Tres placeres verdes en T¨ªvoli
Geometr¨ªas vegetales, esculturas y cascadas en los soberbios jardines de las famosas villas de la localidad italiana: Adriana, d¡¯Este y Gregoriana
Una tarde de 1927, en Par¨ªs, la escritora belga Marguerite Yourcenar encontr¨® en la correspondencia de Flaubert una frase que le pareci¨® inolvidable: ¡°Cuando los dioses ya no exist¨ªan y Cristo no hab¨ªa aparecido a¨²n, hubo un momento ¨²nico, desde Cicer¨®n hasta Marco Aurelio, en que solo estuvo el hombre¡±. Se refer¨ªa a la ¨¦poca gobernada por Adriano, el emperador romano del siglo II, nacido en Sevilla, que fue, quiz¨¢s, el momento de mayor civilizaci¨®n de la cultura europea hasta el siglo XX. La escritora dedic¨® los a?os siguientes a redactar las memorias de este hombre solitario, sagaz, dedicado a la administraci¨®n del imperio, amante del m¨ªtico Ant¨ªnoo ¡ª eterna encarnaci¨®n de la belleza¡ª, quien se hizo construir una residencia muy particular para retirarse los ¨²ltimos a?os de su vida.
El lugar, T¨ªvoli, era perfecto, circundado por dos r¨ªos, entre bosques, cascadas y aguas termales. A 23 kil¨®metros de Roma, el favorito de la aristocracia para veranear. La villa, dise?ada en buena medida por ¨¦l mismo, despliega sobre unas 300 hect¨¢reas una w de edificios monumentales que recrean las calles, jardines, termas, bibliotecas, teatros y templos que le hab¨ªan impresionado en sus continuos viajes por las provincias del imperio. El resultado incluye desde dos teatros ¡ªuno griego y otro romano¡ª hasta una isla movible rodeada de columnas j¨®nicas a la que se accede por puentes levadizos maniobrables desde el interior y un lago artificial decorado con cari¨¢tides. De aqu¨ª provienen algunas de las esculturas m¨¢s famosas del mundo cl¨¢sico que ahora exhiben grandes museos: las ocho musas del Prado, la Diana de Versalles del Louvre, el Disc¨®bolo del British. Alrededor, los jardines muestran una naturaleza domesticada, en la que los laberintos de parterres representan nuestra dificultad para alcanzar la verdad, las grutas simbolizan el origen terrestre de los hombres y las estatuas de los dioses personifican los destinos humanos. Pinos, cipreses, rocas, estanques y caminos como escenario de la vejez de un emperador, cuyo mausoleo, en Roma, hoy castillo de Sant¡¯Angelo, contiene una placa de m¨¢rmol con sus ¨²ltimas palabras, d¨¢ndonos la pista definitiva sobre su personalidad: ¡°Alma, vagabunda y cari?osa, hu¨¦sped y compa?era del cuerpo, ?d¨®nde vivir¨¢s? En lugares p¨¢lidos, severos y desnudos; atr¨¢s quedan los parajes conocidos, los juegos antiguos¡¡±.
Pasados 1.200 a?os, en el siglo XVI, al otro lado de la colina de T¨ªvoli, otro hispano romano, el cardenal Hip¨®lito II d¡¯Este (hijo de Lucrecia Borgia), desilusionado por no haber sido elegido papa, redobl¨® la apuesta dispuesto a evocar los fastos de una villa Adriana que, con el paso de los siglos, hab¨ªa sido devorada por la maleza. En uno de los laterales de la monta?a transform¨® un convento en un palacio de cuatro alturas al que se accede por el piso superior y se recorre en sentido descendente. Delante de la planta baja, todav¨ªa sobre la ladera de la colina, hizo aterrazar una superficie similar a dos campos de f¨²tbol, sustent¨® los desniveles sobre columnas y construy¨® la infraestructura necesaria para alimentar a un centenar de fuentes. Encarg¨® el conjunto de la obra a uno de los arquitectos del Vaticano, Pirro Ligorio, quien se apoy¨® para la decoraci¨®n interior en pintores manieristas como Livio de Forli; y, para los jardines, en el mejor ingeniero hidr¨¢ulico del siglo XVI, Chiruchi de Bolonia.
Una naturaleza domesticada en la que los laberintos de parterres representan la dificultad de encontrar la verdad
El resultado es deslumbrante, un palacio cubierto de frescos en el que la pintura incluye rocas, madera y vegetaci¨®n y cuyos personajes forman parte del paisaje convirtiendo el discurso de la casa y el parque en un todo unitario. Cuando salimos al aire libre alguien coment¨® que as¨ª debieron ser los Jardines Colgantes de Babilonia. Era cierto. Nunca hab¨ªamos contemplado un ejemplo tan claro de jard¨ªn como representaci¨®n del poder y, al tiempo, un espacio para el placer. Eso s¨ª, del placer m¨¢s humano, el racional, el del humanismo. Aqu¨ª la perspectiva es m¨¢s que rigurosa, matem¨¢tica, para que los parterres, los cipreses y las fuentes ornamentales puedan desplegarse ordenadamente sobre los escalones y las pendientes. Planos horizontales, pantallas vegetales cortadas con precisi¨®n para crear fugas, estatuas imitadas de la Antig¨¹edad y plantas de hojas perennes, como el boj o el laurel. El objetivo es transmitir un efecto de claroscuro. Sobre este concepto monocrom¨¢tico, en el que las flores apenas tienen cabida, se impone la presencia continua del agua y las fuentes monumentales. Vegetales y minerales tratados de la misma manera, puestos al servicio de un mismo prop¨®sito que tiene m¨¢s que ver con la arquitectura que con la naturaleza. Toda una declaraci¨®n de principios del Alto Renacimiento.
No fue bastante para T¨ªvoli. Trescientos a?os despu¨¦s, en 1835, otro papa, Gregorio XVI, opt¨® por la ruta contraria. En su villa, llamada Gregoriana, los elementos se subordinan para enfatizar el encanto original de los bosques, los arroyos, los senderos y las ruinas arqueol¨®gicas. Se sustituye el rigor renacentista por el aparente desorden del jard¨ªn rom¨¢ntico. Con una ventaja adicional, no tener que construir las ruinas, puesto que las aut¨¦nticas, los restos de los templos romanos, estaban incluidas en el paisaje. En realidad, las reformas respondieron a la necesidad de domesticar las crecidas del r¨ªo Aniene, que cada pocos a?os anegaban T¨ªvoli; de hecho, el arquitecto decidi¨® perforar la monta?a con un t¨²nel doble para desviar su curso. Con esta soluci¨®n pod¨ªa crearse una imponente catarata de 120 metros de altura en mitad del parque. Y que Goethe escribiera: ¡°La cascada, las ruinas y todo el conjunto del paisaje son elementos cuyo conocimiento nos enriquece en lo m¨¢s profundo del alma¡±.
Pedro Jes¨²s Fern¨¢ndez es autor de la novela Pe¨®n de rey.
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