Sonrisas desde Procida a un paso de N¨¢poles
En la peque?a isla italiana en la que se rod¨® ¡®El cartero y Pablo Neruda¡¯ nos espera el mar y gente amable y conversadora. Y unos pasteles que se llaman ¡®linguas¡¯
![Vista de Procida, isla frente a N¨¢poles.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/ALPZGR2CMDE6OLJIMY66QDYTSY.jpg?auth=dd06c4320432b1143f3d0381d139fb74bbed325a95fa1a043d07be8752896a46&width=414)
Ba?arse en las aguas de Procida es como morirse en los brazos de tu amante, si lo tienes. Tambi¨¦n puede ser un amante ideal, ese que te acompa?a como ninguno cuando vas sola por un lugar como este, un lugar que el turismo, por fortuna, a¨²n no ha invadido y que, siendo tan parecido al para¨ªso, sigue perteneciendo a sus habitantes. Es as¨ª de tal manera que cuando te ven ni te detectan, vayas con amante o sin ¨¦l. Inmediatamente la isla te acoge, te disuelves en ella. Los melocotones siguen teniendo el tama?o, el sabor y el precio de un melocot¨®n real, de esos que ya solo existen en las novelas. Y a la gente, cuando le preguntas, sueles encontrarla bastante predispuesta a darte una respuesta, con lujo de detalles. Nada, ning¨²n otro lugar de la tierra puede ser tan dulce como esta Procida de apenas cuatro kil¨®metros cuadrados y 10.000 habitantes, una isla volc¨¢nica que puede caminarse en un par de d¨ªas de norte a sur y de este a oeste, como hecha a la medida para quien huye de su sombra.
Aqu¨ª fue rodado El cartero y Pablo Neruda, la pel¨ªcula inspirada en la novela de Sk¨¢rmeta y que recrea la estancia de Pablo Neruda en la vecina Capri, y tambi¨¦n aqu¨ª naveg¨® El talento de Mister Ripley, la adaptaci¨®n de la novela de Patricia Highsmith. Autores como Elsa Morante o Alphonse de Lamartine encontraron en este lugar la inspiraci¨®n para obras como La isla de Arturo y Graziella. El denominador com¨²n de todas estas obras es la tragedia, o mejor dicho la desgracia de los inocentes. Dramas que ocurren a personajes sencillos, casi ingenuos, y que parten sus vidas por la mitad. Y sin embargo la isla en s¨ª exhala felicidad, el bienestar de los sencillos actos cotidianos. Es desembarcar en Procida y empezar a ver sonrisas por todos lados.
![Barcos en el puerto de Procida.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/7HRITSRU5LCGJRHQYPSIZEVV7Y.jpg?auth=f94772e824bb7acf449b08ae295fd413d968ddd3729c125a109adba9fd709ce7&width=414)
Los procidanos tienden a la felicidad de un modo casi sospechoso, y una no puede hacer otra cosa que dejarse ir, dejarse acunar entre cuerpos y sonrisas en el peque?o autob¨²s que te lleva hasta la casa, un alojamiento al que ingresas por un tupido y verde pasadizo hecho de hojas de higuera e interceptado por gatos que se cuelan hasta el lavabo de tu habitaci¨®n. Gatos con dotes de mando. Toda la mansedumbre y la pachorra de los procidanos se traduce en sus gatos en un vigoroso estar alerta. Entran y salen como estrictas gobernantas de hotel, mientras el due?o o supuesto regente departe en chancletas y barbas de cuatro d¨ªas. Pero de qu¨¦ va a preocuparse este hombre, Dios m¨ªo, si con dos higos de su higuera ya podr¨ªa vivir.
Y encima existe algo aqu¨ª tan delicioso como las linguas, un pastel as¨ª llamado porque la lengua se olvida de s¨ª misma cuando entra en contacto con ¨¦l. Todo, la comida, el aire, el agua del mar¡, es dulce. Y sin embargo los escritores han exprimido de tan delicioso bocado solo desgracias. Profundas desgracias. ?Ser¨¢ porque solo en un lugar as¨ª se puede mirar de frente a la tristeza? Qu¨¦ amalgama tan curiosa.
Voy de una playa a otra, de Chiaia a Chiaiolella, como quien transita del agitado norte al sur en calma. No traigo un plan de ataque, ni mucho menos. Ni planos, ni gu¨ªas, ni informaci¨®n de Internet. As¨ª que cuando llego le pregunto a mi anfitri¨®n d¨®nde est¨¢ el mar. Me entiende a la primera: por all¨ª, me dice, bajas y te lo encuentras. Y lo que me encuentro es la playa m¨¢s frecuentada por los lugare?os, su joya noroccidental, la Chiaiolella. Me doy de bruces con el mar y todos ellos, pero se han puesto de acuerdo para no ser muchos y para no molestar.
![Mapa de Procida (Italia).](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/RYZS742TLDKJHQP32TP2KVB6LU.jpg?auth=5654890ee25cd0960eb845679a71b547981005fce463dca1f181234e356538bd&width=414)
Toda la playa es un largo pasillo en l¨ªnea recta de muy poca profundidad, con la pared de roca volc¨¢nica levant¨¢ndose vertical a tus espaldas, casi amenazante, la arena negra a tus pies y el mar poni¨¦ndote contra las cuerdas. ?Y voy a ba?arme aqu¨ª? A primera vista tuerzo la nariz, pero es amoldarse a este mundo nuevo, entre sobrecogedor y metaf¨ªsico, y lo amenazador se vuelve incre¨ªblemente tierno. Y el agua puede que tenga sal, pero es de esos mares en los que se comprende que Ulises se olvidara de s¨ª mismo.
Los colores de Corricela
Mi gran preocupaci¨®n entonces es qu¨¦ hacer, si pasarme aqu¨ª la vida o dedicar a la playa un par de horitas. Y cuando ya he renunciado a todo mundo por conocer, despu¨¦s de dormir, de comer, de ba?arme varias veces y leer 80 p¨¢ginas de Primo Levi, me doy cuenta de que ?no ha pasado el tiempo! ?C¨®mo puede ser? Me pongo a caminar y recorro a pie toda la parte noroeste de la isla, con la sensaci¨®n de que mi alma se ha quedado para siempre en los escollos de Chiaiolella. Y as¨ª, como el que pasea sin alma por sus jardines, le doy la vuelta entera al puerto de Chiaiolella y a la pen¨ªnsula de Solchiaro, la parte noroccidental de la isla. Ah¨ª me encuentro, llegando ya a la impresionante vista de Chiaia, con el lugar que Carlos III dedicaba a sus estancias en este para¨ªso, su particular coto de caza. Ya estamos acerc¨¢ndonos a la parte sur, y a lo lejos veo una aglomeraci¨®n de casas que es como un espejismo. Alg¨²n pintor renacentista la ha puesto ah¨ª, como un trampantojo de colores, ?es real o no? Pues ese para¨ªso inalcanzable desde la distancia no es ni m¨¢s ni menos que la Corricela, el barrio marinero donde se comen los espaguetis con alisci m¨¢s inesperados, con Capri al frente e Ischia a estribor.
Gu¨ªa
Informaci¨®n
- Varias navieras ofrecen rutas a Procida: www.caremar.it, www.snav.it, www.procida.net y www.minicrocieregestur.com
- Isla de Procida: http://www.isoladiprocida.it/
. Turismo de Campania: http://incampania.com/
Tampoco ah¨ª me resisto a pegarme un ba?o, y me doy cuenta de que estoy en otro mar. La tarde ha pasado y el sol se pone. Y yo me levanto, convencida de que a¨²n tengo tiempo de volver a casa por la costa opuesta, y ah¨ª, de vuelta a mis gatos, me encuentro con la playa donde se rod¨® El cartero y Pablo Neruda. Pero ya no tengo fuerzas para ba?arme m¨¢s, ha ca¨ªdo el d¨ªa y est¨¢ sombr¨ªo. Y adem¨¢s de frente est¨¢ N¨¢poles, que me espera con sus fauces, as¨ª que de momento me voy a reservar¡
?Queda tiempo para algo m¨¢s? S¨ª. Vuelvo sobre mis pasos y desde lo alto de la Corricela contemplo el magn¨ªfico promontorio de Terra Murata. El duque de ?valos, en tiempos de Carlos V, tuvo su feudo aqu¨ª. Yo lo recorro todo en pocos minutos, que se convierten en un improvisado paseo en coche con un procidano que me encuentro en el camino y que se presta a ense?arme la ciudad antigua, con su fisonom¨ªa griega y su arquitectura de arcos que sedujo a Manuel de Oliveira; el castillo de ?valos, la fortaleza de los tiempos del emperador Carlos; y la vista m¨¢s magn¨ªfica de la isla, donde los amantes van a sellar su promesa.
Mi amigo espont¨¢neo habla espa?ol, lo aprendi¨® de una novia de Bilbao que conoci¨® en Roma y tiene un t¨ªo que vive en Argentina. Mientras su mujer no sale de misa de siete, ¨¦l a¨²n tiene tiempo de acompa?arme hasta el muelle a tomar mi barco. Y ah¨ª, en la apoteosis de lo na¨ªf, mi s¨²bita amistad me pregunta si volver¨¦ alguna vez a la isla. Pues claro que volver¨¦, le digo, espero que usted me encuentre una casa para vivir. Y en ese momento echo de menos a mis gatos del bed and breakfast. ?Pero si yo no me voy hasta ma?ana, a¨²n tengo un d¨ªa m¨¢s para vivir! El procidano se r¨ªe y se ofrece a llevarme a casa. ¡°?Y conoce a Javier Mar¨ªas?¡±, me pregunta por el camino. Me quedo estupefacta. Le digo que s¨ª. ¡°Pues dele recuerdos. Me encanta lo que escribe, pero qu¨¦ loco est¨¢. ?Ha le¨ªdo usted Ma?ana en la batalla piensa en m¨ª? C¨®mo se puede imaginar uno que tu amante va a morirse un d¨ªa en tus brazos¡±.
Pues s¨ª. Tal y como una quisiera morirse en Procida, y que le quiten lo vivido.
Luisa Castro es poeta y directora del Instituto Cervantes de N¨¢poles.
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