Annecy, puro encanto franc¨¦s
El queso ¡®reblochon¡¯, con su color azafranado y su fragante sabor, es la estrella local de la encantadora ciudad al pie de los Alpes. Aqu¨ª se enamor¨® Rousseau de Madame de Warens
Ninguna de las ciudades del mundo con canales dispone de un lago como el de Annecy, puesto ah¨ª, a los pies de los Alpes, literalmente en su sitio. Aunque no solo el lago y las monta?as est¨¢n en el lugar adecuado; tambi¨¦n los parques, los canales, los jardines, las queser¨ªas, los puentes, las plazas, las fachadas¡ Annecy, de 50.000 habitantes, situada en el departamento de la Alta Saboya, es el punto de encuentro del charme franc¨¦s con el refinamiento de la cercana Suiza y, pese a ser un destino de postal, resulta irresistible.
9.00 Paseo por el centro
A primera hora, cuando la Rue du P?quier parece que se est¨¢ montando, conviene darse prisa y visitar el barrio de Notre-Dame sin las hordas tur¨ªsticas que una hora m¨¢s tarde pedir¨¢n paso para hacerse la foto adecuada en cada esquina. Notre-Dame-de-Liesse (1) es de las iglesias m¨¢s buscadas, por su campanario del siglo XVI. A la izquierda, el antiguo ayuntamiento fue transformado en presbiterio. A la derecha, un puente de madera conduce a la catedral (2), y m¨¢s all¨¢ (tras un breve y provocado desv¨ªo para ver Le Zozo (3), escultura de Fran?ois Mezzapelle, dise?ador especialista en espacio p¨²blico formado en Marsella), la porticada Rue Filaterie, raz¨®n de los buscadores de fachadas coloridas y comercios centenarios, que desemboca en la Rue Grenette. Atenci¨®n a la farmacia Picon y a la librer¨ªa La Procure (4).
11.00 El alimento del coraz¨®n
Buen momento y buen lugar este para emular a Rousseau, que tanto camin¨® estas calles del viejo Annecy. En 1728, a los 16 a?os, abandon¨® su Ginebra natal y se instal¨® aqu¨ª, en casa de la baronesa de Warens. En Las confesiones ya expresa su deseo de ser inmortalizado en esta ciudad. Esper¨® el reconocimiento, pero no lo vio, porque el homenaje se produjo en 1928, cuando en su honor se erigi¨® un monumento del que hoy perdura un busto (5) dentro de una fuente que hallamos en una vereda entre las calles Filaterie, Jean-Jac?ques Rousseau y el muelle de Warens. Buc¨®lico lugar ajardinado y deshabitado, cercano adonde a buen seguro se produjo el primer encuentro amoroso entre ¨¦l y Madame de Warens, juegos de manos que paulatinamente fueron a m¨¢s, momentos que, seg¨²n escribi¨® despu¨¦s el gran fil¨®sofo del siglo de las luces, le quitaron el hambre. ¡°Ella me retuvo a comer. Fue la primera comida de mi vida en la que os¨¦ no tener hambre. Estaba sumido en un estado de encantamiento que me imped¨ªa comer. Mi coraz¨®n se alimentaba de un sentimiento nuevo que ocupaba todo mi ser¡±. Ay, el amor. Esa amante 13 a?os mayor que ¨¦l fue determinante en la formaci¨®n vital de este gran caminante al que las ideas le ven¨ªan en sus paseos y que hizo de andar una ¨¦tica. ¡°Era joven. Estaba sano, ten¨ªa bastante dinero, mucha esperanza. Viajaba, viajaba a pie y viajaba solo. Mis dulces quimeras me serv¨ªan de compa?¨ªa y nunca el calor de mi imaginaci¨®n dio a luz ninguna m¨¢s magn¨ªfica. Cuando me ofrec¨ªan alguna plaza vac¨ªa en un coche, frunc¨ªa el ce?o al ver derrumbarse la fortuna cuyo edificio yo constru¨ªa mientras caminaba¡±. Anotaci¨®n en el Libro IV de Las confesiones.
13.00 Una navaja y una charcuter¨ªa
Si todav¨ªa hay cola en la tienda Opinel (6) (Rue Filaterie, 22), no hay que sorprenderse. Es lo habitual. La venta de cuchillos y navajas de esa marca es una constante. Que el comercio m¨¢s famoso de navajas est¨¦ a un paso de la charcuter¨ªa Pauvert nunca sabremos si es casualidad o buena disposici¨®n de marketing. En cualquier caso, vale la pena remontar hacia el Mus¨¦e Ch?teau (7), pero m¨¢s que por el castillo en s¨ª por el barrio, una aldea en lo alto de la ciudad, como demuestra la exquisita Rue Basse du Ch?teau, en la que algunos vecinos salen a la calle con sus sillas y hasta se sorprenden de ver a turistas. Junto al castillo est¨¢ el Mus¨¦e du Film d¡¯Animation (8 , muy concurrido y gratuito, lo que sin duda facilita esa circunstancia.
Que a Rousseau el despertar del amor le quitara el hambre no quiere decir que a nosotros, por mucho que nos encandile el entorno, nos pase lo mismo. De bajada espera Vignes et Boeuf (9), bistr¨® con pretensi¨®n de p¨¦rgola, imbatible para carn¨ªvoros, que tiene la ubicaci¨®n y la decoraci¨®n perfectas. Para quien guste de comer en el agua est¨¢ el barco-restaurante Libellule (10), codiciado entre los turistas, aunque nada como Mamie Lise (11), tradicional desde las mesas de mantel de cuadros hasta la carta, repleta de grandes recetas savoyardes.
16.00 Alerta para gastr¨®nomos
De vuelta al centro no debemos pasar por alto la Maison Pignon, extraordinario ejemplo de arquitectura del medievo. La sofisticaci¨®n de la ciudad es perceptible en peque?os fortines como la Maison de la Po¨¦sie (12) o la tienda restaurante Kamouraska (lalalaandco.com), prototipos del savoir faire y de una exquisita inclinaci¨®n a los detalles. Conviene acercarse a Pierre Gay (13), la fromagerie m¨¢s arrebatadora de la ciudad, una incitante invitaci¨®n a iniciarse en los sabores de los quesos de la tierra: beaufort, chevrotin, emmental, tomme des bauges, tomme de savoie y, evidentemente, reblochon, la estrella local que conmueve a gastr¨®nomos desde el siglo XIII, reconocible por su corteza y su color azafranado. Paseando entre canales proliferan puentes interesantes como el de la R¨¦publique (atenci¨®n a les Vannes du Thiou, unas turbinas que permiten redirigir el curso del agua, joya t¨¦cnica creada por el ingeniero Sadi Carnot en 1874) o el de Morens, el primero de piedra que hubo en Annecy. Y tambi¨¦n el de La Halle, que ofrece la panor¨¢mica m¨¢s pintoresca de la ciudad medieval. No obstante, si hay un puente que convoca a la concurrencia es el Pont des Amours (14), sobre el canal du Vass¨¦, que desemboca en el lago ofreciendo una estampa de lo m¨¢s id¨ªlica.
17.00 Las explanadas junto al lago
As¨ª se entra por la puerta grande al que quiz¨¢ sea el punto m¨¢s buscado de Annecy: el lago. Lac d¡¯Annecy (15). All¨ª, en sus explanadas, tanto en el Champ-de-Mars (16) como en Les Jardins de l¡¯Europe (17), tambi¨¦n los m¨²sicos ambulantes parecen de anuncio, y un sigiloso deslumbramiento compartido se cuela entre ¨¢rboles centenarios y las vistas de los Alpes, al otro lado del agua. No hay lugar mejor para estirarse sobre la hierba y rendirse ante la rotunda eficiencia del paisaje y evocar a Rousseau mientras se alarga la pausa: ¡°Nunca pens¨¦ tanto, ni exist¨ª tanto, ni viv¨ª tanto, ni fui tanto yo mismo como en los viajes que hice solo y a pie. Dispongo como due?o de la naturaleza entera; vagando de objeto en objeto mi coraz¨®n se une, se identifica con quienes lo halagan, se rodea de im¨¢genes encantadoras y se embriaga de sentimientos deliciosos¡±. Como estos, tal cual.
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