Juguetones vientos de Wellington
La casa de la escritora Katherine Mansfield, un viaje en tranv¨ªa al jard¨ªn bot¨¢nico y un paseo por el animado puerto de la ciudad al sur de la Isla Norte de Nueva Zelanda
Wellington se abriga en el fondo de una bah¨ªa muy cerrada protegida por colinas verdes. Pero ni ese encierro la salva de los vendavales que soplan desde el Pac¨ªfico austral hacia el mar de Tasmania. Esas rachas se encajonan en el estrecho de Cook y se cuelan en la bah¨ªa como si all¨ª esta ciudad al sur de la Isla Norte, y de poco m¨¢s de 200.000 habitantes, tuviera una puerta mal cerrada.
El viento, que siempre sopla de lejos, aumenta la sensaci¨®n de distancia. Por ventosa, la peque?a y pr¨®spera capital de la isle?a Nueva Zelanda parece a¨²n m¨¢s lejana. Esta sensaci¨®n de lejan¨ªa debi¨® de haber sido abrumadora a fines del siglo XIX, cuando esta ciudad era todav¨ªa una reciente colonia de pioneros brit¨¢nicos.
La magistral escritora Katherine Mansfield naci¨® aqu¨ª en esa ¨¦poca. Su casa natal se conserva en Thorn?don, una de las colinas que rodean el puerto. El chal¨¦ victoriano de dos pisos de madera y su jard¨ªn permanecen iguales. Sobre un tocador, que pudo ser el de Mansfield (Wellington, 1988-Fontainebleau, 1923), hay un desorden de tenacillas para rizar el pelo. Junto a la cocina est¨¢ la cajita de lata de unos f¨®sforos listos para encenderla. Cuando una racha de viento hace crujir la casa parece que los fantasmas de esa familia, despu¨¦s de 120 a?os, todav¨ªa caminaran por aqu¨ª. Temo que me sorprendan intruseando en sus cosas y me voy m¨¢s que r¨¢pido.
Crujidos en la catedral
A pocas manzanas de la casa de Katherine Mansfield est¨¢ la antigua catedral anglicana de Wellington, Old Saint Paul¡¯s (34 Mulgrave St. Pipitea). Es un edificio peque?o de estilo neog¨®tico ¨ªntegramente construido en cipr¨¦s y araucaria neozelandesa. Los vitrales en su interior colorean la luz gris¨¢cea y movediza de este d¨ªa. La catedral se inaugur¨® con mucho orgullo en 1866. Pero pronto se descubri¨® que, pese a su reducida altura, un vendaval fuerte pod¨ªa llevarse volando este templo. Hubo que agregarle un transepto ¡ªel brazo horizontal de la cruz¡ª para estabilizarlo. Sentado cerca del altar cierro los ojos y escucho los crujidos de las vigas de araucaria que se entrelazan en el techo como manos en oraci¨®n. El viento sigue tratando de llevarse la iglesia.
Bajando la colina de Thorndon y dejando atr¨¢s la horrenda colmena modernista del Parlamento, est¨¢ el centro comercial de la ciudad. El envidiable desarrollo de Nueva Zelanda resplandece en las calles sinuosas cercanas al puerto. Sigui¨¦ndolas aparecen los muelles renovados. Las viejas bodegas ahora albergan museos y restaurantes. Un parque recorre la orilla. En un extremo reluce el Te Papa, el Museo Nacional de Nueva Zelanda, excesivo por fuera y confuso por dentro (y de acceso gratuito a excepci¨®n de algunas muestras temporales).
En esos muelles situ¨® Katherine Mansfield la escena decisiva de su cuento The Wind Blows (1920). Su protagonista, la adolescente Matilda, ans¨ªa dejar esta peque?a ciudad remota. Lo desea tanto que alucina vi¨¦ndose a s¨ª misma en la popa de un vapor que zarpa. Luego el barco desaparece tras la llovizna y con ¨¦l la ilusi¨®n de Matilda. En la orilla quedan ella y ¡°el viento, el viento¡±.
En los renovados muelles, las viejas bodegas hoy son museos y restaurantes, y un parque recorre la orilla
Las cosas han cambiado. Hoy, j¨®venes de medio mundo vienen a vivir a Nueva Zelanda. Por su prosperidad, su seguridad y la amabilidad de sus habitantes, hay incluso un estudio que declar¨® que Wellington es una de las urbes m¨¢s ¡°vivibles¡± del mundo. Pero otro informe asegura que esta es la ciudad m¨¢s ventosa del planeta. Esos dos r¨¦cords no son incompatibles. Los vendavales molestan. Pero el viento tambi¨¦n barre la contaminaci¨®n, impulsa las aspas de los generadores e¨®licos, llena los pulmones de aire puro y hasta puede hacernos bromas graciosas.
Una panor¨¢mica de la bah¨ªa
Un funicular rojo me lleva al jard¨ªn bot¨¢nico ¡ªque a partir de septiembre celebrar¨¢ su 150? aniversario¡ª en lo alto de las colinas de Kelburn que dominan el puerto. Desde all¨ª las vistas de la gran bah¨ªa con su estrecha salida son inspiradoras. Pero antes de que pueda ponerme po¨¦tico una r¨¢faga juguetona me arranca de un manotazo mi boina y se la lleva en volandas como un frisbee. Tengo que perseguirla por los senderos del jard¨ªn bot¨¢nico. Corro tras ella, inconscientemente sin respetar ni la flora aut¨®ctona ni la introducida. Me meto bajo los doseles de los helechos gigantes. Correteo entre los troncos musgosos de las gordas araucarias nativas y las secuoyas de California. ¡°?Ning¨²n viento maor¨ª va a robarse mi boina vasca!¡±, grito. Pero mi juramento lo apaga la crujidera de los troncos azotados por los ventarrones y el fragor del follaje.
Por fin, el viento cesa un momento y alcanzo mi sombrero, que qued¨® encaramado sobre el arbusto de un camelio de hojas lustrosas. En el repentino silencio se oye el canto de una multitud de p¨¢jaros. Las aves que p¨ªan, las que silban, las que graznan y las que se carcajean ¡ªcau-cau-cau¡ª, todas se r¨ªen de m¨ª.
Carlos Franz es autor de la novela ¡®Si te vieras con mis ojos¡¯ (Alfaguara).
Gu¨ªa
P¨¢gina web casa-museo de Katherine Mansfield, la visita guiada cuesta 5,80 euros por persona (katherinemansfield.com) / P¨¢gina web Te Papa Tongarewa, museo nacional de Nueva Zelanda (tepapa.govt.nz) / P¨¢gina web jard¨ªn bot¨¢nico de Wellington (wellington.govt.nz) / Oficina de Turismo de Wellington (wellingtonnz.com) / Oficina de Turismo de Nueva Zelanda (newzealand.com)
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