El caf¨¦ es lo de menos
Los bares de animales y los ¡®maid caf¨¦s¡¯, en los que las camareras vestidas con uniforme de sirvienta, triunfan en Jap¨®n. ?Mera diversi¨®n o reflejo de una sociedad enferma?
Dejarse sorprender es, sin duda, uno de los principales objetivos de cualquier viaje a Jap¨®n. Su fascinante c¨®ctel de ayer y ma?ana, de geishas y robots, garantiza una sorpresa en cada esquina. Pero hay lugares en los que parece imposible evitar rascarse la cabeza en un gesto de incredulidad. Sobre todo en Tokio, uno se da de bruces aqu¨ª y all¨¢ con escenas que ofrecen un chispazo del lado m¨¢s oscuro de una sociedad que no parece encontrar t¨¦rmino medio. Sorprenden, por ejemplo, las librer¨ªas en las que los adolescentes ojean c¨®mics manga en cuyas historias se viola a ni?as; los locales de pachinko en los que cientos de habitantes alienados se dedican a meter bolas de metal en una ruidosa m¨¢quina; los bares que escupen ejecutivos trajeados tan borrachos que son incapaces de dar dos pasos sin vomitar y, c¨®mo no, las j¨®venes vestidas con trajes de sirvienta sacados de una pel¨ªcula porno que reparten publicidad de los maid caf¨¦s.
La idea de estos establecimientos infectados de rosa es simple. En su interior, serviciales camareras con nombres tan sugerentes como Peace (paz) o Milk (leche) sirven caf¨¦ y madalenas ataviadas con el uniforme de french maid, a cuya falda parecen faltarle unos cuantos cent¨ªmetros de tela y sobrarle media docena de volantes. La funci¨®n de estas sirvientas, desde el momento en el que abren la puerta con un aterciopelado okaerinasaimase, es ¡°dar placer¡± al cliente. Pero no desde una perspectiva sexual, al menos de forma expl¨ªcita, sino llevando la sumisi¨®n a extremos que para alguien sensible a la perspectiva de g¨¦nero pueden suponer una tremenda bofetada.
De hecho, las j¨®venes no solo utilizan un lenguaje extremadamente servicial, sino que, adem¨¢s, en algunos locales la camarera se encarga de dar de comer al cliente en la boca. Si algo se cae al suelo no pasa nada, porque ella se agacha a recogerlo y, aunque no haya sido culpa suya, se disculpa con una reverencia y una estudiada sonrisa de complicidad. ¡°No s¨¦ si es algo machista o no. Solo s¨¦ que a m¨ª nadie me obliga a trabajar aqu¨ª y que lo hago con gusto. Los clientes son amables y me tratan con respeto. Adem¨¢s, aunque la mayor¨ªa son hombres a los que les gustan el manga y los videojuegos, aqu¨ª viene todo tipo de gente¡±, comenta Yuki, que prefiere no dar su apellido. ¡°A m¨ª me encanta el cosplay (juego de disfraces) y aunque mi estilo es m¨¢s de So Lolita (lolita dulce), tambi¨¦n me gusta el traje de sirvienta¡±, a?ade.
Ella trabaja en una de las cadenas m¨¢s importantes de este curioso negocio, Maid Dreamin, que cuenta una veintena de locales y que es tambi¨¦n una de las m¨¢s light en los servicios que ofrece. Adem¨¢s de las consumiciones, se cobra un m¨ªnimo de 500 yenes (3,7 euros) la hora. Por 2.500 (19 euros) se ofrece un men¨² que incluye un bollo, una bebida y una fotograf¨ªa conmemorativa. As¨ª, la franquicia del barrio de Akihabara, conocido por sus tiendas de electr¨®nica y sus gigantescos salones recreativos, se ha convertido en un im¨¢n para turistas, que lo ven como la quintaesencia del frikismo nip¨®n.
?Pero, est¨¢ este tipo de establecimiento destinado ¨²nicamente a la diversi¨®n o esconde algo m¨¢s turbio? Misa Takeuchi, una joven administrativa de Tokio, cree que hay que diferenciar entre dos tipos de clientes: ¡°Por un lado est¨¢n los que se acercan para curiosear y divertirse con las camareras, y por otro se encuentran los que realmente disfrutan y se excitan con esa sumisi¨®n de la mujer que, desafortunadamente, todav¨ªa est¨¢ muy arraigada en nuestra sociedad¡±. Por eso, ella est¨¢ convencida de que un espect¨¢culo as¨ª, o en cualquiera de las versiones en las que las camareras visten de enfermeras o de colegialas, no tendr¨ªa ¨¦xito en ning¨²n otro pa¨ªs.
Claro que no es el ¨²nico tipo de bar extra?o que triunfa en el pa¨ªs del Sol Naciente. No, en los ¨²ltimos a?os se han puesto de moda tambi¨¦n los establecimientos en los que, adem¨¢s de tomarse un frapuccino a la ¨²ltima, los clientes pueden disfrutar de la compa?¨ªa de alg¨²n animal. Los primeros fueron los bares de gatos, como el Nekorobi de Ikebukuro. Aqu¨ª, por 1.100 yenes (8 euros) la hora, uno puede beber todo lo que quiera, jugar una partida a la Wii, conectarse a Internet y, sobre todo, interactuar con los 13 gatos que deambulan por el establecimiento, desde la juguetona Wasabi hasta el elusivo Figaro. Eso s¨ª, ojo, porque los responsables del Nekorobi no se hacen cargo de ninguna herida que puedan provocar los mininos m¨¢s all¨¢ de ofrecer un kit de primeros auxilios.
Para quienes no quieran correr el riesgo de enfrentarse a feroces felinos, y como todo lo que tiene ¨¦xito termina copiado, al calor del auge de los gatobares han surgido tambi¨¦n locales en los que se puede acariciar a un conejo e incluso a un b¨²ho. Qu¨¦ piensan de esto las organizaciones protectoras de animales es un misterio, pero sin duda no podr¨¢n quejarse de la labor que hace, en Kyoto, Mayuko Horii, responsable de Nekokaigi. En su bar no acoge gatos de gran belleza o de razas ex¨®ticas sino los que ha encontrado abandonados. Comenz¨® su labor en 2008 y ahora tiene clientes tan leales que no permite la adopci¨®n de sus mascotas. ¡°Si los dejo marchar esos clientes se sentir¨¢n tristes y puede que no vuelvan al bar¡±, afirm¨® en una entrevista con Business Insider. Al fin y al cabo, en todos estos locales el caf¨¦ es lo de menos. Lo que importa es la compa?¨ªa, una excusa para liberar diferentes tipos de sentimientos.
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