Nueve siglos no son nada en La Rioja
Una ruta por los bellos monasterios del valle del Najerilla
Nueve siglos es una eternidad. O un suspiro, seg¨²n se mire. Y quien no lo crea, que le pregunte a las monjas bernardas del monasterio riojano de San Salvador de Ca?as. Nada menos que 848 llevan cuidando, sin interrupci¨®n ni sin sobresaltos, la abad¨ªa cisterciense que fundara en 1169 el conde Don Lope en un claro del valle del r¨ªo Najerilla. Ni el mism¨ªsimo Mendiz¨¢bal logr¨® romper una continuidad r¨¦cord entre los recintos mon¨¢sticos femeninos de la Cristiandad. Basta con observar en la sala Capitular la comitiva de monjas talladas en piedra que flanquean el sepulcro de la beata Do?a Urraca y compararla con la comunidad religiosa actual para confirmar que en Ca?as nueve siglos no es nada.
El monasterio es una pieza m¨¢s en el puzle de recintos monacales que hicieron de esta comarca riojana un centro de cultura y poder en el medievo y una agradable excursi¨®n de fin de semana en la actualidad.
La ruta monumental que los une empieza en N¨¢jera, capital del valle. N¨¢jera aporta a esta ruta art¨ªstico-riojana el monasterio de Santa Mar¨ªa la Real, en cuyo pante¨®n real hay 31 t¨²mulos que resumen en cenizas la historia del reino de Navarra. Aunque Gaspar de Jovellanos dej¨® escrito en sus Diarios la fascinaci¨®n que le produjo su visita al monasterio, los najeranos a quien m¨¢s recuerdan es a don Cirilo Palacios de la Prada, cura p¨¢rroco de Santa Mar¨ªa, que en 1886 tuvo la feliz idea de venderle a un anticuario de Madrid un retablo de Hans Menling, maestro flamenco de la escuela de Brujas, por 1.500 pesetas, que emple¨® en reparar el fuelle del ¨®rgano y terminar unas chapucillas en la siller¨ªa del coro. Ni todos los reyes de Navarra, reunidos en sanedr¨ªn, ser¨ªan capaces de calcular lo que valdr¨ªa hoy esa pieza.
Dejando atr¨¢s Ca?as, la ruta remonta el r¨ªo C¨¢rdenas, afluente del Najerilla, y va ganando altura hasta San Mill¨¢n de la Cogolla, otro peque?o municipio que vive de sus vi?edos y del cuidado de sus dos monasterios. El de arriba, Suso, el m¨¢s peque?o pero tambi¨¦n el m¨¢s sobrecogedor, fue fundado por san Mill¨¢n en torno a unas cuevas naturales donde vivi¨® como ermita?o hasta su muerte, en el 574.
Suso es uno de esos lugares donde el visitante siente c¨®mo los escalofr¨ªos de la historia se le agolpan en la piel. Las humedades del tiempo impregna la sencillez de la cubierta moz¨¢rabe y en el atrio, con un poco de imaginaci¨®n, a¨²n puede verse el aura de Gonzalo de Berceo leyendo sus primeros versos en rom¨¢n paladino. Las Glosas Emilianenses, primeras palabras conocidas escritas en castellano, salieron en el siglo X de este humilde eremitorio.
La afluencia de peregrinos y la importancia que tuvo Suso para los reyes de Navarra oblig¨® a construir en el fondo del valle otro nuevo monasterio, el de San Mill¨¢n de Yuso, que alcanz¨® su esplendor en el siglo XVI, en pleno auge del Imperio, cuando Santiago y San Mill¨¢n, paladines de la lucha contra los moros, se convirtieron tambi¨¦n en estandarte de los tercios encargado de mantener el sol siempre erguido sobre el reino.
Si a estas alturas, el viajero no est¨¢ abotargado por tanta historia y tanto arte, a¨²n puede hacer un esfuerzo y acercarse al monasterio de Santa Mar¨ªa de Valvanera, patrona de La Rioja, otro antiguo centro de oraciones al que los continuos incendios y saqueos ¡ªel ¨²ltimo, en la guerra de la Independencia¡ª alteraron profundamente su estructura original. En la hospeder¨ªa aneja se encuentra paz y sosiego para el alma torturada, y en el cercano pueblo de Anguiano, fiesta para el cuerpo serrano cada 22 de julio y cada ¨²ltimo fin de semana de septiembre, fechas en las que los danzantes de zancos se lanzan calle abajo, girando vertiginosamente sobre unos palos de madera en una celebraci¨®n que, como tantas otras en esta tierra de buenos vinos y mejores leyendas, se pierde en los vericuetos de la historia.
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