La gran escapada rusa
En tren desde Mosc¨² a San Petersburgo, un fascinante viaje en el que se van descubriendo, como en una matrioska, las m¨²ltiples capas de la ¨¦poca de los zares y la era sovi¨¦tica
La calle Lomonosova, situada en el coraz¨®n de San Petersburgo, se llena de madrugada de j¨®venes bulliciosos en busca de diversi¨®n. Algunos bares y discotecas tienen escaparates en los que, al estilo del ?msterdam canalla, bailan gog¨®s ligeras de ropa para animar a los parroquianos. All¨ª, entre aquellos locales, est¨¢n el Central Station y el Blue Oyster, dos clubes gais que, a pesar del timbre al que hay que llamar para entrar, abren sus puertas sin ning¨²n disimulo ni disfraz. Dentro, en algunas salas, est¨¢ Sodoma. Son lugares de encuentro que, a pesar de la persecuci¨®n que sufren los homosexuales en Rusia, no tienen mucho que envidiar a los de Chueca o el Soho.
La visita al Ermitage no debe disuadirnos de inspeccionar tambi¨¦n la valiosa colecci¨®n del Museo de Arte Ruso
Esa paradoja entre la apariencia y la sospecha, entre el higi¨¦nico paisaje de las ciudades y el olor algo turbio de la realidad que se intuye, acompa?a durante todo el tiempo al visitante. Se dice que la vida rusa es como su souvenir m¨¢s caracter¨ªstico: una matrioska que al ser abierta encierra otras matrioskas que guardan en sus tripas secretos infinitos.
Viaj¨¦ a Rusia por primera vez en 1994, cuando la disoluci¨®n de la ?URSS todav¨ªa era reciente y Bor¨ªs Yeltsin estaba tratando de cambiar el modelo econ¨®mico del pa¨ªs. En aquella ¨¦poca Mosc¨² apenas ten¨ªa tiendas. En los almacenes GUM, de mostradores austeros, se anunciaba como gran novedad la venta de compresas femeninas. Las calles estaban llenas de agricultores que vend¨ªan sus productos ¡ªmuchos pl¨¢tanos¡ª sobre una mesa port¨¢til o un trapo. Y ante el ¨²nico McDonald¡¯s de la ciudad ¡ªuno de los pocos restaurantes de precio asequible entonces¡ª se formaban colas interminables.
En 2017 Mosc¨² se parece a cualquier ciudad occidental. El bullicio de los comercios, la algarab¨ªa de los caf¨¦s y de los restaurantes ¡ªm¨¢s baratos que en Espa?a¡ª y la repetici¨®n de las mismas modas indumentarias y los mismos h¨¢bitos permiten olvidar las diferencias. Hay algunas cosas, sin embargo, que son indiscutiblemente locales. Los r¨®tulos cir¨ªlicos, la iluminaci¨®n obsesiva que embellece por la noche la mayor¨ªa de los edificios del centro urbano y la pulida limpieza de los suelos de las calles, que resulta casi ins¨®lita en una ciudad sin muchas papeleras.
La grandeza zarista y luego la grandeza sovi¨¦tica dan las verdaderas dimensiones f¨ªsicas de la ciudad. Todo es grande, monumental, extraordinario: las avenidas por las que los coches circulan con velocidad de ralli, los edificios palaciegos, las gigantescas estatuas conmemorativas. El alma rusa siempre ha tendido a lo colosal, y all¨ª se ve el trazo imborrable de tantos imperios sucesivos.
Mosc¨² tiene una cierta fama de ciudad fea o despreciable. Es una fama injusta, originada quiz¨¢ por la comparaci¨®n tur¨ªstica con las bellezas memorables de San Petersburgo. El Kremlin, la Plaza Roja y el Museo Pushkin son joyas de un valor del que muy pocas ciudades del mundo pueden presumir.
La Plaza Roja no se llama as¨ª por el color del formidable edificio del Museo Estatal de Historia que la flanquea por uno de los lados ni por el color simb¨®lico del comunismo. Plaza Roja¡ª?kr¨¢snaia¡ª quiere decir, traduciendo del ruso antiguo, plaza bonita. La Plaza Roja es la plaza hermosa, la plaza bella, el ombligo delicado de toda la ciudad. En el lado opuesto al museo se encuentra la catedral de San Basilio, cuyo exterior waltdisneysco resulta deslumbrante. Y en los costados, frente a frente, los c¨¦lebres almacenes GUM, que representaban ic¨®nicamente el escaparate comercial del comunismo sovi¨¦tico, y la muralla de la fortaleza del Kremlin, desde donde la nomenklatura presid¨ªa los desfiles militares que llenaban la plaza en los d¨ªas se?alados. All¨ª, en el centro de ese costado, se levanta el mausoleo de Lenin, donde la momia embalsamada del revolucionario es exhibida. La vi ¡ªcon el veloz protocolo establecido para evitar las aglomeraciones de turistas y mit¨®manos¡ª en 1994; en 2017 el cuerpo incorrupto de Lenin estaba en restauraci¨®n y el mausoleo permanec¨ªa cerrado provisionalmente.
Cien a?os despu¨¦s de la revoluci¨®n que estremeci¨® al mundo, Vlad¨ªmir Ilich Lenin sigue teniendo una presencia superlativa en la ciudad. Monumentos, placas, mosaicos o reproducciones art¨ªsticas que aparecen en cualquier parte. La premio Nobel ?Svetlana Aleksi¨¦vich retrata en su portentoso El fin del Homo sovieticus ¡ªcuya lectura es muy recomendable antes de viajar a Rusia¡ª el paisaje social que qued¨® despu¨¦s de la ca¨ªda de la URSS. La amargura, la frustraci¨®n, la nostalgia de doble filo. La mayor¨ªa de la poblaci¨®n reniega de aquellas d¨¦cadas de penurias y de miedo, pero al mismo tiempo echan de menos esa sensaci¨®n imperial: eran una naci¨®n grande, temida, escuchada en el mundo entero. De esa contradicci¨®n hay huellas emblem¨¢ticas: paseando por las avenidas del centro, uno puede encontrarse una placa de bronce que conmemora a Lenin junto a la entrada de una tienda de Valentino.
En el interior del Kremlin ¡ªuna fortaleza de origen medieval que encierra, entre otros edificios, el palacio presidencial¡ª hay cuatro catedrales que ning¨²n viajero deber¨ªa dejar de ver. Los muros decorados con pinturas de iconos en la iglesia de la Deposici¨®n del Manto de la Virgen y en las catedrales del Arc¨¢ngel Miguel, de la Anunciaci¨®n y de la Asunci¨®n son hipnotizadores. Suelen constituir la gran sorpresa del visitante desprevenido.
Pero Mosc¨² tiene m¨¢s citas aconsejables: los barrios zaristas que hay a la espalda de los almacenes GUM, a trav¨¦s de los cuales se puede llegar al Teatro Bolsh¨®i en un corto paseo; el descomunal metro, hundido hasta el centro de la Tierra, que conserva algunas estaciones que parecen verdaderos vest¨ªbulos palaciegos, con m¨¢rmoles, grandes arcadas, columnas, estatuas y mosaicos; y, un poco a desmano del centro, el tit¨¢nico monumento al obrero y la koljosiana, cima del realismo socialista y de la megaloman¨ªa.
La calle de Arbat, peatonal, es quiz¨¢ la m¨¢s c¨¦lebre de la ciudad. Tiene m¨²sicos callejeros, tiendas de souvenirs y bullicio urbano. En su arranque est¨¢ el Ministerio de Asuntos Exteriores, uno de los siete rascacielos ¡ªllamados las siete hermanas¡ª que se construyeron en la ¨²ltima ¨¦poca del estalinismo para competir con los de Nueva York. Y en los alrededores se encuentra la Casa Melnikov, una vivienda experimental que construy¨® el arquitecto Konstant¨ªn Melnikov en 1929 y cuyo interior solo permanece abierto al p¨²blico, extra?amente, de noviembre a marzo. M¨¢s cl¨¢sica es la casa de Le¨®n Tolst¨®i, la dacha en la que escribi¨® sus ¨²ltimas novelas y que permanece preservada con todo el encanto en medio de un barrio rehabilitado para los nuevos tiempos.
La rehabilitaci¨®n de edificios industriales en desuso se ha convertido en una se?a de identidad del nuevo urbanismo, y as¨ª, en una antigua f¨¢brica de chocolate situada al borde del r¨ªo Moscova, frente al Kremlin, se han creado salas de exposiciones, espacios culturales y un peque?o avispero de restaurantes y bares de copas que en los fines de semana reverdecen la ?zona. Entre el viejo y elegante Caf¨¦ Pushkin, ubicado en el distinguido bulevar Tverskoy, y los restaurantes alternativos del complejo Red October de esta zona, el viajero puede elegir d¨®nde brindar por Mosc¨².
Rumbo al norte
Hasta San Petersburgo se puede llegar por tierra, mar y aire. El tren tarda aproximadamente cuatro horas desde Mosc¨² y en el camino se puede ver desde las ventanillas una Rusia oculta en la matrioska m¨¢s peque?a: aldeas medievales, con las calles sin asfaltar, con dachas mis¨¦rrimas que parecen haber permanecido inmutables desde los tiempos de Iv¨¢n el Terrible. La miseria y el esplendor: atravesar la Rusia derruida para llegar a los palacios gloriosos de San Petersburgo.
San Petersburgo, que cuando yo estudiaba geograf¨ªa en el colegio se llamaba a¨²n Leningrado, tiene, a diferencia de Mosc¨², una reputaci¨®n excelente. Es una ciudad con aspiraciones can¨®nicas, que posee, por ejemplo, ¡°la calle perfecta¡±, trazada por el arquitecto Carlo Rossi, y que ahora lleva su nombre, con las proporciones ideales: la anchura es id¨¦ntica a la altura de los palacios que la flanquean y su longitud es 10 veces esa medida.
Pero adem¨¢s de esa belleza arquitect¨®nica que es imposible de esquivar, San Petersburgo, antigua capital imperial de los zares, est¨¢ llena de los rastros de la historia. Resulta imposible no conmoverse frente a ese Palacio de Invierno cuyo asalto bolchevique cambi¨® la historia del siglo XX. Conviene asomarse a ¨¦l desde la calle curva que arranca del final de la Perspectiva Nevski y que desemboca en la plaza desvelando poco a poco la visi¨®n del gran palacio: el descubrimiento es m¨¢s impactante y solemne.
En ese Palacio de Invierno ¡ªy en otros cinco edificios adyacentes, entre los que no puede dejar de visitarse el P¨®rtico de los Atlantes, situado en la calle de los Millonarios¡ª se alberga desde 1917, como se sabe, el Museo del Ermitage, uno de los m¨¢s importantes del mundo. Adem¨¢s de su pinacoteca y de su colecci¨®n de antig¨¹edades, que re¨²ne tres millones de piezas, merece la pena recorrer las salas ostentosas y opulentas en las que tuvieron lugar coronaciones, bailes fastuosos, intrigas y amor¨ªos. El lujo del Ermitage puede llegar a sobrecoger o a espantar.
Las garant¨ªas de conservaci¨®n de uno de los museos m¨¢s sobresalientes del mundo no son ejemplares. En 1994, en mi primera visita, las ventanas de muchas salas estaban abiertas para aliviar el calor de agosto. Atribu¨ª entonces la extravagancia a la precaria situaci¨®n econ¨®mica del pa¨ªs, pero en 2017, sin embargo, las vigilantes del museo ¡ªcasi exclusivamente mujeres¡ª segu¨ªan regulando la temperatura mediante la apertura de ventanas.
La agotadora visita al Ermitage no debe disuadir de visitar tambi¨¦n el Museo de Arte Ruso, que posee una valios¨ªsima colecci¨®n de arte nacional, mucho m¨¢s desconocido. Algunas de sus salas pueden recorrerse a la carrera, pero tanto en las que se exponen los iconos como las dedicadas a las vanguardias de la primera mitad del siglo XX o a la ¨¦poca sovi¨¦tica ¡ª?hay un cuadro titulado La cola, pintado en 1986 por Alexei Sundukov, que retrata ir¨®nicamente la vida cotidiana del pa¨ªs en las v¨ªsperas del derrumbamiento del comunismo¡ª merecen un paseo atento.
Son d¨ªas religiosos y las iglesias est¨¢n llenas. ¡°Setenta a?os de comunismo para acabar as¨ª¡±, dice alguien que me acompa?a. El sentido de la transcendencia, extinguida ya la utop¨ªa, vuelve a Dios. Desde la c¨²pula de la catedral de San Isaac puede contemplarse la ciudad entera, aunque la vista a¨¦rea de San Petersburgo no est¨¢ a la altura de su paseo terrestre. La iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada, alzada en el borde de un canal, es de una belleza turbadora. Y el monasterio Nevski, de un estilo antag¨®nico, sobrio y recogido, cierra el recorrido espiritual: tres paisajes diferentes para un solo Dios.
En el exterior del monasterio se encuentra el cementerio de Tikhvin, donde se puede hacer turismo f¨²nebre visitando la tumba de artistas inmortales como Chaikovski, Mussorgski, Borodin o Dostoievski.
Gu¨ªa
La casa de Dostoievski no tiene el mismo encanto que la de Tolst¨®i en Mosc¨², pero guarda algo del alma atormentada de su autor. En sus alrededores, cerca del hermoso Teatro Mariinski ¡ªen el que se puede asistir a espect¨¢culos musicales de calidad a un precio moderado¡ª, hay una ruta dostoievskiana que recorre las calles de Crimen y castigo.
No hay fin en la visita de la ciudad de los tres nombres: Petrogrado, Leningrado, San Petersburgo. La fortaleza que permite ver desde la otra orilla del Neva el Palacio de Invierno, la larga Perspectiva Nevski, el Almirantazgo, la estatua erigida a Pedro el Grande sobre un gigantesco bloque de granito, o el metro, que en algunas estaciones tiene una magnificencia parecida a la del de Mosc¨². No hay fin, en realidad, en la interminable sucesi¨®n de matrioskas que van abri¨¦ndose, una dentro de otra, en la tierra de Rusia.
Luisg¨¦ Mart¨ªn es autor de la novela El amor del rev¨¦s (Anagrama).
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