos por el tono claro de su piel. Otros historiadores aseguran que sus bellas mujeres eran las predilectas de los incas, y que su cultura no ten¨ªa nada que envidiar a la del imperio m¨¢s famoso de Per¨².
La mejor muestra del poder¨ªo chachapoya se alza a 3.000 metros de altitud. Ku¨¦lap, la ciudadela de las nubes, comenz¨® a construirse en el siglo XI, al menos cuatro antes de que se pusiese la primera piedra en Machu Picchu. Ya en las estribaciones de la planicie donde se encuentra se observa otra diferencia con la estrella peruana: apenas una veintena de turistas se acerca hasta aqu¨ª cada d¨ªa. Este sentimiento de exclusividad convierte la visi¨®n de las murallas fortificadas, de unos 20 metros de altura y 600 de extensi¨®n, en algo a¨²n m¨¢s imponente.
Tres accesos en forma de embudo se internan en la fortaleza sagrada. El pasaje se estrecha hasta obligar a cruzar el umbral de uno en uno por una oquedad de menos de un metro. Entre la fantasmag¨®rica neblina y el manto verde de jungla voraz se conservan centenares de estructuras circulares donde vivi¨® la ¨¦lite de los chachapoyas. Descubierta accidentalmente en 1843, Ku¨¦lap apenas ha comenzado a restaurarse. La vegetaci¨®n invade los cimientos de las casas, con aberturas en el centro, donde se enterraba a los propios muertos para tenerlos cerca.
Las piedras se ensamblaban sin argamasa, labradas a medida para encajarse entre ellas en un estilo que los incas adoptaron despu¨¦s como propio. Pedazos de cer¨¢mica milenaria crujen bajo los pies del visitante, que apenas contiene la emoci¨®n del explorador que encuentra calaveras en las grietas e inquietantes rostros cincelados en la roca, hasta que el gu¨ªa le detiene por el riesgo de desprendimientos. Dos pasos m¨¢s all¨¢ se abre el libre vac¨ªo.
Las excursiones a estos tesoros parten de la ciudad de Chachapoyas. Fundada por Alonso de Alvarado en 1538, mantiene un aire colonial encarnado en su amplia plaza. Llegar implica 20 horas de autob¨²s desde Lima. Nuestro viaje, por ejemplo, acab¨® en tragedia cuando a un se?or se le muri¨® uno de los gallos que llevaba en una bolsa de lona. Pero una vez llegados, este paraje escarpado atrapa por la inmensa variedad de maravillas naturales y arqueol¨®gicas. Y tambi¨¦n, por el talante amable y sencillo de sus gentes. Ignoradas durante d¨¦cadas, agradecen en cada ocasi¨®n al visitante que haya venido a este remoto rinc¨®n, entre los Andes y la Amazon¨ªa, para experimentar la magia de los ecos chachapoyas. Te piden que corras la voz. Sabes que se debe a la pobreza de la regi¨®n, ansiosa de recibir m¨¢s recursos econ¨®micos por medio del turismo. Pero tambi¨¦n intuyes el orgullo ancestral de saberse herederos de un imperio que lleg¨® tan alto y se evapor¨® como las nubes.
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