De Agadir en adelante
Los antiguos enclaves espa?oles en territorio africano de Sidi Ifni, El Aai¨²n y Villa Cisneros dan pie a un fascinante viaje por un tramo de la costa atl¨¢ntica
Se confundieron. Se confundieron con el emplazamiento de Sidi Ifni. Ten¨ªa que haber estado m¨¢s al sur, en Santa Cruz de la Mar Peque?a, entre Tan-Tan y Tarfaya, territorio de la Corona de Castilla en 1476, pero se emplaz¨® en 1934 entre el Yebel Bu Laalam y la costa acantilada, territorio abrupto, herido por la desembocadura del r¨ªo, m¨¢s bien torrente, Ifni. As¨ª lo recuerdan en el simposio al que me ha invitado la Universidad de Agadir, Ibn Zohr, con m¨¢s de 55.000 alumnos. Agadir, el segundo lugar m¨¢s visitado de Marruecos, el huerto de Europa al que se desplazan los empresarios espa?oles de cultivo intensivo. No, no habr¨ªa venido si no fuera por trabajo. Adem¨¢s es el sitio ideal para empezar un viaje. Hace tiempo que quiero ir a Sidi Ifni, a¨²n m¨¢s, a Dajla, la antigua Villa Cisneros, la poblaci¨®n m¨¢s importante antes de Mauritania. Ahmed, profesor de Estudios Mediterr¨¢neos, me lo recomienda: ¡°Los espa?oles prefieren el sureste marroqu¨ª, pero vaya a Sidi Ifni. Yo veraneo all¨ª. Es hermoso, acaban de arreglarlo y es barato¡±.
Dajla, la antigua Villa Cisneros, la poblaci¨®n m¨¢s importante antes de Mauritania, es ahora un gran puerto
Viajo con mi pareja en un coche alquilado hasta Mirleft. Paramos en Tiznit, viva, nueva, extra?a. Aprovechamos para comprar aceite de arg¨¢n en el mercado, pero no nos hacen ni caso. Seguimos hasta Aglou: parece el fin del mundo. Sin embargo, unos franceses juegan a la petanca en un campo desolado. Un paisaje com¨²n y humano que empieza en Essaouira. J¨®venes surferos y hippies jubilados europeos que aprovechan el buen clima, los precios bajos y los c¨¢mpines para apostar sus autocaravanas y vivir en el pa¨ªs. El viento atl¨¢ntico de Mirleft no nos deja pasear por la playa. Las peque?as casas que caen hacia el mar son propiedad de artistas y escritores de Marraquech que pasan all¨ª sus vacaciones.
De Legzira se sabe algo m¨¢s. La imagen de sus arcos de piedra atravesados por el mar y la playa a la que se puede ir caminando desde el pueblo. Un pescador imposible se aposta en los barrancos enfrente de las Canarias. All¨ª viajan los habitantes como intercambio de estudios y para comprar productos de importaci¨®n.
La carretera hasta Sidi Ifni guarda el silencio del paisaje atl¨¢ntico. El pueblo se divide en barrios: el aer¨®dromo, el puerto, el mercado, la que fue plaza de Espa?a. All¨ª est¨¢n los ¡°restos de un pasado com¨²n¡±, que dir¨ªa Volney, y hoy resulta una reflexi¨®n colonialista. El cine Avenida, el edificio de la comandancia de Marina y del Consulado espa?ol, a¨²n con el escudo de la Espa?a imperial. El mar llama, la playa llama y nos sentamos en una mesa en la orilla a tomar unas cervezas a la espera de que la famosa y temible bruma de Sidi Ifni descienda de la monta?a. S¨ª. Yo tambi¨¦n pasar¨ªa mis vacaciones aqu¨ª.
Imaginario africano
Nos gustar¨ªa haber hecho en coche los 900 kil¨®metros hasta Dajla. Visitar Tan-Tan, Tarfaya y Al-Ayyun (El Aai¨²n), pero no hay tiempo. Vamos en avi¨®n desde Agadir. Comprar el vuelo es una odisea. No s¨¦ por qu¨¦ tarda dos horas m¨¢s en ir que en volver. Nos damos cuenta cuando para en El Aai¨²n y descienden la mayor parte de los pasajeros. Las mujeres saharauis son otras. Invaden con sus melfas (la vestimenta tradicional femenina del S¨¢hara) el laconismo del avi¨®n. El orientalismo de Matisse no eran sus odaliscas; eran estas mujeres. Su imaginario no era musulm¨¢n, era africano.
El aeropuerto de Dajla es chiquito y est¨¢ casi en el centro de la ciudad. La animaci¨®n de la noche es brutal. En torno a la plaza del hotel Regency se apostan los puestos excelentes de fast food. Unas adolescentes ligan con un camarero guap¨ªsimo. En el mercado nocturno se mezclan las melfas con las pieles mauritanas y las chilabas. Dos ancianos se dirigen a nosotros en castellano. Recuerdan cuando la ciudad era espa?ola. Am¨ªn viene a buscarnos, regenta la academia de espa?ol de la ciudad. No encuentra profesores y nos pregunta si conocemos a gente que busque trabajo. Me muestra la playa preferida de los habitantes, Oum Bouir, y el faro de Punta Galera. Luego vamos a la nueva ?Dajla, cientos de casas de colores de reciente construcci¨®n.
Gu¨ªa
- Royal Air Maroc vuela a Agadir con escala en Casablanca desde 239 euros, ida y vuelta. Ryanair y Norwegian operan vuelos directos entre Madrid y Marraquech. Desde 49 euros, ida y vuelta.
- Oficina de turismo de Marruecos.
Visitamos el gran puerto de mercanc¨ªas y nos perdemos por el parquin de los tr¨¢ileres. Dajla es, ante todo, un sitio de paso, de tr¨¢nsito. Todo pasa por la ciudad de camino al ?frica subsahariana. Sin embargo, lo m¨¢s conocido son las dunas. Tostadas, radiantes, inc¨®lumes. Se visita con alg¨²n turista marroqu¨ª y se come en los viveros de pescado. Visitamos una estaci¨®n termal. El agua sale a borbotones de una ca?er¨ªa gruesa, pero a m¨ª me da verg¨¹enza ba?arme.
Am¨ªn nos invita a un t¨¦ saharaui en su casa. Hablamos de pol¨ªtica entre el sonido de la televisi¨®n en castellano y el rumor de la espuma del t¨¦. Sab¨¦is, dice: ¡°La descolonizaci¨®n se hizo mal¡±. El avi¨®n tarda dos horas menos de vuelta a Agadir. Pero dicen, aseguran, repiten como una letan¨ªa: el viaje ha muerto.
Patricia Almarcegui es autora de los libros de viaje Escuchar Ir¨¢n y Una viajera por Asia Central.
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