Cortijo del Marqu¨¦s, entre los olivares de la sierra de Arana

En su cortijo de horizonte granadino, la austriaca Silvia ?Roth y el holand¨¦s Eilko Brug?gers son anfitriones de lujo. Entre campos de olivos, trigo y girasoles, el matrimonio rescat¨® una finca agr¨ªcola que hab¨ªa sido fundada por el marqu¨¦s de Mond¨¦jar tras el desmembramiento del reino nazar¨ª, a principios del siglo XVI. Llegar hasta este lugar perdido al pie de las sierras de Arana y del Pozuelo no es f¨¢cil, pues requiere el zarandeo previo de un sendero intrincado de varios kil¨®metros.

Silvia y Eilko reciben al viajero. En 2011, explican, abordaron la reforma del cortijo y sus edificios anexos, incluso la de una capilla que hab¨ªa sido maltratada por los avatares de la Desamortizaci¨®n y el impacto de un ob¨²s durante la Guerra Civil. En esas, tuvieron que ser sustituidos los suelos y la carpinter¨ªa, las instalaciones el¨¦ctricas y sanitarias, el empedrado del claustro primordial, el torre¨®n mirador y tambi¨¦n las vidrieras y los frescos absidales. En el exterior reavivaron sus jardines y sus fuentes, los arcos acristalados, las fachadas de cal y canto, las antiguas cuadras y el palomar.

La luna, apuntada desde la espada?a, se?ala la hora de aposentarse en el comedor. Mejor en la terraza de verano, protegida por la sombra alargada de dos cipreses. La selecci¨®n de platos es comedida, pero meticulosa.

Dif¨ªciles de definir, entre r¨²sticos e historicistas, los dormitorios constituyen el verdadero sanctasanct¨®rum del cortijo. Su amplitud dar¨ªa para una congregaci¨®n hospitalaria y para firmas de acuerdos pol¨ªticos. En sus camas podr¨ªan haberse rodado escenas principescas de Hollywood. Cuatro caben en la casa principal, decorada con piezas de anticuario y sillones Chester de ¨¦poca. Cinco alrededor del patio, en las antiguas estancias destinadas a granero, carpinter¨ªa, cuadra y palomar. Ninguno es m¨¢s que otro, pero se podr¨ªan escribir novelas varias sobre la suite Los Aljibes, antes dividida en ocho celdas, con sus columnas de piedra rescatadas de los tabiques. Al fondo, el cuarto de ba?o exhibe una ba?era entre las antiguas tinajas de aceite. Y qu¨¦ decir de La Cuadra, con sus suelos de barro cocido y su pesebre. En El Palomar, una ba?era de patas llama la atenci¨®n casi tanto como sus vistas al olivar y a los campos de trigo y girasoles.